Blasero1
21-Apr-2013, 02:39
HEREDARÁS LA TIERRA
Oscuro, todo está oscuro.
Juan, abre despacio los doloridos ojos. Para encontrar, sólo, oscuridad. Aún no es consciente de qué ocurre. Pero sabe que permanece tumbado, sobre un lecho mullido. Vestido, y rígido, en un espacio muy reducido, pues a pesar del cosquilleo en las extremidades, sus dedos rozan madera a los lados. Estira los pies, y las puntas de los zapatos, también tocan pared. Se centra en el sentido del oído. El silencio es absoluto. De pronto, escucha un leve pitido que al momento se hace agudo, ensordecedor, hasta ser atronador e insoportable. A continuación, mengua, a medida que el corazón late y golpea con fuerza las sienes, se hinchan los pulmones y respira hondo. Entonces recuerda… Sí, el hospital, así como a su mujer, y familiares alrededor de la cama, en la unidad de paliativos. Ahora, le viene a la memoria el día de otoño en que murió. Sin embargo, no sabe cuánto hace de aquello. Cruza los brazos por delante del pecho, con los codos pegados a las paredes del estrecho recinto, pone las palmas de las manos en el techo, a un palmo de la cara. Empuja, pero no hace fuerza. Los brazos no responden. Vuelve a intentarlo. Despacio, nota calentar los músculos, y presionar en dirección opuesta su espalda contra el suelo. Escucha un crujido, que perfila luminosidad. Da otro empujón, y abre la tapa del ataúd, atrapado en la gran arista de cristal de roca. Sentado, no ve nada. Siente un terrible escozor de ojos que nubla la vista. Poco a poco, recobra la visión, y observa un profundo cráter en mitad del cementerio, con más ataúdes atrapados en ámbar, a la sombra de cipreses petrificados. El cielo está nublado. Se suceden relámpagos violetas eléctricos, y truenos poco después. La repentina ráfaga de viento, deja un panfleto en el pecho. Lo coge, y lee:
“Arrepentíos, porque el día del Juicio Final, ha llegado” fecha de impresión, 19-9-2012.
-¡Ni siquiera, hace tres días del fallecimiento! -exclamó.
Abandona la caja semienterrada en cristal, para caminar el abrupto suelo de mineral extraterrestre, con vetas de resplandor metálico. La súbita imagen de un monstruo, le sobresalta, tropieza, y cae de culo. Pronto, se percata que la superficie ambarina en realidad refleja su imagen. Puesto en pie, se acerca al espejo. Incrédulo, toca su cara. Reconoce los rasgos faciales, pero en piel metálica, escudriñado por ojos cristalinos, azul marinos. La cabeza, está cubierta por cabello en cortas tiras de metal, cuya tonalidad es idéntica al suelo que pisa. Sin darse cuenta, entreabre los labios, el aliento deshace el ámbar y hace un agujero en la pared, así, da un paso lateral. Continúa mirando. A la altura del pecho, hay un agujero. La tela de la chaqueta permanece reventada hacia dentro, sin duda, por la roca de luz que palpita dónde antes había un corazón. Alza las manos al frente, y asoman de las mangas. Mueve los dedos, mezcla de osamenta férrica y fibra muscular translúcida, semejante, al envoltorio del ataúd del que salió. Da media vuelta, y abandona la imagen de pesadilla. Escala más ataúdes fosilizados entre aristas afiladas, lápidas destrozadas, escombros y tuberías retorcidas, hasta alcanzar la superficie. Repara en el resto del campo santo, y paredes todavía en pie. También en los nichos, y varios mausoleos, rodeados por los árboles de piedra. Un rayo violeta cae en un ataúd del cráter. La tapa salta por los aires, dejando al descubierto el cadáver descompuesto. Al poco, cobra vida, y se levanta. El muerto, transfigurado, de huesos punzantes, camina con pies y manos a la vez. Huele el terreno, ya que parece ciego. Se yergue. Olfatea en dirección a Juan, que inmóvil, es testigo de la escena.
