"El Plan"
Adaptación de "The Baum Plan..." de John Kessel.

Publicado Bajo Licencia CC-BY-SA-3.0
Traducción/Adaptación Casera: Sirius
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PARTE I

Cuando la recogí en el "Para y Compra" de la Ruta 28, Dot llevaba una minifalda negra y zapatillas rojas como las que había cogido del montón de gangas la noche que irrumpimos en el "Sears" de Hendersonville cinco años atrás. No pude evitar mirar la curva de su cadera cuando se deslizó en el asiento delantero de mi viejo T-Bird. Se inclinó y me besó: carmín rojo brillante y aliento olor a cigarros.

-"Como en los viejos tiempos.", dijo ella.

Lo de ir al "Sears" había sido idea mía pero después de entrar en la tienda todas las otras ideas habían sido de Dot. Incluyendo el juego sobre la cama en la sección de muebles y a mí dando las campanadas al vigilante nocturno con la linterna de aluminio anodizado que cogí de "Ferretería", enviándolo al hospital con una contusión y a mí a la Central con tres años de condena.
Cuando la poli apareció, Dot estaba ya en paradero desconocido. No me importó. Un hombre debe tomar responsabilidad por sus propias acciones, al menos eso es lo que me dijeron en las sesiones de terapia de grupo que la prisión ofrecía los Jueves por la noche.

Pero nunca conocí a una mujer que pudiera hacerme hacer las cosas que Dot podía hacerme hacer.

Uno de los tipos de aquellas sesiones era Radiactivo Roy Dunbar, que tenía la teoría de que todos viviamos dentro de un ordenador y que nada era real.

-"Bueno, si esto no es real," le dije, "no sé lo que es real.".

La suavidad de los pechos de Dot o el olor a mierda del cagadero de la Texaco de la autopista 28, ¿cómo puede haber algo más real que eso?.

Radiactivo Roy y las personas como él sólo buscan una puerta de salida. Es como yo lo entiendo. Todo el mundo sueña con una puerta de salida a veces.

Puse el coche en marcha y salimos de la gasolinera hacia la autopista. El cielo era rojo sobre el "Cerro Azul" , el aire soplaba en la ventanas, humeante con las cenizas de los incendios forestales que ardían cien millas al noroeste.

-"¿Se te ha comido la lengua el gato, querido?" dijo Dot.

Empujé el cassette en la radio y Willie Nelson siguió cantando "Hello Walls."

-"¿A dónde vamos, Dot?"

-"Apunta esta cosa al Oeste unos 20 minutos más o menos. Cuando veas una señal que dice Potters Glen, gira a la derecha hacia la siguiente carretera de tierra."

Dot sacó un paquete de Kools de su bolso, se puso uno en los labios y hundió el mechero del coche de un golpe.

-"No funciona," dije.

Rebuscó en su bolso unos treinta segundos, luego cerró la cremallera.

-"Mierda," dijo. "¿Tienes una cerilla, Sid?"

Por el rabillo del ojo yo observaba el cigarrillo danzar arriba y abajo mientras ella hablaba.

-"Lo siento, cariño, no."

Tomó el cigarrillo de su boca, lo miró durante un rato y luego lo envió volando por su ventanilla abierta.

Hola ventana. En realidad, yo tenía una caja de cerillas de Ohio Blue en la guantera pero no quería que Dot fumara porque eso iba matarla algún día. Mi madre fumaba y recuerdo su tos húmeda y la piel estirada sobre sus mejillas, tendida en el dormitorio escaleras arriba de la casa grande de Lynchburg chupando un Winston. Siempre que mi viejo entraba para recoger la comida sin tocar y le preguntaba si podía fumar uno madre le sonreía, ojos grandes; y sacaba dos clavos de ataúd del paquete rojo y blanco con sus dedos manchados de nicotina.

Una vez tras otra yo veía ésto suceder. Seguía a mi padre abajo hacia la cocina. Cuando se doblaba para poner la bandeja sobre la encimera, yo le robaba los cigarrillos del bolsillo de su camisa y los destrozaba en pedazos sobre el plato de peras y queso casero. Yo le miraba, osándole a que se enfadara. Tras pocos segundos, él se limitaba a pasar por mi lado hacia el salón y encender la TV.

Esa es la historia de mi vida: yo tratando de salvaros a todos y todos vosotros ignorándome.

El otro lado de Almond era todo montañas. La carretera se retorcía, las luces iluminaban las copas de los árboles de la ladera de la colina. Seguía conduciendo sobre la doble línea amarilla mientras entraba y salía de cada curva, pero la carretera estaba desierta. Ocasionalmente pasábamos alguna casa ruinosa con una gastada camioneta aparcada en frente y un tanque oxidado de propano en el patio exterior.

La señal de Potters Glen surgió de la oscuridad y giramos hacia una pista rodada de gravilla que era incluso más retorcida que la pavimentada. La pista tenía badenes, la suspensión se castigaba y mi tubo de escape oxidado se arrañaba más de una vez cuando bajábamos en cada salto. Si el plan de Dot era espiar a alguien no iba a funcionar. Pero ella me había asegurado que la casa del cerro estaba vacía y que sabía donde se escondía el dinero.

A veces, las ramas de un árbol arañaban el parabrisas o el espejo lateral. El bosque aquí era seco como la yesca tras la sequía del verano, la peor de la historia; y en mi retrovisor podía ver el polvo que levantábanos en las luces traseras. Llevábanmos diez minutos en esta carretera cuando Dot dijo:

-"Vale, para ahora."

La nube de polvo que nos estaba siguiendo nos alcanzó y ondeó suavemente en los focos frontales.

