Blasero1
21-Apr-2013, 02:35
MARÍA 2
-¡Despierta cariño! -Juan, lentamente abrió los doloridos ojos. Poco a poco despertaba del letargo inducido y sentía como la figura borrosa, frente a la cápsula abierta, cogía su mano, acariciándola- Dentro de poco saldremos del Hiperespacio, según los datos del navegador estelar, ya estamos cerca del Enclave Saturno.
-¿María, cuánto tiempo ha pasado? -conseguía pronunciar, después de varios amagos en que sólo movió los labios sin articular palabra.
-Seis meses… Si vieras tu barba y pelo, pareces un naufrago -reía, mientras le alborotaba el cabello con los dedos- Aséate, y cuando estés listo, ven al puente de mando -dijo desde el umbral de la puerta del habitáculo- ¡Por cierto! Ahí te dejo una cerveza fresquita -concluyó, cerrándose la compuerta corrediza, nada más salir al largo pasillo de la Nave.
Juan se incorporó despacio, hasta quedar sentado en el sitio. Bajo tenue luz de fluorescentes, distinguía la cabina de ducha en la esquina, seguido por el lavabo con el preciado botellín, espejo y la taquilla dónde guardaba su ropa con los objetos personales. Momentos más tarde del aseo, cortado el pelo al cero, con la maquinilla eléctrica, y puesto el uniforme, abandonaba la habitación.
-¿Pero que demonios? ¡Ordenador, luces y música! -las luces rojas del estrecho corredor, se volvieron gradualmente blancas al mismo tiempo que su artista favorito comenzaba a sonar. Por un instante, permaneció embelesado junto a uno de los ventanales redondos, observando pasar las estrellas como infinitas estelas luminosas, percibía el leve balanceo de la Nave Estelar. Seguidamente daba media vuelta y tras varios pasos, situaba el rostro delante del cierre del habitáculo contiguo. Una luz proyectada, escaneaba sus retinas y confirmaba la identidad, entonces, la puerta acorazada se abrió despacio. Dentro de la cámara de seguridad, había Tesoros conseguidos durante treinta años de viajes por el Espacio profundo, y que comercializaría en el Enclave Minero Saturno, consiguiendo, sin duda, una fortuna por éstos. Todo, gracias al mapa que un anciano borracho cambió por la botella de alcohol, en una de las turbias cantinas del mismo Enclave, al cual, ahora regresa.
Juan, abría la tapa del primer contenedor dispuesto en la pared. Observaba dentro el mineral cristalino Eco, sobre un soporte, conseguido en el Satélite Geoda, a varios años luz del Sistema Solar.
-María, te empleaste a fondo al pilotar la Nave por la estrecha fisura del asteroide ¡Por ti, cariño! -brindó al aire.
“Siete minutos, para abandonar la velocidad Luz” -respondió la megafonía, a la par que Juan propinaba un buen trago al botellín.
-Asegurado al puesto de copiloto, tras tu asiento -continuó-, desde de la cabina con las placas de protección desarmadas, observé como lentamente sorteamos afilados cristales de rocas realizando maniobras inverosímiles, incluso para mi experiencia de piloto. A pesar de tu extraordinaria destreza, María, la nave sufría algún rasguño en el fuselaje hasta llegar a la gruta del subsuelo. Atracamos junto a una colosal columna de piedra que sostenía el techo, con los motores apagados, pues la vibración pudo causar el derrumbe de la zona. Una vez puesto el traje espacial, gracias a la visión nocturna y los sensores de exploración del casco, partí de la nave, siguiendo la ruta del Mapa por aquel ambiente hostil para los humanos, inutilizada la emisora por las interferencias electromagnéticas de la Géoda, y con la única compañía de mi respiración. El serpenteante sendero de aristas, que desafiaban el vacío en brumas, me llevó hacia la formación dorada. A los pies de la montaña, escalé la catarata congelada que nacía de la cúspide, hasta coronar la cima y alcanzar el poblado extraterrestre -elucubraba, en voz alta- ¡Allí, estaban los malditos aborígenes! Criaturas verdes, ciegas, y de magníficos oídos. Feos, como enormes sapos erguidos sobre sus patas traseras... Intenté comunicarme por señas, negociar y cambiar su preciado mineral, Eco, por algunas de mis mercancías, pero me atacaron primero... lo juro... con sus lanzas y armas cristalinas... ¡No tuve más remedio que desenfundar el cuchillo de combate, y defenderme…! -introdujo el brazo en el recipiente, y lo rozó. Al vibrar, brotaron los sonidos Cósmicos atrapados en el mineral, desde grabaciones Terrícolas lanzadas al infinito, hasta conversaciones alienígenas. Sin embargo, cuando surgieron los gritos ahogados de aquellas criaturas, feas como sapos, cerró la tapa.
