EXTRACTO DEL LIBRO “PORQUÉ SOMOS COMO SOMOS”, de Eduard Punset

Karl Grammer, etólogo del Instituto de Biología Humana de la Universidad de Viena y experto en comunicación no verbal, dice que no es cierto que los seres humanos estemos hechos para estar pensando siempre en la reproducción, sino que estamos hechos para buscar siempre el sexo, que trae consigo la reproducción..
¿Cómo se produce esta búsqueda? Y, sobre todo, ¿en qué proporción la búsqueda de un compañero está relacionada con los antecedentes genéticos y en qué proporción responde a los hábitos o al entorno?
Los últimos estudios en el campo de la biología evolutiva parecen confirmar, en contra de la visión popular, el papel predominante de la mujer en la reproducción humana, y que son las mujeres las que inician el lance amoroso.

Un biólogo de la evolución, el escocés Robín Baker, fue el primero en detectar un tipo de comportamiento muy peculiar en los rituales amorosos del ser humano: en determinadas fases del enamoramiento las mujeres se lanzan a la búsqueda de genes. Es lo que él denomina gene shopping o compra de genes. Se realizó un estudio en una empresa en la que trabajaban 8.000 mujeres y se descubrió que el índice de relaciones sexuales fuera de la pareja, sobre todo en el periodo de mayor fertilidad de la mujer, era muy elevado. «Las mujeres salen a buscar genes para reproducirse y después ocurre que, en muchos casos, su pareja no es el padre de su hijo», nos explicó el profesor Grammer. «Sabemos que en Europa la seguridad en cuanto a la paternidad es de un 90 por ciento de media».

Por lo general cada sexo ejerce un papel determinado, los machos compiten entre sí para fecundar a las hembras, y éstas eligen aquellos que consideran que darán lugar a una descendencia mejor dotada.
El número limitado de ovocitos hace que las hembras deban elegir cuidadosamente de entre los machos aquel que les asegure la mejor progenie posible.

La evolución ha favorecido a la belleza como señal indicadora de los individuos con mejores genes y, así como los individuos más atractivos y fuertes tienen más y mejor descendencia, las que los eligen también transmiten sus preferencias a las siguientes generaciones. De esta manera se produce una coevolución de ciertos rasgos físicos y de las preferencias por ellos que, en última instancia, desemboca en una disminución de la variedad en la especie.

La obsesión humana por atraer al sexo opuesto es un fenómeno ancestral que se ha producido en todas las culturas con igual intensidad, por tanto, es improbable que podamos cambiar nuestro comportamiento sexual, ya que nuestros ritos de apareamiento apenas han variado y siguen las mismas pautas que muchos animales. La búsqueda de la belleza en el ser humano es tan arrolladora que incluso características culturales como la curiosidad por el conocimiento intelectual son, en su sentido final, un instrumento de seducción.

La obsesión por el aspecto físico no parece ser un rasgo específicamente humano. Es cierto que se manifiesta casi desde el momento de nacer, ya que un bebé permanecerá más tiempo mirando un rostro hermoso que otro feo. Esto también sucede durante el periodo escolar, los profesores tienden a dar mejores notas a los más guapos e, incluso, los delincuentes físicamente atractivos obtienen sentencias más leves. El atractivo domina la valoración en la mayoría de los casos. Lo sabemos, y hemos desarrollado y fomentado esta obsesión a través de los medios de comunicación.

En el proceso de seducción que precede indefectiblemente al apareamiento hay un elemento muy importante y que Karl Grammer conoce muy bien. Me refiero a la comunicación no verbal entre el macho y la hembra, a lo que expresamos con nuestro cuerpo.
«En la investigación sobre la belleza tradicionalmente nos hemos guiado por el estudio de objetos estáticos, como una pieza escultórica o un retrato. Pero ahora empezamos a fijarnos en material dinámico y nos damos cuenta de que la belleza tiene que ver con el movimiento. Hemos hallado que existe una clase de comunicación entre las personas que se produce a un nivel hasta cierto punto inconsciente. En nuestro cerebro hay unas neuronas llamadas «neuronas espejo» que se disparan al detectar un movimiento y que nos permiten descodificar cada gesto de otra persona e interpretar sus sentimientos e intenciones cada vez que los realiza».