Tras un fuerte grito gutural, corre hacia él, huye, y se encarama a lo alto de un árbol cercano. Juan, ahora mira el entorno apocalíptico del municipio de Móstoles. Hasta dónde alcanza la vista, desde el cementerio viejo, en la calle alcalde de Zalaméa, puede ver edificios en ruinas, o derruidos. Aunque en lontananza, sobresalen las incisivas aristas del fabuloso asteroide, a la altura de Madrid capital. Los rugidos, devuelven su atención. El muerto viviente, salta, e intenta subir el tronco. Sin embargo no puede, ya que no tiene dedos, sólo muñones punzantes, y cabreado, muestra las fauces. Comienza a golpear el tronco. A cada brutal impacto, saltan trozos de piedra y resquebraja la base, hasta que cruje. Vence el árbol, para aplastar a la bestia. Juan, también cae al suelo.
-¿El Armageddon? -vocea- ¡María! ¡Mí familia!
Puesto en pie, parece estar bien. Antes de saltar el muro, se asoma con precaución. Vigila la calle desértica. Hay coches abandonados, y un autobús de transporte público cruzado en la glorieta de Juan XXIII. Sabe que no está solo. Acechan ojos brillantes, extrañas figuras, ocultas en la oscuridad de las calles o edificios abandonados, ruinosos por los impactos de meteoritos. Pero no puede quedarse allí.
El mineral extraterrestre, de alguna forma que escapa a su entender, le ha devuelto la vida, y por encima de todo, quiere reencontrar a los suyos, sí. Da el primer paso. Aprovecha la cobertura del terreno para avanzar escondido. Entonces, los vio. Humanos que en vida habían sufrido mutaciones, caminando sin rumbo por las calles. Ahora, monstruos de mirada velada y carne deshecha. Juan, escucha gritos de auxilio, al llegar al cruce de Cartaya. Aparece una mujer que corre delante de un grupo de mutantes, nutrido, de otros salidos al paso tras ella. A su vez, los disparos del vehículo blindado en cabeza del convoy militar, que sin duda, recoge supervivientes, acribilla a los perseguidores.
-¡Aquí! -solicita Juan, cuando el soldado ayuda a la mujer a subir al camión de transporte con lona.
Se para en seco. Varios gigantes, surgen de otra calle. Los colosales deformes, cada uno, formado por indeterminado número de cuerpos humanos, asaltan el convoy. La munición del acorazado no puede detenerlos, y destrozado por los golpes, arde en llamas. Las ordas de mutantes, sitian al resto de vehículos de transporte contra el autobús volcado. Cazan, y devoran vivos a los supervivientes, así como a los soldados que huyen disparando. Un hombre, corre despavorido del Gigante que va detrás. Éste, finalmente le coge con su descomunal mano y acerca al otro brazo. Al momento, lo atrapan tejidos y absorben a medida que unen al cuerpo del Gigante. Juan se esconde tras un coche mientras, con los oídos tapados, no soporta los gritos del humano que es sintetizado, y el miedo, le impide moverse del sitio, casi respirar. Un camión consigue escapar del cerco. A toda velocidad, prosigue la calle Mariblanca, perseguido por la muchedumbre y los gigantes.
Anochece, el cielo amenaza con tormenta. Asimismo las calles, plagadas de extrañas criaturas que deambulan hambrientas, las fuertes devoran a las débiles. Todas se detienen en el sitio, cuando empieza a llover. Se mueven ligeramente, igual que plantas al vaivén del viento y cortinas de lluvia. Juan se cubre los ojos al caminar agazapado, de nuevo. Al torcer la esquina, descubre los restos del Airbus 380 en la avenida, y los destrozos en numerosos edificios al estrellarse. Cada paso, supone un esfuerzo terrible, siente que las fuerzas le abandonan. Apenas es capaz de caminar, se tambalea, y decide buscar refugio para descansar de toda aquella locura, ignorado por los monstruos. Escala restos de paredes, escombros del bloque de pisos derrumbados, hasta alcanzar parte del ala sin turbina.