“Seis minutos para abandonar... “-anunciaba la megafonía
Juan daba un paso lateral y abría otro recipiente, para deleitarse con una exótica Flor de Luna Selva, cultivada en lecho de tierra, cuya fragancia sería muy cotizada por las clases pudientes de la sociedad humana.
-Justo en el corazón de una colonia de Insectos Gigantes, como no pudo ser de otra manera. En esta ocasión, juntos, nos adentramos por las galerías del hormiguero con las armaduras militares puestas y todo el armamento disponible -daba otro generoso trago, y situó la botella delante del rostro, para ver que estaba medio vacía- Gastamos mucha munición en todo lo que se movía, en particular contra los malditos Soldados, pero es el bicho “Reina”, el que me amputa la pierna... la vida, si no cuento con tu extraordinaria puntería, María -soltaba fuertes carcajadas, y frotaba la pierna robótica.
“Cinco minutos... “-resonaba por megafonía.
Juan, pasó al siguiente recipiente, y observó el collar de Perlas Luminosas, inmerso en agua salada, que burbujeaba.
-¡Por los créditos! -brindó al aire- ¡Y el Planeta Líquido! Gracias a todos los Santos, las Criaturas Marinas atendieron a razones, y no hicieron falta las armas. La nave estelar Carmen I, está preparada para cualquier condición ambiental, y no es que quiera presumir, bien lo sabes... pero es lo más caro y avanzado del mercado Solar. En aquel año luz, nos sumergimos en los océanos en busca del “Pueblo Nómada”. A decir verdad, aún me impresiona el recuerdo de la titánica tortuga marina, con el arrecife arraigado en el caparazón, hábitat natural de dicha especie. Recorrimos la urbe sumergida, Coralia, iluminada por rayos solares superficiales, entre el intenso tráfico de cetáceos que transportaban a los habitantes, humanoides acuáticos, y particulares a lomos de enormes caballitos de mar, grandes peces multicolores, o veloces mamíferos, hasta llegar el lugar indicado en el Mapa, una descomunal caracola, en las edificaciones de coral rojo. Puestos los trajes de buzos, abandonamos la nave y anduvimos los negocios a pie de calle hacia la Taberna. Después de pasar por la cámara de descompresión del establecimiento anfibio, nos quitamos las escafandras y tomamos una mesa libre, alumbrada por la lámpara de medusa bioeléctrica. En el escenario cantaba una hermosa sirena, cuyos largos cabellos pelirrojos cubrían los senos. Durante la espera a ser atendidos por la camarera con tentáculos, ocupada en tomar nota a la peculiar clientela, pude observar que el local estaba forrado con la madera de barcos hundidos, y adornado con objetos de éstos. Terribles dentaduras de depredadores marinos, o tesoros encontrados ¡Te acuerdas…! Nuestro contacto resultó ser el mismo dueño, humanoide con cabeza de tiburón, que además de la barra, se encargaba del mercado de contrabando. Así, sólo negociamos, nada de violencia. El collar, por una de mis preciadas latas de anchoas, que eligió entre los productos de mi mochila metálica.
“Cuatro minutos... “-recordaba la megafonía.
-Botellas de Ron, rescatadas de galeones hundidos en el mar Atlántico -miraba el siguiente contenedor, a la salud del nuevo trago- ¡Genuina mercancía Terrícola!
“Tres minutos para... “-resonaba.
