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    Post Cory Doctorow: Un Lugar Tan Extraño (Completa)

    Un Lugar tan Extraño
    por Cory Doctorow
    Bajo licencia de Creative Commons, Thank you, Sr. Doctorow.
    (Original Title: A Place So Foreign, 2003)
    Traducción Casera: Sirius
    (Homemade Translation)
    ************************************

    Mi Pa desapareció en algún lugar en el loco 1975 cuando yo tenía apenas catorce años. Él era Embajador de 1975 pero de vuelta a casa en 1898, en New Jerusalem,
    Utah; todos pensaban que él era Embajador de Francia. Cuando desapareció, Mamá y yo volvimos a través de la puerta de triple cerrojo que conducía desde nuestro apartamento en 1975 hasta nuestra casa en 1898. Regresábamos a las calles de polvo de New Jerusalem y yo tenía que seguir recordándome a mí mismo que se suponía que debía haber estado en Francia. Iba con mis amigos a contarle a los embusteros que existía la Torre Eiffel y que comíamos pan lujoso y caracoles y ranas.

    Nací en New Jerusalem y crecí allí hasta los diez. Luego, un día de verano, mi Pa me sentó sobre sus rodillas y me dijo que teníamos que irnos por un tiempo, que él tenía un nuevo trabajo.

    -Pero, ¿qué pasará con la tienda?, dije escandalizado.

    La maravillosa tienda de mi Pa, el único Almacén General de la ciudad no llevado por los Santos, era mi segunda casa.

    Había pasado mi vida entera gateando y luego andando sobre los suelos de madera polvorienta comprobando el inventario y abriendo cajones con mis notas de viaje de lugares exóticos como Salt Lake City o, incluso, San Francisco.

    Pa parecía incómodo.

    -Sr Johnstone la va a comprar.

    Mi boca cayó. James H Johnstone era un tipo que iba de elegante, un listo de ciudad como nunca puedes desear conocer. Había volado a la ciudad en el Céfiro Speedball y el delgaducho de Tommy Benson había llevado sus tres enormes baúles humeantes hasta el hotel vaquero. El tipo le dió dos dólares de propina a Tommy, en billetes de Wells-Fargo, y luego, en el patio vacío detrás de la herrería, todos los chicos de New Jerusalem se habían reunido en torno a Tommy para mirar la pequeña fortuna de billetes que nunca habían visto.

    -¡Pa, no!, dije sin pensar.

    Sabía que si mis amigos hablaban a sus padres de esa forma, los azotaban, pero mi Pa nunca me había azotado.

    Él sonrió y se estiró el fino bigote por la cara.

    -James, sé que adoras la tienda pero ya está decidido. Una vez llegues a Francia, verás que tiene maravillas que superan todo lo que se vende en la tienda.

    -Nada es mejor que la tienda, dije.

    Él dió una carcajada y me arrugó el pelo.

    -No estés tan seguro, hijo. Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que pueda soñar tu filosofía.

    Era una de sus frases, de Shakespeare, que él había estudiado en el este antes de que yo naciera. Significaba que la discusión se había terminado.

    Decidí suspender el juicio hasta que viera Francia pero aún no podía quitarme la idea de que a mi Pa se le estaba yendo la cabeza. El Sr Johnstone no era adecuado ni para vender un carro de manzanas. Era bajito y delgado, no como mi Pa, que era, segün mi impresión, el hombre más grande y fuerte del mundo entero. Yo amaba a mi Pa.

    * * * * *

    Bueno, cuando hacíamos el equipaje y Pa entró en el establo para coger nuestro equipo, me figuraba que haríamos un viaje corto hasta la estación de tren. Todos mis amigos estaban esperando allí para despedirnos y le había prometido a mi mejor colega Oly Sweynsdatter que le dejaría llevar mi sombrero de piel de mapache hasta que yo volviera. Pero en vez de eso, Pa nos condujo al límite del pueblo donde la carretera tenía un camino hecho una ruina y nos esperaba el Sr James H Johnstone con su propia carreta de paño lujoso. Pa y yo cargamos nuestro equipaje en la carreta de Johnstone, nos metimos dentro con Mamá y nos acurrucamos para que no pudieran vernos desde fuera. Mamá dijo:

    -Quédate callado ahora, James. Hay partes de este viaje sobre las que no podíamos hablarte hasta que nos fuéramos, pero tienes que quedarte en silencio y guardarte las preguntas hasta que lleguemos.

