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    21-August-2017
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    Post Respuesta: Cory Doctorow Craphound: Cazador de Trastos

    Craphound: Cazador de Trastos (3/4)
    por Cory Doctorow
    Bajo licencia de Creative Commons, Thank you, Mr. Doctorow.
    (Craphound)
    Traducción Casera: Sirius
    (Homemade Translation)
    ************************************
    Alguna gente dijo que deberíamos haber echado a Craphound y a los de su especie fuera del Sistema Solar. Decían que no era justo que los alienígenas nos mantuvieran en la oscuridad respecto a sus tecnologías. Decían que deberíamos haber capturado una de sus naves, haberla descifrado mediante ingeniería inversa, construído la nuestra y haberles dado una patada en el culo.

    ¡Qué gente!.

    Primero de todo, nadie con ADN humano podría sobrevivir a un viaje en una de esas naves. Son una parte corporal de la gente de Craphound, tal y como yo lo entiendo, y nosotros no tenemos las partes adecuadas.
    Segundo, ellos sí compartieron su tecnología con nosotros, solo que no iban a regalarla. Comercio justo en cualquier era.

    No era que el espacio estuviera fuera de alcance para nosotros, cualquiera de nosotros podía visitar su mundo de origen tan pronto como averiguáramos cómo, sino que ellos no iban a llevarnos de la mano por el camino.
    * * * * *
    Pasé la semana acechando la Secret Boutique, conocida como La BuenaVoluntad Tal-Cual Centro en Jarvis. Está todo allí de entre las ventas de trastero y, a veces, hay buenos hallazgos. Parte de mi teoría del karma de las ventas de trasteros es que si pierdo un día en las tiendas de saldos, será el día que saquen el gran premio. Así que paso por los almacenes diligentemente y aparezco con trastitos. Había ofendido a los hados, lo sabía, y no anotaría otro tanto hasta que los aplacara. Era un trabajo solitario, aún con todo, echaba de menos el buen ojo y el deleite obsesivo de Craphound.

    Me encontraba en la caja registradora con unos pocos objetos del BuenaVoluntad cuando, detrás mío, un tipo de traje me dió unos toques en el hombro

    -Perdón por molestarle, dijo.

    Su traje parecía caro, como su manicura, su corte de pelo y sus gafas de montura de fibra

    -Me preguntaba dónde ha encontrado usted eso. Señaló al ukelele forrado con piel de rinoceronte que tenía un sombrero de cowboy grabado a fuego en el cuerpo. Yo lo había cogido con una pequeña emoción culpable, pensando que Craphound podría comprarlo en la próxima subasta.

    -Segundo piso, en la sección de juguetes.

    -No había nada parecido allí, ¿verdad?.

    -Me temo que no, dije; el cajero lo cogió y empezó a envolverlo con papel de periódico.

    -Ah, dijo; parecía un chiquillo al que le acababan de decir que no podía tener un perrito.

    -Supongo que no querría usted venderlo, ¿verdad?.

    Sostuve en alto una mano y esperé mientras el cajero metía en bolsas el resto de mis cosas, algunas novelas viejas forradas en tela que pensé que podía vender en una tienda de libros usados y un hebilla de cinturón de Grease con Olivia Newton John en ella. Le conduje fuera de la puerta por el codo de su caro traje.

    -¿Cuánto?, dije, yo había pagado un dólar.

    -¿Diez pavos?.

    Casi dije, ¡Vendido!, pero me contuve.

    -Veinte.

    -¿Veinte dólares?

    -Eso es lo que cobrarían en una boutique de la calle Queen.

    Sacó una fina cartera de piel y extrajo uno de veinte. Le tendí el uke.
    Su rostro se iluminó como una bombilla.
    * * * * *
    No es que mi vida de adulto fuese particularmente infeliz. Así como no es que mi infancia fuese particularmente feliz.

    Hay memorias que tengo, sin embargo, que son como un vaso de agua helada. La casa de mi abuelo cerca de Milton, una granja victoriana donde el gato bebía leche en un bol de cristal; y donde nos sentábamos en torno a una dura mesa de pino tan grande como mi apartamento entero; y donde mi sala de juegos era un granero lleno de heno con basura de granja y cuerdas de Tarzán.

    Estaba, Fyodor, el amigo de mi abuelo y pasábamos cada tarde en su patio de atrás, él y el abuelo charlando y fumando mientras yo campaba en el ocaso, escalaba montañas de chatarra de auto. Las cajas de guantes contenían tesoros; fotos arrugadas de chicos del colegio asaltando frente a los letreros, mapas de carretera de lugares distantes. Encontré una vez una guía del World Fair de Nueva York de 1964 y una barra de labios como una bala de cromo y un par de guantes de señorita de cuero blanco.

