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Respuesta: Heredarás la Tierra estos comentarios son entre nosotros, para retocar y estudiar la posibilidad de mejorar las propuestas. Yo también estoy en aquello, en lo de mejorar y mejorar. Saludos
Respuesta: Heredarás la Tierra
Respuesta: Heredarás la Tierra Gracias por la valoración, y confianza!!! Lo cierto es que me gustan los finales abiertos, así cada uno imagina el que mejor le parece. Muchas veces, tengo claro la historia, pero me faltan recursos y palabras. Gracias a Dios, hay gente con talento literario. Yo, estoy en ello.
Respuesta: Heredarás la Tierra Bueno, un par de cosillas. A ver, no sé si lo he entendido bien pero el armagedón ocurrió 2 dias antes del tiempo en que ocurre la historia. Entonces, no pueden haber "mutantes" las mutaciones son algo que se transmite en la descendencia y si ocurren en un organismo, la expresión no toma (nunca) 2 días. Por lo demás, encuentro que tienes una imaginación encomiable, aunque en el aspecto formal no solo hay tema de longitud de párrafos, sino que de construcción de frases. Hay que concretar más las ideas y darles un poco de estética, no solo contar, contar y contar de corrido (todo esto en mi humilde opinión, ya que la idea es tratar de que se pula antes de decidir si se incluye o no). Por otra parte, un relato, cuento o historia , a mi juicio, debe tener un final. El final no tiene que ser "sorprendente" pero debe ser final. Lo que he leído es más bien un fin de la narración, pero no un final, y eso le quita muchos puntos. a este final se le puede agregar ocho páginas más de historia si quisieras, pues no "cierra" ni "remata" nada. Resumiendo: Buena idea, gran (gran gran) imaginación y necesidad de reestructuración (no mucha, solo algo) y de un "final" un poco más golpeador o concluyente. post data: releído, el final parece ser una figura poética que si se enalteciera un poco más, podría funcionar sin "cambiarlo" del todo. Algo así como que el protagonista comprendió que, a contar de ahora, estas son las reglas del juego y que, aunque cambiado, seguía siendo humano (que ya lo mencionas, pero reforzarlo), entonces se encamina hacia este "nuevo" mundo dispuesto a hacer que funcione bajo las nuevas circunstancias. Después de todo, la especie humana siempre se ha caracterizado por su afán de superación y supervivencia. (o algo así) De todas formas, quiero que entiendas que esta es solo una opinión, y que no constituye una verdad absoluta, sino que solo mi punto de vista Saludos.
Respuesta: Heredarás la Tierra Señorita Nieves Delgado, que se haya tomado el tiempo y la molestia en corregirlo, para mí es más que suficiente. Escribo por afición y mi criterio puede no ser el más correcto si se publicara en la revista, asunto del que entenderá mejor el señor Adm, supongo. Saludos!!!!!
Respuesta: Heredarás la Tierra Creo que lo he arreglado. En principio a partir de ahora debería reconocer la extensión.
Respuesta: Heredarás la Tierra El archivo es un .docx, Borg; no he podido subir esos archivos desde el principio, no sé si te acuerdas. Dejo aquí el relato corregido, aunque en realidad es solo una propuesta para Blasero1, que tendrá que ver qué cosas le gustan y cuáles no. Ahí va: HEREDARÁS LA TIERRA Oscuro, todo está oscuro. Juan abre despacio los doloridos ojos para encontrar, sólo, oscuridad. Aún no es consciente de qué ocurre, pero sabe que permanece tumbado, sobre un lecho mullido. Vestido y rígido, en un espacio muy reducido, pues a pesar del cosquilleo en las extremidades, sus dedos rozan madera a los lados. Estira los pies, y las puntas de los zapatos también tocan pared. Se centra en el sentido del oído. El silencio es absoluto. De pronto, escucha un leve pitido que al momento se hace agudo, ensordecedor, hasta ser atronador e insoportable. A continuación mengua, a medida que el corazón late y golpea con fuerza las sienes, se hinchan los pulmones y respira hondo. Entonces recuerda… Sí, el hospital, así como a su mujer y familiares alrededor de la cama, en la unidad de paliativos. Ahora le viene a la memoria el día de otoño en que murió. Sin embargo, no sabe cuánto hace de aquello. Cruza los brazos por delante del pecho, con los codos pegados a las paredes del estrecho recinto, pone las palmas de las manos en el techo, a un palmo de la cara. Empuja, pero no hace fuerza. Los brazos no responden. Vuelve a intentarlo. Despacio, nota calentar los músculos y presionar en dirección opuesta su espalda contra el suelo. Escucha un crujido, que perfila luminosidad. Da otro empujón y abre la tapa del ataúd, atrapado en la gran