-Un colorido ave, cuyo cántico puede sanar cualquier enfermedad -brindó de nuevo, frente la gran pajarera que ocupa el hueco. Juan, repentinamente interrumpía el trago, y dejaba la boquilla del botellin en sus labios. Con la mirada perdida, apoyaba la espalda en los barrotes metálicos y al compás del aleteo del pájaro, cayó lentamente hasta quedar sentado en el suelo- ¡Sanar…! -repetía, una y otra vez- ¡Dios, si lo hubiera encontrado antes, ahora, estarías aquí, conmigo!
“Dos minutos... “-apremiaba la voz de megafonía mientras, Juan se frotaba los ojos con las mangas.
-¿Tanto tiempo ha pasado? Sí. Tenía dieciocho años, cuando conocí a Carmen, mi verdadero amor -se dijo, dibujando una leve sonrisa en la comisura de los labios, partidos por una cicatriz- Me acababa de independizar en un piso alquilado, justo encima del bar en el que trabajaba, y próximo el gimnasio dónde ella daba las clases de Pilates. ¡Por Dios que fue un flechazo! -el semblante se tornó serio, y apretando las mandíbulas, fruncía el ceño- ¡El mismo Dios me la arrebató! -lanzó la botella contra la pared, reventándola en añicos- ¡Maldito! -sollozaba- ¡No! Fue la enfermedad. La metástasis la devoró por dentro. Aquel otoño, del año 2200 de la era Terrestre, con lo puesto y pertenencias en la mochila, en el aeropuerto Espacial de Madrid gastabas tus ahorros en un pasaje al Enclave Saturno, la única colonia humana al borde del Sistema Solar.
Un siseo interrumpía sus pensamientos. Dejó de frotar la alianza enganchada en la cadena que lleva al cuello, guardándola dentro del uniforme.
-¡Ah, Berta! -golpeaba otro contenedor, a la altura del hombro- La culebrilla de tres cabezas, originaria del Planeta Desertia con sus tres Soles, y por cuyas escamas violetas la industria del microprocesador pagará autenticas fortunas. Fue un peregrinaje abrasador, a lomos del cuadrúpedo con tres jorobas. Durante meses anduvimos perdidos en el Mar de las Dunas -alzaba de nuevo la voz- rastreando ésta especie, casi extinguida -daba un manotazo a su pierna de metal- Es curioso. La misma Tormenta de Arena que casi nos entierra vivos, también descubrió un antiquísimo Templo con el nido dentro.
Repasada su peculiar colección, se puso en pie, y dando sonoras palmadas sin poder reprimir la risa, salía de la instancia.
-Un minuto para desconectar el Motor Principal, y abandonar velocidad Luz -aclaraba María, nada más entrar su compañero al puente de mando, sentada en el puesto de pilotaje tras los mandos holográficos y sistemas de navegación- He anulado las compuertas protectoras de la cabina -prosigue- ¡Fíjate, que maravilla! -por un instante, ambos permanecen absortos en los destellos e intensos colores del Túnel Gusano en el que viajaban- ¡Tres, dos, uno y…! -las estrellas se detuvieron alrededor, acompañado del zumbido ahogado del Motor, avistaban los anillos de asteroides de Saturno.
-¡Hay que celebrarlo! -exclamó Juan, al mismo tiempo que abrazaba a María con fuerza y la levantó del sitio.
Aquella noche, hubo cena especial con música romántica de fondo. Vino de la mejor cosecha, y velas repartidas por el habitáculo de matrimonio. Tras comerse a besos, arrancarse la ropa y hacer el amor durante buena parte de la noche, caían dormidos.
-Por fin, llevaremos una vida tranquila -elucubraba María a altas horas de la madrugada, sentada en la silla robotiza e inmersa en la oscuridad del compartimento estanco, donde guardaban los trajes y demás material espacial. Sujetada por anclajes en brazos y piernas, la gruesa maguera conectada a su espalda la mantenía rígida, suministrando la energía eléctrica necesaria para recargar las baterías, que hacían funcionar su corazón de Cyborg- Veo las coloridas luces de la Colonia Humana asentada en el Asteroide, y el espacio infinito parece más cálido -susurraba, con la cabeza girada hacia la ventanilla- ¿Eh…? Ordenador ¡Sí, acepto el mensaje del Enclave Saturno! ¿Cómo? ¡Pero... no es posible!
