Cuelgo los dos siguientes capítulos para quien quiera leerlos.

¡Un saludo a tod@s!




2


Me quedé un rato más observando el infinito. Intentando reflexionar a marchas forzadas sobre lo que había visto. Intentando encontrarle un sentido. Un pequeño destello de lógica apareció de repente. Mis recuerdos tenían fecha, en concreto de hacía dos días, y sin duda las heridas y la carne en putrefacción tenían el aspecto de un cadáver que llevaba dos días a la intemperie en un lugar tan caluroso como es éste veraniego Harlem.
¿Así que estaba realmente muerto? Imposible. He visto demasiados muertos en el hospital como para pensar que esto podía pasar. Desde luego, los que yo vi, ni caminaban ni hacían reflexiones tan absurdas como las mías. Pero esto tenía fácil solución y sí que se podía comprobar. Era claro que sabía distinguir entre un muerto y un vivo y aquí en el apartamento guardaba algunas herramientas útiles para comprobarlo.

Me acerqué a mi bolsa de material, lentamente y con precaución. Mi manera de caminar era algo inestable e insegura. Mis músculos reaccionaban y se comportaban de una manera casi normal, pero con menos precisión de la deseada. Saqué de la bolsa mi fonendoscopio Littmann, de calidad más que probada en multitud de ocasiones. También me hice con una jeringa y un par de tubos de extracciones.
Me dispuse en la cama y coloqué todos los utensilios encima del colchón. Lo primero que debía comprobar era el estado del corazón, eso determinaría con claridad si me encontraba con vida o no. Me coloqué los auriculares del fonendoscopio con sumo cuidado en mis, todavía, intactas orejas y cogí con mi mano el extremo en forma de campana. No me había fijado hasta ahora pero comprobé que me faltaban un par de uñas en mi mano derecha, y lo más sorprendente todavía es que a estas alturas ni siquiera me importaba. Golpeé con el dedo anular de mi mano izquierda la campana del fonendoscopio y un estallido resonó en mis oídos. Ya había podido comprobar dos cosas, que el fonendo funcionaba correctamente y que mis oídos estaban aún en plena forma. Al golpear con ese dedo el aparato tuve tiempo para reflexionar durante un instante, mi anillo de bodas aún seguía introducido en él. Me lo quité con sumo cuidado y lo apoyé en la cama. No creí oportuno seguir llevándolo con el estado actual de mis dedos.

Coloqué el aparato en mi pecho, cerca del esternón y esperé pacientemente a escuchar algún ruido cardíaco. Se escuchó el más absoluto de los silencios. En ese momento un escalofrío imaginario recorrió todo mi cuerpo. Esto sí que era imposible. Cada vez las cosas eran más difíciles de explicar. Si mi corazón no estaba funcionando ya lo podía confirmar con seguridad, me encontraba clínicamente muerto.
De todas maneras decidí asegurarme e intentar tomarme el pulso en la arteria radial, a la altura de la muñeca. Apreté la blanda carne y esta se hundió como si de un chicle se tratara. Ni el más mínimo movimiento o pulsación. Aguanté un rato la posición hasta que me di por vencido.
Decidí pasar esta vez a comprobar el estado de mi sangre. En teoría si mi corazón no estaba funcionando mi sangre dejaba de tener sentido como tal. Introduje sin esfuerzo la gruesa aguja en una de las moradas venas que se marcaban en la fosa del codo. Era una operación difícil, nunca había probado a extraerme sangre a mí mismo, pero no resultaba nada fácil. La fina piel apenas ofreció resistencia y pronto tuve el catéter dentro de mí. Una vez conseguida cierta estabilidad me dirigí al émbolo de la jeringa y lo alejé ejerciendo un poco de fuerza. El mecanismo comenzó a funcionar, y lo que salió por él no me sorprendió lo más mínimo. A estas alturas ya me había imaginado que lo máximo que obtendría sería lo que ahora estaba empezando a llenar la jeringa. Unos pequeños coágulos se iban licuando dentro del recipiente. La sangre era oscura, y nada tenía que ver con la que antaño se ocupaba de recorrer mi cuerpo. Sin duda todo empezaba a encajar, y eso solo hacía que sacar a la luz más dudas.

¿Cómo podía caminar, cómo podía pensar, cómo podía actuar de la manera que lo estaba haciendo estando fisiológicamente muerto? Por el momento esa cuestión se escapaba de mi alcance, lo cual me llevó a mirar durante otro rato al infinito para tratar de encontrar la solución.
Sí. De repente ahí estaba. La única solución posible que se me había ocurrido. No me excitaba para nada pensar que lo que se me había ocurrido pudiera ser verdad, pero era la única manera de encontrarle lógica a todo esto y eso me animaba de una extraña manera.

