Resolviendo los misterios del cerebro (3)

Resolviendo los misterios del cerebro (3)

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El número de neuronas de nuestro cerebro es aproximadamente el mismo que el número de estrellas presentes en la Vía Láctea.
Los neurocientíficos están desarrollando actualmente diagramas algorítmicos de flujos que representan los procesos neuronales. Algunos creen que pronto comprenderemos el “código neuronal” y que seremos capaces de traducir el “lenguaje computacional” del cerebro a “aplicaciones informáticas” de la conciencia humana. Y ciertamente, se han hecho muchos progresos en el conocimiento de las funciones cerebrales. Los científicos han probado, testado, medido, diseccionado, y registrado, muchísimos cerebros (tanto humanos como animales). También han desarrollado una notable farmacología con nuevos medicamentos para tratar una amplia gama de enfermedades.
cerebro
Pero los progresos en la neurociencia despiertan muchas otras cuestiones filosóficas interesantes, que necesariamente, se superponen con las preocupaciones religiosas y teológicas. Si podemos reducir ciertos fenómenos mentales, como las experiencias místicas de iluminación, a procesos neurológicos, ¿cómo podemos hablar del libre albedrío, la responsabilidad moral o la creatividad? Si la personalidad está intrínsecamente ligada al cerebro químicamente, ¿rechazaríamos el dualismo entre cerebro y mente, cuerpo y alma?
En el tratamiento de enfermedades mentales, se supondría “perder el tiempo” emplear terapias habladas y pasaríamos a tratamientos sólo farmacológicos.
¿Y que pasa con los temas bioéticos que surgen en el contexto de la neuromedicina? La “cuestión difícil” aún está ahí: ¿qué es la conciencia?, ¿cuál es, en particular, la naturaleza de la experiencia religiosa desde la perspectiva neurocientífica? La ciencia camina lentamente siguiendo sus vías metodológicas, y las neurociencias se adelantan formulando cuestiones y fabricando experimentos para intentar resolverlas. Las bases neurológicas de las experiencias religiosas han sido recientemente objeto de muchas fascinantes investigaciones llevadas a cabo en laboratorios, así como tema de debates.
A finales del 2008, saltó la alarma; según confirmaban las últimas investigaciones sobre neurociencias, “La libertad es una ficción cerebral. Estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes naturales”. Ese fue el resultado de experimentos realizados que indicaban que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (350 ms) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento (200 ms antes del movimiento). Esto quiere decir, sencillamente, que la impresión subjetiva de la voluntad no es la causa del movimiento, sino que, junto con éste, es una de las consecuencias de una actividad cerebral que es inconsciente (y es anterior a la misma). Los experimentos realizados por Benjamín Libet en California hace más de 20 años, fueron confirmados por un grupo de neurocientíficos en Inglaterra mediante técnicas modernas de imagen cerebral; llegando a la conclusión que la actividad cerebral del lóbulo frontal tiene lugar has-
libre albedrio
ta 10 segundos antes de la impresión subjetiva de voluntad. No podemos, pues, fiarnos de nuestras impresiones subjetivas (lo que consideramos una elección propia), porque pueden ser falsas. La falta de libertad es algo contraintuitivo, pero los experimentos indican que, efectivamente, estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes deterministas de la Naturaleza. El libre albedrío, defendido por una serie de doctrinas filosóficas, señala que los humanos tenemos el poder de elegir y tomar nuestras propias decisiones. Sin embargo, en un artículo titulado “Free will versus the programmed brain”, el filósofo de la Universidad de Arizona, en Estados Unidos, Shaun Nichols, afirmaba que las posturas contra la existencia del libre albedrío se han acrecentado y extendido a través de libros y revistas de ciencia divulgativa. La mayoría confunde lo que en biología se llama ‘grados de libertad’ con la libertad propiamente dicha.
