Les comparto este relato de la Autora mexicana Rosa Gonzales.
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Lester fue el último en abandonar la aeronave. No fue mera casualidad que el resto de su equipo llegara a la escotilla antes que él. Se había rezagado a consciencia. Era extraño. Nunca lo había hecho antes. No era un miembro novato; había participado en expediciones a más de nueve planetas distintos, sus pies habían tocado mil suelos diferentes y sus manos siempre eran de las primeras en alcanzar la escotilla. Tenía ojos impacientes. No era ningún novato, ni tampoco ningún cobarde. Pero allí algo era distinto. Quizá porque ésa era la primera vez que se trataba de un planeta prácticamente desconocido. Probablemente a eso se debieran las pesadillas recientes; un nerviosísmo producto de la escasa información que se tenía de aquel cuerpo celeste.
Por primera vez en toda su carrera, miró la puerta abierta con recelo.
– ¡Vamos, Lester! ¿Qué estás esperando? ¡Tienes que venir a ver esto!
El rostro sonriente de Rick se asomó desde el exterior. Lester se limitó a mover la cabeza y avanzó hacia las escalerillas metálicas que ahora conectaban la nave con aquel nuevo y extraño mundo.
Excepto que no era tan extraño. Se parecía a la Tierra, más que cualquier otro planeta que hubiese visitado.
Martínez emitió un silbido largo.
– ¡Qué locura! Incluso los niveles de oxígeno y de bióxido son parecidos. La atmósfera es segura para nosotros, Jefe.
Jones asintió y se desprendió inmediatamente del casco. Inhaló profundamente aquel aire que Martínez acababa de analizar y los demás hicieron lo mismo. Lester respiró despacio, mirando a su alrededor con el entrecejo fruncido; era tan parecido a la Tierra, que sino fuera porque sabía que se encontraban a años luz de distancia, juraría haber estado allí antes. Parecía un bosque cualquiera, toda la vegetación circundante se le antojaba común. Era tan incómoda la sensación de familiaridad, que Lester retrocedió en dirección a la aeronave, con los vellos de punta y el estómago revuelto. Era igual a la Tierra, pero al mismo tiempo era esencialmente distinto. Había algo equivocado, una pieza fundamental colocada en el lugar incorrecto. Era ésa la impresión que le daba a Lester, aunque ninguno de sus compañeros parecía notarlo.
– ¡Es asombroso!- exclamó Hans, mirando de cerca una planta idéntica a un simple helecho-. Robles, pinos, arces… Son iguales a los de la Tierra, no me cabe la menor duda.
– ¿Y qué, Hans? ¿Así de repente resultas planteólogo?- se burló López con una sonrisa.
– Se dice biólogo, imbécil.
– Botánico, en realidad- interrumpió Martínez-. A menos que Hans también se haya vuelto experto en animales en los últimos cinco minutos. Veamos, ¿qué tipo de pájaro es ése de allí, Hans?
– Váyanse al diablo los dos.
– Solamente botánico, entonces.
– Ya basta, Martínez. También tú, López- Ordenó Jones, sin mirarlos. Ambos asintieron con la cabeza, riendo por lo bajo-. Vamos a averiguar en qué clase de lugar estamos parados. Si tienen las neuronas suficientes para dejarse de tonterías durante las siguientes horas, les sugieron que avancen.
Lester era el único que no estaba poniendo atención a lo que decía su compañía. Estaba a tan solo unos pasos de las escaleras, escuchando el sonido del viento y el crujir de las hojas. Algo estaba mal con aquellos sonidos. Con el canto de las aves y el rumor de los insectos. No podría haberlo explicado en voz alta, pero en su cabeza se repetía que no eran auténticos; era como si alguien hubiera tomado los originales y hubiera intentado copiarlos, pero la mano le hubiese temblado por momentos en lugar de esbozar un trazo fino e impecable.
– Tal vez… – se atrevió a decir- tal vez no deberíamos quedarnos. Quizá deberíamos volver.
Lo miraron como si fuera un desconocido. Como si Lester hubiera desaparecido.
– ¿Qué mosca te ha picado, Lester?- inquirió López.
– Pregúntale a Hans, a lo mejor también aprendió de entomología.
– Púdrete, Martínez.
– Tranquilo, Hans, solamente intentamos ayudar a Lester.
– ¿Qué es lo que te sucede, Lester? ¿Hay alguna razón por la que pienses que no es seguro avanzar?- inquirió Jones.
– Los árboles- musitó Lester.
– ¿Por qué estás susurrando?- instintivamente, Jones miró alrededor, pero ante sus ojos nada parecía una amenaza.
– Creo que nos espían desde los árboles- continuó Lester, abrazando su propio torso y mirando hacia el denso follaje.
– ¿Quién nos espía?- preguntó Rick, intentando ver lo que Lester veía.
– Los que fabricaron esto- respondió Lester entre dientes, cada vez más impaciente- ¿Es que no lo ven? Es artificial. Este lugar es artificial.
