Por José Rodríguez-Cruz
Nadie puede negar la preponderancia de la cultura anglosajona en la ficción científica. Quizás por ello, con frecuencia auténticos clásicos de la ciencia ficción en castellano han pasado desapercibidos ante el gran público, bien por desconocimiento, bien por desconfianza hacia los autores hispanoparlantes. Sea como fuere, existe una vasta producción levemente renombrada, salvo en unos pocos círculos donde goza de merecida fama. Una de estas piezas engullida por el olvido ha sido “La invención de Morel” (Bioy Casares, 1940).
Redactada en forma de diario, la historia arranca cuando un fugitivo arriba a una isla tropical. En un primer momento, el prófugo cree haber llegado a una tierra salvaje; para su sorpresa, topa no sólo con huellas de civilización, sino con edificaciones modernas, aunque abandonadas. Pronto, descubre presencias que le hacen dudar de su propia cordura.
Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) escribió con sencillez y brevedad un experimento de percepciones insondables, donde los sentidos, en vez de alertar, traicionan. En este juego de sombras chinescas, el autor nos remite a la noción del demiurgo, el artífice que ordena el mundo material, en cuyas manos representamos apenas piezas en un inmenso tablero de ajedrez. Como Frankenstein o Jekyll, el creador juega con los límites de la naturaleza, y acaba por concebir monstruosidades innombrables.
De otro lado, “La invención de Morel” se encuadra en la línea clásica, emparentada con aquellas parábolas que reflexionaban sobre las fronteras éticas de la ciencia. Una tradición que entronca con deseos atávicos que yacen en las profundidades del alma humana, aquellos que impelen a domeñar el mundo tangible. Lejos de las especulaciones espaciales o las distopías totalitarias en boga durante su época, esta obra empuja a un análisis mucho más intelectual. Es decir, cuando la ciencia ficción, sobre todo en Estados Unidos, se popularizaba a través de revistas pulp, historietas y cómics, “La invención de Morel” planteaba un relato filosófico con una carga fantástica muy sutil.
Los amantes de la buena literatura, desde luego, no deben dejar pasar la oportunidad de leer esta hermosa novela. Con el aliciente, además, de hallarse frente a un ejemplo cumbre de la ciencia ficción en castellano.