-"Apaga las luces," dijo Dot.

En el silencio y oscuridad que vino, el lamento de las cigarras se acercaba. Dot rebuscò en su bolso y cuando abrió la puerta del coche para salir, a la luz del techo pude ver que tenía un mapa escrito en la hoja de un cuaderno. Abrí el maletero y saqué una pata de cabra y un par de alicates. Cuando llegué a su lado, ella estaba alumbrando el mapa con una linterna.

-"No habrá más de medio kilómetro siguiendo este camino," dijo ella.

-"¿Porqué simplemente no conducimos hasta allí?"

-"Alguien podría oirnos."

-"Pero dijiste que el lugar estaba desierto."

-"Lo está. Pero no tiene sentido correr riesgos."

Yo me reí. ¿Dot sin correr riesgos? Eso era gracioso. Ella no pensaba lo mismo y me dió un puñetazo en el brazo.

- "Para," dijo ella, pero luego soltó una risita.

Balanceé el brazo que sujetaba las herramientas alrededor de su cintura y la besé. Ella me empujó, pero no bruscamente.

-"Vamos," dijo ella.

Caminamos por el camino de tierra. Cuando Dot apagó la linterna, sólo quedó la tenue luna a través de los árboles pero después de que se acostumbraran nuestros ojos era más que suficiente. El bosque oscuro nos envolvía.

Andar por el bosque de noche siempre me hace sentir como si estuviera en una peli de horror de adolescentes. Esperaba que un tipo con una máscara de hockey llegara aullando de entre los árboles para cortarnos en tiras con uñas como cuchillas.

Dot había oído sobre esta cabaña de verano que pertenecía a los ricos para los que ella había trabajado en Charlotte. Era de los Broyhills o parientes de los Broyhills, dinero antiguo para el negocio de muebles. O quizá eran para Dukes y tabaco. De todos modos, no usaban esta casa salvo un mes o así al año. Algún cuidador venía con la misma frecuencia pero no vivía en el edificio. Dot escuchó a la hija decirle a una amiga que la familia guardaba diez mil dólares en billetes allí arriba en caso de que algún disturbio les obligara a salir de la ciudad por algún tiempo.

De modo que simplemente allanaríamos y cogeríamos el dinero. Ese era el plan. A mí me parecía un poco ridículo: yo había crecido con dinero. Mi viejo fue dueño de una tienda de coches antes de arruinarse. Dejar montones de billetes en una casa de verano no me parecía un comportamiento habitual de la gente rica. Pero Dot podía ser muy convincente incluso cuando no era convincente y mi padre afirmaba que yo nunca había tenido una pizca de sentido común de todos modos. Nos llevó veinte minutos subir al claro y allí estaba la casa. Era mayor de lo que imaginaba. Rústica, chimenea de piedra y camino de entrada, paredes con vigas y adornos en madera. La luz de luna relucía en las ventanas de los tres dormitorios que daban al frente pero todas las ventanas escaleras abajo estaban tapadas.

Puse la pata de cabra en una de los marcos de las ventanas cubiertas y, tras algo de lucha, cedió. La ventana estaba barrada por dentro pero golpeamos uno de los paneles y la abrimos. Impulsé a Dot a través de la ventana y la seguí.

Dot usó la linterna para encontrar el interruptor de la luz. El mobiliario era grande y pesado: una enorne mesa de roble para el café, que tuvimos que mover para levantar la alfombra y ver si había una caja fuerte debajo, debía de pesar unos noventa kilos. Descolgamos todos los cuadros de las paredes. Uno de ellos era una pintura en madera de Maria y Jesús pero, en vez de Jesús, la mujer sostenía un pez; al fondo del cuadro, fuera de una ventana, una nube funeraria se izaba sobre un camino de tierra. El cuadro me daba escalofríos. Tras él no había nada salvo muro empastado.

Escuché el tintineo del cristal tras de mí. Dot estaba sacando botellas del armario del licor para ver si había un compartimento oculto tras él.

Fuí hacia allí, tomé un vaso y me serví dos dedos de Glenfiddich. Me senté en un sillón de cuero y me lo bebí, observando a Dot hacer el registro. Ella empezó a ponerse frenética. Cuando pasó por la silla la cogí por la cintura y la senté en mi regazo.

-"¡ey! ¡Suéltame!" graznó.

-"Vamos a probar en el dormitorio," dije.

Saltó de mi regazo.

-"Buena idea." y salió de la habitación.

Esto estaba volviéndose una odisea típica de Dot, mucho tocar pero nada de cosquillas. Dejé mi vaso y la seguí.

La encontré en el dormitorio rebuscando en un baúl de cajones, tirando ropa sobre la cama. Abrí el vestidor. Dentro colgaban un montón de chaquetas y camisas de franela y pantalones vaqueros, con un par de botas de monta y algunas sandalias alineadas pulcramente en el suelo. Retiré las ropas colgadas a un lado y, allí, en el fondo trasero, había una puerta.

- "Dot, trae esa linterna aquí."

Ella llegó e iluminó dentro del armario. Recorrí el borde de la puerta con la mano. Tenía un metro de altura, fundida con el muro, el mismo color blanquecino pero fria al tacto, hecha de metal. Sin goznes visibles y sin cerradura, sólo una maneta como una polea.

-"Eso no es una caja fuerte," dijo Dot.

-"No me digas, Sherlock."

Ella hincó el hombro para pasar delante mía, se agachó y giró la maneta. La puerta se abrió hacia la oscuridad. Ella enfocó la linterna delante suya; yo no podía ver con ella delante.

-"Jesus Cristo Todo Poderoso," dijo ella.


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CONTINUARÁ...