– Pues… luce bastante real para mí- dijo López, conteniendo una sonrisa. Ése obsesivo de Lester. Siempre supo que tarde o temprano el sujeto acabaría perdiéndolo.
– Escucha, Lester, si hubiera algo mal aquí los análisis lo habrían demostrado. Todo está en orden-. Intentó razonar Martínez.
– No, no. No lo comprenden. Este lugar está mal, tenemos que irnos.
– De acuerdo, Lester, no tenemos tiempo para esto- interrumpió Jones, irritado-. Si quieres puedes quedarte en la nave, yo no tengo inconveniente. Los demás nos vamos ahora. Estaremos de vuelta pronto, deberías estar bien si te quedas allí dentro.
Lester parpadeó un par de veces. Miró la punta de los árboles una vez más, subió de dos en dos las escaleras de metal y cerró la escotilla. Todos permanecieron en silencio unos instantes, hasta que López se llevó un dedo a la sien y lo movió en círculos para indicar a todos lo que pensaba de la cordura de Lester.

El bosque aparentaba calma. Caminaron en línea recta varios kilómetros hasta que un arroyo les impidió continuar derecho. Martínez se inclinó para recoger una muestra de agua y la analizó con un instrumento que llevaba consigo.
– Igual que la atmósfera, el agua es perfectamente segura.
No lo dudaron; bebieron del refrescante arroyo hasta que se sacieron y siguieron caminando varios kilómetros más, esta vez hacia la izquierda.
– Si el planeta es en verdad tan semejante a la Tierra, éste podría ser el mayor descubrimiento de la historia, mayor incluso que cuando Colón descubrió América.
– Tranquilo, Rick. Nunca es bueno alentar los sueños prematuros de grandeza.
– Usted siempre tan sabio, Jefe.
– Tú siempre tan lameculos, López- dijo Martínez.
– Silencio- Jones se detuvo de repente y les indicó que hicieran lo mismo.
Después de unos instantes, Martínez se impacientó.
– ¿Sucede algo?- susurró.
– Nada- respondió Jones, vacilante, escrutando el entorno-. Solamente me pareció escuchar… Pero no ha sido nada. Será mejor que descansemos aquí, seguiremos en una hora. Hans, Martínez, se turnarán para hacer la ronda.
– Pensé que volveríamos a la nave cuanto antes- respondió Martínez.
Jones hizo un gesto desdeñoso al tiempo que se tumbaba en el suelo y recargaba la espalda contra el tronco de un árbol.
– Bah, ése idiota de Lester podrá sobrevivir sin nosotros hasta mañana- dijo, despreocupado-. Hay que averiguar más de este sitio antes de regresar. Rick tiene razón, me parece que hemos descubierto algo importante aquí. Una nueva fuente de recursos, Dios sabe que nos hacen falta.
– Como diga, Jefe- asintió Martínez.
– ¡El Jefe dijo que tengo razón!
– Cierra la boca, Rick.

Fue el llanto de Martínez lo que despertó a Jones. Se levantó de inmediato y su brusco movimiento despertó a los otros, quienes se pusieron en un instante en alerta. Martínez estaba a un par de metros de distancia y les daba la espalda. Incado en el suelo, sus hombros se sacudían violentamente con cada uno de sus sollozos.
– ¿Martínez?- lo llamó Jones, pero él no se volvió. Lo intentó una vez más y él se puso de pie con dificultad; todo su cuerpo temblaba- ¿Qué es lo que pasa?
– Lo siento- respondió Martínez, sin darse la vuelta todavía-. Lo siento. No quería hacerlo. Juro que no quería.
– ¿De qué estás hablando?- entonces Jones se percató de algo importante- Martínez, ¿en dónde está Hans?
Los demás miraron alrededor, pero no lo vieron por ninguna parte. Uno de ellos llamó su nombre. No hubo respuesta. Tan solo un nuevo gemido de Martínez.
– Fueron los árboles- murmuró muy lentamente, con voz pastosa-. Los árboles me obligaron a hacerlo. ¡Fueron los árboles!
Entonces giró sobre sí mismo y extendió sus manos para mostrárselas a sus compañeros. La evidencia de lo que había hecho le goteaba viscosa de los dedos, pero no podían distinguir el cuerpo de Hans por ninguna parte.
– Martínez ¿en dónde está Hans?- Jones repitió la pregunta despacio, obligándose a mantener el control.
– Fueron los árboles. ¿Por qué me apuntan a mí?- López y Rick ya habían extraído sus armas. El rostro de Martínez se descompuso en una intensa mueca- ¡Les digo que los árboles lo hicieron! Me obligaron, me obligaron…
– Martínez, no te acerques más. Quédate donde estás- dijo Jones, extrayendo también su arma.
– ¡No fue mi culpa! ¿No lo entienden? ¡Me obligaron y se lo llevaron! ¡Las raíces se lo llevaron! ¡Yo no tuve la culpa! ¡DEJEN DE APUNTARME!
