¿Qué demonios ira a hacer una chica como ella en una colonia minera perdida de la mano de Dios y con tan mala fama? Los sucesos de hace setenta años, a pesar de estar plagados de rumores, aun colean en el espacio civilizado haciendo que muchos procuren evitar las rutas de salto cercanas, dándole a toda la zona una extraña fama de estar encantada o, peor aún, maldita; de hecho, se rumorea que los mineros que trabajan en las instalaciones son o bien criminales o bien mano de obra esclava procedente del espacio salvaje.
En cualquier caso, me da exactamente igual, no voy a aterrizar en la zona, no solo porque con mi “nena” no podría ni aunque lo intentase –hay muy pocos espacio-puertos planetarios capaces de albergar a un carguero clase Olimpic plenamente cargado– si no porque, según mi empleador que tan generosamente me pagó, cuando llegue a la zona debo de ponerme en contacto con un tal Riker Hoffman, quien se encargara de todo así como de activar la transferencia del resto de mi dinero.

Sin embargo, cuando me alejo a comprobar el estado de carga de los campos repulsores, no puedo evitar sentir un sudor frio en mi nuca; este instinto mío me está avisando de algo, pero no se dé que…