Capítulo 2

Barón había pedido a Sixx que dejara la guitarra y le acompañara hasta la bodega de carga.

Una vez allí, el líder giró la rueda de una estrecha y alta compuerta en una esquina de la gran bodega. La abrió del todo con un tirón y se hizo a un lado. En el interior solo había oscuridad.

—Adentro, —lo alentó Barón con la mano.

Sixx entró a ciegas, tanteando el espacio con las manos. Avanzó unos pasos antes de mirar atrás. Vio a contraluz la figura del roquero, quien entró y cerró la compuerta tras él. Ambos quedaron en completa oscuridad.

—¿Por qué no hay luz aquí? —Sixx estaba habituado a ver indicadores luminosos por toda la nave. Los escalones tenían luces rojas circulares o cuadradas. Los corredores tenían líneas luminosas verdes, rojas o blancas en todas las paredes y por toda su longitud. Incluso en las oscuras salas de la cubierta de energía había siempre algún panel luminoso o control parpadeante.

—Aquí no puede haber luz. Toma.

Sixx sintió un toque sobre el hombro. Se llevó la mano ahí y sintió un objeto sólido. Lo cogió con ambas manos. Era un visor con una banda elástica. Se pasó la banda por la cabeza y se centró las gafas sobre el puente de la nariz. Todo seguía en la más completa negrura.

—Como ves, estas gafas traducen en luz ciertas emisiones psicocinéticas.

—Pues yo no veo nada. —Sixx giró la cabeza a su alrededor.

—Se encienden con un botón a la derecha.

Sixx tanteó el visor, encontró algo y lo pulsó.

La estancia apareció ante él como si estuviera en el fondo de una pisicina a la luz de la luna. Todo a su alrededor era de un azul oscuro turbio y acuoso. Las líneas rectas de las paredes, de los contenedores y de los estantes ondulaban y se mecían lentamente, distorsionando sus formas y colores. El cuarto era estrecho, mucho menor que el almacén donde él dormía. Parecía más bien un ancho pasillo donde habían dejado cajas y trastos. A unos cinco pasos había otra compuerta frente a la primera.

Miró hacia Barón fascinado por el efecto óptico. El roquero tenía puesto otro visor. Estaba de pie ante la puerta, cerca de una pared de donde colgaban otros cuatro visores de unos soportes. La figura del roquero también era incierta, como todo lo demás, pero era de un tono azul más claro, más intenso. Sixx se miró entonces las manos y el cuerpo. Su tono era casi el mismo que el de todas las cosas a su alrededor. Un poco más claro, sí, pero nada comparado con el del roquero.

—¿Por qué brillas tú más que yo? —preguntó Sixx.

—El color solo indica energía en una escala de frecuencia. Yo emito más energía que tú en esta frecuencia particular. Si me vieras con un visor sensible a la frecuencia infrarroja, tú brillarías más que yo.

Barón caminó hacia la otra compuerta. Colocó ambas manos en la rueda y se giró hacia Sixx.

—Lo que hay detrás de esta puerta puede que te asuste, pero tú tranqui. No puede hacerte daño ahí dentro.

Giró la rueda y tiró de la compuerta, pero se detuvo antes de abrirla del todo, diciendo. —Al menos en teoría.

Terminó de abrirla y se hizo a un lado, como la primera vez.

—Pasa y echa un vistazo. Yo te espero aquí.

Sixx avanzó un par de pasos y miró el interior desde una buena distancia. La otra sala era más pequeña, cuadrada, y parecía oscura y vacía, salvo por una gran esfera de intenso azul encima un turbio pedestal.

—¿Y no entras tú conmigo?

—Es mejor entrar solo la primera vez.

Sixx avanzó hasta quedar junto a Barón y se asomó en el umbral. La forma de azul intenso, casi blanco, no era una esfera en realidad, solo ocupaba un contenedor transparente con esa forma. Vio que aquella cosa tampoco tenía forma, que era como una bruma, algo que flotaba como el humo a la luz de un foco.

—Pasa dentro. Tengo que cerrar la compuerta. Cuando quieras salir, da unos golpes y te abriré.

Sixx dudó un instante antes de entrar. La esfera estaba en el centro de la sala, a unos diez pasos de él. Sixx se giró hacia Barón.

—Puedes cerrar, —le dijo.

La compuerta selló la estancia con un golpe. La rueda chirrió al otro lado. Todo quedó en completa oscuridad. Sixx se giró hacia el centro de la sala.

Aquella cosa había escapado del contenedor y estaba ante él, un viscoso humo ovalado de un color celeste intenso. Sixx dio un paso atrás y notó la compuerta a su espalda.

El óvalo le escrutaba con un abismo negro, un gran ojo formado de incontables y tintilantes espirales diminutas, como lejanas galaxias. El óvalo empezó a oscurecerse, a pasar a un intenso tono negro, pero diferente a la negrura de la sala. Era un negro rojizo, un color intenso, aunque muerto. Sixx empezó a sentir algo emanando del óvalo. Las galaxias en el abismo enrojecían de odio, de furia.

Y sin aviso previo, del óvalo se abrió una franja vertical de profunda oscuridad donde un universo agonizante estallaba lanzando hacia Sixx un billón de espinosas agujas y el agudo alarido preternatural de un billón de consciencias.

