El mundo íntimo es intransferible. Vivimos el día a día tan apurados, tan ocupados, tan distraídos. De pronto nos encontramos con alguien que “significa” tantas cosas para las que ni siquiera tenemos nombre, que nos “inspira” cosas que podríamos catalogar como divinas. O en el escenario de la vida somos testigos de un gran sufrimiento o lo padecemos. Entonces nuestra alma se revela y le gritamos a un Dios en el que no creemos tantas preguntas, tanta rabia, tantas dudas. Eso lo vivimos todos. También, desde luego, el poeta. Por eso a veces la poesía es “difícil”, parece impenetrable y nuestra razón busca el mensaje y no lo encuentra. Son intentos niños, intentos tímidos, intentos desesperados de ponerle nombre a lo innombrable, de poner palabras allí donde éstas no alcanzan. Palabras para lo grandioso, lo que no se ve, lo que no encontramos con facilidad en los libros y sin embargo es más real que los zapatos que nos aprietan o que los plazos de la hipoteca. Y si nos detenemos un poquito descubrimos que son las cosas que le dan sentido a nuestros actos, lo que nos mantiene en movimiento, lo que buscamos y anhelamos. Por eso hoy te propongo una poesía más “difícil”. Una aproximación al misterio de un sentimiento. A sensaciones que todos mal que bien alguna que otra vez vivimos sin saber siquiera que nombre tenga. SUSURROS… No soy mas que fantasmas cuando la luna te lleva. Descalza atravieso montañas de dudas difusas e ingrávidas respuestas. En el recuerdo de la esencia se dibujan nítidos sonrisas y juegos que imperturbables una y otra vez regresan. El frío de los glaciares se agolpa irreverente donde nace profundo el horizonte del misterio. Te llamo tímidamente y en el susurro herido de tu nombre me pierdo
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