“Si, me encanta mi trabajo. Gracias a todos los Dioses que veneramos, he nacido y vivo en Southland, lejos de la polución que emana la civilización, tan deshumanizada… Mi pueblo natal, Santuario, fue construido por nuestros antepasados en la infinita pared del desfiladero que cruza esta montaña boscosa, perdida en la cordillera de los Alpes de Isla Sur. Un movimiento de gente desencantada de la sociedad capitalista que unida por un mismo sueño, invirtió todos sus ahorros, así como algunas fortunas, para establecerse en Nueva Zelanda. Parte del flujo migratorio también se instaló en Isla Norte y fundó el poblado de Bóreas, en Northland. Si, nosotros, los descendientes de los tatuados con las alas del águila, tanto en el Norte como en el Sur, continuamos la empresa de Mensajería aérea en el único País respetuoso con el medioambiente del planeta Tierra, gracias al empeño de sus habitantes y dirigentes políticos, tras desaparecer el Amazona y Tratado Antártico” EL MENSAJERO -¡Andrew, despierta ya! -zarandeó al joven acurrucado en la cama. -Pero… ¿qué hora es? -preguntó a la mujer en jarras, junto a la cabecera. -¿No has escuchado el despertador, verdad? ¡Claro! ¿Cómo tampoco recuerdas que anoche estuviste con tus compañeros de promoción, celebrando la graduación en la Academia del Aire? Ni que hoy, es tu primer día de trabajo en la Mensajería ¿cierto? El muchacho de pelos alborotados y con el pijama puesto al revés, se levantó como un resorte, apartando las mantas de golpe. -Por favor… no me digas que voy a llegar tarde a la oficina -suplicaban sus ojos marrones. -Puede ser… Venga, date prisa que tu padre y hermanos ya están desayunando -respondía con el ceño fruncido. Después de correr las cortinas, abrió la ventana y abandonó la habitación. Andrew se aseó rápidamente en su cuarto de baño, austero pero soleado. A continuación, vestía la primera prenda del uniforme, ceñida y provista de los tubos de evacuación, que cogió del armario de madera. Siguió el exoesqueleto de aleación metálica, con refuerzos tanto en las articulaciones como blindajes en los puntos vitales del cuerpo, tan extremadamente liviano, que también estaba colgado del perchero. Al encender el generador de energía, limpia e infinita, de la mochila pequeña que llevaba a espaldas, se ajustaron despacio los cierres de seguridad de los huesos acerados de la caja torácica, junto con las vértebras y la cadera artificial. Así como las piezas del cráneo plateado se amoldaron a la cabeza de Andrew, lo hicieron las extremidades del exoesqueleto en brazos y piernas. Se vistió entonces el resto del “biotraje”, con el gorro de piloto e insignia alada. Se puso el cinturón de cartuchos de aire comprimido, con la pistola de cable en su funda. Y concluyó con la bolsa de cartero. Salió apresurado al pasillo para descender las escaleras con balaustre, hasta llegar a la cocina luminosa. Su padre apartó la vista del periódico, mirándole por encima de las gafas, con las risas de fondo de sus hermanos que untaban la confitura y mantequilla en las rebanadas de pan. -¡Buenos días! -saludó a los presentes. -Buenos días, Andrew -respondía James a su hijo- Tu hermana Sara, se ha tomado la molestia de prepararte la tartera -dio un sorbo a la taza de café mientras la joven sentada al lado en la rinconera de madera, esbozó una sonrisa de satisfacción. -No llegarás a tiempo… -canturreó el niño pelirrojo, mojando el pan en el vaso de leche. -Hijo, a tus hermanos les ha dado tiempo de sobra al aseo y vestir de forma adecuada, para que tras desayunar tranquilamente, vayamos a la misa de la Parroquia. Sin embargo, hace poco que cumpliste diecisiete años y actúas como si fueras más pequeño que Oliver. Te recomiendo que en tu primer día no llegues tarde a la oficina. O la instrucción habrá sido un camino de rosas en comparación al enfado del encargado, Fans, apodado “perro viejo“, amigo mío de promoción, y la ruta de vuelo que seguro te asignará de aquí en adelante. -¿Apostamos? -propuso a los presentes. -¿Tan seguro estás, Andrew? -Si gano… -se dirigió a Oliver-, te harás cargo de nuestro huerto durante algunos meses. Y si pierdo, nos cambiamos de cuarto. -Si no llegas a tiempo, saldrás con mi amiga Lauren… -¿La bizca? ¡De acuerdo! ¡Incluso la llevaré a bailar! -contestó a Sara- Pero si pierdes, me prepararás el desayuno por una temporada. -Quizás os podría acompañar a misa los domingos… -miró a James. -Quizás, pueda desprenderme de mi cazadora de piloto de Zeppelin… -repuso a su hijo mayor. -Por favor, Andrew, sólo ten cuidado. -¡Lo tendré, madre! -se despidió, de la mujer vestida y peinada elegante que observaba desde las escaleras. Andrew cogió la tartera que había encima de la mesa y dio un beso en la mejilla a Sara. Después de alborotar el pelo de Oliver, salía por la puerta de la casa. En la mañana soleada de domingo, del otoño del año 2090, Andrew se ajustó tranquilamente el gorro y colocó las gafas de cristal líquido, ante la magnificencia del Monte Cook. Viendo los datos del microordenador cuántico que gestionaba su equipo, anduvo la calle arbolada del barrio residencial. Saludó a los vecinos que limpiaban su propiedad de hojas secas o estaban ocupados en los