Titulo: El portal de Lugh
Género: Espada y Brujería.
Escrito por Artifacs (CC-BY-NC-SA)

SINOPSiS ______oOo______

Tras cien generaciones de exilio forzoso, guerreros luganos han regresado a territorio cratano bajo un nuevo líder. Sus filos de hierro reflejan la luna y vierten sangre en la tierra sedienta. La fatalidad ha vuelto para quedarse.

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Prólogo

«[...] y tras esto los cratanos envidiaron y odiaron a las huestes luganas. Y buscaron aliados entre los menguetes, los jaretanos y los túrdolos, y les entregaron armas hechizadas, y también muchos engaños y fantásticas promesas. Y fue hecho ley que cada estación de cada año se iniciaran las razias contra los luganos para masacrarlos y arrasar sus aldeas y ciudades, y pasar a cuchillo a ancianos, mujeres y niños. Y así fueron expulsados los luganos de sus pastos, casas y templos, para arrancarlos de la faz de la tierra.»

—- Anónimo, "Historia de los pueblos al oeste de Khízan."

Capítulo 1

La suave juventud de aquella mujer se teñía de azogue a la luz de la primera luna del mes de Kóser, el Dios Errante del Infortunio. El mercenario sordano en vanguardia enfundó el acero sin descabalgar y habló en voz alta ante la carroza. "¡Solo es una muchacha en medio del camino, maese!"

La cabeza calva de un enjuto anciano asomó por la trampilla de la puerta de la carroza. El viento del Mar del Ocaso era frío y mecía el dosel de hojas negras a ambos lados del camino imperial empedrado. Los enebros y las encinas susurraban canciones sombrías de eras remotas mucho menos civilizadas. Las tinieblas eran propicias para los viajes discretos, pero traicionaban con parejo ardid la percepción de mentes bisoñas.

La figura parada en medio del camino imperial semejaba en verdad una muchacha, y semejaba aún más, una oficiante del templo de Gayena. Largo cabello color granito recogido en la nuca en finas e incontables trencillas. Túnica de lino blanco hasta los muslos, sujeta al hombro izquierdo con un broche de latón. Pulsera de novicia en el brazo siniestro y brazalete de sacerdotisa en el antebrazo diestro. Ceñidor de cuero a la cintura y funda de argenta para la daga. Sandalias de finos lazos trepando en espiral hasta las rodillas.

Juventud, inocencia y belleza era el estandarte del templo de Gayena y el de esta muchacha. De esta muchacha que ahora le estaba mirando a los ojos. Y que le sonreía.

A unos cincuenta pasos de distancia de la carroza, la postura de la sacerdotisa era casi tradicional, muy similar a la reglamentaria postura erguida de oración antes de un oráculo. Pero en vez de tener ambas manos juntas sobre el vientre, la mano diestra estaba posada sobre el mango de hueso de una daga con el emblema del Ojo Ciego de Hukul. Tampoco mantenía la barbilla paralela al suelo, sino hundida levemente en el cuello. Con aquella daga blasfema y la cabeza en ese ángulo, la mirada y la sonrisa auguraban fatalidad.

El anciano reconoció los efectos del pánico intentando dominarle y sonrió. Hacía mucho tiempo que no sentía la opresión y calor en el pecho, el demente latir del pulso, el atávico impulso irracional por preservar la existencia, Era una sensación que ningún brebaje ni incienso del imperio podía igualar: una tiránica euforia que le ordenaba sentirse vivo... a sus ochenta y nueve años.

Agarró dentro del puño el cristal de Fera que pendía de una cadena de oro al cuello y sintió un tenue calor en la palma. Eso confirmó sus sospechas, si los Dioses así lo habían dispuesto, esa noche perdería mucho más que una escolta de seis mercenarios.

"¡Merg Tahik!," gritó de pronto la muchacha. "¿No vas a escucharme? ¿Así es como tratas a las hijas de Gayena que tanto han rezado por la prosperidad de tus negocios en las minas de esclavos?"

"Matadla," dijo el anciano a su escolta.

"Pero si solo es una sierva de Gayena, maese," se burló un mercenario mirando a sus compañeros.

"¡No es una sierva de Gayena, bárbaro ignorante!" Replicó el anciano. "¡Esa muchacha es una hechicera de Hukul!"

El anciano volvió dentro de la carroza y atrancó la trampilla por dentro.

"¡Viejo necio!" gritó la muchacha. "¿Crees que he venido desde la Ciénaga del Oráculo para matarte?"

"Ya habéis oído al maese," dijo de mala gana el mercenario a vanguardia. Se giró en la silla de montar hacia un jinete unos pasos detrás de él. "Kayén, usa el arco y apunta al corazòn. Que sea una muerte rápida." Se enderezó en la silla para observar a la muchacha y el resultado de su orden.

Al oír esas palabras, la muchacha inclinó el cuello hacia un lado y sonrió al jinete que blandía y tensaba el arco: "La hiel hierve en el hueco secreto de Hukul, soldado. Escucha la burla en las almas de los muertos."

El soldado giró de pronto el arco hacia el líder a vanguardia y soltó la flecha. La punta de hierro del dardo entró por la nuca de su líder y amaneció por la boca con un grotesco chasquido.

