Un relato que escribí ayer.

*** ALGO TIENE QUE CAMBIAR ***

Llegó a su casa completamente ebrio a las 4 de la madrugada. Cerró con cuidado la puerta delantera y se quitó los zapatos en la oscuridad antes de avanzar tambaleante hacia la escalera que conducía a su dormitorio.

Al llegar al pie de la escalera apoyó su mano derecha en la bola de madera que coronaba el adorno de la barandilla y tomó impulso para subir un pie sobre el primer escalón.

Subió despacio tres escalones más y se detuvo para escuchar con atención. Silencio.
No oyó nada que indicase que su esposa se hubiera despertado. Tampoco vio el fulgor amarillo de la luz de su habitación rebotando por el pasillo hasta el final de la escalera.

Pensó entonces que todo iría bien. Que la tradicional e insoportable reprimenda nocturna por su incorregible comportamiento no tendría lugar allí mismo en cuanto entrase en su habitación. Siguió subiendo con sigilo los peldaños oyendo la voz de su esposa en su cabeza:

«¿Qué horas son estas de llegar a casa? ¡Y mira cómo vienes! ¿Para eso me paso el día limpiando y planchándote la ropa? ¡Y otra vez borracho con tus amigotes! ¡Ya me lo dijo mi madre! ¡Tienes un problema! ¿Cuándo lo vas a admitir? ¿Cómo esperas encontrar trabajo si no apartas las manos de la botella? ¡No podemos salir adelante sólo con mi sueldo! ¡Así no podemos seguir! Tienes que elegir, querido, porque algo tiene que cambiar para que esto funcione. ¡Algo tiene que cambiar!»

Terminó de subir hasta la segunda planta y lo primero que vio fue la sombra de su reflejo en el espejo del pasillo. Una sombra de lo que una vez había sido. Vio el despojo que deja atrás una vida con sentido. Una sonrisa nerviosa y sin humor le tensó los labios. El involuntario movimiento muscular activó una respuesta corporal memorizada. Sintió un calor en las mejillas y una genuína ironía ebria le subió desde el abdomen hasta la mandíbula. Sintió la irracional urgencia de reirse de aquel reflejo, de disociarse de aquella imagen y burlarse de ella como si no tuviese nada que ver con él. Agachó la cabeza y se llevó una mano a la boca para sofocar una carcajada pensando: «Menuda cogorza llevas, amigo.» Giró en el oscuro pasillo y avanzó de memoria hacia su habitación. La puerta estaba abierta. La oscuridad era completa.

Entró en su dormitorio y avanzó despacio con torpes pasos, semiagachado y con el brazo extendido hacia adelante para buscar el pie de su cama. Su mano chocó con algo y se detuvo. Era algo caliente y blando sobre la cama.

«¿Qué es esto?», pensó.

Miró la lúgubre forma sobre la cama y dedujo que era su esposa. Su esposa yacía bocabajo sobre la cama bajo las sábanas. Rodeó con sigilo la cama y tanteó por el colchón buscando su lado habitual izquierdo de la cama, pero su mano volvió a chocar con algo.

«¿Y este quién es?», pensó.

Su mano tocó un tobillo. Había alguien tumbado y durmiendo junto a su esposa.

«Este soy yo», pensó, y al instante sintió la urgencia de reírse bien alto por la ocurrencia. Abrió la boca y se llevó ambas manos para taparla. Se dobló hacia adelante, sentado en el borde la cama y cerró los ojos sin poder evitar expulsar silenciosos golpes de aire causados por hiláricos espamos abdominales.

Con la cabeza oscilando arriba y abajo entre las rodillas, pronto se le llenaron los ojos de lágrimas y la risa histérica escaló hasta niveles demenciales. Se tapó la boca con fuerza al emitir una liberadora y breve carcajada en el silencio de la noche.

Una alarma se disparó en su castigado cerebro y se mordió el puño con fuerza. «¡Vas a despertarla!», pensó, justo antes de oír un clic y ver de pronto sus borrosos pies descalzos iluminados sobre el suelo de parqué, uno a cada lado de su cabeza inclinada.
«Ya la has liado, amigo», pensó, serio de pronto cuando una oleada de pánico le recorrió la espalda.