    Yo casi dije: ¿a dónde vamos?, pero no lo hice porque Mamá nunca me había mirado tan seria en todos los días desde mi nacimiento. Así que pasé una hora acurrucado allí, escuchando el traqueteo de las ruedas y tratando de adivinar dónde íbamos.
    Cuando oí que la carreta se paraba y que varias puertas de madera se cerraban, todas mis ideas se secaron y volaron porque no se me ocurría dónde podíamos estar para oir esos sonidos en el desierto.

    Así que, imagina mi sorpresa cuando me pongo de pie y descubro que... ¡estamos otra vez en nuestra propia casa!, ¡hemos hecho un círculo alrededor del pueblo y hemos vuelto a dónde habíamos empezado!

    Mamá puso un dedo en sus labios y cogió la amable mano del Sr Johnstone que la ayudó a bajar de la carreta.

    Mi Pa y el Sr. Johnstone empezaron a mover las pilas de bala de heno que estaban en las vigas, hasta que dejaron al descubierto una puerta de triple cerrojo que parecía nueva y resistente, con los bordes recién serrados aún amarillos y brillantes; no era como el gastado marrón del resto del granero.

    Pa tomó un anillo con llaves del bolsillo de su chaleco y abrió los cerrojos, luego abrió la puerta. Cada uno de nosostros nos pusimos al hombro nuestras bolsas y caminamos, con misterioso silencio, hasta una habitación totalmente a oscuras.

    Pa empujó la puerta y la cerró, luego se oyó un fino click, y estabamos en 1975.

    * * * * *

    1975 tenía un aspecto extraño. Nuestro apartamento era un rombo de plata puesto en el centro de un donut con forma de letra G. Pa hizo algo gracioso con sus manos y los muros se volvieron transparentes y, lo juro, me caí al suelo y, por lo bien que me convenía, me agarré a unas baldosas de goma. Mis ojos me decían que estábamos a cientos de metros del suelo y, aunque yo saltaba de las vigas del establo hasta el heno muchas veces, descubrí de pronto que tenía miedo a las alturas.

    Tras ese primer mareo y vistazo de 1975, yo mantenía los ojos cerrados y apretados, por lo bien que me convenía. Después de un minuto o dos, mi estómago me dijo que no estaba cayendo y que no oía ningún fuerte viento o canto de pájaros, nada; excepto a Mamá y Pa riéndo. Abrí un ojo y eché un vistazo. Mis padres se reían tanto que se sujetaban el uno al otro para no caerse y se apoyaban en el aire. Pa tenía la espalda apoyada contra nada en absoluto.

    Yo me puse en pie y caminé hacia el borde muy despacio. Extendí el dedo y rebotaba contra un muro invisible, frío y suave como la nieve en invierno.

    -James, dijo mi Pa, sonriendo tanto que su fino bigote era una línea en su cara. ¡Bienvenido a 1975!

    * * * * *

    La misión de embajador de Pa significaba que pasaba fuera de casa largas semanas y muy a menudo, teleportándose de vuelta sólo para la cena del domingo. El fuerte olor de mundos distantes y alienígenas le acompañaba incluso después de haberse lavado. La última cena del domingo que estuve con él, Mamá habìa hecho puré de patatas y pan de maìz con salsa y pollo, pasando el día entero en la cocina de leña de 1898 (en realidad, allí era 1901, pero yo siempre pensaba en aquella casa como la de 1898). Ella había movido la cocina al establo tras una semana peleando con los chismes que teníamos en nuestra cocina de 1975 y cuando Pa le advirtió de que el humo levantaría pregtuntas en New Jerusalem, ella le explicó que pondría una manguera flexible hasta nuestra 75 y la conectaría en el ventilador del aire del apartamento. Pa sacudió su cabeza y le sonrió y cada domingo, ella arrastraba la manguera a través de la puerta.