Trepa el fuselaje, hacia la puerta entreabierta de acceso, da unos traspiés y resbala a causa de la lluvia. Cae junto a maletas desperdigadas, cadáveres por doquier, incinerados en el accidente. Entonces ve la brecha en el avión, y entra al primer piso de clase turista. Continua el pasillo vacío, a medida que sortea equipaje de mano, alcanza las escaleras. Sube a otra planta, también sin pasajeros. Llega a un pequeño bar. Rebusca tras la barra y toma botellas de agua, que bebe sin parar, el ansia, le hace atragantar. Al mismo tiempo, engulle las barras de chocolatinas sin quitar el envoltorio ni apenas masticar mientras, las lágrimas recorren sus mejillas de metal plateado. Prosigue. Empuja la puerta de una suite, y mira. Una vez dentro, echa el pestillo. Juan, apostado en la ventanilla, observa cómo la tormenta arrecia y las nubes descubren la intensa luna nueva, que ilumina el entorno desolado. Las criaturas empiezan a caminar otra vez, sin rumbo. La claridad lunar permite ver el habitáculo, la cama alborotada, y ropa escapada del armario abierto. El cuarto de baño con hidromasaje, y un cuerpo inerte en el suelo, justo en el esquinazo de la habitación. Se acerca despacio. Discierne un varón, con un fuerte golpe en la cabeza, encharcada en sangre seca que baja desde la pared. El reflejo del espejo en la puerta corredera, le hace estremecer, y tarda unos segundos en reconocerse. Sentado en la cama, hunde la cabeza en las manos, enredadas en el cabello metálico. Se desnuda de espaldas al espejo, prefiere no saber cómo es ahora su cuerpo. Viste ropa de su talla, y se acuesta en posición fetal, ajeno al mundo.
A la mañana siguiente, le despiertan los rayos solares filtrados por la ventanilla. Ve perfectamente el cuerpo tumbado bocabajo, sobre un brazo, pero el otro doblado en el suelo, aferra un móvil. Juan, lo coge, aún encendido. No tiene cobertura. Por fortuna, hay videos almacenados. Toca la carpeta en la pantalla, y visualiza uno descargado de la red social.
Primer video:
“Señoras y señores televidentes -dice con semblante muy serio el presentador- Esta cadena, así como su equipo informativo, no sabe cuando volverá a emitir. Les hemos informado de la inminente llegada del cometa Hades al planeta Tierra, y las medidas que tanto el Gobierno, cómo las autoridades mundiales han tomado al respecto. A pocas horas del impacto en la península ibérica, sólo ruego a Dios por nosotros y nuestras familias. Recuerden seguir en todo momento las indicaciones del ejército, los agentes y protección civil, hacia los refugios habilitados para la población. Sin más, finalizamos la emisión- despide”
Segundo video:
“¡Correr! -grita el padre con el niño en brazos mientras, la mujer va delante y otro de sus hijos algo rezagado graba con el móvil. Muestra el caos circulatorio, aglutinado entorno al ayuntamiento de Fuenlabrada, a su vez, del gentío que va hacia el Refugio, dónde aguardan los militares. El joven enfoca los asteroides que dejan estelas en el cielo y caen, algunos tan cercanos, que derriban edificios. Provocan temblores, con lluvia de tierra o pedazos de automóviles. A la carrera con la multitud, junto a la fachada del centro comercial y los juzgados, graba como un gigantesco meteorito, nada más caer sobre el edificio municipal, explota y emergen afilados cristales azulados. La fuerza del impacto, provoca una onda de tierra que arrasa la zona, a su vez, la energía desprendida abrasa la población. La grabación se interrumpe.”
Tercer video:
“He perdido contacto con la base, -explica el piloto del caza de combate, que se graba en su móvil- espero que este video llegue a colgarse en la red, si todavía existe. Igualmente, contacto visual con el resto del escuadrón, debido a las inclemencias atmosféricas, a causa de Hades y pedazos del mismo repartidos por toda la geografía. Las repentinas radiaciones de los malditos meteoritos, han vuelto loco el instrumental de vuelo y aparatos electrónicos. Voy a desvelar un secreto a voces, pero han caído más Hades en otros continentes, por lo visto, fueron indetectables a la NASA, y demás agencias espaciales. Además de los cataclismos, se suma las radiaciones de naturaleza desconocida. Fijaos -enfoca la espesa niebla a medida que el aparato gana altura, hasta sobrevolar las nubes. Atisba tormentas y rayos violetas en lontananza, dónde sobresalen las titánicas aristas de Hades. A continuación, enfoca infinidad de puntos lumínicos escondidos en el manto nuboso, restos de asteroides- ¡Me duele mucho la cabeza! -sube la visera del casco, y en cuanto se quita la máscara de oxígeno, brota sangre de la nariz. Sus ojos ensangrentados, se velan, al mismo tiempo, la cara se desmenuza a cachos, entre gritos. El móvil cae en las piernas del piloto y continua grabando entretanto, todos los testigos de alarma están encendidos, la cabina da vueltas de forma incontrolada hasta que se interrumpe la grabación.”
