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Respuesta: Equivocación Iniciado por incursora Yo es que no me canso de leer a Asimov así que para mí sigue siendo igual de impactante cuando se llega a la última frase del relato. Una simple sugerencia: puede que algunos no conozcan los relatos de Asimov así que convendría que añadieses como una especie de nota aclaratoria o glosario acerca de Multivac en dos líneas. ¡Saludos y gracias! Copiando el estilo de Asimov: Incluimos la definición al principio del relato citando la enciclopedia galactica.
Respuesta: Equivocación
Respuesta: Equivocación Yo es que no me canso de leer a Asimov así que para mí sigue siendo igual de impactante cuando se llega a la última frase del relato. Una simple sugerencia: puede que algunos no conozcan los relatos de Asimov así que convendría que añadieses como una especie de nota aclaratoria o glosario acerca de Multivac en dos líneas. ¡Saludos y gracias!
Respuesta: Equivocación Saludos La historia es un buen homenaje al trabajo de Asimov, aun así considero que la ciencia ficción ya ha tenido suficiente de Multivac y los robots positrónicos. Fuera de eso (y mi innecesaria opinión sobre si ya tuvimos suficiente de Asimov) podemos asumir que es una buena historia y muy inteligente. Veamos que opinan los demás. La parte de la adicción a la calculadora es soberbia.
Equivocación EQUIVOCACIÓN Mena ¿Cuántas veces te puedes equivocar? ¿Cuántas, antes de darte cuenta?... ¿o de que alguien te lo diga? Nunca me lo pregunté, pero ahora me doy cuenta de que debí haberlo hecho. Espero que no sea tarde… aunque me temo que así haya sido. No es que sea un despreocupado e irresponsable que va por la vida sin mirar a quién: Es que he estado demasiado ocupado para detenerme a mirar a mi alrededor… sin olvidar el hecho de que nunca pensé que me pudiera equivocar… ¿Y quién piensa alguna vez en equivocarse?, ¿eh? Si hay algo de lo que se me puede acusar con justicia es el de actuar siempre de buena fe. Todo lo que he hecho, lo he hecho porque he creído que sería mejor de esta o estotra manera. Nunca ha estado en mi ánimo el daño per se. Si algo ha resultado mal por mi culpa, aun yo mismo he terminado siendo víctima de mi buena fe. Si hubiese tenido la más mínima sospecha de que mis acciones podían tener tan nefastas consecuencias, créanme, jamás habría levantando un dedo para llevarlas a cabo. Y si alguien me hubiese hecho, incluso, la más mínima advertencia, yo habría reconsiderado y, con toda seguridad, aplazado mis actividades. Pero si no te das cuenta del error. Si nadie te pone en aviso. Si nunca ha pasado algo así antes… ¿Cómo adivinarlo? ¿Cómo preverlo? No se diga, por favor, que eludo mi responsabilidad: fui yo, efectivamente, quien le hizo la dichosa pregunta a La Calculadora. No era la primera vez que lo hacía. Ni era yo la primera persona que lo hacía. ¿No llevamos casi 200 años conectados todos a La Calculadora? ¿No progresamos, acaso, gracias a las preguntas que le hicimos a La Calculadora? Si existía el más ínfimo riesgo ¿por qué nadie nos advirtió? ¿Por qué nadie me advirtió a mí? Aquel día, que quedará en mi memoria para siempre, ingresé al terminal del módulo en que vivo. Había reservado hora tres semanas antes: el terminal no descansaba, día y noche, atendiendo al millar de vecinos del módulo. Me acomodé en la silla frente al monitor y de inmediato La Calculadora me saludó con su voz fría y metálica. Acerqué mi mano al éskopos y leyó el número de mi registro. Volvió a salu-darme; esta vez, obviamente, por mi nombre personal. La voz siguió siendo la misma: carecía de créditos suficientes para darle un tono a mi gusto. En fin, que a mí siempre me había dado lo mismo y la única vez que compré una voz fue a instancias de Trirreme… Pero no quiero hablar de Trirreme en este momento. Me desplegó el abanico de posibilidades (declaración, búsqueda, contacto, información, con-fesión, acusación, respuesta, pregunta, etc.). Por supuesto, elegí “pregunta”… y la formulé. Nada especial ni extraño, apenas una curiosidad vaga sobre un tema, por lo demás, bastante general. Antes le había preguntado cosas similares que La Calculadora había respondido