Os dejo las 1000 palabras del primer capítulo de "John, Jane y el ApocaElipsis", una "FanFic" tipo "sitcom"de ciencia ficción (y meloso romance) que estoy escribiendo.

Tengo seis capítulos terminados, pero me gustaría conocer opiniones sobre el primero.

[John, Jane y el ApocaElipsis - Capítulo 1]

John maldijo su suerte al ver la trayectoria ascendente que tomaba su misil antes de desaparecer entre las nubes.

«Venga ya,» pensó frustrado por no lograr pillarle el truco al arma después de seis disparos.

Se agachó en el pavimento de hormigón de la azotea del último supermercado más o menos intacto en un radio de cien kilómetros y lanzó una mirada fugaz a Jane antes de abrir otra caja de misiles Stinger.

Suspiró de alivio. Jane no había visto su pifia. Ella seguía de espaldas probando el cañón que habían encontrado esa mañana en el Barranco. La mujer de su vida estaba friendo a los alienígenas que avanzaban hacia el súper desde el aparcamiento.

Él cubría la retaguardia del edificio. La entrada de clientes daba al Oeste. Para mala suerte de John, el sol a esa hora de la tarde se estaba poniendo y el edificio de cinco plantas proyectaba una inmensa sombra negra que tapaba parte del Barranco. Como Jane no había querido activar la electricidad, las farolas del perímetro estaban apagadas y él no podía diferenciar un alienígena de un cubo de basura. Sabía que habría un montón de esos cabezones cabroncetes avanzando hacia él en esos momentos, por eso había decidido usar el lanzamisiles.

«Esto cubrirá más espacio, ¿no?», se había dicho él.

Pero ya había fallado seis veces y estaba empezando a preocuparse. El próximo domingo cumpliría veinticuatro años, o sea, estaba en forma—de eso ya se encargaba Jane—luego él no creía que fuese un problema de habilidad motriz.

Tenía que ser otra cosa.

Sacó el séptimo Stinger-TA773 de la caja y lo sostuvo ante él por los extremos con ambos brazos extendidos. Fijó la mirada en el balístico cilindro horizontal y frunció el ceño en un intento por contactar con el espíritu del señor Stinger, entonando un hechizo en navajo para que el hombre blanco le revelara los secretos de su Palo de Trueno.

"Mujoyaahhh, wea wea nitó."

Pero el grito inconfundible de su Jane le sacó del trance: "Pero ¿qué haces? ¡QUITA DE EN MEDIO!"

Él giró la cabeza hacia el grito y vio a Jane en su versión Berseker: atuendo de guerrillera en temporada tropical, camisa caqui con nudo a la cintura mostrando el ombligo, cinta blanca de tenis en la frente, dientes apretados, melena rubia más desaliñada que el nido de un mirlo, la mirada asesina que siempre ponía al ver una cucaracha en la cocina, cañón apoyado en la cadera apuntando en su dirección.

«Cañón apoyado en la cadera apuntando en mi dirección.»

John ni siquiera había imaginado que se podía sacar aquel chisme del trípode.

"¡AGÁCHATE!", gritó Jane.

John se agachó, el cañón retumbó y el mundo de John se tornó de un impresionista verde plasma. Después de un breve huracán que le despeinó hasta las cejas y alaridos chirriantes de unos cuantos cabezones, John sintió una presión en la axila izquierda que le urgía a ponerse de pie.

"¿Estás bien, tigre?", oyó decir a Jane con su tono de preocupación.

Una vez erguido, él le disparó una avergonzada sonrisa tipo flash de foto: "Contigo, siempre." Luego se alisó la camisa y el pelo e intentó girar la cabeza hacia el Este, pero Jane le había bloqueado ese movimiento con el dorso de una mano. Esa mano que le alentaba ahora a mirar a Jane a los ojos.

"Pues vamos dentro, guapo de cara" le dijo ella dándole una palmadita en la mejilla. "Necesito caldo de pollo y arroz para la paella del domingo, y a ver si te encontramos algún traje elegante. Que mi madre te vea guapo."

Ella hizo ademán de darse la vuelta.

"Espera...", dijo John pasándole el brazo por la cintura a su chica y atrayéndola hacia él, haciéndola reir y que se le cayese el cañón al suelo. "¿No vas a recoger el premio por haberme salvado la vida?"

Mirándose ahora a los ojos, acercando sus rostros lentamente, John con la seriedad del hechizado, Jane con sonrisa de seducida, nariz con nariz, oyendo como el ruido del mundo se desvanecía y daba paso a un "Love is All Around" a pleno volumen...

[I feel it in my finger... I feel it in my soul.]

Y cada uno esperando a que el otro cerrara los ojos e hiciese el primer movimiento...

[You know I love you, I always will.]

...se besaron.

[So if you really love me, love me. Come on and let it show. Ooh.]

