Hola, os dejo este relato que hice para un curso de escritura que estoy haciendo. La temática era hacer una historia sobre un personaje malo. Como excusa lo hice en el universo que estoy desarrollando, así que está ambientado en un mundo de ciencia ficción. Es verdad que la ciencia ficción está un poco de fondo, pero es que 1500 palabras no me dan para más.
Espero que os guste y que dejéis algún comentario para mejorar en futuras historias
Saludos!!

Eran las tres de la madrugada, una noche tranquila para la mayoría de los habitantes de Aeternam, pero no para Sirius. El agente de policía tenía una misión, una de la que casi nadie se sentiría orgulloso, y que pocos colegas aceptarían. Pero él no era como la mayoría de sus pusilánimes conciudadanos. No le importaba encargarse del trabajo sucio, porque para él lo prioritario era que se cumpliera la ley.
Estaba en la sala de interrogatorio, solo con su nueva víctima, un obrero de la fábrica de compuestos químicos, un simplón desgraciado que se atrevía a traficar con bienes pertenecientes a la casa Hefesto. Lo había cogido justo en el momento en el que iba a entregar la mercancía a dos sicarios extranjeros. Disparó sin contemplaciones a los contrabandistas, pero no al obrero. Él solo era el eslabón más débil de una cadena de delincuentes que vampirizaba al planeta, una cadena que tenía que romper.
Aunque el contrabando era motivo suficiente para ser enviado a las lejanas colonias del espacio exterior, su destino sería bien distinto, gracias a Sirius. El delincuente estaba esposado en una silla, inmovilizado e indefenso ante Sirius. Era el momento de investigar y hacerle confesar. A pesar de que la policía contaba con diversos métodos para conseguir la verdad, él prefería una alternativa que consideraba más eficaz. Sacó su maletín de herramientas “especiales”, como llamaba a su material de tortura y encendió un cigarro mientras las dejaba una a una sobre la mesa.
—Por favor… no tiene por qué hacer esto, ¿sabe? Puedo darle mucho, mucho dinero si quiere. Solo déjeme ir.
Sirius se detuvo y le miró enfurecido. Nadie le tomaba por un maldito corrupto.
— ¿Crees que voy a aceptar tus sucios billetes de parásito e irte de aquí como si no hubieras hecho nada? ¿Por quién me tomas, por un muerto de hambre como tú? No, querido amigo, no aceptaré tus limosnas. Lo que quiero es que me digas los nombres de tus socios.
—¡No, me matarán si lo hago, jamás hablaré!
El policía lo miró impasible, tomó una calada y la exhaló con tranquilidad.
—No te hagas el héroe, créeme, no eres el primero que se niega a hablar —dijo mientras cogía unas tenazas de la mesa—. Te puedo asegurar que hasta hoy, todos los que han estado en tu lugar han acabado diciéndome lo que he querido saber.
Tomó uno de los dedos del trabajador, duros y callosos y, mirándole a los ojos, lo rodeó con las tenazas. Con una lentitud cruel y sádica fue apretando y retorciendo, hasta que lo separó de la mano. Los gritos de dolor de su víctima se extendieron durante minutos, mientras Sirius cortaba la hemorragia con una pomada cicatrizante y terminaba el cigarrillo.
No necesitó hacer nada más, empezó a hablar en cuanto los calmantes aliviaron el insoportable dolor. Era un mensajero de una red de tráfico de piezas de robótica industrial cuya actividad empezaba en el complejo industrial de Beta. Le dio dos nombres, Pólux y Proción, dos técnicos inferiores que se encargaban de extraer las piezas del almacén.
—Comprobaré esos nombres mientras esperas en esta habitación, pero te juro que si me has mentido volveré y cortaré uno a uno tus dedos.
Tomó una aeronave patrulla en la azotea del edificio y puso el piloto automático hasta la región. Cuando llegó todavía era de noche y había empezado a caer una pesada lluvia. Beta era extensa pero los robots solo se hacían en una enorme fábrica de ladrillo con cuatro chimeneas, una en cada esquina.
Sobrevoló la construcción y en la parte trasera vio como había un par de vehículos aparcados en la zona de trabajadores. «Estos deben ser de los técnicos corruptos» —pensó.
Aterrizó tras un pequeño edificio cercano para evitar llamar la atención y se acercó a la puerta. Estaba cerrada, pero pudo abrirla con su pase de agente de policía. Dentro había un laberinto de pasillos interminables. Atravesó oscuras salas llenas de cuerpos humanoides colgando inertes y enormes cadenas de montaje de distintos dispositivos, silenciosos como testigos mudos de sus pesquisas.
