Cansado del mundo en que vivía, deseó tener un sueño que le permitiese huir de toda esa tecnología. Estaba harto de los androides, de las píldoras sustitutivas de la comida, de los teléfonos telepáticos y, sobre todo, de esas naves espaciales que, de manera continua, sobrevolaban su ciudad.
Cogió el productor de sueños, lo colocó sobre su cabeza y empezó a percibir cómo las minúsculas fibras de los tentáculos se iban introduciendo bajo la piel de su nuca. A continuación, tomó el teclado de su mesilla de noche y programó un profundo viaje a un mundo suficientemente alejado en el tiempo como para no tener que encontrarse con nada de aquello que lo rodeaba.
Despertó en una población de casas de madera, donde todos los ciudadanos eran seres de carne y hueso que, por ejemplo, se desplazaban en automóviles cuyas ruedas se posaban sobre el asfalto. Sin embargo, por culpa de un imprevisto cortocircuito en el productor, desde ese día cree ser un hombre de mediados del siglo XX que, de vez en cuando, tiene una serie de sueños, supuestamente, visionarios, en los que se inspira para escribir sus exitosas novelas de ciencia ficción.