Juan busca videos de supervivientes, o Refugiados, pero no hay dato alguno. Entonces repasa el correo y mensajes de voz.
Una llama su atención:
“Cariño, los meteoritos han comenzado a caer antes de lo previsto por las autoridades. Todas las emisoras de radio han interrumpido sus programaciones, al igual que las pocas cadenas que emiten, alertan y explican el protocolo a seguir, a todas horas. Estoy en el coche, con los niños, de camino al Parque del Retiro. Espero llegar a tiempo al Refugio 51. Me queda poca batería, no podré llamar de nuevo. Te quiero, por favor, cuídate much… -terminaba la conversación”
Sí, Juan lo tuvo claro.
-En primer lugar, debo marchar al municipio vecino y buscar a mi familia -habla, consigo- Si no hay éxito en el empeño, primero buscaré en el Refugio de Fuenlabrada, o llegaré al mismo Refugio 51, si hace falta. Sin duda, el complejo subterráneo de Madrid capital, estará exento de radiaciones, será amplio, y quizá, conectado a otros Refugios.
Juan mira al espejo, pero no le importa su aspecto, se siente humano. Ilusionado, y capaz de cualquier cosa. Su cuerpo refleja la luz de la ventanilla, el tenue calor le sobrecoge y el intenso hormigueo de la espalda llega a sus ojos azul marino, que se inundan de lágrimas luminosas. Hunde los dedos en la pared del habitáculo y abre el fuselaje, sin esfuerzo alguno. Echa un vistazo al paraje, plagado de formaciones cristalinas de meteoritos, que se pierden en el horizonte, y camina con paso firme.
Oscuro, todo está oscuro.
Juan, abre despacio los doloridos ojos. Para encontrar, sólo, oscuridad. Aún no es consciente de qué ocurre. Pero sabe que permanece tumbado, sobre un lecho mullido. Vestido, y rígido, en un espacio muy reducido, pues a pesar del cosquilleo en las extremidades, sus dedos rozan madera a los lados. Estira los pies, y las puntas de los zapatos, también tocan pared. Se centra en el sentido del oído. El silencio es absoluto. De pronto, escucha un leve pitido que al momento se hace agudo, ensordecedor, hasta ser atronador e insoportable. A continuación, mengua, a medida que el corazón late y golpea con fuerza las sienes, se hinchan los pulmones y respira hondo. Entonces recuerda… Sí, el hospital, así como a su mujer, y familiares alrededor de la cama, en la unidad de paliativos. Ahora, le viene a la memoria el día de otoño en que murió. Sin embargo, no sabe cuánto hace de aquello. Cruza los brazos por delante del pecho, con los codos pegados a las paredes del estrecho recinto, pone las palmas de las manos en el techo, a un palmo de la cara. Empuja, pero no hace fuerza. Los brazos no responden. Vuelve a intentarlo. Despacio, nota calentar los músculos, y presionar en dirección opuesta su espalda contra el suelo. Escucha un crujido, que perfila luminosidad. Da otro empujón, y abre la tapa del ataúd, atrapado en la gran arista de cristal de roca. Sentado, no ve nada. Siente un terrible escozor de ojos que nubla la vista. Poco a poco, recobra la visión, y observa un profundo cráter en mitad del cementerio, con más ataúdes atrapados en ámbar, a la sombra de cipreses petrificados. El cielo está nublado. Se suceden relámpagos violetas eléctricos, y truenos poco después. La repentina ráfaga de viento, deja un panfleto en el pecho. Lo coge, y lee:
“Arrepentíos, porque el día del Juicio Final, ha llegado” fecha de impresión, 19-9-2012.
-¡Ni siquiera, hace tres días del fallecimiento! -exclamó.