Tras un buen rato, llegó al departamento de Robótica Industrial. Estaba tras una enorme puerta doble a través de cuyo cristal se reflejaba una débil luz. Allí debían estar los dos delincuentes.
Abrió la puerta y entró en silencio con la pistola desenfundada, listo para hacer su particular justicia. Al otro lado le esperaba una intrincada tarea de búsqueda por los niveles de la cadena de montaje, llena de falsas sombras provocadas por los exoesqueletos y las máquinas a medio terminar.
En el silencio le pareció escuchar una lejana conversación, varios pisos más arriba de donde se encontraba. Subió hasta su origen, una habitación desde donde se controlaba toda la maquinaria de la sala y desde el oscuro rellano de la entrada escuchó a dos hombres.
—Pólux, tenemos que preparar la próxima entrega antes de las siete, date prisa con el registro.
—No es fácil eliminar material de la lista. Me temo que el supervisor sospecha que le han robado la identificación. Antes o después tendremos que dejar este negocio.
—Pues ya me dirás como vamos a mantener a nuestras familias. Tendré que racionar más aun la comida entre mis hijos…
A Sirius aquello no le conmovió. Todo el mundo había pasado por aquella guerra que había dejado el planeta en la miseria, pero eso no le daba derecho a nadie para traficar con bienes públicos. Entró apuntándoles y mostrando la placa identificativa.
—Las manos donde pueda verlas. Levantaos y no intentéis nada o no dudaré en dispararos.
Pólux y Proción se quedaron paralizados, ante el agente. No lo habían escuchado entrar y llegar hasta allí. Se levantaron con los brazos en alto y nerviosos.
—Agente, esto tiene explicación, nosotros…
—Ya, no estáis haciendo nada, me sé esta historia. Ni lo intentes, os he oído y además vuestro mensajero os ha delatado. Andando.
Mientras Sirius guiaba a punta de pistola a los dos técnicos por las plataformas hacia la salida, Proción empezó a sospechar. Ya había visto a la policía actuar y su protocolo era muy distinto del que estaba siguiendo. No había orden de detención, ni más agentes cubriendo la operación. Pensó que podía tratarse de una trampa, en cuyo caso era mejor actuar cuanto antes.
—Agente, tenga piedad de nosotros. Solo intentamos conseguir un poco de dinero para nuestras familias ¿Tiene hijos? Si es así sabrá cuanto sufre un padre viéndolos consumirse de hambre.
—Los tuve hasta que la guerra se los llevó, pero eso no es una excusa para robar material y vendérselo al enemigo. De todas formas, dentro de poco no os tendréis que preocupar por nadie…
Proción reconoció el tipo de persona que tenía tras él. Sirius era uno de tantos que habían sucumbido a una especie de locura psicótica tras la invasión. Lo único que le quedaba era su trabajo. Se había refugiado tanto en él que había empezado a tomarse la justicia por su propia mano.
No irían a la cárcel, jamás estarían ante ningún juez que les condenase, sino que serían ejecutados por aquel policía loco en cualquier callejón solitario, a no ser que hicieran algo. Miró a Pólux y en sus ojos vio que pensaba lo mismo que él.
Sin mediar palabra se giraron con rapidez y asaltaron a Sirius. Le golpearon la mano y soltó la pistola, que se deslizó por la plataforma hasta caer al vacío. Sacó su porra extensible, pero antes de que pudiera usarla contra sus contrincantes ya los tenía encima, propinándole un puñetazo tras otro.
Sirius era duro y sabía cómo encajar y devolver golpes, pero aquellos hombres luchaban por algo más que sus propias vidas. Tras un intenso forcejeo lo derribaron y lo dejaron retorciéndose de dolor en el suelo.
—¿Qué haremos con él? Si escapa podría volver con más agentes, o vengarse.
—Lo que hay que hacer, Proción. Apuesto que en su comisaría no le echarán de menos.
—Pero ¿cómo?
Pólux tomó al policía semiinconsciente de los hombros y con la ayuda de su compañero, lo arrojaron al vacío. No hubo dudas, si querían vivir tenían que deshacerse de él.
Sirius cayó, golpeándose en la cabeza, espalda y extremidades con las barandillas de las plataformas hasta llegar al suelo. Lejos, escuchó a los técnicos huir corriendo, dejándole allí a su suerte.
Estaba acabado, la boca le sabía a sangre y todo a su alrededor se empezaba a volver borroso y confuso. Recibió la muerte no con miedo, sino con alivio. ¿Acaso no era lo que buscaba desde que perdió a su familia? Así murió, luchando, haciendo lo único que sabía, defender la ley.