Título: Lucy en el Cielo con Bananas
Autor: Artifacs

—Si quieres que repiense mi sociedad contigo, dímelo directamente—exclamó Juana a la espalda de su socio y hermano dejando caer de golpe el bolso sobre el mostrador de la tienda—, pero no empieces con tus locuras otra vez.

Juan dejó de recolocar el género en el estante detrás del mostador y dio media vuelta tranquilamente para encarar a Juana, diciendo con la ausente premura de la paciente condescendencia: —¿Qué pasa ahora?

—¿Que qué pasa? —Juana señaló a los estantes de la tienda a su alrededor—. ¿Qué son esas cosas? ¿Dónde están los móviles y las tabletas y los chismes electrónicos que debería haber aquí, en nuestra tienda de chismes electrónicos?

Juan apoyó los brazos en el mostrador: —Tienda de móviles y tabletas, bah. Ya hay muchas tiendas de eso, mi querida socia. Mientras estuviste fuera se me ocurrió que hay que mirar hacia el futuro. Tenemos que crear un nuevo mercado.

Juana retrocedió unos pasos hasta un estante lleno de lo mismo que llenaba el resto de estantes, bastidores y ambos escaparates. Pinzó con dos dedos la esquina de lo que habría sido una corona de espinos si no hubiese estado hecha de paja. Levantó inclinando un poquito el producto, pero sintió más grima que curiosidad y lo dejó caer de nuevo en su sitio.

Luego miró a Juan: —¿Qué nuevo mercado? ¿Qué tienen de novedoso las coronas de esparto?

—No son coronas de esparto, son nidos. Nidos para pájaros.

—¿Estás mal de la cabeza? No, no hace falta que respondas a eso—Juana reexaminó la tienda de sesenta metros cuadrados, ahora con nuevos ojos, en un vano intento por despertar de la pesadilla. Nidos pardos de todos los tamaños ocupaban ahora los expositores de metacrilato para teléfonos y tabletas. Había algunos enormes, que debían de ser para cigueñas o avestruces, apilados como torres de Hanoi en las esquinas del suelo —. Los pájaros ni siquieran compran nidos —sacudió la cabeza para despejarse la perplejidad, susurrando—: Los pájaros no compran nada, ya no sé ni lo que digo.

—Estos no son nidos normales, son nidos comestibles.

Juana le miró deseando haber oído mal: —Nidos comestibles.

—Nadie vende nidos comestibles.

—¿Y no te has preguntado por qué? No, ¿cómo vas a preguntarte algo así? Dime una cosa, tengo que saberlo o reviento, ¿qué demonios te ha hecho pensar que los pájaros se comen sus propios nidos?

Juan miró al techo, pero cerró los ojos y suspiró como si pronunciar cada palabra fuese una tarea titánica: —Voy a fingir que no me has hecho esa pregunta.

Juana se cruzó de brazos y se plantó ante el mostrador: —No, por favor, ilústrame en biología aviar y explícame por qué debería estar dando saltos de alegría depués de haber pasado el fin de semana en un seminario de administración de empresas y ver que no ha servido de nada porque el genio de mi hermano ha convertido nuestro rentable negocio del siglo XXI en un condenado palomar fenicio del siglo... del siglo de los palomares fenicios.

—Bueno, es evidente que los pájaros no se van a comer estos nidos, pero ha llegado ese cometa hace una semana, justo cuando bajó el precio del crudo —dijo Juan en tono sosegador, como si tal obviedad zanjara la cuestión.

—Continúa, por favor. A los cuerdos nos cuesta un poco seguir vuestro discurso.

Juan se apoyó sobre el mostrador juntando las manos y miró a su hermana melliza a los ojos: —Pues tú eres la que sabe de economía. Mira, el caso es que cuando baja el precio del petróleo, aumenta el nivel de emisión de gases de efecto invernadero, ¿cierto? Ahora mismo la temperatura del planeta está aumentando, los patos y las avestruces y esos bichos ya no quieren migrar a zonas más cálidas. Entonces se acumulan todos en un sitio. Tú siempre dices que la demanda del producto es importante, bueno, pues va a haber muy pronto una gran demanda de nidos comestibles. Y nosotros ya tenemos cubierta esa demanda.