Abandona la caja semienterrada en cristal, para caminar el abrupto suelo de mineral extraterrestre, con vetas de resplandor metálico. La súbita imagen de un monstruo, le sobresalta, tropieza, y cae de culo. Pronto, se percata que la superficie ambarina en realidad refleja su imagen. Puesto en pie, se acerca al espejo. Incrédulo, toca su cara. Reconoce los rasgos faciales, pero en piel metálica, escudriñado por ojos cristalinos, azul marinos. La cabeza, está cubierta por cabello en cortas tiras de metal, cuya tonalidad es idéntica al suelo que pisa. Sin darse cuenta, entreabre los labios, el aliento deshace el ámbar y hace un agujero en la pared, así, da un paso lateral. Continúa mirando. A la altura del pecho, hay un agujero. La tela de la chaqueta permanece reventada hacia dentro, sin duda, por la roca de luz que palpita dónde antes había un corazón. Alza las manos al frente, y asoman de las mangas. Mueve los dedos, mezcla de osamenta férrica y fibra muscular translúcida, semejante, al envoltorio del ataúd del que salió. Da media vuelta, y abandona la imagen de pesadilla. Escala más ataúdes fosilizados entre aristas afiladas, lápidas destrozadas, escombros y tuberías retorcidas, hasta alcanzar la superficie. Repara en el resto del campo santo, y paredes todavía en pie. También en los nichos, y varios mausoleos, rodeados por los árboles de piedra. Un rayo violeta cae en un ataúd del cráter. La tapa salta por los aires, dejando al descubierto el cadáver descompuesto. Al poco, cobra vida, y se levanta. El muerto, transfigurado, de huesos punzantes, camina con pies y manos a la vez. Huele el terreno, ya que parece ciego. Se yergue. Olfatea en dirección a Juan, que inmóvil, es testigo de la escena.
Tras un fuerte grito gutural, corre hacia él, huye, y se encarama a lo alto de un árbol cercano. Juan, ahora mira el entorno apocalíptico del municipio de Móstoles. Hasta dónde alcanza la vista, desde el cementerio viejo, en la calle alcalde de Zalaméa, puede ver edificios en ruinas, o derruidos. Aunque en lontananza, sobresalen las incisivas aristas del fabuloso asteroide, a la altura de Madrid capital. Los rugidos, devuelven su atención. El muerto viviente, salta, e intenta subir el tronco. Sin embargo no puede, ya que no tiene dedos, sólo muñones punzantes, y cabreado, muestra las fauces. Comienza a golpear el tronco. A cada brutal impacto, saltan trozos de piedra y resquebraja la base, hasta que cruje. Vence el árbol, para aplastar a la bestia. Juan, también cae al suelo.
-¿El Armageddon? -vocea- ¡María! ¡Mí familia!
Puesto en pie, parece estar bien. Antes de saltar el muro, se asoma con precaución. Vigila la calle desértica. Hay coches abandonados, y un autobús de transporte público cruzado en la glorieta de Juan XXIII. Sabe que no está solo. Acechan ojos brillantes, extrañas figuras, ocultas en la oscuridad de las calles o edificios abandonados, ruinosos por los impactos de meteoritos. Pero no puede quedarse allí.
El mineral extraterrestre, de alguna forma que escapa a su entender, le ha devuelto la vida, y por encima de todo, quiere reencontrar a los suyos, sí. Da el primer paso. Aprovecha la cobertura del terreno para avanzar escondido. Entonces, los vio. Humanos que en vida habían sufrido mutaciones, caminando sin rumbo por las calles. Ahora, monstruos de mirada velada y carne deshecha. Juan, escucha gritos de auxilio, al llegar al cruce de Cartaya. Aparece una mujer que corre delante de un grupo de mutantes, nutrido, de otros salidos al paso tras ella. A su vez, los disparos del vehículo blindado en cabeza del convoy militar, que sin duda, recoge supervivientes, acribilla a los perseguidores.
-¡Aquí! -solicita Juan, cuando el soldado ayuda a la mujer a subir al camión de transporte con lona.
