La competición está muy presente en todas las formas vida, y no se entendería que en ámbitos humanos eso vaya a ser distinto.

Se compite por todo (aunque en la mayoría de los casos ni nos damos cuenta). Empieza la competición con los espermatozoides que mueren masivamente para fecundar un óvulo.
Se compite en el ámbito familiar (porque dime si has visto en tu vida una familia cohesionada en la que no se produzca ningún tipo de discriminación o preferencia). Se compite en el colegio, en la universidad, en el trabajo, y hasta en sectores aparentemente lúdicos (como los deportes). Lo cierto es que tanto la selección natural como la evolución, son en sí mismas la máxima expresión de la competición (sin tregua y sin consideraciones morales de ningún tipo).

En el fondo pienso que en las sociedades humanas, la competición y la distorsión de la realidad es incluso mayor que en una selva (porque socialmente estamos funcionando bajo el influjo de unos engranajes globales interconectados que van mucho más allá de competir meramente por comida, pareja, y un cierto status).

La gente, por ejemplo, suele dejarse llevar por las tendencias (por lo que dicen los demás).
Actualmente, Angelina Jolie es la actriz más deseada físicamente del planeta. Pero eso no es porque objetivamente sea guapa, sino porque masivamente se dice que es guapa. Si alguien socialmente es deseado, parece que te contagias. Pero metes a Angelina Jolie de cajera en un supermercado, sin maquillajes ni atuendos cinematográficos, y apenas nadie va fijarse en ella.

Esta reflexión de “contagio social”, llevada a la pareja da un asombroso resultado;
Si tus amistades y conocidos permanentemente te dicen lo guapa que es tu pareja, la suerte que has tenido de encontrarla (y muestran cierto deseo, e incluso envidia), pues eso va a consolidar la relación por una especie de sentimiento de orgullo y satisfacción por el beneplácito social que espolea la idea que “tienes una pareja que muchos querrían”.

Si por el contrario (y aunque te guste mucho tu pareja), familiares, amigos y conocidos te están insistentemente diciendo que puedes aspirar a mucho más, que no entienden tu elección (y que deberías reconsiderar tu postura), eso va erosionando y dinamitando la relación.
¿Eso es bueno o malo? ¿Útil o inútil? ¿Desequilibra o busca equilibrios?
Pues ni idea. Pero es como generalmente se funciona.

Porque, y a pesar de adoptar la postura del “a mi no me importa ni me afecta absolutamente nada de lo que digan”, eso es imposible. Porque lo que somos, es precisamente el resultado de la suma de interacciones que hemos protagonizado con nuestros semejantes.

Es decir; Nos hemos forjado a base de las reacciones que hemos tenido (y tenemos), con los demás hacia nosotros; lo que dicen, lo que dejan de decir, lo que hacen, lo que nos hacen, lo que no nos hacen, etc).

La competición en última instancia sería meramente la preparación necesaria (teniendo en cuenta las reglas y roles de la sociedad en la que habitas y lo que te han inculcado), para resultar ser elegido en lugar de otro (Es decir; demostrar ser útil para alguien o algo).
Y todos queremos en el fondo no ser completamente prescindibles para los demás.