invernaderos, hasta llegar al buzón del Ayuntamiento pintoresco. Cogió las cartas y las introdujo en su bolsa. El joven echó mano a las empuñaduras que sobresalían del generador a espaldas y desplegando los brazos articulados a la altura del pecho, activó el sistema de vuelo. De la mochila surgieron las alas robóticas, cuyas plumas sintéticas se extendieron al mismo tiempo que los puños de Andrew. Los alzó, a medida que flexionaba las rodillas, y al mover con fuerza las empuñaduras de los brazos articulados al generador, con un simple batir de alas, salía disparado al cielo. Andrew, a vista de pájaro, pudo ver los tejados coloridos de chimeneas humeantes, confluyendo en las plazas los edificios públicos sobre las plataformas, cimentadas en el precipicio. Los habitantes de Santuario transitaban las calles, puentes colgantes y pasarelas, hacia sus quehaceres. Bien para visitar a familiares o amigos. Citarse en las tabernas irlandesas o restaurantes temáticos, incluso comprar en los negocios que estaban abiertos. Otros, caminaban por el serpenteante sendero tallado en la roca que llevaba al mirador de las cataratas. Aunque la mayor parte de la población aquel día se congregaba en la parroquia, construida en la próxima cavidad. Andrew voló hasta los buzones de correos para recoger las cartas, devolviendo el saludo a la gente que utilizaba los ascensores hacia la plataforma del Centro Médico y Botánico. O los que esperaban en las paradas del transporte público de Zeppelines. No pudo evitar entretenerse en el la plaza del Centro Cultural. Pues había mercadillo, lleno de gente, y comprar una pieza de fruta en el puesto de sus vecinos. Realizó un vuelo rasante en la fragura de nanotecnología y robótica “Materalia”, donde el artesano anciano e hijo, construyeron las alas. También pasó por las aspas del molino de la panadería “James”, que regentaban sus tíos. Y por último, descendió al buzón junto a la sastrería “Fibras”, en la que confeccionaron su traje a medida. Poco después, Andrew gracias al plumaje artificial y el exoesqueleto, volaba como la rapaz tatuada en su espalda. Batiendo suavemente las alas, alcanzó una corriente de aire que le permitió planear el profundo desfiladero del río, hasta llegar al recodo con la planta eólica que proporcionaba electricidad al poblado. -¡Maldita sea, me entretuve demasiado! -murmuró, mirando el reloj digital- Si quiero llegar a tiempo a la otra cara de la montaña, no me queda más remedio que atravesarla. Andrew plegó las alas y cayó en picado en la boca de la cueva, escondida en la vegetación de la pared rocosa. Del reposacabezas se articuló automáticamente el casco de Grafeno reforzado y la visera de visión nocturna. -¡Música, por favor! -ordenó. Al momento, por medio del material superconductor escuchaba su canción favorita “This Light Between Us”. Andrew, no fue el más listo ni el más fuerte de su promoción, pero sí sobresalió como gimnasta en la dura instrucción. Y obtuvo muy buena puntuación en Valores Morales. Realizó acrobacias aéreas al tiempo que coordinaba los movimientos del cuerpo y las alas, en esquivar las estalagmitas y estalactitas de la gruta. Columnas calcáreas o sin fin de obstáculos naturales en penumbras, hasta que por fin vio la luz y alcanzó la salida. Andrew sobrevoló la torre de control entre Zeppelines gigantescos, atracados en el Primer puerto de montaña, dedicado exclusivamente al transporte de mercancía nacional e internacional. En aquel momento, los operarios cargaban de género las aeronaves que más tarde partirían al único aeropuerto del País, ubicado en la costa. Otros, descargaban las bodegas de carga en vehículos eléctricos, según los edificios del muelle. Andrew siguiendo las indicaciones por radio, descendió cerca de la Aduana, para aterrizar en la pista señalizada de los Repartidores, cuyas flotas de dirigibles de alta tecnología, eran más pequeños y veloces. Caminó apresurado, hasta llegar a puertas del grandioso reloj analógico de la Mensajería. Anduvo las oficinas sin hacer caso o prestar atención a los funcionarios en sus labores postales, hacia el patio de las instalaciones. Y ocupó el sitio que le correspondía en la formación de “emisarios”, por antigüedad, justo a tiempo. Al instante, todos se cuadraron ante la presencia de Fans, caminado con los brazos en la espalda, su mirada severa hizo temblar a más de uno. -Señores, hoy es el primer día para algunos “emisarios” ¡Salúdenlos! -Casi toda la formación se dio un golpe seco en el pecho, a modo de saludo militar- ¡Descansen! -gritó alto y claro a los presentes, que adoptaron la posición de descanso- Antes de asignar las rutas de vuelo a los nuevos y que el resto cumpla con las suyas, deben saber que hemos recibido correspondencia de una recóndita aldea Maorí, cerca del estrecho. La médica solicita medicinas y por supuesto, nos haremos cargo. Será un vuelo directo. De larga distancia, aderezado con tormentas. -Señor, me ofrezco voluntario -dijo alguien. -¡Muchacho, da un paso al frente! -el joven así lo hizo- ¿Cómo te llamas? -¡Andrew! ¡Señor! -Bien -le escudriñaba con la mirada-, entra en la oficina y una vez que dejes tus cartas en la recepción, te harás cargo del pedido.
