Una de las verdades de la literatura universal es que “hasta donde sabemos” los únicos seres que han leído nuestro trabajo son otros humanos.
Partiendo de esta premisa son contadas las narraciones que son protagonizadas por seres no humanoides. Ya sea en mentalidad, forma física, estructura social o lenguaje, siempre podemos contar con la posibilidad de sentirnos relacionados con un personaje.
Estas similitudes con la especie humana son inevitables de momento y no podemos solucionarlas pero existe un tema recurrente en la ciencia ficción que debería ser discutido:

Humanos como víctimas.
Voy a apostar a que al menos en el 40% de los relatos publicados de momento se representa al ser humano como una especie inferior respecto a sus contrincantes. Puede ser en desventaja numérica, intelectual, de recursos naturales, limitaciones físicas o desventajas tecnológicas.
Independiente del relato es una generalidad intentar mostrar una de las caras más heroicas de la humanidad.

Formula probada.
No lo voy a negar la historia del “hombre” que se antepone a sus limitaciones y derrota al cruel organismo opresor, VENDE y vende bien. Pero es una formula tan explotada que la única manera de colocarla en un mercado sobresaturado es agregar la mayor cantidad cambios de contexto posibles procurando generar diferencias notables, y aun así existe la posibilidad de que el público presienta una historia predecible.

Vienen a invadirnos.
El contexto iniciado y popularizado por Wells en la guerra de los mundos es uno de los más recurridos para crear una historia de aventuras. Cabe mencionar que la única manera de hacer que este contexto funcione es hacer que una nación dominante sea invadida, a nadie le interesa si una nave espacial aterriza y captura una isla desierta en medio del pacifico, es necesario destruir Nueva York, incendiar Londres y esclavizar Tokio (no necesariamente en ese orden).

La creación derrota a su amo.
Otro contexto sobrexplotado: “la máquina que se revela a los hombres” también se repite en el contexto de seres biológicos, sistemas de gobierno, aprendices rebeldes y armas que caen en las manos equivocadas. En unas ocasiones todo en uno.

Aprender de los éxitos ajenos.
Películas como Avatar (James Cameron 2009) deben una gran cantidad de su éxito a mostrarnos la auténtica cara de la humanidad, el único motivo por que la tierra está dispuesta a expandir sus horizontes es para repetir la secuencia de Explorar-Conquistar-Explotar.
Este tipo de historias no son nuevas, Pohl Frederik toma la necesidad de conquistar del ser humano en su saga de la Liga Polesotecnica, Ursula K. Guinn aprovecha el tema en diversos textos donde los humanos abusan de su condición de conquistadores y Orson S. Card habla del sentimiento de culpa generado después de aniquilar una civilización completa.
Todo esto no debe servir como un sermón en el que decidamos cambiar la manera en la que creamos historias pero si un recordatorio de que hay cientos de relatos que no han sido contados.
¿Acaso el stormtropper no tiene una esposa eh hijos esperando en casa? ¿Qué hay del hombre que sirve como fuerza del orden un planeta invadido? ¿Acaso las víctimas no cometen crímenes? ¿Por qué las guerras no tienen mayor motivo que la codicia y la supervivencia?
La historia siempre es escrita olvidando los pecados de los ganadores, pero si queremos darle juventud al género (y una agradable controversia) es momento de pensar en los perdedores.