María comenzó a retorcerse en el sitio, y llorar. Los ojos se tornaron rojos, brillantes, arrancaba las sujeciones de cuajo, y se incorporó…
-¡Ordenador! Rumbo al puente de atraque del Enclave, inmediatamente -masculló, cuando caminaba el oscuro pasillo de la Nave estelar, Carmen I, con la sección de maguera eléctrica todavía prendida en la espalda.
-Bienvenida al Enclave Saturno -reverenció el comerciante del puesto, frotándose las manos al observar todos los contenedores magnéticos que seguían a la Mujer Robótica.
-He recorrido las calles, y casa talladas en la roca de este Asteroide. Aún puesta la Armadura militar de combate y fusil automático en mano, tuve que disparar al aire para ahuyentar a los delincuentes… alguna pierna, también, a los más persistentes.
-¡Chiquillos! -excusaba el comerciante del puesto.
-Es un lugar horrible.
-¿Cantinas y burdeles? ¡Alegría incontenida! -replicó, el hombrecillo.
-Pero en una cosa tienes razón, cariño, encuentras de todo.
-Disculpe señorita ¿Con quién habla?
-¿Qué sabe del grupo de Mercenarios?
-Aquel grupo de exmilitares chalados, del que hablan los más viejos... ¡Conseguían la mejor mercancía! Desaparecidos en el espacio. Encerrados en el manicomio local, o muertos por extrañas enfermedades en la prisión médica. Incluso el joven de la tierra, que se les unió más tarde.
-¡Al grano! -interrumpió María, y dejaba el arma en el mostrador- Haga la transferencia de los créditos a ésta cuenta. ANULE EL PEDIDO DE LA NUEVA MUÑECA ROBÓTICA, a nombre de Juan, y de regalo, tenga todos los órganos humanos de la cámara frigorífica… Sólo me quedaré el corazón.
-¡Despierta cariño! -Juan, lentamente abrió los doloridos ojos. Poco a poco despertaba del letargo inducido y sentía como la figura borrosa, frente a la cápsula abierta, cogía su mano, acariciándola- Dentro de poco saldremos del Hiperespacio, según los datos del navegador estelar, ya estamos cerca del Enclave Saturno.
-¿María, cuánto tiempo ha pasado? -conseguía pronunciar, después de varios amagos en que sólo movió los labios sin articular palabra.
-Seis meses… Si vieras tu barba y pelo, pareces un naufrago -reía, mientras le alborotaba el cabello con los dedos- Aséate, y cuando estés listo, ven al puente de mando -dijo desde el umbral de la puerta del habitáculo- ¡Por cierto! Ahí te dejo una cerveza fresquita -concluyó, cerrándose la compuerta corrediza, nada más salir al largo pasillo de la Nave.
Juan se incorporó despacio, hasta quedar sentado en el sitio. Bajo tenue luz de fluorescentes, distinguía la cabina de ducha en la esquina, seguido por el lavabo con el preciado botellín, espejo y la taquilla dónde guardaba su ropa con los objetos personales. Momentos más tarde del aseo, cortado el pelo al cero, con la maquinilla eléctrica, y puesto el uniforme, abandonaba la habitación.
-¿Pero que demonios? ¡Ordenador, luces y música! -las luces rojas del estrecho corredor, se volvieron gradualmente blancas al mismo tiempo que su artista favorito comenzaba a sonar. Por un instante, permaneció embelesado junto a uno de los ventanales redondos, observando pasar las estrellas como infinitas estelas luminosas, percibía el leve balanceo de la Nave Estelar. Seguidamente daba media vuelta y tras varios pasos, situaba el rostro delante del cierre del habitáculo contiguo. Una luz proyectada, escaneaba sus retinas y confirmaba la identidad, entonces, la puerta acorazada se abrió despacio. Dentro de la cámara de seguridad, había Tesoros conseguidos durante treinta años de viajes por el Espacio profundo, y que comercializaría en el Enclave Minero Saturno, consiguiendo, sin duda, una fortuna por éstos. Todo, gracias al mapa que un anciano borracho cambió por la botella de alcohol, en una de las turbias cantinas del mismo Enclave, al cual, ahora regresa.
