Este es un artículo con un enfoque que me parece muy interesante. Nos lo han cedido para la revista. A ver qué os parece;

Sobre la Ciencia Ficción y los futuros pesimistas


En el año 2011, el escritor de ciencia ficción estadounidense Neal Stephenson participó en una conferencia sobre futurismo en la cual lamentó la decadencia del programa espacial y los viajes espaciales tripulados, y culpó de ello a “la incapacidad de la propia sociedad para ejecutar las cosas en grande”. Para su sorpresa, algunos de los participantes de la conferencia respondieron a su afirmación culpando a los propios escritores de ciencia ficción, pues la tendencia del género en los años recientes ha sido plasmar visiones del futuro más bien pesimistas, en donde la investigación científica y tecnológica no apunta, en especial, al mejoramiento de la sociedad y de la calidad de vida.

Producto de ese suceso, el escritor fundó un proyecto en forma de revista electrónica llamado Project Hieroglyph, definido en su Web como “un espacio para escritores, científicos, artistas e ingenieros para colaborar en visiones creativas y ambiciosas sobre nuestro futuro cercano”, y cuyo objetivo fundamental es “regresar la inspiración a la ciencia ficción contemporánea”. Desde el punto de vista de Stephenson, la ciencia ficción, a través de su historia, fue transformándose de un género de ideas fértiles y visiones optimistas sobre el presente y el futuro, hasta convertirse en un recurso literario en el que sólo se resaltan futuros apocalípticos, distópicos y, en la mayoría de los casos, pesimistas.

En efecto, si recordamos la llamada “Era de Oro” de la ciencia ficción (1940-1950, EE. UU.), los grandes autores de la época, como Isaac Asimov, Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, escribieron muchas historias que se centraban en el desarrollo de la ciencia y la tecnología (sobre todo, la espacial) y que, independientemente de las condiciones sociales y económicas de los países del mundo para aquel momento, siempre planteaban situaciones optimistas en donde el ingenio y el deseo de superación de la humanidad siempre prevalecía sobre sus propios defectos.

Como consecuencia, la ciencia ficción se convirtió, tal vez, en la principal fuente de inspiración para que varias generaciones de jóvenes consideraran con entusiasmo la idea de convertirse en científicos o ingenieros y, gracias a su esfuerzo, talento e imaginación, pudieran hacer realidad esos escenarios maravillosos presentados por la ciencia ficción de la época.

Y lo curioso es que así lo hicieron.

La exploración espacial, el desarrollo de la tecnología nuclear, el desarrollo de la robótica y de la computación y las tecnologías de información y comunicación fueron, en gran parte, el producto de años y años de trabajo por parte de hombres y mujeres apasionados e inspirados por esa visión optimista del futuro que la ciencia ficción les inculcó durante la niñez y la adolescencia.

Sin embargo, la realidad es que el futuro no resultó ser tal como Asimov y Heinlein y Clarke lo habían supuesto. La carrera espacial estadounidense y ese deseo de alcanzar las estrellas pasaron a un segundo plano, en parte por la situación económica mundial, y en parte por la caída de la Unión Soviética y consigo la falta de un “enemigo” a quien superar en dicha carrera. De un momento a otro, la humanidad pasó de mirar a las estrellas, a volver la vista hacia sí mismos y hacia sus máquinas. Las computadoras, de un modo que no fue del todo previsto por los escritores clásicos de ciencia ficción. se convirtieron de pronto en el centro de atención y desarrollo tecnológico. Producto de ello, en la década de 1980 William Gibson y su obra Neuromancer presentó una visión del futuro que, de algún modo, resultó ser más parecido a lo que tenemos en la actualidad y que, a diferencia de los escritores de la Edad de Oro, era ahora pesimista y distópica.

Por si no fuera suficiente, los problemas sociales, económicos, culturales y ambientales del planeta comenzaron a influir, por supuesto, sobre la clase de ciencia ficción que los nuevos escritores desarrollaban y, como consecuencia, hoy en día encontramos dentro del género muchos ejemplos de visiones pesimistas del futuro, y esa parece ser la tendencia contemporánea (incluso, si reflexiono en la ciencia ficción que yo mismo he escrito, tampoco me escapo de ello).