arista de cristal de roca. Sentado, no ve nada. Siente un terrible escozor de ojos que nubla la vista. Poco a poco recobra la visión y observa un profundo cráter en mitad del cementerio, con más ataúdes atrapados en ámbar, a la sombra de cipreses petrificados. El cielo está nublado. Se suceden relámpagos violetas eléctricos, y truenos poco después. La repentina ráfaga de viento deja un panfleto en el pecho. Lo coge, y lee: “Arrepentíos, porque el día del Juicio Final ha llegado”; fecha de impresión, 19-9-2012. — ¡Ni siquiera hace tres días del fallecimiento! —exclamó. Abandona la caja semienterrada en cristal para caminar el abrupto suelo de mineral extraterrestre, con vetas de resplandor metálico. La súbita imagen de un monstruo le sobresalta, tropieza y cae de culo. Pronto se percata que la superficie ambarina en realidad refleja su imagen. Puesto en pie, se acerca al espejo. Incrédulo, toca su cara. Reconoce los rasgos faciales pero en piel metálica, escudriñado por ojos cristalinos, azul marinos. La cabeza está cubierta por cabello en cortas tiras de metal, cuya tonalidad es idéntica al suelo que pisa. Sin darse cuenta entreabre los labios, el aliento deshace el ámbar y hace un agujero en la pared; así, da un paso lateral. Continúa mirando. A la altura del pecho hay un agujero. La tela de la chaqueta permanece reventada hacia dentro; sin duda, por la roca de luz que palpita donde antes había un corazón. Alza las manos al frente, y asoman de las mangas. Mueve los dedos, mezcla de osamenta férrica y fibra muscular translúcida, semejante al envoltorio del ataúd del que salió. Da media vuelta, y abandona la imagen de pesadilla. Escala más ataúdes fosilizados entre aristas afiladas, lápidas destrozadas, escombros y tuberías retorcidas, hasta alcanzar la superficie. Repara en el resto del campo santo, y paredes todavía en pie. También en los nichos, y varios mausoleos, rodeados por los árboles de piedra. Un rayo violeta cae en un ataúd del cráter. La tapa salta por los aires, dejando al descubierto el cadáver descompuesto. Al poco, cobra vida, y se levanta. El muerto, transfigurado, de huesos punzantes, camina con pies y manos a la vez. Huele el terreno, ya que parece ciego. Se yergue. Olfatea en dirección a Juan que, inmóvil, es testigo de la escena. Tras un fuerte grito gutural corre hacia él; huye, y se encarama a lo alto de un árbol cercano. Juan, ahora, mira el entorno apocalíptico del municipio de Móstoles. Hasta donde alcanza la vista, desde el cementerio viejo, en la calle Alcalde de Zalamea, puede ver edificios en ruinas, o derruidos. Aunque en lontananza, sobresalen las incisivas aristas del fabuloso asteroide, a la altura de Madrid capital. Los rugidos devuelven su atención. El muerto viviente salta e intenta subir el tronco. Sin embargo no puede, ya que no tiene dedos, sólo muñones punzantes y, cabreado, muestra las fauces. Comienza a golpear el tronco. A cada brutal impacto saltan trozos de piedra y resquebraja la base, hasta que cruje. Vence el árbol, para aplastar a la bestia. Juan también cae al suelo. — ¿El Armageddon? —vocea— ¡María! ¡Mi familia! Puesto en pie, parece estar bien. Antes de saltar el muro se asoma con precaución. Vigila la calle desértica. Hay coches abandonados y un autobús de transporte público cruzado en la glorieta de Juan XXIII. Sabe que no está solo. Acechan ojos brillantes, extrañas figuras ocultas en la oscuridad de las calles o edificios abandonados, ruinosos por los impactos de meteoritos. Pero no puede quedarse allí. El mineral extraterrestre, de alguna forma que escapa a su entender, le ha devuelto la vida y, por encima de todo, quiere reencontrar a los suyos, sí. Da el primer paso. Aprovecha la cobertura del terreno para avanzar escondido. Entonces, los ve; humanos que en vida habían sufrido mutaciones, caminando sin rumbo por las calles. Ahora, monstruos de mirada velada y carne deshecha. Juan escucha gritos de auxilio al llegar al cruce de Cartaya. Aparece una mujer que corre delante de un grupo de mutantes, nutrido, de otros salidos al paso tras ella. A su vez, los disparos del vehículo blindado en cabeza del convoy militar, que sin duda recoge supervivientes, acribilla a los perseguidores. — ¡Aquí! —solicita Juan, cuando el soldado ayuda a la mujer a subir al camión de transporte con lona. Se para en seco. Varios gigantes surgen de otra calle. Los colosales deformes, cada uno formado por un indeterminado número de cuerpos humanos, asaltan el convoy. La munición del acorazado no puede detenerlos y, destrozado por los golpes, arde en llamas. Las hordas de mutantes sitian al resto