Juan, abría la tapa del primer contenedor dispuesto en la pared. Observaba dentro el mineral cristalino Eco, sobre un soporte, conseguido en el Satélite Geoda, a varios años luz del Sistema Solar.
-María, te empleaste a fondo al pilotar la Nave por la estrecha fisura del asteroide ¡Por ti, cariño! -brindó al aire.
“Siete minutos, para abandonar la velocidad Luz” -respondió la megafonía, a la par que Juan propinaba un buen trago al botellín.
-Asegurado al puesto de copiloto, tras tu asiento -continuó-, desde de la cabina con las placas de protección desarmadas, observé como lentamente sorteamos afilados cristales de rocas realizando maniobras inverosímiles, incluso para mi experiencia de piloto. A pesar de tu extraordinaria destreza, María, la nave sufría algún rasguño en el fuselaje hasta llegar a la gruta del subsuelo. Atracamos junto a una colosal columna de piedra que sostenía el techo, con los motores apagados, pues la vibración pudo causar el derrumbe de la zona. Una vez puesto el traje espacial, gracias a la visión nocturna y los sensores de exploración del casco, partí de la nave, siguiendo la ruta del Mapa por aquel ambiente hostil para los humanos, inutilizada la emisora por las interferencias electromagnéticas de la Géoda, y con la única compañía de mi respiración. El serpenteante sendero de aristas, que desafiaban el vacío en brumas, me llevó hacia la formación dorada. A los pies de la montaña, escalé la catarata congelada que nacía de la cúspide, hasta coronar la cima y alcanzar el poblado extraterrestre -elucubraba, en voz alta- ¡Allí, estaban los malditos aborígenes! Criaturas verdes, ciegas, y de magníficos oídos. Feos, como enormes sapos erguidos sobre sus patas traseras... Intenté comunicarme por señas, negociar y cambiar su preciado mineral, Eco, por algunas de mis mercancías, pero me atacaron primero... lo juro... con sus lanzas y armas cristalinas... ¡No tuve más remedio que desenfundar el cuchillo de combate, y defenderme…! -introdujo el brazo en el recipiente, y lo rozó. Al vibrar, brotaron los sonidos Cósmicos atrapados en el mineral, desde grabaciones Terrícolas lanzadas al infinito, hasta conversaciones alienígenas. Sin embargo, cuando surgieron los gritos ahogados de aquellas criaturas, feas como sapos, cerró la tapa.
“Seis minutos para abandonar... “-anunciaba la megafonía
Juan daba un paso lateral y abría otro recipiente, para deleitarse con una exótica Flor de Luna Selva, cultivada en lecho de tierra, cuya fragancia sería muy cotizada por las clases pudientes de la sociedad humana.
-Justo en el corazón de una colonia de Insectos Gigantes, como no pudo ser de otra manera. En esta ocasión, juntos, nos adentramos por las galerías del hormiguero con las armaduras militares puestas y todo el armamento disponible -daba otro generoso trago, y situó la botella delante del rostro, para ver que estaba medio vacía- Gastamos mucha munición en todo lo que se movía, en particular contra los malditos Soldados, pero es el bicho “Reina”, el que me amputa la pierna... la vida, si no cuento con tu extraordinaria puntería, María -soltaba fuertes carcajadas, y frotaba la pierna robótica.
“Cinco minutos... “-resonaba por megafonía.
Juan, pasó al siguiente recipiente, y observó el collar de Perlas Luminosas, inmerso en agua salada, que burbujeaba.