Y luego se besaron un poco más y entraron en un jardín secreto donde no había alienígenas y el mundo no se había convertido en un vertedero.

Aunque, técnicamente, John dudaba de que aquellos cabezones fuesen alienígenas. Los "molus" y los "babosas" sí parecían alienígenas, pero los Cabroncetes eran humanoides. Seguramente se habrían gestado en la Tierra, dentro de alguno de los Barrancos diseminados por el planeta unos cuantos siglos atrás.

Solo medían un metro veinte de altura y el cuerpecillo gris en proporción no parecía diseñado para el combate. Pero tenían una cabeza en la que John creía poder meter holgadamente cuatro o cinco cerebros humanos. Te miraban con dos ojos sin pestañas, como semillas de sandía del tamaño de un puño, pero las boquitas eran pequeñas, sin labios, una única abertura horizontal como la de una flauta y la longitud de un meñique, y emitían indescifrables gorgoritos de alegría cuando se encontraban entre ellos o chirriantes alaridos de horror cuando se encontraban con las armas de Jane.

Aunque John tenía serias dudas de que los cabezones fuesen superinteligentes, sabía por desgracia que no eran idiotas.

A John le parecían avispados... cabroncetes.

Jane interrumpió el beso para decir, "Y planificación familiar."

"¿Plani...?" Comenzó a decir John antes de descifrar el mensaje y recordar la regla de oro: «Nada de hacer bebés hasta que pasara el basurero.»

Bueno, si se decidían a ello no habría que esperar más de un par de meses entonces. La siguiente crecida caía en domingo, el día del cumpleaños de John. Como los egipcios con el Nilo, ellos habían hecho su calendario de crecida. Solo que lo que crecía en su caso era basura galáctica. Cada X años llegaban unas naves de basura y se armaba el pandemonium durante unas semanas. Llegaban naves de todos los tipos imaginables, soltaban lastre, entraban en guerra y se volatizaban entre sí durante días.

John y Jane preferían pasar ese tiempo bien abastecidos en su palacio subterráneo e hibernar allí hasta que las cosas se calmaran en la superficie. Jane tenía organizado todo un programa de surtidas actividades para evitar el aburrimiento: yoga y zumba en el gimnasio, lectura de manuales de todo tipo en la biblioteca, sesiones de visionado de películas apocalípticas en la sala de cine, vdeojuegos de estrategia y simulación en el salón; prácticas de filosofía tántrica en el dormitorio, el jacuzzi, la piscina o donde cayesen; recetas experimentales en el restaurante, expresión y desarrollo en la sala de música y pintura, investigación en el laboratorio y el taller.

Cuando ambos salían al exterior meses después, el mundo ya no era el mismo.

La atmósfera olía como a amoníaco, crecían del suelo cosas extrañas y la orogenia parecía haber cambiado. Algunas montañas de basura espacial eran más altas que las montañas autóctonas. Todas emergían de unos enormes agujeros en el suelo, de profundidad desconocida, que ellos llamaban los Barrancos.

Tras la orgía de destrucción y vertido de residuos extraterrestres, el mundo volvía paulatinamente a su tranquila melodía de «corre-saquea-sobrevive.» Una marabunda humana cubría los montes de basura y ejercían su función erosiva hasta el siguiente año X.

Puesto que podías encontrar de todo entre la chatarra, no había forma de saber lo que te ibas a encontrar: ¿un contenedor de armas avanzadas? ¿supercomputadoras? ¿Una nave espacial?

John soñaba con encontrar una nave espacial. Si encontraran una, podrían ir los dos juntos a dar la vuelta al mundo y buscar algún lugar con refugios antinucleares que fuese remotamente romántico. Como Jane solía decir: «No necesitamos Paris para viajar en góndola.»

John se sintió romántico, le apartó a Jane un rebelde mechón de la cara y comenzó a cantar con sentimiento lo primero que le vino a la mente: "Elisa. Sueño. Pájaro de hierro azul."

Estiró el brazo derecho sin dejar de mirar a su chica y disparó a un cabezón que trepaba por la cornisa del Oeste. Jane apoyó la cabeza en el pecho de su chico y ambos comenzaron a bailar lento.

"Elisa. ¡Misteri-ó!" Cantaba John. Otro disparo. "Sueño que vivo, sueño que vivo dentro de ti." Otro cabezón. "Que vivo rodeado de hierro pisando la sal..." Otro disparo.

"John," susurró ella.

"Dime."

"Sabes que te quiero."

"Lo sé."

"Te quiero aunque no sepas qué significan las letras TA en los misiles Stinger."

"Es lo más bonito que me has dicho nunca." Otro disparo. "¿No es porque los hacen en Tarragona?"

"A ver, ¿Tierra-Aire te dice algo?"

[Fin del capítulo]