de vehículos de transporte contra el autobús volcado. Cazan y devoran vivos a los supervivientes, así como a los soldados que huyen disparando. Un hombre corre despavorido del Gigante que va detrás. Éste, finalmente, le coge con su descomunal mano y acerca al otro brazo. Al momento, lo atrapan tejidos y absorben a medida que unen al cuerpo del Gigante. Juan se esconde tras un coche mientras, con los oídos tapados, no soporta los gritos del humano que es sintetizado, y el miedo le impide moverse del sitio, casi respirar. Un camión consigue escapar del cerco. A toda velocidad, prosigue la calle Mariblanca, perseguido por la muchedumbre y los gigantes. Anochece, el cielo amenaza con tormenta. Asimismo, las calles plagadas de extrañas criaturas que deambulan hambrientas; las fuertes devoran a las débiles. Todas se detienen en el sitio, cuando empieza a llover. Se mueven ligeramente, igual que plantas al vaivén del viento y cortinas de lluvia. Juan se cubre los ojos al caminar agazapado, de nuevo. Al torcer la esquina, descubre los restos del Airbus 380 en la avenida y los destrozos en numerosos edificios al estrellarse. Cada paso supone un esfuerzo terrible, siente que las fuerzas le abandonan. Apenas es capaz de caminar, se tambalea y decide buscar refugio para descansar de toda aquella locura, ignorado por los monstruos. Escala restos de paredes, escombros del bloque de pisos derrumbados, hasta alcanzar parte del ala sin turbina. Trepa el fuselaje hacia la puerta entreabierta de acceso, da unos traspiés y resbala a causa de la lluvia. Cae junto a maletas desperdigadas, cadáveres por doquier, incinerados en el accidente. Entonces ve la brecha en el avión y entra al primer piso de clase turista. Continúa el pasillo vacío a medida que sortea equipaje de mano, alcanza las escaleras. Sube a otra planta, también sin pasajeros. Llega a un pequeño bar. Rebusca tras la barra y toma botellas de agua que bebe sin parar, el ansia le hace atragantar. Al mismo tiempo, engulle las barras de chocolatinas sin quitar el envoltorio ni apenas masticar, mientras las lágrimas recorren sus mejillas de metal plateado. Prosigue. Empuja la puerta de una suite, y mira. Una vez dentro, echa el pestillo. Juan, apostado en la ventanilla, observa cómo la tormenta arrecia y las nubes descubren la intensa luna nueva, que ilumina el entorno desolado. Las criaturas empiezan a caminar otra vez, sin rumbo. La claridad lunar permite ver el habitáculo, la cama alborotada, y ropa escapada del armario abierto. El cuarto de baño con hidromasaje, y un cuerpo inerte en el suelo, justo en el esquinazo de la habitación. Se acerca despacio. Discierne un varón con un fuerte golpe en la cabeza, encharcada en sangre seca que baja desde la pared. El reflejo del espejo en la puerta corredera le hace estremecer, y tarda unos segundos en reconocerse. Sentado en la cama, hunde la cabeza en las manos, enredadas en el cabello metálico. Se desnuda de espaldas al espejo, prefiere no saber cómo es ahora su cuerpo. Viste ropa de su talla y se acuesta en posición fetal, ajeno al mundo. A la mañana siguiente le despiertan los rayos solares filtrados por la ventanilla. Ve perfectamente el cuerpo tumbado bocabajo, sobre un brazo, pero el otro doblado en el suelo aferra un móvil. Juan lo coge, aún encendido. No tiene cobertura. Por fortuna, hay videos almacenados. Toca la carpeta en la pantalla y visualiza uno descargado de la red social. Primer video: “Señoras y señores televidentes —dice con semblante muy serio el presentador—. Esta cadena, así como su equipo informativo, no sabe cuándo volverá a emitir. Les hemos informado de la inminente llegada del cometa Hades al planeta Tierra, y las medidas que tanto el Gobierno como las autoridades mundiales han tomado al respecto. A pocas horas del impacto en la península ibérica, sólo ruego a Dios por nosotros y nuestras familias. Recuerden seguir en todo momento las indicaciones del ejército, los agentes y protección civil, hacia los refugios habilitados para la población. Sin más, finalizamos la emisión —despide.” Segundo video: “¡Corred! —grita el padre con el niño en brazos, mientras la mujer va delante y otro de sus hijos, algo rezagado, graba con el móvil. Muestra el caos circulatorio, aglutinado en torno al ayuntamiento de Fuenlabrada y, a su vez, el gentío que va hacia el Refugio, donde aguardan los militares. El joven enfoca los asteroides que dejan estelas en el cielo y caen, algunos tan cercanos que derriban edificios. Provocan temblores, con lluvia de tierra o pedazos de automóviles. A la carrera con la multitud, junto a la fachada del