Blasero1
08-Sep-2013, 17:44
Es una mañana calurosa de verano y el sol brilla con fuerza en el cielo despejado de Blooming Grove, un pueblo del condado de Orange, en el estado de Nueva York. John Rodríguez está sentado en el columpio del porche y se balancea despacio. Observa a la cuadrilla de obreros que trabaja en el jardín del patio trasero de su vivienda unifamiliar mientras bebe de la jarra helada de cerveza espumosa que saborea especialmente con gusto en su día libre. Hace un par de horas que se despidió de su mujer, Meryl, al volante del Chrysler ranchera. También de los mellizos traviesos, sentados en los cojines elevadores de los asientos traseros con los cinturones puestos. Y del bebé alegre ocupando su sillita, asegurada al asiento delantero y siempre a la vista de Meryl. El vehículo familiar con el maletero cargado del equipaje de verano e incluso la portamaleta, a primera hora del día había partido hacia el apartamento de la playa. Por fin solo, John otro verano más es el rey de la casa y puede reinar a su antojo, tras la jornada laboral cómo electricista autónomo.
-¿Coco, de verdad que tu padre no es un Ewok? -preguntó al perro de raza Shih Tzu que está mirando con sus enormes ojos y espera recibir otra palomita de las que John come en el bol.
-Señor Rodríguez -se acercó el capataz, quitándose la gorra y los guantes de trabajo-, los sábados sólo trabajamos hasta el mediodía. Dejaremos la maquinaria de excavación y material de la obra en aquella parte del patio, para que no moleste. Como puede ver, el agujero en la tierra está casi ya terminado. El lunes volveremos temprano para continuar la obra ¿de acuerdo? -extendía la mano.
Después de que los obreros salieran de la propiedad por la puerta del patio trasero, John entra en la cocina americana en busca de Tupper Ware que su mujer ha dejado en el congelador de la nevera, hasta que se decide por uno de ellos. Lo mete a descongelar en el microondas y va a encender la enorme televisión del salón. La video consola a continuación, junto con el amplificador del sistema de audio Hi-Fi doméstico. Pone su juego favorito en la disquetera abierta y cerrándose, se cuelga el accesorio de la guitarra inalámbrica. Con los primeros acordes de la canción “Sex One Fire”, de King Of Leon, las torres de sonidos vibran repartidas por la habitación y el perro ladra, cuando John se abre una lata de cerveza.
-¡Sí, socio, vamos a ello! ¡Cerveza! -gritó, sosteniendo la lata en alto.
John pasa la tarde enganchada a la video consola, interrumpida por la llamada telefónica de su mujer que comunica haber llegado sin problemas al destino. John continúa jugando y se hace de noche, sin acordarse del Tupper Ware en el microondas.
-¡Coco, vale ya! -advertía desde la ventana de la cocina al perro ladrando en el jardín, cuando preparaba la cena. Sin embargo, tuvo que salir a ver qué ocurría, pues el animal no dejaba de gruñir y escarbar en el fondo del agujero.
John camina la inclinación del terreno hasta llegar junto al perro que mueve la cola, entonces se percata del reflejo de las luces del jardín en una superficie vidriosa. Momentos después, regresa con la pala del garaje. Sacando paladas de tierra, John poco a poco despeja el cristal.
-¿Pero qué demonios hay aquí?
Continua excavando hasta descubrir parcialmente la cabina, para su sorpresa, entreabierta por el astronauta en el intento de salir. John se agacha, metiendo los dedos por la rendija, hace fuerza y abre por completo el cristal articulado. Se sorprende al ver que el traje espacial tiene dos cascos, para dos cabezas. Una de éstas, a la altura del tórax, desplaza a un lado el sistema de depuración de atmósfera, supone. Sin pensarlo dos veces, desabrocha el arnés de seguridad del traje espacial y saca el cuerpo inerte de la cabina. John transporta acuestas el liviano astronauta hacia el garaje, acompañado por ladridos del perro. Una vez allí, lo tumba sobre la mesa del banco de trabajo. Coge papel y lápiz antes de continuar, como buen aficionado de las maquetas, será meticuloso en el orden de las piezas. Al levantar una de las viseras, le sobresalta la imagen del cráneo ovalado con rasgos humanoides. Desmontando los cascos, el traje hermético desprende el olor de podredumbre. Coloca el cuerpo de lado y consigue desarmar la pequeña la mochila. Seguidamente el sistema depurador, con ayuda del amplio surtido de herramientas que dispone. Anota en la libreta el esquema de los tubos de evacuación del humanoide. Desencajar el tronco, guantes, perneras y botas del traje espacial lleva su tiempo, pero lo consigue. Las prendas van a parar al cestillo de la ropa sucia. El resto de los aparatos y artefactos encontrados en los bolsillos, se hallan ordenados encima de la mesa, junto al peculiar esqueleto, e identificados también en el cuaderno de notas.