    Esa noche, Pa se sentó y dió gracias y estaba en mangas de camisa con sus tirantes sueltos. Era casi como las millones de cenas de domingo que hacíamos con luz de gas y una sudorosa jarra de limonada en medio de la mesa, que tenía flores silvestres de temporada; y un apestoso puro pues Pa, después, se sentaba en su silla y descansaba con una mano en su barriga, como si no pudiera creer cómo se las había ingeniado Mamá para empacharlo tanto.

    -¿Cómo están yendo tus estudios, James?, me preguntó cuando el mayordomo robot había terminado de limpiar los platos y los había puesto estrepitosamente en su rincón.

    -Muy bien, señor, estamos empezando cálculo ahora.

    A decir verdad, yo odiaba el cálculo, odiaba a Isaac Newton y las asíntotas y todo ese apestoso asunto. Incluso con las inyecciones de aprendizaje viral era como nadar en melaza para mí.

    -¡Cálculo! Bueno, bueno, bueno.

    Esta era una de las frases de relleno de Pa, como: ¿puedes creer esto?; ¿qué sabe uno?; o bueno, bueno, bueno.

    -No puedo creer lo que meten en la cabeza a los crios aquí.

    -Sí, señor. Hay un montón horrible de cosas por aprender todavía.

    Terminábamos una asignatura cada dos semanas. Hasta el momento, yo había terminado Francés, Biología Molecular y Celular, Física y Astrofìsica, Esperanto, Cantonés, Mandarín y una lengua Alienígena cuyo nombre traducìamos como Estándar. Yo estaba exento de Historia, claro, junto a los otros alumnos allí del pasado: la niña de la Dinastía Ming, el chico Romano y el niño Injun de América del Sur.

    Pa se rió moviendo su puro y cruzó las piernas. Sus zapatos eran tan grandes que parecían canoas.

    -Seguro que sí, hijo. Seguro que sí. ¿Y cómo te va con tus compañeros de clase? ¿Alguna riña sobre la que tu profesor querrá hablarme?.

    -¡No, señor! Somos todos amigos, incluso con las chicas.

    Los chicos en 75 ni siquiera advertían lo que estaban haciendo en la escuela. Simplemente, se sentaban en sus mesas de trabajo y esperaban que les llenaran los cerebros con lo que fuera que tocaba ese día. Salían a las tres y nunca se quejaban sobre que algo era muy difícil o aburrido.

    -Me alegra oir eso. Siempre has sido un buen chico, hijo. Te propongo algo: tú me traes buenas notas estas Navidades y yo te llevo de vacaciones a que veas los anillos de Saturno.

    En ese monento, Mamá le disparó una mirada pero él fingió no notarla. Dió una calada a su puro, se ajustó los tirantes, se puso su abrigo del frac, su sombrero de copa, su fajín de embajador y recogió su maletín de cuero.

    -Buenas noches, hijo. Buenas noches, Ulla. Os veré el miércoles, dijo.

    Y entró en el teleportador.

    Esa fue la última vez que volví a verlo.

    * * * * *

    -¿Murió de indigestión de caracoles?, me dijo Oly Sweynsdatter una vez más.

    Cerré la mano en un puño y le golpeé bajo la nariz.

    -Por última vez, sí. Pregúntame otra vez y te comes otro.

    Había regresado hacía un mes y todo ese tiempo Oly me había seguido a todos lados como un pony tímido, siempre cerca pero con miedo a hablarme. Al final, lo agarré y lo sacudí y le dije que no fuera tan bobo, que me dijera qué estaba pensando. Él quería saber cómo había muerto mi Pa, sobre lo de Francia. Le dije la razón que Mamá, el Sr Johnstone y el hombre de la embajada habían resuelto juntos. Ahora, lo lamentaba. Ya no podía hacer que se mantuviera callado.

    -Perdón, vale, perdón, dijo él dando un paso atrás.

    Estábamos en el orfanato detrás del patio de la escuela, tirando manzanas podridas de las ramas de los árboles para verlas estallar.

    -¿Quieres saber algo?.

    -Claro, dije.