Maese Merguíades Tahik oyó la gutural agonía húmeda del desafortunado mercenario mientras rebuscaba en el baúl oculto bajo uno de los asientos de la carroza. Los aceros cantaron al salir de sus vainas.

"¡Traidor!" gritó un soldado. Relinchó una montura.

"¡Por el hacha de... ¿qué ha...? ¿Qué he hecho? ¡No, esperad!"

"¡La bruja! ¡Ha sido la bruja, idotas! ¡Cargad antes de que...!"

La joven intervino entonces con una llamada al orden: "¡Asesinos que servís a la muerte! ¡El poder de Hukul os reclama! ¡Despojaos de la vida con dicha y honor!"

Y así oyó el anciano caer los cuerpos armados de sus mercenarios, como lastres demasiado pesados para el viaje al Abismo Negro de la Muerte. Degollados por sus propios aceros y manos.

Y cuando la última armadura, escudo y greba se quejó con su voz metálica, Merg Tahik encontró lo que había estado buscando. Sacó el tubo de cuero del fondo del baúl, cerró la tapa que servía también de asiento y se sentó sobre esta. Con el cilindro entre las rodillas, rompió el sello de cera en un extremo. Al retirar la tapa del tubo, el vetusto olor a pergamino impío inundó el angosto espacio interior de la carroza. El mercader tuvo que esconder la nariz y la boca en el interior de su brazo para evitar los irritantes vapores.

Un fuerte golpe en la puerta de la carroza chapada de plomo le sobresaltó. "¡Abre la puerta, mercader! ¡No he venido a matarte!" dijo la muchacha con una carcajada. "¿Qué haces ahí dentro? Estás solo ahora, y tengo un buen trato que ofrecerte."

El anciano tiró con cuidado del rollo ocre para sacarlo del tubo. Una vez fuera, dejó caer el tubo en el suelo y extendió la lámina de pergamino sobre las rodillas. Puntiagudos trazos de raíz de ácoro mojada en savia negra de mandrágora rezaban la impía lengua de la tribu kurhug, hijos de Hug, extintos desde hacía siglos, antaño estudiosos de la tradición y la magia de Hug-Togug, Guardián de los Pasos del Ultramundo.

Mientras recorría con la yema de los dedos las marcas y signos, Merguíades leía deprisa y en silencio la descripción del conjuro. Azogado por el pánico, se mordía el labio al encontrar palabras esquivas que se mofaban de su memoria. El pacto escrito exigía un coste de sangre al nombrar al Guardián y pedirle paso. Estaba seguro de poder recitar la letanía sin error, pero el mercader no tenía tiempo de desentrañar en ese momento la naturaleza de la ofrenda.

¿Exigía el blasfemo Guardián un brazo o satisfaría su orgullo solo una mano?

Un nuevo golpe hizo temblar las planchas de plomo de la puerta y la lámpara de aceite del techo danzó creando sombras persiguiendo sombras: "¡Mercader! ¡Te pagaré bien! ¡Te daré un heredero varón! ¡Ya sabes lo que quiero!"

Bien lo sabía el mercader. La bruja quería de él lo que ya le había arrebatado a esa pobre sacerdotisa en desgracia. El ingrediente clave de un favor que concedía Hukul a sus brujas para que estas pudieran cambiar de forma.

La bruja quería comprarle un ojo.

El mercader tiró del mango del puñal que llevaba en una funda al tobillo. La hoja de acero acasio fulguró su saludo y el mercader probó el filo con la yema del pulgar. Un corte limpio y fino atestiguó la competencia del arma como herramienta en el conjuro.

El mercader colocó la mano izquierda sobre una rodilla. Blandió el puñal con la mano derecha, apoyó la hoja a la altura de la muñeca siniestra y comenzó a entonar el pacto.

Con los ojos cerrados, elevó la voz hacia el cielo y articuló espasmódicos sonidos que excitaban impíos oídos del Ultramundo: "K'uht got'guka Hug-Toguka. Kuhta Hug-Togug jugkoh'gan..."

La bruja sierva de Hukul emitió entones un chillido de furia y golpeó la carroza con algo contundente y metálico: "¡Profano bastardo! ¡No pronuncies en mi presencia esa lengua de chacal ponzoñoso!" Golpeaba cada vez más fuerte y con una insistencia sobrenatural: "¡Abre esta puerta o te juro que te arrancaré la piel con la garra de una pesanta preñada de la simiente de un esclavo decapitado!"

La puerta de la carroza se estaba combando en la parte de las bisagras.

El mercader llegó a la parte de la letanía en la que se daba tributo al orgullo del Guardián, y elevó la voz hasta que esta quedara pareja con los fuertes golpes de la bruja: "Kotka gokta, Hug-Toguga. Gokta, Hug-Togug. KOTKA GOTKA, HUG-TOGUGA. GOKTA, HUG-TOGUG."

«Acepta mi ofrenda, maldito demonio,» pensó el mercader antes de lacerarse la muñeca con el filo del puñal. Pero el dolor era insoportable y el mercader perdió la razón en ese momento. No fue la mano lo que sesgó como ofrenda.

Cuando la bruja derrumbó la puerta de plomo y entró en la carroza, lo único que encontró de Merguíades Tahik fue un dedo meñique sobre los restos humeantes de un papiro calcinado.

[Fin del cap. 1]