Me remonté de nuevo a mis vagos recuerdos. Todo empezó con el ataque de ese feroz animal, y paradójicamente todo acabó ahí también. Al parecer en ese ataque, en el cual se compartieron tantos fluidos y se acabó con mi forma física como la recordaba, había sucedido alguna clase de contagio. Sin duda, ahora lo veía claro. Ese perro me introdujo alguna especie de extraño virus en mi organismo. Desde luego no era nada de lo que hubiera oído hablar jamás, ni siquiera siendo enfermero, pero estaba claro que esa era la opción más lógica de todas las que se me pasaban por la cabeza.
El virus que me había sido inoculado accidentalmente debía ser alguna rareza de una potencia no conocida hasta el momento. Deduciendo todo lo que podía llegué a la conclusión de que se trataba de un virus que se encargaba de conquistar todas y cada una de las células de tu cuerpo. Eso tenía sentido.
Hay que reconocer que no tenía demasiados conocimientos de virología, pero por lo poco que sabía esto cuadraba con un perfil de virus. Era algo que la raza humana jamás había visto, pero de una manera u otra este virus se había encargado de dominar por completo el estado de las células de mi cuerpo. En gran medida el virus las dominaba, las alimentaba y las nutría. Esto explicaría el hecho de que sin sangre (su sustento natural) las células pudieran sobrevivir en un estado tan precario como el que tenían las de mi cuerpo. El virus se encargaba de mantenerlas funcionando, por lo tanto la sangre ya no era necesaria, el corazón, que la bombeaba, tampoco.

Otra pregunta quedó en el aire. ¿Cómo obedecían esas células de mi cuerpo a mi mente, y como ésta seguía funcionando? Parecía difícil de explicar, pero pensé que si este virus se había encargado de dominar todo mi cuerpo y hacerlo funcionar tenía sentido que también continuara en funcionamiento mi cerebro y mi mente. La última pregunta es la que más me estaba haciendo pensar y la que peor resolución era capaz de encontrar: ¿Hasta qué punto lo poco que quedaba de mi ser original (mi cada vez más aturdida mente) podía ordenar a esas células invadidas por el virus reaccionar como necesitaba? ¿Tenía yo realmente el control, o lo había tomado el virus dominando mi cuerpo y mi mente?
Por el momento podía pensar con relativa claridad y actuar voluntariamente. Seguía siendo yo.





3


Y era el momento de actuar. Aún no había pasado del todo el estado de shock, pero había tenido tiempo de hacer todas las pruebas imaginarias y especular con todas las posibilidades. Nada tenía por ahora demasiado sentido, pero era el momento de dejar de investigar y hacer algo.
Decidí llamar a urgencias. Lo que no sabía era qué demonios explicaría cuando cogieran el teléfono. ‘Hola buenos días, llamaba porque esta mañana me he levantado muerto...’. No sonaba demasiado bien, de hecho ni siquiera sonaba a urgencia. No tendrían prisa si les decía que ya estaba muerto, pero todo esto sobrepasaba mi entendimiento, y seguramente el de quien cogiera el teléfono, así que no lo pensé más y decidí llamar, ya se me ocurriría que decir.

Me acerqué a la base donde estaba reposando el teléfono inalámbrico y lo cogí. Marqué sin demasiada convicción el 911. Me acerqué el auricular del aparato a mi deteriorada oreja derecha y esperé. No tardó mucho en sonar el odioso sonido que indicaba que hoy no tendría ni la más mínima suerte. Estaba comunicando. ¿El servicio de emergencias comunicando? Volví a intentarlo y solo encontré la misma respuesta.
Algo me decía que las cosas no estaban yendo bien. Mi segunda opción era clara. Necesitaba llamar a mi mujer, necesitaba saber que estaba pasando y sobretodo hablar con ella. Desde siempre su voz había causado en mí una sensación de bienestar inimaginable. Solo necesitaba saber que estaban bien, que me tranquilizara con sus nervios de acero y me dijera que venía de camino.
No fue así. Cuando marqué el numero surgió otro dichoso tono que me indicaba esta vez que no había línea disponible. ¿Sería mi teléfono o el de ella? Nada estaba saliendo bien, de eso estaba seguro.