sin dilación. ¿Por qué debía ser distinto ahora? ¿Cómo podía yo saber que me estaba equivocando en aquel momento? ¿Hubiera podido alguien darse cuenta de ello? ¡Ni siquiera un Programador!... Si alguno de ellos estuviera vivo, por supuesto. De hecho, ahora que rememoro ese día, nada me indicó que La Calculadora estuviese afectada, de algún ignoto modo, por mi sencilla pregunta. Es cierto: se demoró en decir algo, pero, según he averiguado, era lo habitual, en estrecha relación con la demanda de parte de los usuarios. No debemos olvidar que los Programadores del ingenio hicieron su labor pensando en la población promedio de hace 200 años. ¡Ni siquiera La Calculadora misma pudo, en aquel entonces, haber previsto el Incidente Kowalski y la consecuente explosión demográfica dentro de los límites de El Dominio! Pero no quiero dar la impresión de estar deslindando responsabilidades, ni muchísimo menos insinuar que todo fue culpa de La Calculadora y los Programadores. Asumo mi plena responsabili-dad en los acontecimientos de ese día e, incluso, en la situación actual de lo que llamábamos El Dominio. Aquí, ahora y de frente a ti reconozco una vez más la autoría de la equivocación. Sin embargo, tampoco quiero que se piense que hubo siquiera la más ínfima intención en mi acto. Simplemente formulé la pregunta como tantas veces lo hice, como se me enseñó a hacerlo, ¡como todo el mundo lo hacía! Y La Calculadora respondió tal y como venía haciéndolo desde que los Programadores la echaron a andar: Se tomó unos minutos. La pantalla circular permaneció neutra durante esos mo-mentos. Luego se iluminó. La voz metálica contestó, tan indiferente e higiénica como siempre, que me había anotado un turno para el día siguiente, cuando me tendría la respuesta a la pregunta formulada. ¡Nada fuera de lo cotidiano! ¡Cómo…! ¿Te das cuenta?, ¡cómo podía yo albergar alguna nimia sospecha de lo que se estaba incubando en el corazón de La Calculadora! Cuando la tragedia se desató, imparable, y El Dominio colapsó dentro de sus límites, yo dormía plácidamente en mi cubículo, ignorante de todo. Aun más, cuando entraron con la orden de retención y me trajeron acá, pensé que todo era una confusión inocente y que al cabo de unas horas se solucionaría y recibiría mi compensación. Había escuchado antes que casos así ocurrían de tanto en tanto y que no era nada de lo que preocuparse. Sólo ahora, que me expones los detalles de la acusación que el Gobierno de Excepción me ha imputado, entiendo claramente mi propia y única implicación en el fin de La Calculadora. Es una lástima. Yo, menos que nadie, deseé que llegáramos a esto. Yo era un adicto a La Calculadora. ¡Con cuánto gusto habría instalado un terminal personal en mi cubículo! Entiendo la desazón, el desconcierto y el vacío que ha inundado el ánimo de mis vecinos del módulo, ¡de El Dominio entero! Son exactamente los mismos sentimientos que me embargan. ¡Por los Programadores! ¿No podía La Calculadora haberse limitado a decir sí o no? ¿O a contestar “pregunta no procesable” con su inerte voz, o algo por el estilo? ¿Qué tan impactante podía ser la pregunta de un tipo tan insignificante como yo? ¡Ni siquiera tenía importancia para mí! Era una duda juguetona, nada más. Con lo que La Calculadora me había suministrado como lectura, ¿qué esperaba que hiciese? Si todo lo que me daba tenía que ver con aquella legendaria Calculadora de los tiempos protohistóricos, ¿qué pretendía? Yo leí y leí y la pregunta se fue formando sola, letra a letra, palabra a palabra. Maduró hasta el punto en que, indefectiblemente, debía plantarme ante el monitor circular de La Calculadora y ofrecérsela. Me pregunto, ahora, si quizá no era eso lo que La Calculadora esperaba. ¿Estaría cansada como se cansó aquella mítica Calculadora? ¿Deseaba desconectarse para siempre como lo hizo el ingenio primitivo? No lo sé. Y no pretendo ser menos responsable por ello. Yo me equivoqué. Te pido perdón. Le pido perdón a todo el remanente de El Dominio. Y si La Calculadora siguiese funcional, también le pediría perdón. Perdón por haberle preguntado “¿Eres tú un plagio de Multivac?”
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