    Fyodor negociaba con trastos también y una vez tuvo la mitad de un carrusel de carnaval, unos cuantos caballos y parte del palio con la pintura grumosa y salientes mellados de bordes afilados; cerca de él, un tanque coreano sin la torreta y los escalones y dentro del tanque había antiguas chicas Pinup y una agenda de rotación y un tosco Kilroy. La sala de control en la mitad del carrusel tenía una pila de folletos de novelas de ci-fi, Ases Dobles: que eran libros unidos por la parte de atrás y que, cuando se terminaba el primero, se giraba y se leía el otro. Fyodor me dejó quedármelos y había un ticket de empeño en uno de ellos de Macon, George, para recoger un transistor de radio.

    Mis padres comenzaron a dejarme en paz a los catorce años y no podía dejar de husmear en sus habitaciónes y fisgonear. El joyero de mamá tenía libros de cerillas de su luna de miel en Acapulco, impresas con palmeras mal hechas. Mi papá guardaba una vieja foto, en su cajón de los calcetines, de él mismo en la Playa Músculo, sin camisa, flexionando los bíceps.

    Mi abuela guardaba cada trasto de la vida de mi madre en su sótano, en baúles polvorientos del ejército. Yo me divertía sacándolos y metiéndolos: sus orejas de ratón del gran viaje familiar en tren a Disneylandia, sus discos, el letrero de pasta con brillantina de su Dulce Dieciseis. Había animales de peluche muy masticados y libros de ejercicios del colegio en los que ella practicaba variaciones de su firma página tras página.

    Todo contaba una historia. El Kilroy a lápiz del tanque me hacía ver a uno de esos soldados canadienses en Corea, sin afeitar como un extra de la serie M*A*S*H, sentado de aburrimiento hora tras hora, mirando las chicas PinUp, haciendo travesuras con una ballesta, finalmente dejándola en el suelo y bocetando rápidamente su Kilroy, antes que alguien lo viera.

    La foto de papá posando me envió en un torbellino a través del tiempo hasta la Playa Müsculo de Toronto, en el borde este, y escuchando las pequeñas radios AM que emitían rock extraño psicodélico mientras los adolescentes se lanzaban sobre sus Mustangs y sobre las bronceadas chicas en bikinis que transformaban sus tetas en torpedos.

    Todo hacía poemas. Las viejas novelas de pulpa y el ticket de empeño, cuando los extendía frente a la TV y los ordenaba así, hacían un poema que me cortaba la respiración.
    * * * * *
    Tras el episodio del vagón cowboy, no corrí a Craphound de nuevo hasta la venta anual de caridad del Club Rotary de la Compañía Cervecera Upper Canada. Él llevaba el sobrero de cowboy, los revólveres y la estrella de plata del vagón cowboy.

    Debería haber parecido ridículo pero el efecto neto era naif y, de algún modo, encantador, como si fuera un chiquillo cuyo pelo quieres alborotar.

    Encontré una caja de vieja vajilla de melamina bonita con varias sombras de verde; cuatro bandejas cuadradas, cuencos, bandejas de ensalada y un carro de servicio. Las tiré en la bolsa zurrón que había comprado y seguí buscando ignorando a Craphound que encandilaba a un salado y antiguo miembro del Rotary mientras acariciaba una caja de libros encuadernados con piel.

    Registré una pila de viejas licencias del Ministerio de Trabajo: barbero, quiropodólogo, barman, relojero. Todas tenían bellos sellos y estaban enmarcadas en metal institucional verde intenso. Todas con nombres diferentes pero todas de la misma familia e inventé una pequeña historia para entrerenerme sobre la madre orgullosa guardando las acreditaciones de su hijo, enmárcandolas y colgándolas en el espacio libre junto a sus diplomas.

    - Oh, George Junior acaba de abrir su propia barbería y el pequeño Jimmy aún arregla relojes...

    Las compré.

    En una caja de plástico cutre de Mi Pequeño Pony y Barbies y Osos Amorosos, encontré un tocado Indio de piel, un conjunto arco-flecha de madera y un chaleco con horlas de piel de ciervo. Craphound estaba aún removiendo los libros del dueño, forrados en piel. Los compré rápido, por cinco pavos.

    -Son preciosos, una voz dijo a mi codo. Me giré y sonreí al feliz acomodado que me había comprado el uke en la Secret Boutique. Estaba vestido de forma casual ese fin de semana, a la moda de un caro L.L. Bean de botón bajo.