-¡No! ¡Perro malo! ¡Suelta eso! -regañó a Coco, escapando con una bota del cesto.
John después de echar las prendas en la lavadora y programar el ciclo corto, se abre otra lata de cerveza delante del esqueleto. Se percata entonces de que sólo diferencia por las dos cabezas, el resto de la estructura ósea es semejante a él en peso y estatura.
-¡Si resulta que el Área 51 está en mi jardín! En cuanto termine la secadora, me pongo el traje y me hago unas fotos, antes de llamar a los bomberos -exclamaba.
John momentos más tarde se viste con las prendas, siguiendo el orden de las anotaciones. Así como la mochila y demás aparatos, guardando los extraños artilugios en los bolsillos respectivos. Sujetando un casco en cada mano, va al salón en busca de la cámara de fotos. Y la encuentra. La primera instantánea no le gusta, entonces mirando a Coco, una idea descabellada cruza su mente. En la segunda foto, John aparece con el casco puesto y la visera abierta, también Coco dentro del casco del tórax, sentado en el pañal adhesivo. La toma siguiente refleja su expresión disgustada al descubrir que no es capaz de desencajar su casco, ni el del perro.
-¡Meryl me va a matar! -exclamó.
John vestido con el traje de astronauta, sale de madrugada al patio de su casa. Y camina el jardín en obras hasta la cabina. Se sienta en el asiento del piloto, pisando los pedales entre el cuadro instrumental, busca algún tipo de guantera en el interior, sin encontrarla.
-Coco, la idea más simple, suele ser la certera -dijo asfixiado por el calor, escuchando ladrar al perro del segundo casco.
A continuación echa mano de otro bolsillo, saca la llave peculiar y la introduce en la cerradura. Al girarla, pensando que por fin hubo encontrado la guantera con algún tipo de herramienta para desencajar el casco, funcionan los relojes analógicos, además de encender la pantalla multifunción de la columna de mando. Aparece el diagrama de la Vía Láctea con su núcleo brillante. John, tras un rato meditabundo, se decide a pulsar el signo de luz retroalimentado entre los brazos de espiral. Se abre entonces el menú de ventanas con diferentes sistemas planetarios y John las arrastra con el dedo, hasta que por fin halla el Sistema Solar. Pulsa la imagen del planeta Tierra y la escritura marciana se traduce de forma simultánea a su idioma.
-¡Pues claro, la batería! -exclamó, después de acceder a la opción del traje espacial.
John coge la batería plana del bolsillo, para enchufarla en el conector indicado del aparato depurador. De repente, ilumina su pequeña pantalla y aparece el panel de control del traje. Efectivamente, ahí es la opción de apertura del casco, pero John activa el soporte vital y demás sistemas. Cerrándose la visera de forma automática, siente presurizar a una temperatura agradable. Sin darse cuenta, recuesta en el asiento aliviado del calor. Descansado sus brazos en los reposabrazos, sus dedos tamborilean en los joystick ergonómicos, con pulsadores, botones y gatillos.
-¿Por qué no? -giró otra vez la llave.
John arranca el propulsor, notando la vibración acompañada por el zumbido, ahogado, la cabina se cierra despacio hasta encajar en el fuselaje plateado. Emocionado, agarra los joystick y sin hacer algún movimiento, la cápsula espacial sale disparada del agujero.
-¿Señor 2p2os? -preguntó el extraterrestre con cara de insecto palo, por la pantalla principal del cuadro de mandos- ¿Señor Y1Kk? ¿Quién es usted? ¿Y dónde está mi empleado?
John no pudo responder por falta de aliento y palabras, flotando en el espacio exterior.
-Sí, usted, la cabeza del hemisferio inteligente -se dirigió al perro-, ¿acaso es pariente?
-¿Guau? -gimió Coco
-¿Cómo ha dicho? ¿No le comentó su familiar si hacen una suplencia deben comunicarlo, lo antes posible? Que también debe afeitarse para ir al trabajo, puesto que la nómina recoge el concepto de imagen y aseo ¿eh?
