Titulo: La conjura de los Mnemourgos
Género: Space Western
Colección Pulp Cosmos No. 1.
Copyright ©2022 Sean B. Riot.
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Dedicatoria

Para Curtis Garland.

Capítulo 1. El club Buyitsu Pippermint (Borrador)

En el planeta de los primeros colonos tenían un antiguo proverbio: no hagas a los demás lo que no te harías a ti mismo.

Ese parecía un buen comienzo. Aunque el concepto resultaba confuso para un clon cuyo único objetivo era matar a su original.

DA-4-26 solía meditar últimamente sobre ello en el Buyitsu Pippermint, un club de la estación fronteriza en el brazo exterior de la galaxia. Como ahora, solía sentarse en la esquina más oscura y desgastar la pantalla táctil del servicio de bar. Se intoxicaba con los licores que servía el brazo robótico instalado en la mesa y escuchaba el mismo sonido ambiental de cada noche.

También solía observar la fauna autóctona. Muchos iban para resolver sus problemas, pero con mayor frecuencia solo se creaban otros nuevos. La estación no era un destino deseable salvo que tuvieras negocios entre manos. Y si tenías negocios, el club Buyitsu era un buen lugar por donde empezar.

Era un local pequeño para ser un club. Al entrar podías ver una veintena de mesas de media luna dispuestas en forma de herradura. A unos cuarenta pasos frente a ti se hallaba la larga y alta tarima para algún espectáculo ocasional. Al fondo de la misma había un telón rojo que cubría la entada y salida de los artistas. Era habitual, como esa noche, ver parroquianos de todo tipo y especie sentados a las mesas, de pie hablando o mirando monitores con transmisiones de deportes, música o noticias de décadas atrás.

El club era propiedad de FX-3-77, aunque rara vez podías verlo por allí. Fénix era un tipo ocupado. Controlaba la mitad de los garitos de apuestas en la estación. También coqueteaba de vez en cuando con el tráfico de tecnología alienígena. Tenía en nómina un pequeño ejército de matones. Soñaba con trabajar duro hasta que llegase el día de la Gran oportunidad. Ese día en que la suerte se pone de tu lado y te planta en la cara el negocio que o bien acaba contigo o te permite empezar tu pequeño y humilde sindicato del crimen.

DA-4-26 no creía que ese día llegara nunca. No para los fronterizos. Lo que el destino tenía reservado para perdedores como ellos puede que fuese un misterio, pero sin duda no era un Gran misterio. No podía ser un Gran de nada.

CS-7-12 estaba allí esa noche, era una clienta habitual, pero ella era diferente, era del planeta Arjari, un planeta en el brazo medio de la galaxia que la colocaba un escalón por encima de la frontera. Casandra tenía algunos contactos en las corporaciones y hacía trabajitos de contrabando para ellos. Eficientes y corruptos empleados corporativos le conseguían permisos de salto y la prima donna de la frontera visitaba a menudo los brazos interiores para hacer las entregas. Luego volvía a la estación y contaba historias increíbles sobre la nueva sociedad, los nuevos avances, las nuevas culturas, los nuevos planetas...

Casandra pintaba mundos extraños, hermosos incluso, donde todo parecía ser posible. Ella soñaba con conseguir algún día la ciudadanía corporativa y terminar sus días en una maravillosa mansión colonial en un pintoresco valle cerca de alguna megápolis. Quería vivir rodeada de glamur, organizar fiestas en las que darse codazos de complicidad con los magnates de la tecnocracia, brindar con los gurús de la civilización, danzar con los filósofos de la futil entelequia y reír con las divas de lo sensorial.

Y, por supuesto, quería montar su pequeño y humilde sindicato del crimen.

El sueño de DA-4-26 era más visceral, más irracional. Impregnaba su mente como una toxina. Era una emoción residual conjurada por falsos recuerdos heredados. Era un virus que el DA-4-26 original le había condenado a sufrir.

Y por eso tenía que matarlo.