Se para en seco. Varios gigantes, surgen de otra calle. Los colosales deformes, cada uno, formado por indeterminado número de cuerpos humanos, asaltan el convoy. La munición del acorazado no puede detenerlos, y destrozado por los golpes, arde en llamas. Las ordas de mutantes, sitian al resto de vehículos de transporte contra el autobús volcado. Cazan, y devoran vivos a los supervivientes, así como a los soldados que huyen disparando. Un hombre, corre despavorido del Gigante que va detrás. Éste, finalmente le coge con su descomunal mano y acerca al otro brazo. Al momento, lo atrapan tejidos y absorben a medida que unen al cuerpo del Gigante. Juan se esconde tras un coche mientras, con los oídos tapados, no soporta los gritos del humano que es sintetizado, y el miedo, le impide moverse del sitio, casi respirar. Un camión consigue escapar del cerco. A toda velocidad, prosigue la calle Mariblanca, perseguido por la muchedumbre y los gigantes.
Anochece, el cielo amenaza con tormenta. Asimismo las calles, plagadas de extrañas criaturas que deambulan hambrientas, las fuertes devoran a las débiles. Todas se detienen en el sitio, cuando empieza a llover. Se mueven ligeramente, igual que plantas al vaivén del viento y cortinas de lluvia. Juan se cubre los ojos al caminar agazapado, de nuevo. Al torcer la esquina, descubre los restos del Airbus 380 en la avenida, y los destrozos en numerosos edificios al estrellarse. Cada paso, supone un esfuerzo terrible, siente que las fuerzas le abandonan. Apenas es capaz de caminar, se tambalea, y decide buscar refugio para descansar de toda aquella locura, ignorado por los monstruos. Escala restos de paredes, escombros del bloque de pisos derrumbados, hasta alcanzar parte del ala sin turbina.
Trepa el fuselaje, hacia la puerta entreabierta de acceso, da unos traspiés y resbala a causa de la lluvia. Cae junto a maletas desperdigadas, cadáveres por doquier, incinerados en el accidente. Entonces ve la brecha en el avión, y entra al primer piso de clase turista. Continua el pasillo vacío, a medida que sortea equipaje de mano, alcanza las escaleras. Sube a otra planta, también sin pasajeros. Llega a un pequeño bar. Rebusca tras la barra y toma botellas de agua, que bebe sin parar, el ansia, le hace atragantar. Al mismo tiempo, engulle las barras de chocolatinas sin quitar el envoltorio ni apenas masticar mientras, las lágrimas recorren sus mejillas de metal plateado. Prosigue. Empuja la puerta de una suite, y mira. Una vez dentro, echa el pestillo. Juan, apostado en la ventanilla, observa cómo la tormenta arrecia y las nubes descubren la intensa luna nueva, que ilumina el entorno desolado. Las criaturas empiezan a caminar otra vez, sin rumbo. La claridad lunar permite ver el habitáculo, la cama alborotada, y ropa escapada del armario abierto. El cuarto de baño con hidromasaje, y un cuerpo inerte en el suelo, justo en el esquinazo de la habitación. Se acerca despacio. Discierne un varón, con un fuerte golpe en la cabeza, encharcada en sangre seca que baja desde la pared. El reflejo del espejo en la puerta corredera, le hace estremecer, y tarda unos segundos en reconocerse. Sentado en la cama, hunde la cabeza en las manos, enredadas en el cabello metálico. Se desnuda de espaldas al espejo, prefiere no saber cómo es ahora su cuerpo. Viste ropa de su talla, y se acuesta en posición fetal, ajeno al mundo.
A la mañana siguiente, le despiertan los rayos solares filtrados por la ventanilla. Ve perfectamente el cuerpo tumbado bocabajo, sobre un brazo, pero el otro doblado en el suelo, aferra un móvil. Juan, lo coge, aún encendido. No tiene cobertura. Por fortuna, hay videos almacenados. Toca la carpeta en la pantalla, y visualiza uno descargado de la red social.