centro comercial y los juzgados, graba cómo un gigantesco meteorito, nada más caer sobre el edificio municipal, explota, y emergen afilados cristales azulados. La fuerza del impacto provoca una onda de tierra que arrasa la zona; a su vez, la energía desprendida abrasa la población. La grabación se interrumpe.” Tercer video: “He perdido contacto con la base —explica el piloto del caza de combate, que se graba en su móvil—, espero que este video llegue a colgarse en la red, si todavía existe. Igualmente, contacto visual con el resto del escuadrón, debido a las inclemencias atmosféricas, a causa de Hades y pedazos del mismo repartidos por toda la geografía. Las repentinas radiaciones de los malditos meteoritos han vuelto loco al instrumental de vuelo y aparatos electrónicos. Voy a desvelar un secreto a voces, pero han caído más Hades en otros continentes; por lo visto, fueron indetectables a la NASA y demás agencias espaciales. Además de los cataclismos, se suman las radiaciones de naturaleza desconocida. Fijaos —enfoca la espesa niebla a medida que el aparato gana altura, hasta sobrevolar las nubes. Atisba tormentas y rayos violetas en lontananza, donde sobresalen las titánicas aristas de Hades. A continuación, enfoca infinidad de puntos lumínicos escondidos en el manto nuboso, restos de asteroides— ¡Me duele mucho la cabeza! —sube la visera del casco, y en cuanto se quita la máscara de oxígeno, brota sangre de la nariz. Sus ojos ensangrentados se velan; al mismo tiempo, la cara se desmenuza a cachos, entre gritos. El móvil cae en las piernas del piloto y continúa grabando entretanto; todos los testigos de alarma están encendidos, la cabina da vueltas de forma incontrolada hasta que se interrumpe la grabación.” Juan busca videos de supervivientes, o refugiados, pero no hay dato alguno. Entonces repasa el correo y posts de voz. Uno llama su atención: “Cariño, los meteoritos han comenzado a caer antes de lo previsto por las autoridades. Todas las emisoras de radio han interrumpido sus programaciones, al igual que las pocas cadenas que emiten, alertan y explican el protocolo a seguir, a todas horas. Estoy en el coche, con los niños, de camino al Parque del Retiro. Espero llegar a tiempo al Refugio 51. Me queda poca batería, no podré llamar de nuevo. Te quiero, por favor, cuídate much… —terminaba la conversación”. Sí, Juan lo tuvo claro. —En primer lugar, debo marchar al municipio vecino y buscar a mi familia —habla consigo—. Si no hay éxito en el empeño, primero buscaré en el Refugio de Fuenlabrada, o llegaré al mismo Refugio 51, si hace falta. Sin duda, el complejo subterráneo de Madrid capital estará exento de radiaciones, será amplio y, quizá, conectado a otros Refugios. Juan mira al espejo, pero no le importa su aspecto, se siente humano. Ilusionado, y capaz de cualquier cosa. Su cuerpo refleja la luz de la ventanilla, el tenue calor le sobrecoge y el intenso hormigueo de la espalda llega a sus ojos azul marino, que se inundan de lágrimas luminosas. Hunde los dedos en la pared del habitáculo y abre el fuselaje sin esfuerzo alguno. Echa un vistazo al paraje, plagado de formaciones cristalinas de meteoritos, que se pierden en el horizonte, y camina con paso firme.
Respuesta: Heredarás la Tierra Iniciado por Nieves Delgado Eso sí, lo he tenido que subir en pdf porque no me admite archivos en word En principio se pueden subir archivos word. Si me dices la extensión que tiene ese archivo, la incluiré en la lista y se podrá subir. En todo caso, resulta que para la maquetación el PDF resulta ser un problema. Si es posible, cuelga en un mensaje del foro el texto corregido.
Respuesta: Heredarás la Tierra Bueno, ahí te dejo un archivo con mi propuesta de puntuación para el relato. Además, también he separado algunos párrafos y corregido alguna falta de ortografía (poca cosa). No me he metido en temas de estilo, eso es algo muy personal, pero creo que ahora se lee mejor (más fácilmente, quiero decir). Eso sí, lo he tenido que subir en pdf porque no me admite archivos en word
Respuesta: Heredarás la Tierra No he dicho nada sobre el aspecto ortográfico ya que antes de maquetar, bukovy hace un repaso a todos los textos para depurarlos y dejarlos listos, pero obviamente, cualquier retoque para mejorarlos facilitará su tarea.
Respuesta: Heredarás la Tierra Toda ayuda y sugerencia será siempre bien recibida. Cada vez que intento mejorar un relato, lo estropeo más. Todo suyo, si quisiera puntuar, corregir, e incluso añadir algo. Saludos, señorita... señora... estoooooo... Nieves Delgado!!!
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