Solo así podría estar con ella. La mujer que su original amaba más que su propia vida.

DA-4-26 tenía que matarlo porque, en su mente y alma, el original era, como él, un usurpador sin mayor ni menor derecho a vivir su vida. La misma vida de sus recuerdos.

La idea de matar a su original y ocupar su lugar era un dilema moral complicado. No conseguía analizarlo desde la distancia. ¿Tiene tu imagen en el espejo más derecho que tú a recibir la luz que tú observas al mirarla?

En lo que a la luz respectaba, así se sentía él, sin tener claro en qué lado del espejo se encontraba, pero rabiando hasta la médula por recuperar lo que, en las tinieblas del tiempo, nunca había tenido.

Las tinieblas del tiempo. Tres meses sin ella. Tres meses de vida y cincuenta años de recuerdos.

Dio un trago a la bebida para enturbiar todo lo que ella, sin la menor pretensión, encarnaba. Todo lo que hacía bella la imperfección.

—¡Oh, claro que vas a pagarme el resto, eunuco de mala madre afásica!

El grito de una mujer le distrajo y agradeció a los dioses de la genética por ello. Se terminó de un trago el whisky de posidonia y alzó la vista hacia el reservado habitual de KD-8-78, dejando el vaso con un ácido golpe sobre la rayada mesa de fibra.

Una atractiva mujer con una chaqueta del Consorcio Mercante estaba discutiendo con Koldo y sus matones.

* * *

Siempre era así con los sicarios de la estupidez, con los esclavos de Pávlov. Se les disolvìa el cerebro cuando veían una hembra con curvas. Todo el masculino ingenio que podría hacerlos interesantes se diluía como un suspiro en un orgasmo cuando perdían la perspectiva. Esos haploides creían de verdad que, si eras atractiva, podían estafarte. No había nada que hacer, eran como los perros que se lamen las bolas, no daban para más.

Ella odiaba hacer negocios con ellos.

Para BM-1-97, la mera existencia de estos envoltorios de deficiente materia gris la convencía cada vez más de la verdad definitiva: que los caminos de la selección natural eran inescrutables.

Que a veces la naturaleza tomaba el giro equivocado.

Y que alguien tenía que actuar y ponerla en el buen camino.

Y actuar era lo suyo.

BM-1-97 ignoró a los otros tres primates que había al otro lado de la mesa y se levantó señalando con el dedo a aquel bionte subdesarrollado de Koldo.

—Vas a pagarme el resto, tramposo haploide, porque ese fue el trato, - siseó mordiendo las palabras. —¿O quieres que todo mercante del consorcio sepa que Fénix no cumple sus acuerdos?

El rostro de KD-8-78 pasó de la deliciosa diversión a la psicótica furia. En décimas de segundo, el tipo borró la estúpida sonrisa, arrugó la frente mientras apretaba los dientes e infló las venas del cuello como si le fuese a estallar la cabeza. Se levantó como un resorte y lanzó una mano de titanio para aplastarle la tráquea con los dedos.

Ella fintó hacia un lado mientras con los brazos ejecutaba precisos y entrenados movimientos por acto reflejo. Probablemente el tramposo ni siquiera sabía aún qué le había ocurrido, pero no tardaría en notar que tenía una mano agarrándole el largo pelo negro y aplastándole un lado de la cara contra la mesa. Pronto notaría también que su brazo izquierdo estaba doblado a su espalda en una incomoda y dolorosa posición.

Ella estaba ahora detrás de Koldo con una rodilla apoyada en su espalda para romperle el brazo al menor aviso.

Entonces oyó el salivoso grito de una boca deformada. —Ahhhh.

Ahí estaba. El cuerpo de Koldo ya se había puesto al corriente de los recientes eventos.

Le apretó la cara contra la mesa un poco más fuerte, —¡Quiero oírlo! ¡Dilo!