—Tú has estado comiendo otra vez esas barritas energéticas con sabor a plátano, ¿verdad?

—Pues sí. Compré un montón de cajas de Magic-Bananas® y no voy a tirarlas solo porque a ti no te gusten.

—¡No se trata de mí! ¿No leíste el correo electrónico que te envié? ¡Esas barritas son tóxicas, por Dios! ¡Las han retirado del mercado!

—Pues son relajantes, a mí me despejan las ideas, como si pudiera anticipar lo que va a ocurrir.

—¡Lo que va ocurrir es que te van a freir el cerebro, idiota! ¡Tienen químicos que te embotan las neuronas! ¡Por eso las han prohibido! —Juana se apretó la sienes con las manos, como siempre hacía cuando le dolía la cabeza, respiró hondo y dijo más calmada—: Tienes que devolver todos esos nidos, Juan.

Juan había sacado del bolsillo una barrita Magic-Bananas® y procedía ahora a retirar un extremo del envoltorio amarillo: —Espera. No he terminado de explicarte nuestra situación —dio un mordisco a la barrita mientras su hermana le miraba con cara de pánico, incapaz de hablar—. Estos nidos los hemos creado nosotros, no podemos devolverlos. Para hacer estos nidos he tenido que usar el dinero de nuestras cuentas.

—¿Que has hecho qué? ¿Has usado dinero de mis cuentas sin consultarme?

—Tú estabas fuera y no había mucho tiempo. Tuve que tomar la decisión sin ti. Pasaremos un par de días un poco justos de dinero, pero pronto saldremos a flote.

Juana apoyó ambas manos en el mostador, sus ojos arrojaban dagas, su voz siseó: —¿Cuánto han costado esos nidos?

Juan dio otro tranquilo mordisco a la barra y miró al techo mientras hacía memoria: —A ver, gasté lo que había en mi cuenta en la compra de la fábrica en Singapur y el equipo de laboratorio en Corea del Norte... o en Corea del Sur, ahora no recuerdo cuál. Bueno, de la tuya queda lo que sobró de hacer algo de papeleo, publicidad, contratar distribuidoras y producir las primeras unidades para las franquicias en América, Asia y África. —miró a su hermana—. Nos queda lo justo para volver a casa en taxi y pedir unas pizzas.

—Estoy hablando en serio, Juan, no me jodas. ¿Cuánto?

—Todo. Ya te lo he dicho. Tenemos el monopolio mundial de la patente de nidos comestibles—Juan llevó una mano bajo el mostrador y sacó una revista—. ¿Has leído lo del cometa? —dijo deslizando hacia Juana la revista abierta en una página en particular.

Juana apenas vio la foto a toda página que había tomado el telescopio espacial, pues plantó la palma derecha sobre la misma, sin dejar de mirar a su hermano, cerró el puño con fuerza, arrugando la página, y envió el último ejemplar de Astronomía volando fuera del mostrador, hacia el suelo de la tienda detrás de ella.

La voz de Juana transportaba pura ira comprimida entre las dos cuerdas tensas del cuello. —Dime otra vez, inoperante chiflado adicto al ácido, que has gastado todo mi dinero para construir nidos hechos de compost para pollos y distribuirlos por todo el mundo, y te juro que...

—Tranqui, míralo tú misma —Juan se metió en la boca el último trozo de barrita amarilla y señaló hacia el escaparate que daba a la calle—. Ahí llegan nuestros primeros clientes.

Una enorme nave nodriza alienígena del tamaño de un campo de fútbol se suspendía en el cielo.

Juan estaba mordisqueando otra nueva Magic-Bananas® mientras hablaba. —En cuanto leí lo del cometa, me comí una barrita y todas las piezas encajaron. Sospecho que vamos a vender mucho.

Juana le arrancó la barrita amarilla de la mano y le dio un mordisco, masticando sin apartar la mirada del cielo: —¿De cuánto estamos hablando?

FIN

Microrrelato inspirado en la EuroCopa 2021 y en la novela corta "Lisérgicamente Vuestro" (Lysergically Yours) de Frank Duff.