-Unidad Z86, responde. Te he hecho una pregunta.- El humanoide permanecía inmóvil tras la pantalla de Goreglass.
-Z86, accede al registro de memoria reciente. Volcado oral de la dirección 9800H, velocidad por dos.- Méndez acababa de llegar y la puerta se cerró tras él mientras pronunciaba esas palabras.
Un súbito impulso positrónico activó los servo-engranajes cervicales haciendo que la oscura barbilla del androide se despegara lentamente del cuello.
-Accediendo a memoria. Registro 9800H. Martes. Dos de Diciembre. 2078. 9 horas, 4 minutos. Estado: Activo. Funcionamiento: Correcto. Usuario en curso: Hiro Rodríguez. Procediendo al inicio de la sesión…
Durante los diez minutos siguientes, los agentes Nilson y Méndez permanecieron sentados escuchando el relato del autómata. Méndez aspiraba profundamente el vapor que emanaba de su té de liquen, intentando aprovechar al máximo su calor mientras hacía tiempo para no quemarse la lengua. Al parecer, el robot había funcionado según sus parámetros de fábrica y el servicio había transcurrido sin ningún incidente. De nada servía aquí el refinado instinto del viejo Nilson, pues la monótona voz del sintetizador vocal del autómata era técnicamente incapaz de mostrar cualquier inflexión emocional.
-Esto es inútil. Larguémonos.- Méndez le dio el último sorbo a la taza y la tiró al suelo. Inmediatamente, una pequeña unidad recicladora rodó sobre los pedazos de cerámica haciéndolos desaparecer.
Ya era tarde cuando llegaron a la oficina. Los dos agentes entraron en el hall empapados por la intensa lluvia que azotaba la costa este del país desde hacía 5 días. Las luces se encendieron gradualmente y la unidad de recepción revivió para darles la bienvenida. Se dirigieron hacia el turbo-ascensor, que ya les esperaba abierto. Méndez cedió el paso a su compañero, una vieja costumbre adquirida en los primeros años de subordinación que ejecutaba de forma inconsciente; y los dos accedieron al cubículo. La sutil perdida de gravedad indicó el inicio del trayecto.
-No me cuadra. ¿Si no hubo ninguna incidencia en el servicio, por qué no existe registro del pago?- El viejo escondía sus ojos tras unas gafas de sol, pero su compañero conocía de sobras la mirada que acompañaban sus palabras. Treinta años sirviendo juntos. Tanto tiempo, que a veces no hacia falta decir nada. Nilson era como un padre para él. Un padre exigente, pero con el que siempre podría contar. Un padre al que no quería defraudar.
-Tal vez usó un cheque regalo. Nah… era un cliente habitual. Esos cheques son estrategias para captar usuarios. Ese pervertido acudía tres veces por semana.
El ascensor se detuvo y ante ellos apareció el sargento Norris con cara de no haber dormido.
-Te he dicho mil veces que no quiero que uses esas malditas gafas en mi oficina.- Nilson hizo caso omiso.
-Maldita sea chicos queréis meterme en un lío con el fiscal. Os dije que olvidarais el caso de Rodríguez. ¿Acaso no fui suficientemente claro?
-Tranquilo jefe, sólo hemos ido a hacernos un masaje. El viejo y yo tenemos la espalda un poco contracturada últimamente. Además, esas robo-pilinguis saben lo que se hacen. No le iría mal pasarse un día, jefe, no tiene buena cara. Seguro que su mujer lo agradecería.
-¡Méndez! No me…
-¡Ya está, ya lo tengo! ¡Ha sido ella! Joder, claro como no me di cuenta de inmediato, tenía la prueba ahí delante.

Esa misma mañana los dos agentes habían visitado la residencia de la víctima. Un mugriento apartamento de la calle Yahoo número 404. Tras identificarse, la viuda, una mujer afroamericana de unos 45 años, les invitó a pasar.
-Sentimos mucho su pérdida. Será un momento, señora. Sólo queremos hacerle unas preguntas.- Méndez se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa del recibidor.
Méndez consolaba a la pobre viuda en el salón, mientras Nilson aprovechaba para fisgonear un poco en la habitación de matrimonio. Los llantos de la mujer llegaban a los oídos del viejo policía como si fuera su hombro el que se estuviera empapando de lágrimas. Mientras los lamentos siguieran apaleando sus tímpanos tendría vía libre.
Revisó los cajones de la cómoda, las mesitas de noche e incluso los bolsillos de la cacheta de mujer colgada tras la puerta, nada inusual: cigarrillos, pintalabios, y unos recibos arrugados.

-Sabía que había visto el nombre de ese antro en algún sitio. El hangar feliz.- Ese recibo que guardaba la viuda en su chaqueta. Seguro que la pobre infeliz descubrió la pervertida afición de su manido y se quiso vengar. Apuesto a que si rastreamos ese recibo encontraremos que la pobre señora Rodríguez acudió esa misma tarde al burdel.
-Claro! No le sería difícil hacer una copia de la ID de su marido. Con ella solo tendría que colarse en la habitación en medio del servicio y cometer el crimen sin ser vista. La IA no registraría la entrada de ningún intruso.- Méndez miraba a su viejo compañero en busca de la aprobación.