Por ejemplo, la forma en que una mujer que se toca constantemente el cabello de determinada manera, con nerviosismo o lentamente, puede ser analizada por ordenador para determinar si se trata de una señal simulada u honesta. «Nuestros movimientos y nuestros gestos son generados por el cerebro. El sistema interno del cerebro determina el modo en que nos movemos. Pero, por otra parte, hemos desarrollado lo que llamamos autoengaño y hemos comprobado que no nos damos cuenta de que engañamos, que lo hacemos honestamente.».

¿Y cómo se comportan las mujeres en este ámbito? ¿Reaccionan cuando encuentran a un macho que busca su amor? ¿Reaccionarán engañando o de manera caótica? ¿Cómo se comportan?
«Sabemos que las hembras han de escoger activamente a sus parejas. Por tanto, ellas intentarán descubrir cuáles son las tendencias del macho. Porque la probabilidad de engaño es muy alta: cuando él sabe que ellas quieren algo de él es capaz de engañarlas. Por tanto, ella tiene que conducirse con extremada cautela y manipular al macho sin que éste se percate. Por otro lado, la hembra tratará, por medio de un comportamiento imprevisible, desconcertar al macho, llevarlo a un estado en que no sepa realmente lo que ocurre.
Y mientras tanto, el macho sin enterarse de la misa la mitad. «Los machos son muy primitivos en este sentido. Las hembras son mucho más listas a la hora de juzgar el comportamiento no verbal y descifrar las claves de los comportamientos de los machos para detectar si hay engaño, si las señales son "deshonestas"».

Hasta ahora todos creíamos que el amor —como la moral— era una de las manifestaciones más elevadas, más sublimes, y que sólo estaba relacionado con la educación y con el entorno y en absoluto con los genes. Sin embargo, y si atendemos a lo que hemos aprendido hasta ahora en este capítulo, comprendemos que la búsqueda inconsciente de pareja consiste básicamente en una secuencia de reacciones químicas.

En Redes quisimos conocer la opinión de los psicólogos a este respecto y mantuvimos una sugerente charla con Alejandra Vallejo-Nájera y Antoni Bolinches, ambos expertos psicólogos y divulgadores.
Para Antoni Bolinches, «Muchas veces las elecciones no son elecciones, sino limitaciones. De hecho tenemos un determinado ámbito de relaciones y dentro de ese ámbito y de acuerdo con una especie de autorregulación, de pacto tácito entre nuestras posibilidades y nuestras aspiraciones, se produce la elección».

Vallejo-Nájera nos habló de un estudio realizado en la década de 1990 por unos investigadores de la Universidad de Michigan que fue muy conocido en su época por el enorme despliegue de medios humanos y económicos. Cerca de 10.000 investigadores se repartieron por todo el globo terrestre en un intento por averiguar qué tipo de hombre y de mujer es el más buscado por el sexo opuesto.
Pues bien, el resultado fue enormemente decepcionante, porque no se llegó a ninguna conclusión que no se supiera de antemano, pero lo más curioso es que la respuesta fue idéntica en todos los países y todas las razas: que el hombre busca en la mujer juventud y belleza, es decir, todo lo que se asocia a la idea de fertilidad, mientras que las mujeres, al parecer, están más inclinadas a renunciar al aspecto físico de su elegido siempre y cuando éste sea un buen proveedor. Esto, que puede indignar a las feministas, está por lo visto ratificado estadísticamente. En una encuesta que realizó Bolinches para su libro El arte de enamorar se preguntó a mil mujeres sobre lo que consideraban más atractivo del sexo masculino y resultó que el valor más apreciado fue la inteligencia.

Es decir, que las mujeres buscan un hombre que, en palabras de Vallejo-Nájera, «de alguna manera garantice su sustento en el futuro. Y no sólo el suyo, también el de los hijos que están preparadas para traer al mundo. Sin embargo, cultural y socialmente, a la mujer en los países desarrollados se la prepara para que no necesite hombre como proveedor, para que sea autosuficiente, independiente. De ahí que en las sociedades desarrolladas y en determinados grupos de mujeres sean cada vez más comunes las inseminaciones artificiales, que permiten a las mujeres tener hijos renunciando expresamente a la colaboración de un hombre en su crianza, manutención y desarrollo».