El perro estiró la pata trasera y se puso a lamer sus partes íntimas.
-¿Pero qué hace?
-¡Si, perdón! ¡Disculpe! -John reclamaba la atención del extraterrestre- Creo que hay un mal entendido.
-¿Me está usted diciendo que no tiene nada que ver con el funcionario 2p2os y Y1kk? ¡Del cuerpo de inspectores-cobradores del glorioso Ministerio de Hacienda de la Vía Láctea! -el alíen sacó en pantalla un pulsador rojo-. Entonces me veo en la obligación de destruir ahora mismo nuestro vehículo oficial por usurpación laboral.
-¡No! Espere. Sí, somos parientes del planeta Tierra. Y su funcionario estará indispuesto una larga temporada…
-¡Ah, esos primates! Se creen el ombligo del Universo. Bueno, señor…
-John Rodríguez…
-Su primer trabajo consistirá en viajar al planeta Terrárium del sistema Herelia, en el Brazo de Perseo. Según informan nuestras fuentes, el sujeto al que debe auditar, conocido vulgarmente como “Don gato”, una mala bestia con rasgos felinos, ahora mismo está en la estación de servicio que flota en la atmósfera de susodicho planeta.
-Verá, señor… -John interrumpía.
-Señor PdTes -respondía el alíen.
-Gracias por la oferta de trabajo, pero tengo ya en la Tierra, y…
-Señor John Rodríguez -se exaltaba, el funcionario del espacio-, ¿acaso no le he explicado los incentivos y la remuneración salarial?
-Pues, no…
-Verá, si acepta, aparte del suelto recibirá el finiquito de su pariente, uno de mis mejores empleados. Solterones, que sepamos, y dedicados en cuerpo y alma al Ministerio.
-¿De cuánto hablamos? -comunicó John.
-En su moneda, unos 600 millones de euros… perdón, de dólares, aproximadamente. Por supuesto, una vez que haya auditado a “Don gato”.
-¿Así que “Don gato“? -susurró- ¡De acuerdo!
-¡Excelente! Le envío por burofax su contrato a firmar. Así como el informe con los datos del sujeto ¡por su primer día de trabajo en el Departamento, desde la Sede Central le programaré su navegador estelar y piloto automático para el salto al hiperespacio! ¡Suerte! -despedía la comunicación.
John pulsa en la pantalla multifunción la opción de hacer respirable la cabina. Levanta su visera y la del segundo casco, agarrando al perro, lo suelta en la ingravidez. También coge una pelota pequeña del bolsillo. El perro en cuanto la ve, corre flotando en el sitio ante las carcajadas de John. Observa como un disco de energía azulado rodea la cápsula espacial, para transformarse en un platillo volante que aumenta velocidad. Sobrepasando Urano, el impreso sale por la ranura del cuadro de mandos.
-¿Coco, de verdad que tu padre no es un Ewok? -preguntó al perro de raza Shih Tzu que está mirando con sus enormes ojos y espera recibir otra palomita de las que John come en el bol.
-Señor Rodríguez -se acercó el capataz, quitándose la gorra y los guantes de trabajo-, los sábados sólo trabajamos hasta el mediodía. Dejaremos la maquinaria de excavación y material de la obra en aquella parte del patio, para que no moleste. Como puede ver, el agujero en la tierra está casi ya terminado. El lunes volveremos temprano para continuar la obra ¿de acuerdo? -extendía la mano.
Después de que los obreros salieran de la propiedad por la puerta del patio trasero, John entra en la cocina americana en busca de Tupper Ware que su mujer ha dejado en el congelador de la nevera, hasta que se decide por uno de ellos. Lo mete a descongelar en el microondas y va a encender la enorme televisión del salón. La video consola a continuación, junto con el amplificador del sistema de audio Hi-Fi doméstico. Pone su juego favorito en la disquetera abierta y cerrándose, se cuelga el accesorio de la guitarra inalámbrica. Con los primeros acordes de la canción “Sex One Fire”, de King Of Leon, las torres de sonidos vibran repartidas por la habitación y el perro ladra, cuando John se abre una lata de cerveza.
-¡Sí, socio, vamos a ello! ¡Cerveza! -gritó, sosteniendo la lata en alto.
John pasa la tarde enganchada a la video consola, interrumpida por la llamada telefónica de su mujer que comunica haber llegado sin problemas al destino. John continúa jugando y se hace de noche, sin acordarse del Tupper Ware en el microondas.