-¡Por los créditos! -brindó al aire- ¡Y el Planeta Líquido! Gracias a todos los Santos, las Criaturas Marinas atendieron a razones, y no hicieron falta las armas. La nave estelar Carmen I, está preparada para cualquier condición ambiental, y no es que quiera presumir, bien lo sabes... pero es lo más caro y avanzado del mercado Solar. En aquel año luz, nos sumergimos en los océanos en busca del “Pueblo Nómada”. A decir verdad, aún me impresiona el recuerdo de la titánica tortuga marina, con el arrecife arraigado en el caparazón, hábitat natural de dicha especie. Recorrimos la urbe sumergida, Coralia, iluminada por rayos solares superficiales, entre el intenso tráfico de cetáceos que transportaban a los habitantes, humanoides acuáticos, y particulares a lomos de enormes caballitos de mar, grandes peces multicolores, o veloces mamíferos, hasta llegar el lugar indicado en el Mapa, una descomunal caracola, en las edificaciones de coral rojo. Puestos los trajes de buzos, abandonamos la nave y anduvimos los negocios a pie de calle hacia la Taberna. Después de pasar por la cámara de descompresión del establecimiento anfibio, nos quitamos las escafandras y tomamos una mesa libre, alumbrada por la lámpara de medusa bioeléctrica. En el escenario cantaba una hermosa sirena, cuyos largos cabellos pelirrojos cubrían los senos. Durante la espera a ser atendidos por la camarera con tentáculos, ocupada en tomar nota a la peculiar clientela, pude observar que el local estaba forrado con la madera de barcos hundidos, y adornado con objetos de éstos. Terribles dentaduras de depredadores marinos, o tesoros encontrados ¡Te acuerdas…! Nuestro contacto resultó ser el mismo dueño, humanoide con cabeza de tiburón, que además de la barra, se encargaba del mercado de contrabando. Así, sólo negociamos, nada de violencia. El collar, por una de mis preciadas latas de anchoas, que eligió entre los productos de mi mochila metálica.
“Cuatro minutos... “-recordaba la megafonía.
-Botellas de Ron, rescatadas de galeones hundidos en el mar Atlántico -miraba el siguiente contenedor, a la salud del nuevo trago- ¡Genuina mercancía Terrícola!
“Tres minutos para... “-resonaba.
-Un colorido ave, cuyo cántico puede sanar cualquier enfermedad -brindó de nuevo, frente la gran pajarera que ocupa el hueco. Juan, repentinamente interrumpía el trago, y dejaba la boquilla del botellin en sus labios. Con la mirada perdida, apoyaba la espalda en los barrotes metálicos y al compás del aleteo del pájaro, cayó lentamente hasta quedar sentado en el suelo- ¡Sanar…! -repetía, una y otra vez- ¡Dios, si lo hubiera encontrado antes, ahora, estarías aquí, conmigo!
“Dos minutos... “-apremiaba la voz de megafonía mientras, Juan se frotaba los ojos con las mangas.
-¿Tanto tiempo ha pasado? Sí. Tenía dieciocho años, cuando conocí a Carmen, mi verdadero amor -se dijo, dibujando una leve sonrisa en la comisura de los labios, partidos por una cicatriz- Me acababa de independizar en un piso alquilado, justo encima del bar en el que trabajaba, y próximo el gimnasio dónde ella daba las clases de Pilates. ¡Por Dios que fue un flechazo! -el semblante se tornó serio, y apretando las mandíbulas, fruncía el ceño- ¡El mismo Dios me la arrebató! -lanzó la botella contra la pared, reventándola en añicos- ¡Maldito! -sollozaba- ¡No! Fue la enfermedad. La metástasis la devoró por dentro. Aquel otoño, del año 2200 de la era Terrestre, con lo puesto y pertenencias en la mochila, en el aeropuerto Espacial de Madrid gastabas tus ahorros en un pasaje al Enclave Saturno, la única colonia humana al borde del Sistema Solar.
Un siseo interrumpía sus pensamientos. Dejó de frotar la alianza enganchada en la cadena que lleva al cuello, guardándola dentro del uniforme.
