Midnight in Paris
Puede que a priori parezca algo extraño incluir esta película dentro de la Ciencia Ficción, pero al fin y al cabo se trata de un viaje en el tiempo. Tal vez lo que en primer lugar nos choque es el método que el protagonista utiliza ya que no se trata de una máquina, como por ejemplo en TIMELINE (2003), o de un proceso mental como sucede en EL EFECTO MARIPOSA (2004). El acontecimiento viene señalado por un toque de campanas indicando la medianoche y un antiguo automóvil, algo más propio de un cuento que de una historia SCIFI.
Pero ahí hemos llegado, nuestro protagonista Owen Wilson viaja a otra época. No es esta la primera incursión de Woody Allen en este género, recordemos su comedia EL DORMILÓN (1973). El protagonista de la cinta está motivado por dudas existencialistas, por un sentimiento que es reconocible por muchos amantes del género Scifi: soñar con otra época, generalmente a una futura, a diferencia de la historia que nos ha traído a este punto. Lo que nos lleva al primer dilema.
¿Es el aficionado a la ciencia ficción un ser que va un paso por delante del protagonista? Esta historia tiene moraleja, la describe nada más empezar uno de los personajes como “…y el nombre de esa falacia es el complejo de la Edad del Oro. Se trata de la idea errónea de que un periodo de tiempo distinto es mejor que el que vivimos.” Algo nada diferente de lo que acontece en la anteriormente mencionada TIMELINE en la que los protagonistas son arqueólogos e historiadores apasionados de la época a la que viajan y se topan con la cruda realidad de aquellos tiempos. El personaje de Owen Wilson no se cuestiona cómo es posible, no busca explicaciones científicas a lo acontecido, tan sólo disfruta de ello y como si de un parque temático se tratase interactúa con todas aquellas figuras a las que admira. Pero terminará volviendo a su realidad, a aceptar la época que le ha tocado vivir, curiosamente influenciado por elementos científicos como la existencia de los antibióticos. No es la corriente de pensamiento, ni la música, sino su adaptación a la tecnología en la que vive, a las comodidades y seguridades que conlleva.
Si aceptamos el mensaje final del film, ese que habla de que no debemos vivir en el pasado o intentar negar la época en la que vivimos nos daremos de bruces con una paradoja: los artistas representados en la cinta no sólo son brillantes, sino que respecto a su época supusieron un referente artístico hacia el futuro de las artes. Picasso, Dalí, Ernest Hemingway, Buñuel, Jean Cocteau (aunque con este último tengo mis serias reservas al respecto por su abuso de la mitología clásica) son recordados como referentes de nuevas tendencias. No, que nadie espere ver a un H.G.Wells, un George Orwell o un Arthur Charles Clarke, están vetados dentro de esta galería de artistas. Pertenecen a esa rara especie que representa la antítesis de ese “Complejo de la Edad de Oro”. Y tal vez sea precisamente el ignorar a estos autores lo que conduce, la mayoría de las veces, al brillante Woody Allen a caer en su propia trampa: La base de su historia, tanto en el discurso como en el desenlace está basado en la genialidad del pasado, donde el protagonista termina encontrando sus respuestas sin perder de vista la perspectiva que posee del futuro del que viene. Por describirlo desde el otro lado del espejo podríamos señalar la historia como la de un viajero del futuro que llega al presente del pasado en busca de respuestas. Tan Scifi como si situásemos la acción en el 2010 en el que vive el protagonista y llegara alguien del 2050 en busca de respuestas.
¿Y qué pasa con el futuro? Pues nada. Cuando el personaje de Marion Cotillard se entera de que su misterioso acompañante pertenece al siglo XXI ni se plantea siquiera preguntarle cómo es esa época. Tan sólo el personaje de la editora, la absoluta Kathy Bates, hace una referencia a la Ciencia Ficción en referencia a al manuscrito del protagonista, y lo hace me temo, que tan sólo para recalcar aún más que se encuentra en el pasado.



Koldobika Ascaso.
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