-¡Coco, vale ya! -advertía desde la ventana de la cocina al perro ladrando en el jardín, cuando preparaba la cena. Sin embargo, tuvo que salir a ver qué ocurría, pues el animal no dejaba de gruñir y escarbar en el fondo del agujero.
John camina la inclinación del terreno hasta llegar junto al perro que mueve la cola, entonces se percata del reflejo de las luces del jardín en una superficie vidriosa. Momentos después, regresa con la pala del garaje. Sacando paladas de tierra, John poco a poco despeja el cristal.
-¿Pero qué demonios hay aquí?
Continua excavando hasta descubrir parcialmente la cabina, para su sorpresa, entreabierta por el astronauta en el intento de salir. John se agacha, metiendo los dedos por la rendija, hace fuerza y abre por completo el cristal articulado. Se sorprende al ver que el traje espacial tiene dos cascos, para dos cabezas. Una de éstas, a la altura del tórax, desplaza a un lado el sistema de depuración de atmósfera, supone. Sin pensarlo dos veces, desabrocha el arnés de seguridad del traje espacial y saca el cuerpo inerte de la cabina. John transporta acuestas el liviano astronauta hacia el garaje, acompañado por ladridos del perro. Una vez allí, lo tumba sobre la mesa del banco de trabajo. Coge papel y lápiz antes de continuar, como buen aficionado de las maquetas, será meticuloso en el orden de las piezas. Al levantar una de las viseras, le sobresalta la imagen del cráneo ovalado con rasgos humanoides. Desmontando los cascos, el traje hermético desprende el olor de podredumbre. Coloca el cuerpo de lado y consigue desarmar la pequeña la mochila. Seguidamente el sistema depurador, con ayuda del amplio surtido de herramientas que dispone. Anota en la libreta el esquema de los tubos de evacuación del humanoide. Desencajar el tronco, guantes, perneras y botas del traje espacial lleva su tiempo, pero lo consigue. Las prendas van a parar al cestillo de la ropa sucia. El resto de los aparatos y artefactos encontrados en los bolsillos, se hallan ordenados encima de la mesa, junto al peculiar esqueleto, e identificados también en el cuaderno de notas.
-¡No! ¡Perro malo! ¡Suelta eso! -regañó a Coco, escapando con una bota del cesto.
John después de echar las prendas en la lavadora y programar el ciclo corto, se abre otra lata de cerveza delante del esqueleto. Se percata entonces de que sólo diferencia por las dos cabezas, el resto de la estructura ósea es semejante a él en peso y estatura.
-¡Si resulta que el Área 51 está en mi jardín! En cuanto termine la secadora, me pongo el traje y me hago unas fotos, antes de llamar a los bomberos -exclamaba.
John momentos más tarde se viste con las prendas, siguiendo el orden de las anotaciones. Así como la mochila y demás aparatos, guardando los extraños artilugios en los bolsillos respectivos. Sujetando un casco en cada mano, va al salón en busca de la cámara de fotos. Y la encuentra. La primera instantánea no le gusta, entonces mirando a Coco, una idea descabellada cruza su mente. En la segunda foto, John aparece con el casco puesto y la visera abierta, también Coco dentro del casco del tórax, sentado en el pañal adhesivo. La toma siguiente refleja su expresión disgustada al descubrir que no es capaz de desencajar su casco, ni el del perro.
-¡Meryl me va a matar! -exclamó.
John vestido con el traje de astronauta, sale de madrugada al patio de su casa. Y camina el jardín en obras hasta la cabina. Se sienta en el asiento del piloto, pisando los pedales entre el cuadro instrumental, busca algún tipo de guantera en el interior, sin encontrarla.
-Coco, la idea más simple, suele ser la certera -dijo asfixiado por el calor, escuchando ladrar al perro del segundo casco.
A continuación echa mano de otro bolsillo, saca la llave peculiar y la introduce en la cerradura. Al girarla, pensando que por fin hubo encontrado la guantera con algún tipo de herramienta para desencajar el casco, funcionan los relojes analógicos, además de encender la pantalla multifunción de la columna de mando. Aparece el diagrama de la Vía Láctea con su núcleo brillante. John, tras un rato meditabundo, se decide a pulsar el signo de luz retroalimentado entre los brazos de espiral. Se abre entonces el menú de ventanas con diferentes sistemas planetarios y John las arrastra con el dedo, hasta que por fin halla el Sistema Solar. Pulsa la imagen del planeta Tierra y la escritura marciana se traduce de forma simultánea a su idioma.