Le habría gustado seguir aplastando la cara del engendro darwiniano, pero tuvo que soltarlo para responder al puñetazo que le venía desde la izquierda. Con los brazos libres solo tuvo que fintar hacia atrás, responder con un puño a la sien y tirar con fuerza del brazo del oponente con la otra mano. El atacante salió volando por encima de la mesa derribando todas las bebidas.

El estruendo de cinco vasos y dos botellas haciéndose añicos bajo un cuerpo de noventa kilos alertó a los pocos despistados que aún no se habían unido al público. De un rápido vistazo, BM-1-97 vio que la noticia de una pelea en el Buyitsu Pippermint estaba a punto de ser oficial a menos que la cosa no fuera a más.

Por desgracia, ni Koldo ni sus gorilas entendían el concepto de una honrosa derrota.

Por la derecha le vino otro puño a velocidad imposible. Impactó bajo la mejilla y le giró violentamente la cabeza. Ella perdió el equilibrio y cayó sobre los mullidos asientos del reservado. El golpe había sido bestial, uno de los más fuertes que había recibido, de esos que ella llamaba: Cura de Humildad.

Luchando por mantener la consciencia, sintió que tiraban con fuerza de su brazo derecho y era levantada en posición vertical. Ahora de pie, rodó los ojos hacia arriba mientras intentaba sin éxito cerrar la boca. La tenía medio abierta.

El muy bastardo le había desencajado la mandíbula. Dos tipos a ambos lados le sujetaban las muñecas.

Y el boxeador de antes le lanzaba ahora un directo a la nariz.

Ella se dejó caer a plomo y plegó con fuerza ambos brazos hacia el pecho. Los dos gorilas que aún le sujetaban perdieron momentáneamente el equilibrio y chocaron entre sí frente a ella. El golpe directo que iba destinado a su cara impactó en uno de los gorilas justo cuando ella extendía los brazos y se levantaba impulsándose con las piernas, lanzando así a los dos gorilas, y al boxeador detrás de estos, a varios pasos de distancia.

Antes de que los tres pudieran contraatacar, BM-1-97 se colocó las palmas a ambos lados de la barbilla y presionó con los dedos para encajarse la mandíbula con un chasquido. La probó un par de veces, como pez fuera del agua, antes de hacer el siguiente movimiento.

Que fue huir cuatro rápidos pasos hacia la tarima despejada de mesas y dar media vuelta hacia los cuatro oponentes con la estilosa gracia que siempre suscitaba adoptar la posición de la Defensa Libra. Flexión de pierna izquierda adelantada, torso inclinado con el hombro izquierdo hacia el oponente, brazos extendidos en cruz con las palmas hacia arriba...

Y sobre todo, una impaciente sonrisa.

* * *

La clientela del Buyitsu había empezado a silbar y a vitorear con entusiasmo. DA-4-26 no podía culparles. Tampoco es que fuera a admitirlo, pero él también se estaba divirtiendo. Las peleas no eran frecuentes en los clubs, para eso había otros lugares como los coliseos y las arenas, pero hasta él podía apreciar que esa mercante sabía repartir estopa además de contenedores de contrabando.

Era todo un espectáculo verla en acción. Tenía una técnica elegante y precisa como una bailarina, pero picaba como un nido entero de avispas.

Koldo había encajado como un hombre dos puñetazos seguidos que, según la lega opinión de DA-4-26, habrían tumbado al setenta por cien de la población masculina, pero tras la última patada lateral en la boca, el lugarteniente de Fénix se había retirado discretamente a su mesa para hacer un recuento de dientes y observar desde lejos.

Uno de los matones dormía ya el sueño de los justos debajo de una mesa, donde había llegado resbalando inconsciente por el suelo.

Otro no podía mover el brazo derecho y se limitaba a distraer con tímidos zurdazos ocasionales mientras el tercero, el único en condicones de plantar cara, mostraba excelente habilidad en combate cuerpo a cuerpo.

Ese era un saco de músculos. Muy rápido también. El único que había logrado colocar golpes serios en varias ocasiones. La gente ya estaba moviendo apuestas a favor del boxeador. DA-4-26 apostó buena suma por la mujer. Los pronósticos eran 7 a 1 contra ella.