El asunto, claro, creo que tiene que ver precisamente porque la humanidad, como tal, a pesar de los grandes avances de la computación y la medicina y la nanotecnología, para nada ha resultado ser como en los mundos de Asimov, repletos de robots perfectos al servicio del hombre, o como en los profundos relatos de naves y exploración del espacio ignoto de Clarke. Hasta cierto punto, esos temas pasaron a ser irrelevantes, y los intereses de las sociedades modernas se volcaron hacia las computadoras y hacia todo lo que estas tenían para ofrecer.

Ahora bien, aún a pesar de la gran revolución que las computadoras, las telecomunicaciones y la internet produjeron en el mundo, y aún cuando sus beneficios han sido claros y palpables, esa perspectiva pesimista del futuro, como la del cyberpunk de Gibson, no ha dejado de estar presente en nosotros.

Y es allí cuando la inquietud de Stephenson entra en juego para señalar un punto que, considero, tiene mucho sentido y es muy importante: ¿hasta qué punto es esto responsabilidad de, precisamente, la ciencia ficción? Es cierto que parte del trabajo del género es “alertar” sobre las posibles consecuencias de nuestras acciones, pero tal vez nos hemos enfocado demasiado en resaltar “lo mal que van las cosas”, en vez de ofrecer propuestas o posibles soluciones a los problemas actuales que nos permitan, a largo plazo, dirigirnos a un futuro más optimista y promisorio. Es cierto, puede que tal perspectiva atente con la “verosimilitud” de un relato, pues, al fin y al cabo, en verdad pareciera que poco a poco las cosas en nuestro mundo solo tiende a ir de mal en peor, pero esto no imposibilita el presentar historias que hagan énfasis en los avances y aspectos positivos de la humanidad, sin pensar siempre en distopías o situaciones apocalípticas.

Tal vez, necesitamos más obras de ciencia ficción que nos muestren una ciencia y una tecnología verdaderamente al servicio del hombre, y que apuntalen el desarrollo para bien de nuestras sociedades, cualesquiera que sean sus problemas actuales. Quizá, si hacemos el esfuerzo de especular sobre “sociedades posibles”, entonces los ingenieros y los científicos y los sociólogos del futuro serán capaces de tener una visión más amplia y optimista de lo que podemos hacer para cambiar nuestro mundo.

Especialmente en nuestras naciones latinoamericanas, una ciencia ficción optimista podría ayudarnos en gran medida a superar la infinidad de problemas sociales, políticos y económicos en la que hemos estado sumidos durante tantos años. Tal idea puede parecer ingenua, pero al mismo tiempo resulta sumamente atractiva pues, el ejercicio de imaginar realidades latinoamericanas en donde el continente entero unido se alza ante el mundo y el futuro como un territorio de posibilidades, puede dar lugar a una multitud de historias interesantes y maravillosas que, creo, todavía no han sido contadas.

Si Asimov y Clarke sirvieron de influencia para que los técnicos del futuro hicieran una realidad tecnologías como la espacial, la computación y la ingeniería genética, ¿por qué no podemos suponer que una ciencia ficción moderna y optimista puede promover, de aquí a unos años, el desarrollo de tecnologías que nos permitan superar, por ejemplo, las crisis económicas o ambientales en las cuales nos encontramos? Esta es la iniciativa que ha tomado Stephenson con su Project Hieroglyph, y aunque es muy temprano aún para saber si tendrá o no una influencia tanto sobre la ciencia ficción moderna como sobre la innovación tecnológica, ha sido un concepto que, al menos en lo que a mí concierne, me ha hecho pensar mucho sobre el tipo de literatura que estoy haciendo y que haré en el futuro.

Hasta cierto punto, es fácil crear historias de ciencia ficción cuando pensamos sólo de un modo pesimista. ¿Y si le damos la vuelta? ¿Y si hacemos el intento de crear historias de ciencia ficción con una propuesta optimista y que sean, sobre todo, verosímiles? ¿Y si estas historias suceden en nuestros países latinoamericanos? ¿Y si, gracias a ellas, podemos transformar la realidad de nuestros pueblos para bien? Más que un ejercicio mental, me parece un duro reto intelectual que, sin duda, comenzaré a enfrentar de ahora en adelante.

De pronto algo bueno sale de todo ello.