Un excruciante dolor dominó todo su ser y él se sintió desfallecer. Pero no era un dolor físico, sino la agonía de la pérdida, la aflicción de la insoportable nostalgia por un anhelo de existir, sumada al odio por lo existente. Era una fantasmal tristeza que le ordenaba a su vigor abandonar toda esperanza, todo afán siquiera por respirar.

Sixx sintió la llamada a la Muerte.

* * *

—Los llamamos Obscuros. —Obús dió un largo trago de la garrafa de etanol, la misma que usaban también como disolvente en el taller de electrónica.

Los cuatro se habían reunido en la cocina para la comida del día. Sixx no podía entender cómo podía el trío sobrevivir a base de etanol puro e inyecciones de extraños fluidos destilados en vez de comer algo sólido como carne o un simple puré de verduras.

Pero había muchas otras cosas que no entendía, así que los hábitos alimentarios de la tripulación de la Statuskúo no tenían un lugar especial en su enciclopedia del misterio.

Esos Obscuros eran una nueva entrada en el volumen.

—Pero el término técnico es energía oscura o algo así. —concluyó Obús dejando la garrafa con un golpe en la mesa.

Jedningarna vertía un fluido espeso y verde desde una lata hasta unos tubos de jeringa graduados. —El universo está lleno de esa energía. Está entre las galaxias y, en menor medida, dentro de ellas.

Barón tomó una de las jeringas llenas y se pinchó un muslo con ella. —Es una energía con consciencia. Interactúa con todo lo que emite y recibe energía psicocinética. Aunque hay mucha, el universo es muy grande, por eso es muy difícil encontrarla. Pero vaga por el espacio y, a veces, se topa con un planeta con víctimas de las que alimentarse.

Obús tomó también una jeringa y examinó su contenido al trasluz de un foco del techo. —Cuando una colonia detecta una plaga de Obscuros, envía una Alerta Omega.

—Y ahí entramos nosotros. —Barón dejó la jeringa vacía sobre la mesa y miró a Sixx. —Y tú, claro.

Jedningarna se inyectó un tubo de fluido verde en el brazo. —Los Obscuros siempre atacan las colonias controlando a la población. Convierten sus hogares en casas encantadas, crean fenómenos paranormales y vampirizan la energía psicocinética de las personas.

Sixx lo absorvía todo con interés. —Ahí dentro, con ese Obscuro, sentí la Muerte.

Barón lo explicó. —Nosotros pensamos que los Obscuros son los fantasmas de lo que estuvo vivo en el universo anterior a este. Como un ciclo natural. La energía que quede de nosotros formará los futuros Obscuros del universo siguiente y así sucesivamente.

—Por eso controlan tan bien lo sobrenatural, —intervino Obús. —Es su elemento.

Jedningarna habló: —Crean lo que nosotros llamamos Ciudad Isla. Un espacio donde la comida psicocinética cree estar aislada y encerrada. Es como una especie de despensa donde cebarse.

Barón se levantó de mesa. —Practica con Jedni en la sala de armas el resto del día. —se giró hacia ella. —Que aprenda ya la puesta en escena y el tema de apertura. Solo tiene dos días.

Jedningarna asintió. —Sip, cuanto antes, mejor.

* * *

En la Statuskúo había una sala que el trío llamaba El Camerino. Era un estrecho cuartucho detrás de la sala de máquinaria. El Camerino tenía tres espejos con marco de luces, tres asientos y un mostrador con cajones llenos de peines, laca y utensilios varios. Sixx estaba ahora sentado ante un espejo mientras Jedningarna estaba de pie tras él y le cardaba y cepillaba el cabello.

Tras pocos minutos, alzó las manos y le miró en el espejo. —No hay mucho más que hacer aquí. No tienes mucha melena.

—¿De qué sirve lo que hacéis en esta sala?

—Aquí nos arreglamos, chaval. La puesta en escena es fundamental para el ataque colectivo. Actuando como una banda podemos alcanzar un elevado nivel psicocinético.

—¿Por eso os vestís igual y siempre lleváis pintura en la cara?

Jedningarna frunció el ceño y se miró en el espejo, moviendo la cara de un lado a otro: —¿Dónde, qué pintura?

Sixx comprendió entonces algo de lo más insospechado: —Nada, es que pensé que... Um, ¿cómo es el tema de apertura?

—El tema de apertura es vital para romper lo que llamamos La Barrera: la psicometría ambiental que aísla Ciudad Isla e impide que nada; y con nada me refiero a la comida, entre y salga del núcleo atacado.

—¿Y es muy difIcil de tocar?

—Nah. Lo complicado es invocar una tormenta del millón de psicoergios necesario para anularla. Por eso te necesitamos motivado a tope.

—¿Y qué sacamos nosotros con esto? ¿Nos pagan después de hacer el trabajo?

—El premio es la propia energía oscura. No tienes ni idea de la cantidad de energía oscura que se puede cosechar en Ciudad Isla. Sería imposible conseguirla de otro modo. Todo lo que ves funciona con ella.

—¿Todo en la nave?

—Desde el impulsor hasta las piezas de armamento. En el psiconúcleo de cada guitarra hay vinculado un Obscuro.

Sixx estaba cada vez más interesado en toda esa historia de los Obscuros. En la nave colonia nunca había oído a nadie hablar de psicoergios, de energías fantasmales ni de Ciudad Isla.

—Venga, —se levantó del asiento—. Quiero oír ese tema de apertura que habéis creado.

[Fin cap.2]