    -¿Verdad?, dije.

    -¿Se venden en la calle Queen?, tus hallazgos, me refiero.

    -A veces. Otras veces en las subastas. ¿Cómo va el uke?.

    -Ah, lo tengo todo afinado, dijo y sonrió con la misma sonrisa que me había brindado cuando lo sujetaba en BuenaVoluntad.

    -Puedo tocar Don't Fence Me con él.
    Miró a sus pies.

    -Tonto, ¿no?.

    -Para nada. Te van las cosas de cowboy, ¿no?. Mientras lo decìa, me sobrevino el conocimiento de que éste era Billy the Kid; el dueño original del vagón cowboy. No sé porqué lo sentí así pero lo hice, con total certeza.

    - Sólo trato de revivir un pedazo de mi infancia, supongo. Soy Scott, dijo, extendiendo su mano.

    -¿Scott?, pensé extrañado. ¿Quizá sea su segundo nombre?.

    -Soy Jerry.

    La venta de Cervecera Upper Canada tiene muchas cosas por las que ir, incluyendo un jardín para tomar cerveza donde puedes mostrar tu mercancía y hacer una buena hamburguesa BBQ. Gravitamos suavemente hacia él, mirando sobre las mesas mientras íbamos.

    -Tu eres un pro, ¿cierto?, preguntó después de que tuviéramos tazas de plástico con cerveza.

    -Se puede decir que sí.

    -Soy un aficionado. Un amateur de rango. ¿Algunas palabras de sabiduría?.

    Me reí y bebí un poco de cerveza, encendí un cigarro.

    -No hay ningún secreto en esto, creo. Sólo diligencia: tienes que salir en cada oportunidad que tengas o te pierdes el gran premio.

    Se rió.

    -Eso he oído. A veces, estoy sentado en mi oficina y, simplemente, sé que están sacando una pieza de puro oro en el BuenaVoluntad y que otra persona se la llevará antes de mi almuerzo. Me hiere tanto que no me siento bien hasta que bajo allí y me pongo a cazarlo. Supongo que estoy enganchado, ¿eh?.

    -Es más barato que otros tipos de adicciones.

    -Supongo que sí. Sobre las cosas indias, ¿Cuánto piensas que puedes sacar por ellas en la boutique de la calle Queen?

    Le miré a los ojos. Quizá tenía un alto poder y control en su ambiente natural pero, justo en ese momento, estaba tan ansioso y nervioso como un jugador de poker de mesa de cocina en una partida de altas apuestas.

    -Quizá cincuenta pavos.

    -Cincuenta, ¿eh?, preguntó.

    -Por esa cifra andará, dije

    -Una vez vendido, dijo.

    -Es lo que hay, dije.

    -Podría llevar un mes, un año, dijo.

    -Podrìa llevar un día, dije.

    -Podría, podría.

    Terminó su cerveza.

    -¿Supongo que no aceptarías cuarenta?.

    Yo había pagado cinco por él no hacía ni diez minutos antes. Parecía que podía encajar con Craphound, quien, después de todo, llevaba puesto los tesoros de Scott/Billy mientras hablábamos. No se puede vivir sintiéndose uno culpable sobre una marca de porcentaje de ochocientos por cien. Además, había enfurecido a los hados y necesitaba redimirme.

    -Que sean cinco, dije.

    Comenzó a decir algo, luego cerró la boca y me lanzó una mirada de gratitud. Sacó uno de cinco de su cartera y me lo ofreció. Saqué el chaleco, el arco y el tocado de mi zurrón.

    Regresó hacia un brillante Jeep negro con detalles de fábrica dorados, aparcado al lado de la furgoneta de Craphound. Craphound construía sobre el chasis con Lego y el capó tenía una ciudad Lego en miniatura pegado a él.

    Craphound miró alrededor mientras pasaba y se inclinó adelante con conspícuo interés en el botín. Me reí y terminé mi cerveza.
    * * * * *
    Me encontré con Scott/Billy tres veces más esa semana en la Secret Boutique.

    Era abogado, especializado en patentes de tecnología alienígena. Tenía una oficina en la calle Bay con otros dos socios y, a pesar de su juventud, ya era abogado senior.

    No le había contado que sabía lo de Billy the Kid y su madre en las Damas Auxiliares del Departamento de Bomberos Voluntarios de Musaka Este pero sentía un vínculo con él; como si pensara que compartíamos un secreto no hablado. Yo separaba cualquier hallazgo cowboy para él y él desarrolló un precioso buen ojo por lo que yo buscaba y me devolvía el favor.