Mi última opción para intentar averiguar algo más allá de lo que podía ver en mis carnes era la televisión. Tenía una pequeña tele delante de mi cama, en mi habitación. Era antigua y estaba muy deteriorada, pero cumplía su cometido encargándose de que conciliara el sueño en las calurosas noches dentro de este infernal apartamento.
Pulsé el botón de la televisión y un leve estallido se reveló para dar imagen a la pantalla. Tampoco había tenido demasiado éxito en este último recurso. Una neblina cubría toda la superficie de duro cristal. No había emisión, al menos en ese canal. Me dediqué a cambiar nerviosamente de una cadena a otra. Neblina, Posts de ‘stand by’, manténgase a la espera, no cambie de canal y así un largo etcétera se encargaban de demostrarme que hoy no tendría suerte, y que mucha más gente tampoco la estaba teniendo.
Entre tanto cambio casi se me pasó de vista un canal local donde sí tenían la suerte de estar emitiendo. Volví sobre mis pasos para poner esa emisión y descubrí que se trataba de un noticiario especial. El manto de titulares y de carteles sobreimpresos casi no dejaba ver la cara del presentador, pero por lo poco que vi en su expresión no me gustó nada. Una cara de póquer intentaba disimular a los espectadores una de las expresiones de pánico más aterradoras que recordaba en la televisión.
Por un momento me paré a leer los titulares que con tanto empeño se encargaban de cubrir la pantalla. ‘Horrible epidemia azota el norte de Estados Unidos’, ‘Se trata de una de las peores pandemias de la historia’. Me dediqué entonces a mirar y escuchar al asustado hombre, que parecía tener algo más de información en su poder:
-Todavía tenemos pocos datos sobre la catástrofe acontecida, pero sí que podemos asegurar que se encuentran varios estados del norte afectados. Aún se desconoce la potencia del virus y sus efectos, pero por precaución no salgan a las calles, intenten no contactar con el exterior. No se ha podido registrar ninguno de los casos de infección oficialmente, pero se sabe que existen y que son muy peligrosos. Vuelvo a repetir, no salgan a las calles por el momento, el gobierno de los Estados Unidos está tomando medidas en el asunto y el presidente pronto hará un comunicado oficial explicando el estado real de la situación. Vuelvo a repetir, NO salgan a la calle, la situación es complicada y por el momento de extremo peligro. Manténganse a la espera. Permaneceremos en antena.


Tenía que salir a la calle.

En este punto mi preocupación por Clarice y Rita solo había hecho que aumentar. Necesitaba hacer algo, ya no solo por mí, sino por ellas. La opción de bajar a la calle parecía peligrosa, o eso se había empeñado el hombre en remarcar, pero era la única opción que tenía, no podía quedarme aquí parado esperando una resolución, y menos en mi estado. Decidí hacer algo en lo que no había caído hasta ahora, asomarme a la ventana. Me acerqué al cristal y el panorama que veía desde mi tercer piso era desolador. La calle de enfrente estaba desierta, no había ni rastro de vida. Ya no solo la calle, los edificios que quedaban delante de mí parecían tan muertos como yo. Ni un alma se podía encontrar desde donde yo estaba mirando. La carretera de dos carriles que cruzaba la calle también estaba sin señales de vida, pero en este caso había unos cuantos coches que apresuradamente habían sido abandonados allí. Uno de esos coches, un gran todo terreno amarillo, estaba envuelto en llamas, y como una gran antorcha no cesaba de deslumbrarme a base de llamaradas.
La calle estaba llena de basura y restos por el suelo, parecía como si hubiese pasado un mes desde la última vez que pisé esa calle, y técnicamente solo hacía dos días. Las vistas eran terroríficas, pero sin duda no parecía peligroso por el momento. La calle estaba completamente desierta.