Todos los animales poseen diferentes grados de libertad, es decir, posibilidades de elegir entre varias opciones. El número de opciones depende del grado de encefalización del animal en cuestión y del elenco de posibilidades circunstanciales que el contexto ofrece. Nosotros tenemos muchos más grados de elección que un perro, y éste más que un lagarto, y éste, a su vez, más que una ameba. Pero la posibilidad de escoger entre varias opciones no nos dice por qué elegimos la que elegimos, o, con otras palabras, si esta elección es voluntaria, inconsciente, o determinada por la situación en la que nos encontramos. En suma, poseer grados de “libertad” no significa ser libres.
alma
El problema de la libertad es que está íntimamente ligada a la responsabilidad, la culpabilidad, la imputabilidad y el pecado. Este último es la base de las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo. El concepto de culpabilidad es también la base del derecho penal internacional.
Francis Crick, considerado uno de los científicos más importantes del siglo XX por su descubrimiento, junto a James Watson, de la estructura molecular del ADN, en su obra “La búsqueda científica del alma: una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI”, defiende la inexistencia del libro albedrío, así como la reducción de todo lo que consideramos la identidad humana a un simple paquete de neuronas y de conexiones entre éstas. Según este enfoque, ¿cómo podrían juzgarse las acciones humanas?
Esto explica por qué en Alemania, algunos especialistas en derecho penal están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Evidentemente seguiremos encarcelando a aquéllos que violen las reglas, pero lo que sí va a cambiar, será la imagen que tenemos tanto de esos criminales, como de nosotros mismos. La idea sería tomar conciencia que las personas no pueden por ellas mismas cambiar su condición (y por tanto, esas
crispadas reacciones de odio a lo “linchamiento”, no proceden). Es decir, constatado el desequilibrio social que pueda manifestar un individuo, por mera perpetuación armónica de la especie, tiene que ser tratado (mediante aislamiento y reinserción, en caso que se pueda). Lamentablemente, hay personas que por su genética, fisiología cerebral, y experiencias vividas, no parece que puedan ser reeducadas (y este es el gran problema).
Si asumiésemos, como hacen los dualistas, la existencia de un alma inmaterial que interacciona con la materia (en este caso el cerebro), achacaríamos la culpa a su “alma” (que por otro lado, en caso de existir, ¿Quién puede elegir la suya?). Como el dualismo no ha sabido explicar cómo es posible que un ente inmaterial, interaccione con la materia (instalándose en el “te lo crees, o no te lo crees: es una cuestión de fe”), hoy día la neurociencia lo ha superado; no se ha descubierto en el cerebro ninguna región de la que pueda decirse que se activa por algún factor externo al cerebro, como sería el caso, si fuera activada por el alma.
Hace tiempo que sabemos que los colores no existen en la Naturaleza. En ella encontramos diversas longitudes de onda del espectro luminoso, que al incidir sobre fotorreceptores que poseemos en la retina (y mediante impulsos nerviosos que son exactamente iguales que los provenientes del oído o del tacto), llegan a la corteza visual y allí se les atribuye una determinada cualidad, como la de rojo, azul o verde. Los colores, pues, son atribuciones de la corteza cerebral, pero no cualidades que existan en la Naturaleza.
Ojo