Última edición por Blasero1; 10-Nov-2013 a las 12:15
Es una historia algo extraña, pero quería hablar del respeto a la naturaleza. Saludos!!!!
Me gustó mucho la ambientación. Tienes una manera de describir las cosas que uno hace que se lo imagine y eso es bueno en los relatos cortos. No crea que sea tan extraño lo que sucede es que parece un relato abierto, como si te dejara el sabor de que la historia puede continuar. Un abrazo
Este relato lo has descrito con mucho detalle, con una riqueza en matices que ayuda al lector a introducirse en su atmósfera. A lo principio me ha chocado que unas cartas (supongo que escritas a papel) sigan siendo utilizadas en el año 2101. En mi opinión en esa época la información a papel habrá pasado a la historia. Lo que sí me cuadra es que haga de repartidor, como Fray en la serie de Futurama. Bueno, quitando ese detalle el relato es bueno. Por último solo decirte que el final no está totalmente cerrado, así que presupongo que tendrás más ideas a desarrollar. ¿Tal vez una novela? ¡Saludos!
http://www.fantasiailustraciones.blogspot.com
Muchas gracias por la lectura y opinión. Escribir cartas a mano... con buena letra y sin faltas de ortografía, todo un arte que pasará al recuerdo. Me gustan los finales abiertos. Saludoooossss!!!!!!!
Muy bueno... no haré otro comentario al respecto
Twiter: @herreiere Mi blog:cerdovenusiano.wordpress.com Toda critica es constructiva, excepto la destructiva
Este texto, a primera vista, parece apretado, necesitaria aeracion con parrafos mas cortos. Por la mitad del texto, cuando el heroe empieza su vuelo, leo: "No pudo evitar entretenerse en el la plaza del Centro Cultural". En la frase siguiente leo "Pues había mercadillo, lleno de gente, y comprar una pieza de fruta en el puesto de sus vecinos". A mi, no me gustan esta frases sin verbo, o sin conjugacion del verbo. ¿Ha cambiado el castellano desde que lo aprendi? No entiendo lo que su punctuacion en "Valores Morales" importa para su vuelo subterraneo. Si quieres mencionarlo, aquino es el lugar, entre sus cualidades de gimnasta y sus acrobacias aeras. Quizas mientas estaba pensando en su retardo seria un mejor lugar para mencionarla. No tengo ningun problema con el estilo del autor ni con su universo (me recuerda el WINDHAVEN de Martin & Tuttle que lei hace unos meses). Pero despues de leer la ultima palabra, me quedo buscando el final del relato. ¿No hay ningun final? Lo que quiero decir es que, para mi, para que un texto de ficcion (largo o corto) sea interesante, debe de ser como busqueda o una escalada, y la escena final debe de dejar el lector con un sentimiento, cual que sea (terror, admiracion o broma). Llegue al final de este texto, pero no me dejo ningun sentimiento. Es como si fuera la primera parte del primer capitulo de una novela mas larga, o una escena extraida. Me quedo esperando una continuacion... que nunca vendra. ¿Es el primer episodio de un folletin? Para resumir el relato en una frase, es un muchacho que se va a su primer dia de empleo de mensagero volando como un pajaro gracias a un aparellaje futurista. ... ¿Y nada mas? ¡Nada mas!
La calidad literaria es innegable: buena ortografía, buena redacción y se nota que el autor tiene conocimientos de varios campos d ela ciencia y la tecnología; sin embargo, como bien menciona Billy, este relato no tiene final, lo cual se convierte en el peor de los pecados de escritor. Si escribimos sin saber a dónde llegar, terminaremos por crear una obra inconclusa, por eso siempre, antes de iniciar con un cuento, es indispensable conocer de antemano el final o al menos unos cuantos detalles de él.
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