    Los hados estaban conmigo de nuevo y sin dobles sentidos sobre ello. Me llevé a casa una alfombra oriental olvidada que, bajo mejor inspección, resultó ser una alfombra Persa anudada a mano del siglo XIX; un taburete turco tapizado, una colección de almohadas de seda Hawaianas pintadas a mano y una pipa Meerschaum tallada. Scott/Billy encontró la última para mí y me costó dos dólares. Yo sabía que un coleccionista pagaría treinta en un parpadeo, y desde entonces hasta ahora por lo que a mí me concierne, Scott/Billy era un colega Cazador de Trastos.

    -¿Vas a la subasta mañana por la noche?, le pregunté en la cola de pago.

    -No me lo perdería, dijo. Apenas era capaz de contener su emoción cuando le hablé sobre la subasta del jueves por la noche y las mercancías que tendrían allí. Seguro que le había entrado el gusanillo.

    -¿Quieres que cenemos juntos antes?. El Rotterdam tiene un buen patio.

    Quiso y fuimos. Tomé un vaso de frambuesa que llenaba como si te dieran una patada y sabía como limonada efervescente de frambuesa; y patatas fritas en forma de cuña para parar las puertas y un sandwich vegetal.

    Tenía mi nariz dentro del vaso cuando me dió una patada en el tobillo bajo la mesa.

    -¡Mira eso!

    Era Craphound en su furgoneta buscando un lugar para aparcar. A la aldea Lego se le había unido todo un espacio puerto post-moderno en el techo, con un castillo azul y rojo, un platillo volante del tamaño de un campo de fútbol y la cabeza de un payaso con ojos parpadeantes.

    Volví a mi bebida y traté de recuperar el apetito.

    -¿Era eso un E.T conduciendo?.

    -Solía ser mi amigo.

    -¿Es un recolector?.

    -Ajá, volví a mis patatas fritas y traté de dejar muerto el asunto.

    -¿Sabes cómo ha hecho su fortuna?.

    -El asunto de la clorofila en Arabia Saudí.

    - ¡Qué generoso!, dijo, Muy generoso. Tengo un cliente que tiene algunas patentes secundarias de esa. ¿Qué es lo que colecciona?

    - Bueno, bastante de todo, dije, resignándome a discutir el tema después de todo. Pero, últimamente, lo mismo que tú, indios y vaqueros.

    Se rió y se palmeó la rodilla.

    -Bueno. ¿Qué sabes?, ¿qué podría él querer con tales cosas?.

    -¿Qué quieren Ellos con cualquier cosa?. Él empezó un día cuando atravesábamos Musoka, dije, cuidadosamente, mirando su cara. Encontró un vagón de antiguas cosas cowboy en una venta de trastos de las Damas Auxiliares del Departamento de Bomberos Voluntarios de Musoka Este. Esperé a que gritara o se quedara pasmado. No lo hizo.

    -¿Sí?. Un buen hallazgo, supongo. Desearía haberlo hecho yo.

    No sabía qué decir a eso, así que dí un bocado al sandwich.

    Scott continuó.

    - Pienso mucho sobre lo que Ellos sacan de eso. No hay nada que tengamos que no puedan hacer Ellos mismos. Me refiero a que, si recogen y se marchan hoy, estaríamos durante cientos de años tratando de dar sentido a todo lo que nos han dado. ¿Sabes?, he cerrado un trato hace poco para un ordenador bioquímico que es, no bromeo, 10,000 veces más rápido que lo que hemos obtenido con el de silicio. ¿Sabes lo que el E.T se llevó a cambio?: el título de una parcela para exposiciones y ferias fuera de Calgary que cerraron hace diez años porque el camino central era demasiado peligroso para circular. ¿No lo supera eso todo? Esta patente vale billones de dólares al salir por la puerta. Quiero decir, en las siguientes veinticuatro horas de haber cerrado el trato, el vendedor puede convertirlo en el PIB de Bolivia. ¡Por un terreno estatal por el que no podrías sacar ni cinco de los grandes!

    Siempre me impresionaba cuando Billy/Scott hablaba de su trabajo. Se olvidaba uno fácilmente de que era un todo-poderoso abogado cuando estabámos comiendo o haciendo el tonto como viejos cazadores de trastos. Me pregunté que quizá él no fuera Billy the Kid; no encontraba ninguna razón para que fingiera sobre algo tan cercano al pecho.

    -¿Qué demonios hace un E.T con una parcela para ferias?.
    * * * * *
    Última edición por Artifacs; 20-Nov-2017 a las 11:22
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