La mesa era preciosa, grande y barnizada. Encima de ella había un libro roñoso. Cogí mi paraguas y el libro. La puerta estaba abierta; llovía.
Mi mujer gritaba desde la cocina. La cocina estaba en penumbras.
Muy pronto ella se hundiría en un sueño eterno, apenas encontrase en el viejo libro la receta de un buen veneno, claro que el pedicuro no dejaba de limarle las uñas de los pies con esa vieja lima desgastada, mareándome con su charla y su con su aliento; mezcla de alcohol y tabaco...

Pizza....