"¿Qué haces tú aquí?", oyó decir a una voz masculina a su derecha.

Enderezó la espalda y giró la cabeza hacia la voz. Había un hombre joven, con mirada confusa, sentado en la cama con la espalda apoyada en la cabecera y una mano aún extendida hacia el cordel que había usado para encender la lamparita de la mesilla de noche. Las sábanas cubrían sus piernas, pero el joven tenía el torso desnudo y una cicatriz de herida de bala sobre la clavícula izquierda.

Su cicatriz.

Miró entonces hacia su esposa junto al joven. Ella aún dormía plácidamente bajo las sábanas blancas de cintura para abajo. La luz amarlla se reflejaba en la suave piel de sus hombros y espalda desnudos.

"Te he preguntado qué haces aquí", repitió el joven.

Él volvió a mirar al joven y abrió la boca para responder, pero la visión le turbó durante un instante. Su propio cuerpo allí, junto a su esposa, mientras su verdadero yo ocupaba aquel decrépito cuerpo treinta años más viejo, emponzoñado de alcohol y delirios seniles prematuros.

"Yo... he venido a...", empezó a decir, pero el hombre que ahora ocupaba su cuerpo le interrumpió.

"Tú ya no vives aquí, ¿recuerdas?", dijo la voz que ocupaba su cuerpo. "Yo amo a tu esposa. Es lo que más me importa en este mundo y no permitiré que nada este mundo ni en el otro impida que sea feliz."

"Tú... tú me engañaste.", susurró el viejo, más para sí mismo que para alguien en particular.

"Me han readmitido en el cuerpo de policía el año pasado. Nos va bien económicamente, ella quiere volver a la universidad y terminar la carrera. Se siente mucho mejor de lo que ha estado contigo en años. La psicóloga la echó de la consulta, dice que está más sana que ella misma. Ahora sólo se ven como amigas en el club de tenis. ¿Qué podías ofrecerle tú? Además, el Cambio no se puede deshacer. Sellamos el trato con tu sangre. Ahoras tienes todo el poder de las tinieblas en tus manos."

"Lo sé...", dijo con amargura. "Pero creo que no estoy hecho para esto..."

"Lo estás, créeme. Sólo tienes que ser tú mismo. Ahora, ¿vas a irte o tengo que echarte?"

"No pienso abandonarla.", dijo el viejo reluctante.

"Como quieras, pero es inútil, consuélate pensando que ella piensa que eres tú quien habita este cuerpo.", dijo el joven antes de tomar una profunda respiración. Su musculoso torso se hinchó y el joven abrió ampliamente la boca, como una caverna negra de la que emergió un eco ultraterrenal. Un sonido grave emitido desde el vientre sonó perfectamente alto y claro en los oídos del viejo.

"YO TE EXPULSO SATANÁS."

Las palabras crearon una onda de energía resonante que atravesó el cuerpo del viejo y lo desmenuzó en una espiral de azufre, que se disipó rápidamente en el aire.

La mujer despertó entoces y giró la cabeza hacia su esposo, somnolienta y curiosa de ver la luz encendida.

"¿Pasa algo, cariño? ¿Es que te han llamado de la central?", dijo ella extendiendo un brazo para coger la mano de su esposo.

"No es nada, amor. Vuelve a dormir"

El joven apagó la luz y se tumbó cerca de su amada pasando un brazo bajo los hombros. Ella se acurrucó entre sus brazos y apoyó la cabeza en su pecho.

"He tenido un sueño," murmuró ella medio adormilada.

"¿Sí?, ¿quieres contármelo?", dijo él besando a la mujer en la frente.

"Era muy raro. En él, tú eras otra persona.", dijo ella antes de caer casi dormida del todo, "Bah, una tontería..."

El joven sintió que ella quedaba profundamente dormida sobre su pecho y suspiró. Quedó despierto mirando las sombras del techo, incapaz de recuperar el sueño. Pensó en la visita inesperada que había recibido y, por primera vez desde que podía recordar, sintió miedo.

FIN