Primer video:
“Señoras y señores televidentes -dice con semblante muy serio el presentador- Esta cadena, así como su equipo informativo, no sabe cuando volverá a emitir. Les hemos informado de la inminente llegada del cometa Hades al planeta Tierra, y las medidas que tanto el Gobierno, cómo las autoridades mundiales han tomado al respecto. A pocas horas del impacto en la península ibérica, sólo ruego a Dios por nosotros y nuestras familias. Recuerden seguir en todo momento las indicaciones del ejército, los agentes y protección civil, hacia los refugios habilitados para la población. Sin más, finalizamos la emisión- despide”
Segundo video:
“¡Correr! -grita el padre con el niño en brazos mientras, la mujer va delante y otro de sus hijos algo rezagado graba con el móvil. Muestra el caos circulatorio, aglutinado entorno al ayuntamiento de Fuenlabrada, a su vez, del gentío que va hacia el Refugio, dónde aguardan los militares. El joven enfoca los asteroides que dejan estelas en el cielo y caen, algunos tan cercanos, que derriban edificios. Provocan temblores, con lluvia de tierra o pedazos de automóviles. A la carrera con la multitud, junto a la fachada del centro comercial y los juzgados, graba como un gigantesco meteorito, nada más caer sobre el edificio municipal, explota y emergen afilados cristales azulados. La fuerza del impacto, provoca una onda de tierra que arrasa la zona, a su vez, la energía desprendida abrasa la población. La grabación se interrumpe.”
Tercer video:
“He perdido contacto con la base, -explica el piloto del caza de combate, que se graba en su móvil- espero que este video llegue a colgarse en la red, si todavía existe. Igualmente, contacto visual con el resto del escuadrón, debido a las inclemencias atmosféricas, a causa de Hades y pedazos del mismo repartidos por toda la geografía. Las repentinas radiaciones de los malditos meteoritos, han vuelto loco el instrumental de vuelo y aparatos electrónicos. Voy a desvelar un secreto a voces, pero han caído más Hades en otros continentes, por lo visto, fueron indetectables a la NASA, y demás agencias espaciales. Además de los cataclismos, se suma las radiaciones de naturaleza desconocida. Fijaos -enfoca la espesa niebla a medida que el aparato gana altura, hasta sobrevolar las nubes. Atisba tormentas y rayos violetas en lontananza, dónde sobresalen las titánicas aristas de Hades. A continuación, enfoca infinidad de puntos lumínicos escondidos en el manto nuboso, restos de asteroides- ¡Me duele mucho la cabeza! -sube la visera del casco, y en cuanto se quita la máscara de oxígeno, brota sangre de la nariz. Sus ojos ensangrentados, se velan, al mismo tiempo, la cara se desmenuza a cachos, entre gritos. El móvil cae en las piernas del piloto y continua grabando entretanto, todos los testigos de alarma están encendidos, la cabina da vueltas de forma incontrolada hasta que se interrumpe la grabación.”
Juan busca videos de supervivientes, o Refugiados, pero no hay dato alguno. Entonces repasa el correo y mensajes de voz.
Una llama su atención:
“Cariño, los meteoritos han comenzado a caer antes de lo previsto por las autoridades. Todas las emisoras de radio han interrumpido sus programaciones, al igual que las pocas cadenas que emiten, alertan y explican el protocolo a seguir, a todas horas. Estoy en el coche, con los niños, de camino al Parque del Retiro. Espero llegar a tiempo al Refugio 51. Me queda poca batería, no podré llamar de nuevo. Te quiero, por favor, cuídate much… -terminaba la conversación”
Sí, Juan lo tuvo claro.
-En primer lugar, debo marchar al municipio vecino y buscar a mi familia -habla, consigo- Si no hay éxito en el empeño, primero buscaré en el Refugio de Fuenlabrada, o llegaré al mismo Refugio 51, si hace falta. Sin duda, el complejo subterráneo de Madrid capital, estará exento de radiaciones, será amplio, y quizá, conectado a otros Refugios.
Juan mira al espejo, pero no le importa su aspecto, se siente humano. Ilusionado, y capaz de cualquier cosa. Su cuerpo refleja la luz de la ventanilla, el tenue calor le sobrecoge y el intenso hormigueo de la espalda llega a sus ojos azul marino, que se inundan de lágrimas luminosas. Hunde los dedos en la pared del habitáculo y abre el fuselaje, sin esfuerzo alguno. Echa un vistazo al paraje, plagado de formaciones cristalinas de meteoritos, que se pierden en el horizonte, y camina con paso firme.