-¡Pues claro, la batería! -exclamó, después de acceder a la opción del traje espacial.
John coge la batería plana del bolsillo, para enchufarla en el conector indicado del aparato depurador. De repente, ilumina su pequeña pantalla y aparece el panel de control del traje. Efectivamente, ahí es la opción de apertura del casco, pero John activa el soporte vital y demás sistemas. Cerrándose la visera de forma automática, siente presurizar a una temperatura agradable. Sin darse cuenta, recuesta en el asiento aliviado del calor. Descansado sus brazos en los reposabrazos, sus dedos tamborilean en los joystick ergonómicos, con pulsadores, botones y gatillos.
-¿Por qué no? -giró otra vez la llave.
John arranca el propulsor, notando la vibración acompañada por el zumbido, ahogado, la cabina se cierra despacio hasta encajar en el fuselaje plateado. Emocionado, agarra los joystick y sin hacer algún movimiento, la cápsula espacial sale disparada del agujero.
-¿Señor 2p2os? -preguntó el extraterrestre con cara de insecto palo, por la pantalla principal del cuadro de mandos- ¿Señor Y1Kk? ¿Quién es usted? ¿Y dónde está mi empleado?
John no pudo responder por falta de aliento y palabras, flotando en el espacio exterior.
-Sí, usted, la cabeza del hemisferio inteligente -se dirigió al perro-, ¿acaso es pariente?
-¿Guau? -gimió Coco
-¿Cómo ha dicho? ¿No le comentó su familiar si hacen una suplencia deben comunicarlo, lo antes posible? Que también debe afeitarse para ir al trabajo, puesto que la nómina recoge el concepto de imagen y aseo ¿eh?
El perro estiró la pata trasera y se puso a lamer sus partes íntimas.
-¿Pero qué hace?
-¡Si, perdón! ¡Disculpe! -John reclamaba la atención del extraterrestre- Creo que hay un mal entendido.
-¿Me está usted diciendo que no tiene nada que ver con el funcionario 2p2os y Y1kk? ¡Del cuerpo de inspectores-cobradores del glorioso Ministerio de Hacienda de la Vía Láctea! -el alíen sacó en pantalla un pulsador rojo-. Entonces me veo en la obligación de destruir ahora mismo nuestro vehículo oficial por usurpación laboral.
-¡No! Espere. Sí, somos parientes del planeta Tierra. Y su funcionario estará indispuesto una larga temporada…
-¡Ah, esos primates! Se creen el ombligo del Universo. Bueno, señor…
-John Rodríguez…
-Su primer trabajo consistirá en viajar al planeta Terrárium del sistema Herelia, en el Brazo de Perseo. Según informan nuestras fuentes, el sujeto al que debe auditar, conocido vulgarmente como “Don gato”, una mala bestia con rasgos felinos, ahora mismo está en la estación de servicio que flota en la atmósfera de susodicho planeta.
-Verá, señor… -John interrumpía.
-Señor PdTes -respondía el alíen.
-Gracias por la oferta de trabajo, pero tengo ya en la Tierra, y…
-Señor John Rodríguez -se exaltaba, el funcionario del espacio-, ¿acaso no le he explicado los incentivos y la remuneración salarial?
-Pues, no…
-Verá, si acepta, aparte del suelto recibirá el finiquito de su pariente, uno de mis mejores empleados. Solterones, que sepamos, y dedicados en cuerpo y alma al Ministerio.
-¿De cuánto hablamos? -comunicó John.
-En su moneda, unos 600 millones de euros… perdón, de dólares, aproximadamente. Por supuesto, una vez que haya auditado a “Don gato”.
-¿Así que “Don gato“? -susurró- ¡De acuerdo!
-¡Excelente! Le envío por burofax su contrato a firmar. Así como el informe con los datos del sujeto ¡por su primer día de trabajo en el Departamento, desde la Sede Central le programaré su navegador estelar y piloto automático para el salto al hiperespacio! ¡Suerte! -despedía la comunicación.
John pulsa en la pantalla multifunción la opción de hacer respirable la cabina. Levanta su visera y la del segundo casco, agarrando al perro, lo suelta en la ingravidez. También coge una pelota pequeña del bolsillo. El perro en cuanto la ve, corre flotando en el sitio ante las carcajadas de John. Observa como un disco de energía azulado rodea la cápsula espacial, para transformarse en un platillo volante que aumenta velocidad. Sobrepasando Urano, el impreso sale por la ranura del cuadro de mandos.