Para deleite de todos, en un lance de la lucha, el boxeador había lanzado a la mujer encima de la alta tarima, por lo que el combate se renudaba ahora en perfectas condiciones de ángulo e iluminación.

Los dos daban lo mejor que tenían allí arriba y DA-4-26 notó que, quizá por ser conscientes ambos púgiles de que todo el mundo los estaba observando, el espíritu de la contienda había tomado un cariz más deportivo.

O quizá solo eran imaginaciones suyas.

El matón zurdo intentó subir también a la tarima, pero varios clientes airados lo alejaron del ring a rastras y él se dejó persuadir gustoso de que aquello ya no era asunto suyo. Al parecer Koldo no estaba en condiciones de articular objeciones al respecto. Ahora decidía ocuparse en participar en las apuestas.

DA-4-26 no sabía cómo funcionaba esta pelea en particular, pero si el ganador se decidía por puntos, tenía asegurada las ganancias. El boxeador encajaba cinco golpes por cada uno que daba, aunque los golpes del hombre eran quizá el doble de potentes. Poco a poco, la aritmética pasó factura y el boxeador empezó a cansarse. Sus golpes eran ahora menos frecuentes y él se ocupaba mayormente en bloquear y contraatacar.

Y de pronto, como por ensalmo, el boxeador besó la lona. Cayó como un fardo sin que mediara golpe alguno en el proceso. O eso le pareció a DA-4-26. A no ser que ese último revés que la mujer había impactado en la sien del boxeador hubiese tenido un efecto retardado o algo similar.

Una moderada ovación llenó el local y DA-4-26 se sumó a los celebrantes mientras empezaban a repartirse las ganancias. Los perdedores volvían ahora a sus asuntos, pero la mujer no había terminado de resolver los suyos.

Bajó de la tarima y fue directa hacia Koldo cruzando un pasillo de gente que la felicitaba y aplaudía. Ni siquiera miraba a la gente. El semblante de dolorosa furia comunicaba un mensaje claro: no te interpongas en mi camino.

Pasó al lado de DA-4-26 y él se sintió extrañamente halagado de que ella le dedicara una rápida mirada de reojo. Sobre todo en su estado. La mercante tenía la cara colorada, el labio inferior partido, el ojo izquierdo un poco hinchado y una ceja rota, aún sangrando, que ella se apretaba con el dorso de la mano.

Koldo estaba de espaldas a ella cuando le avisaron. Dio media vuelta y sonrió extendiendo los brazos. —¡Enhorabuena! ¡Has pasado la prueba!

Ella se plantó a centímetros de la cara de Koldo y le fulminó con la mirada como si quisiera descuartizarlo con las uñas y comérselo crudo.

DA-4-26 percibió que aquella mirada de odio de la mujer producía el mismo efecto en él que en la gente que aún seguía la escena. La mercante merecía que le pagaran lo acordado y la gente quería verlo. Todos querían que Koldo pagara sin importarles si lo debido era en verdad justo o no.

DA-4-26 sentía exactamente lo mismo.

Koldo tenía otro planes, por supuesto. Siempre tenía otros planes.

KD-8-78 pasó un brazo por los hombros de la mercante y la instó a caminar junto a él, diciendo: -—Me caes bien, chica. Vamos a mi oficina y saldemos cuentas.

La mujer se apartó de un golpe el brazo de Koldo y le encaró sin moverse.

El truhán dio un paso atrás con furioso semblante, pero recordó donde estaba y pronto soltó una larga carcajada mientras miraba a los presentes extendiendo los brazos para acentuar lo obvio: —No creerás que voy a hacerte una transferencia a tu cuenta de crédito, ¿verdad? - Koldo empezó a andar hacia las oficinas del club.

Muchos clientes rieron con ganas el chiste y se dieron por satisfechos.

La mujer dudó antes de seguir al tramposo.

DA-4-26 no tenía un buen presentimiento sobre el asunto.

[Fin Cap. 1]