Me puse algo de ropa cubriendo mi repugnante cuerpo. Prácticamente no me podía mirar, me entraban arcadas cada vez que veía como mi carne en descomposición estaba quebrada y llena de heridas. Me acabé de vestir y decidí salir en busca de más información, o de alguien a quién pedir auxilio.
Cogí las llaves y me acerqué a la puerta. No estaba seguro de estar haciendo lo correcto, pero era la única opción que se me había ocurrido. Con un gran estruendo se cerró de golpe el gran portón de madera. No creí apropiado coger el ascensor, no en mi estado, solo faltaba que me quedase encerrado en él. Así que me puse a bajar escaleras como un loco, tan solo eran tres pisos, pero con la desvitalizada energía que arrastraba esto se hacía muy complicado. Mi cuerpo se tambaleaba de un lado para otro rítmicamente al ir descendiendo escalones. No tardé demasiado en llegar a la planta baja.
Me paré un instante delante del cristal que me separaba de esa desierta calle. Me decidí por fin a abrir la puerta y un estruendoso rayo de sol chocó contra mi cara.
Nunca me había molestado demasiado el sol, pero hoy era diferente, como todo. No podía siquiera alzar la vista al cielo, mis ojos se resentían tan solo con la claridad del día. No me extrañó demasiado, en teoría llevaba dos días durmiendo y con los ojos cerrados, y en última medida estaba muerto, lo cual hacía impredecible lo que podía desagradarme y lo que no.
Bajé los cinco escalones que me separaban de la acera. La idea de darme un paseo bajo este, ahora desagradable, sol no me hacía demasiada gracia, pero debía investigar un poco más allá. La calle estaba completamente desierta, la sensación no era muy distinta a como solía ser esta calurosa zona al mediodía, pero se notaba algo extraño en el ambiente.
El vehículo ardiendo estaba apenas a cinco metros de mí. Fogonazos y llamaradas salían escupidas del interior del coche. Un clásico efecto óptico impregnaba el asfalto, que se diluía como si fuera agua a mi vista. Pese a todo esto yo no tenía calor, no notaba ni la más mínima percepción de temperatura. Era una sensación de bienestar relativa bastante agradable. No notaba apenas los estímulos externos como calor o frío, pero sin embargo la luminosidad del día sí que conseguía molestarme, y mucho.
Me encaminé calle abajo. Por las tardes estas aceras estaban llenas de vida. La gente salía y se sentaba en grupos en las escaleras de los edificios. Para los paseantes era un tanto amenazador, pero si frecuentabas la zona pronto te dabas cuenta de que no había nada que temer. En esos momentos ni una sola señal de vida habitaba esta calle. Era deprimente, y la suciedad acumulada en el suelo daba una sensación de apocalipsis digna de la mejor superproducción de Hollywood. Continué caminado hacia la pequeña tienda que se hallaba al final de la calle, haciendo esquina. Se trataba de un modesto supermercado, uno de esos que abre las 24 horas y que regenta una persona que hace años que no ha podido ver la luz del día. Habitualmente iba allí a comprar algunas cosas. Me acerqué hasta quedarme parado delante del escaparate que exhibía unos productos que no tenían tan mal aspecto como cabría esperar. Eché un vistazo rápido al interior, no encontré a nadie haciendo las compras como ya imaginé. No había ni rastro del vendedor, todo estaba perfectamente colocado, era una imagen extrañamente perfecta en contraste con el exterior de la tienda. Me adentré un poco más cruzando el marco de la puerta de cristal. Dentro estaban todas las luces encendidas y los productos perfectamente colocados en los tres pequeños pasillos que dividían la tienda. Se podía abarcar toda la extensión con la vista sin problemas, no había recovecos extraños ni lugar alguno donde esconderse. Decidí recorrer los pasillos en busca de un poco de comida. No era una necesidad imperante, llevaba dos días sin comer pero realmente no sentía el más mínimo signo de hambre, de hecho la idea de comer en esos momentos me desagradaba bastante. Pensé que en mi estado no sería demasiado necesario alimentarse. De todas maneras tenía aquí una oportunidad única para comer algo, no sabía cuándo se volvería a presentar una situación como esta y decidí aprovecharla o al menos intentarlo.

Agarré con mi mano derecha un paquete de galletas de chocolate que coronaba la estantería del pasillo del medio. Ya las había probado alguna vez, eran las habituales cuando venía a comprar a este antro, así que me pareció oportuno coger esas, al menos podría comparar el sabor con el que recordaba. Abrí el paquete rompiéndolo de par en par, saqué una pequeña galleta y me la metí en la boca. Aún conservaba la textura crujiente que recordaba, pero no el sabor, y no es que la galleta hubiera perdido ese delicioso sabor, era que yo no notaba la más mínima perturbación en mis papilas gustativas. Sentía el tamaño y la textura, pero no era capaz de descifrar el sabor. Era como si me hubiera metido un taco de madera en la boca, no producía ningún estímulo. De todas maneras acabé tragándola, sentí como bajaba por mi esófago y llegaba hasta el estomago. Noté una extraña sensación, tenía que hacer una prueba más. Aplasté el cartón lleno de galletas hasta hacerlas migas, lo alcé y fui introduciendo poco a poco esa mezcla en mi boca. Las tragué sin demasiado esfuerzo y, efectivamente, 300 gramos de galletas después me di cuenta de que notaba mi estómago más pesado, pero no más saciado. Como era de esperar mi estómago no se había puesto en marcha, ningún estímulo le había hecho segregar jugos gástricos, estaba seco por completo, o casi tanto como las galletas que acababa de engullir.

La prueba de la comida no había resultado demasiado exitosa. ¿Pero cómo no me había dado cuenta antes? Claro, al igual que no necesitaba mi sangre para nutrir mis células tampoco necesitaba alimentar mi cuerpo en lo más mínimo. Mi estómago y mi sistema digestivo no habían reaccionado, estaban parados por completo. La comida que hasta hoy había considerado un manjar para disfrutar y sobretodo sobrevivir ahora era algo completamente innecesario. Qué pena.




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