    -A Tommy Benson le gusta Marta Helprin. Es asqueroso. Se cogen de la mano ¡en la iglesia! Ninguno de la pandilla hablará más con él.

    Yo no veía dónde estaba el problema. Allá en los 75, teníamos una sesión de dos semanas de reproducción sexual, como todas las otras asignaturas. La mayoría de los alumnos ya estaban en parejas, en bounceataria secretas de baja gravedad y alquilando cubìculos privados con fichas imposibles de rastrear.

    Yo, incluso, ya había tenido una cita con una chica, Katebe M'Buto, otra estudiante de intercambio de la Esfera de Comercio de la Unión Africana.

    La recogí en su apartamento y su padre me estrechó la mano, crecen rápido en la ECUA. Por supuesto, nunca se lo conté a mis padres. A Pa se le habría roto un eje.

    -Sí, vale, muy asqueroso, dije sin mucha convicción.

    -¿Quieres que bajemos al río? Les dije a Amos y Luke que iría después de comer.

    A mi no me apetecía mucho pero no tenía nada mejor que hacer. Caminamos hasta la piscina, donde algunos chicos ya estaban desnudos, nadando y a caballito por ahí. Me sorprendí desviando la mirada, consciente de su desnudez de una forma que no había considerado antes. Todos los chicos del pueblo nadábamos allí todos los veranos.

    Dí la espalda al grupo y me quité la ropa, luego corrí al agua tan rápido como pude.

    Nadé por ahì un rato, sin mucho empeño y luego me sorprendí al hundirme de pronto. Mis nasales se llenaron de agua, grité una salva de burbujas y cerré mi boca cuando comencé a tragar agua. Fuertes manos sujetaban mis tobillos. Pateé todo lo fuerte que pude y conecté con la cabeza de alguien. Las manos me dejaron libre y ascendí como un corcho, escupiendo y tosiendo. Corrí hacia la orilla y ví a uno de los hermanos Allen saliendo a la superficie, frotándose la cabeza y riendo. Los cuatro chicos Allen vivían en un rancho de las afueras cerca de las salinas con sus padres y sólo los veíamos cuando venían al pueblo a por suministros. A mí nunca me habían caído bien pero ahora los odiaba.

    -¡Eres un cerdo!, le grité. ¡Un estúpido cerdo podrido!. ¿Qué diantres crees que estabas haciendo?.

    Los Allens siguieron riendo. Yo solía saber todos sus nombres pero, durante el tiempo que estuve en el 75, ya habían crecido indistinguibles como gemelos, grandes, chicos duros con sus cabezas afeitadas por las liendres. Me señalaban y reían. Yo localicé una piedra plana en la orilla y la lancé tan fuerte como pude, apuntando a la cabeza del que me había sumergido.

    Por suerte para él, ¡y para mí!, yo estaba demasiado enfadado para apuntar bien y la piedra le golpeó en el hombro, empujándole hacia atrás. Me gritó, era como el rugido de un animal salvaje y los cuatro hermanos cargaron.

    Oly apareció a mi lado.

    -¡Corre!, me gritó.

    Yo estaba demasiado enfadado. Cerré los puños y permanecí a la espera. El primero salió del agua hacia mi y me golpeó en la barriga tan fuerte que ví las estrellas. Caí al suelo, jadeando. Miré arriba hacia un bosque de fuertes piernas y supe que me habían rodeado.

    -¡El Sheriff!, gritó Oly.

    Las piernas desaparecieron. Luché para ponerme de rodillas.

    Oly colapsó en suelo a mi lado, riendo.

    -¿Has visto cómo corrían?, ¡El Sheriff nunca viene aquí bajo al río!.

    -Gracias, dije entre jadeos y empecé a vestirme.

    -De nada, dijo. Ahora, vamos a nadar un poco.

    -No, tengo que volver a casa y ayudar a Mamá, mentí. Ya no me apetecía chapotear sin ropa, quizá nunca más me apeteciera.

    Oly me lanzó una extraña mirada.

    -Vale, ya te veré.

    * * * * *
    (CONTIUARÁ)
    Última edición por Artifacs; 01-Dec-2017 a las 14:35
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