-¡Ah, Berta! -golpeaba otro contenedor, a la altura del hombro- La culebrilla de tres cabezas, originaria del Planeta Desertia con sus tres Soles, y por cuyas escamas violetas la industria del microprocesador pagará autenticas fortunas. Fue un peregrinaje abrasador, a lomos del cuadrúpedo con tres jorobas. Durante meses anduvimos perdidos en el Mar de las Dunas -alzaba de nuevo la voz- rastreando ésta especie, casi extinguida -daba un manotazo a su pierna de metal- Es curioso. La misma Tormenta de Arena que casi nos entierra vivos, también descubrió un antiquísimo Templo con el nido dentro.
Repasada su peculiar colección, se puso en pie, y dando sonoras palmadas sin poder reprimir la risa, salía de la instancia.
-Un minuto para desconectar el Motor Principal, y abandonar velocidad Luz -aclaraba María, nada más entrar su compañero al puente de mando, sentada en el puesto de pilotaje tras los mandos holográficos y sistemas de navegación- He anulado las compuertas protectoras de la cabina -prosigue- ¡Fíjate, que maravilla! -por un instante, ambos permanecen absortos en los destellos e intensos colores del Túnel Gusano en el que viajaban- ¡Tres, dos, uno y…! -las estrellas se detuvieron alrededor, acompañado del zumbido ahogado del Motor, avistaban los anillos de asteroides de Saturno.
-¡Hay que celebrarlo! -exclamó Juan, al mismo tiempo que abrazaba a María con fuerza y la levantó del sitio.
Aquella noche, hubo cena especial con música romántica de fondo. Vino de la mejor cosecha, y velas repartidas por el habitáculo de matrimonio. Tras comerse a besos, arrancarse la ropa y hacer el amor durante buena parte de la noche, caían dormidos.
-Por fin, llevaremos una vida tranquila -elucubraba María a altas horas de la madrugada, sentada en la silla robotiza e inmersa en la oscuridad del compartimento estanco, donde guardaban los trajes y demás material espacial. Sujetada por anclajes en brazos y piernas, la gruesa maguera conectada a su espalda la mantenía rígida, suministrando la energía eléctrica necesaria para recargar las baterías, que hacían funcionar su corazón de Cyborg- Veo las coloridas luces de la Colonia Humana asentada en el Asteroide, y el espacio infinito parece más cálido -susurraba, con la cabeza girada hacia la ventanilla- ¿Eh…? Ordenador ¡Sí, acepto el mensaje del Enclave Saturno! ¿Cómo? ¡Pero... no es posible!
María comenzó a retorcerse en el sitio, y llorar. Los ojos se tornaron rojos, brillantes, arrancaba las sujeciones de cuajo, y se incorporó…
-¡Ordenador! Rumbo al puente de atraque del Enclave, inmediatamente -masculló, cuando caminaba el oscuro pasillo de la Nave estelar, Carmen I, con la sección de maguera eléctrica todavía prendida en la espalda.
-Bienvenida al Enclave Saturno -reverenció el comerciante del puesto, frotándose las manos al observar todos los contenedores magnéticos que seguían a la Mujer Robótica.
-He recorrido las calles, y casa talladas en la roca de este Asteroide. Aún puesta la Armadura militar de combate y fusil automático en mano, tuve que disparar al aire para ahuyentar a los delincuentes… alguna pierna, también, a los más persistentes.
-¡Chiquillos! -excusaba el comerciante del puesto.
-Es un lugar horrible.
-¿Cantinas y burdeles? ¡Alegría incontenida! -replicó, el hombrecillo.
-Pero en una cosa tienes razón, cariño, encuentras de todo.
-Disculpe señorita ¿Con quién habla?
-¿Qué sabe del grupo de Mercenarios?
-Aquel grupo de exmilitares chalados, del que hablan los más viejos... ¡Conseguían la mejor mercancía! Desaparecidos en el espacio. Encerrados en el manicomio local, o muertos por extrañas enfermedades en la prisión médica. Incluso el joven de la tierra, que se les unió más tarde.
-¡Al grano! -interrumpió María, y dejaba el arma en el mostrador- Haga la transferencia de los créditos a ésta cuenta. ANULE EL PEDIDO DE LA NUEVA MUÑECA ROBÓTICA, a nombre de Juan, y de regalo, tenga todos los órganos humanos de la cámara frigorífica… Sólo me quedaré el corazón.