Para Baruch Spinoza, “los hombres se equivocan si se creen libres; su opinión está hecha de la consciencia de sus propias acciones y de la ignorancia de las causas que las determinan”.
Y según Albert Einstein: “El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Porque… ¿Acaso podemos elegir nuestros gustos? ¿Y nuestros deseos? ¿Podemos cambiar de opinión sobre algo cuando se nos antoje?
Quizá por eso el psicólogo alemán, Wolfgang Prinz ha acuñado la frase: “No hacemos lo que queremos, sino que queremos lo que hacemos”.



En mi opinión, todas estas cuestiones nos llevan a un punto todavía más crítico, si cabe, que es el considerar que somos como “biorobots”; porque no somos dueños de nosotros mismos, sino que funcionamos dependiendo de las condiciones y mecanismos de activación, en función de las simulaciones mentales que compulsivamente ejecuta nuestro cerebro (para luego contrastarlas con una realidad que sobrepasa nuestras capacidades). Y es que desde el punto de vista de los fisiólogos; “no hay evidencia que haya un proceso de decisión previa, a la ejecución de una acción”. Es decir, al ejecutar una acción (por los estímulos que recibe el cerebro), luego nos la apropiamos automatizadamente como propia (considerándola una decisión nuestra, consciente y premeditada). Humanamente hablando, pensamos que elejimos. Funcionalmente de momento, los resultados muestran lo contrario.
Yo pienso que son los estímulos recibidos por el cerebro (y su tipología), lo que desencadena en nosotros unas acciones concretas (en base, en su mayor parte, a la fisiología cerebral y la disposición de los datos contenidos en el msimo). Es decir, que el “proceso” que determina lo que hacemos, no es de yo a lo demás; "yo elijo, y en consecuencia libremente hago... lo que quiero”, sino de lo demás, a mi; "en base a lo que hay, mi base de datos, y cómo funciono, hago... lo que pueda" {y ejecutamos respuestas automatizadas condicionadas, que asumimos computerizadamente como elecciones personales}. Lo demás, determina entonces lo que hacemos;

esquema

Es un proceder claramente automatizado y nada misterioso, que en términos de cibernética denominaríamos de "retroalimentación", y en su mayor parte es memético. Uno mismo, no llena su base de datos con lo que quiere (y lo que quieres no es elegible), ni conecta y desconecta sus circuitos neuronales a conveniencia (ni ha decidido heredar semejante estructura). Somos pues, como robots biológicos que nos autoprogramamos mediante "educación" y permanentes actualizaciones, no más libres que un androide (porque somos piezas y circuitos que articulan un organismo complejo, en base a descodificaciones de datos), que actúan según sus necesidades. Un cerebro no programado, sería incapaz de leer este texto, por ejemplo. No reconocer eso, sería como decir que el funcionamiento humano es algo inescrutable, inexplicable, sobrenatural, y arbitrario (y no tendría ningún sentido avanzar en investigaciones para descubrir lo que somos y cómo funcionamos). Si el conocimiento avanza, es porque implícitamente reconocemos que respondemos a causas medibles y procesos concretos explicables. Y si tuviésemos el conocimiento de absolutamente todo lo existente, y el cómo y porqué funciona (y en que medida nos condiciona), seguramente concluiríamos que el azar en verdad no existe (y que nuestra maquinaria simplemente ejecuta acciones en base a su modo de procesar los datos y su funcionamiento).

 
Podemos filosofar y charlatanear acerca de la afirmación ; “Pienso, luego existo”.
Incluso para ocupar nuestro tiempo es entretenido cuestionar ; “Ser o no ser, esta es la cuestión”.

Pero lo que toda estructura existente acepta automatizadamente, es el principio básico de condición;
“Hacer algo, o no hacer nada. Esa es la constatación”.

Borg (Adminsitrador del portal) - Julio -2009

 

Simplemente, pasamos el rato (esa es nuestra condición Temporal impuesta). Y cómo lo pasamos (y lo que hagámos), dependerá y es relativo a preferencias, contextos, y circunstancias. En este planteamiento aparentemente deprimente, subyace un valor práctico. Y es que, si en verdad lo que hacemos no depende de nosotros (ni nadie puede elegir quien es, simplemente tenemos que aceptarnos), deberíamos empezar a plantearnos el valor que tiene la tolerancia y el respeto a las ideas ajenas (los que funcionan de distinto modo al nuestro), e intentar convivir pese a las diferencias. Nunca antes podríamos decir con mayor propiedad que; “En el fondo, todos somos iguales” (estamos igualmente condicionados)

Fuentes:

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