Ha cambiado, por tanto, el patrón de la selección sexual. El hombre ha dejado de ser el cazador activo y ahora son las mujeres las que eligen, además de manera activa y visible.
En todo caso, lo que nos dicen estos estudios es que, al margen de la raza, cultura y nivel de desarrollo, existe un modelo de belleza planetario y que responde a un patrón universal. Nacer feo es, pues, realmente un castigo muy injusto y de grandes consecuencias porque la belleza, como nos decía Grammer, es también un indicativo de salud y por tanto de fertilidad.

El doctor Grammer ha dicho que son las mujeres quienes inician el lance amoroso, pero lo hacen con una inteligencia y una manipulación de la situación tal que al final parece que fueran los hombres quienes eligen.
Las mujeres siembran el camino de pistas y los hombres las siguen. Una técnica que existe desde tiempos inmemoriales y que está profundamente enraizada en el comportamiento humano. Pero ¿se puede aprender a amar? ¿Se puede inducir en la personas el sentimiento amoroso? ¿Nos influye nuestro entorno, nuestra historia familiar a la hora de buscar pareja?

«Me da la sensación», nos contó Vallejo-Nájera, «de que el comportamiento de nuestros padres, cómo se quieren entre sí, cómo aman a sus hijos, constituye nuestra más importante escuela de amor, de ahí que a la hora de seleccionar pareja casi todos nosotros tendemos a buscar en la persona elegida aquello que nos resulta cercano, aquello que hemos conocido en nuestra casa. De alguna manera, a no ser que la relación con nuestros padres haya sido muy traumática y muy conflictiva, generalmente los rasgos que definen a la persona elegida coinciden en bastantes aspectos con nuestros progenitores».

Vallejo-Nájera: «La genética desempeña su papel, pero una vez que se ha elegido pareja y aunque hay un factor de suerte muy importante, también hay una disposición de ánimo, hay que tener ganas de que salga bien, porque la ilusión permite que los pronósticos de futuro sean mucho mejores y además creo que todos nosotros cuando nos enamoramos buscamos en realidad relaciones largas. En la ruptura del cariño siempre hay una enorme decepción, y estamos hablando de emociones. Y aun quien consigue rehacer su vida con una segunda pareja estable, casi siempre hubiera preferido que ésta, la segunda, fuese la primera, de manera que el equipaje emocional es tremendamente importante al hablar de amor».

Los estudios que ha realizado Víctor Johnston arrojan algunas conclusiones científicas que vienen a confirmar cosas que, de alguna manera, todos intuíamos: básicamente que los guapos parten con ventaja. Parece ser que ser guapo resulta rentable en todos los aspectos de la vida.
Hay estudios que han demostrado cómo la belleza facilita la búsqueda de trabajo o la toma de decisiones. Además, da la impresión de que la gente guapa sea más inteligente, domina más. Esto es extraño, pero es la percepción en nuestra sociedad. Parece que nos rendimos ante la gente guapa, les abrimos las puertas, somos más benévolos con ellos. Hasta les perdonamos los errores con mayor facilidad..

Por otro lado, la estatura es una de las características masculinas más atractivas para el sexo femenino. Es revelador que tan sólo el 0,3 por ciento de las mujeres se casen con hombres más bajos que ellas.
Lo normal dentro de un determinado grupo social es que el color preferido, el considerado más atractivo, sea uno más pálido que el color dominante. La causa hay que buscarla en la asociación que se produce entre el color oscuro y la vejez, por tanto, un color más pálido nos habla de alguien más joven.

¿Qué sucederá entonces en el futuro? La moda y la cosmética han cambiado o enmascarado históricamente estas señales producidas por la liberación hormonal. En la actualidad la cirugía estética se añade, de manera masiva, a estas transformaciones. ¿Se está precipitando un cambio en nuestra manera de relacionarnos? ¿Son compatibles estos cambios con los mandatos biológicos? Históricamente, en todas las culturas, la gente ha intentado cambiar su apariencia para parecer más atractivos, de manera que no es nada nuevo; lo que pasa es que ahora lo hacemos mejor. Podemos manipular las caras y los cuerpos mucho más de lo que se podía anteriormente, pero no deja de ser parte de un viejo patrón que los humanos llevan siguiendo desde que existe la historia.