– ¡Quédate quieto, Martínez!
– ¡NO TENGO LA CULPA! ¡LOS ÁRBOLES…!
López disparó antes que Jones.
Miraron el cuerpo de Martínez en silencio, tirado allí, en medio de la hierba, aplastando las flores silvestres. No había tenido tiempo de cerrar los ojos.
Cuando volvieron a ser conscientes de su propia existencia llamaron a gritos a Hans, pero no lo encontraron, ni vivo ni muerto. Tenían que volver a la aeronave. Rick intentó levantar el cuerpo de Martínez para llevarlo de regreso, pero algo había crecido alrededor de él; una gruesa enredadera que aprisionaba sus extremidades y la mitad de su cabeza. Lo había envuelto en el tiempo que les tomó buscar a Hans.
– Es imposible- Musitó Rick, pero Jones lo detuvo antes de que se acercara más a la planta.
– Déjalo allí. Tenemos que irnos de aquí.

Habían pasado más de tres horas y no veían señal alguna de la nave.
– ¡Estaba aquí, estoy seguro! ¡El maldito debió irse sin nosotros!
– No seas ridículo, López. No hay forma de que Lester pueda ponerla en funcionamiento él solo. Este sitio es extraño. Debimos equivocarnos en alguna vuelta- respondió Rick, con la voz ronca.
– Vamos por aquí- Jones avanzó en la dirección opuesta, de vuelta hacia el arroyo donde habían girado la primera vez.
– Debió ser el agua- murmuró López mientras observaba absorto su reflejo en el líquido cristalino, sin parpadear.
– Él mismo realizó el análisis. El agua es normal. Todos estaríamos locos de lo contrario- respondió Rick.
– Tal vez ya lo estamos.
– Vamos, López, no te dejes llevar por el pánico ahora. Vamos a estar bien- dijo Rick, pero se alejó varios pasos de él.
– No puede ser- exclamó Jones, de repente.
López y Rick se detuvieron. Jones tenía los ojos clavados en algo del otro lado del arroyo y su expresión se había transformado; párpados y labios le temblaban, tenía un tic que jamás le habían visto en la mejilla. Entonces atravesó corriendo aquel débil cuerpo de agua, y luego siguió corriendo a toda velocidad, llevado por un súbito y furioso impulso. El deseo de alcanzar algo.
Ambos lo siguieron mientras lo llamaban a gritos, pero Jones estaba fuera de sí. No dejaba de repetir un nombre:
– ¡Adelaine!
Persiguió a la invisible criatura hasta que él mismo se volvió invisible para su sombra. Rick y López lo buscaron desesperados, pero solamente encontraron sus ropas, su arma y manchas de sangre en el tronco más cercano.
– Fueron los árboles, Rick- murmuró López.
– ¡Ya basta! ¡No pierdas la razón tú también! ¡Saldremos de aquí, debemos encontrar la nave!
Pero López no lo estaba escuchando. Estaba parado a unos pasos de distancia, mirando hacia arriba y de un lado al otro.
– ¿López?
– Jamás la encontraremos, Rick. ¿No puedes verlo?- señaló con la cabeza los árboles-. Ellos ya nos estaban esperando. Lester tenía razón. Los sonidos son diferentes, la luz también lo es. Eso fue lo que él dijo. Es artificial. Ellos lo armaron para nosotros. Por eso me parecía tan familiar. Ahora sé a qué me recuerda- volvió a clavar la vista en la vegetación y extendió los brazos para apuntar lo que le rodeaba- ¡Es idéntico! ¡Todo el maldito lugar se parece a la parte del bosque en la que hacíamos el campamento escolar! El árbol donde poníamos la soga para columpiarnos, los troncos donde nos sentábamos. Aquí está todo eso. Y allí. Se repite, Rick, ahora lo veo. Es como si solamente tuvieran ése pedazo y lo hubieran multiplicado para armar con él un bosque entero.
Rick se echó hacia atrás. Su mano buscó la culata de su arma.
– A mí no me recuerda a nada, López. Y no me parece que nada se repita- dijo, hablando suavemente.
López se volvió bruscamente hacia él.
– ¡Te digo que así es! ¡Mira! ¡Allí está el mismo pájaro! ¡El estúpido pájaro que retamos a Hans a identificar! ¡Y allí está de nuevo! No tiene final, Rick, te digo que no tiene final. ¿Cómo no lo vimos antes? Lester sí lo hizo. Tienes que verlo tú también, Rick, maldita sea, debes verlo.
– Pues no lo veo. ¿Quieres hacerme el favor de tranquilizarte? López, me estás poniendo nervioso.
– ¡Déjate de estúpideces, Rick! ¡Vamos a morir aquí, pedazo de idiota! ¡Jamás nos dejarán salir! ¡Era una maldita trampa, Rick! Los árboles lo hicieron. Son los árboles.
– ¡López, ya basta!
Rick extrajo el arma y la apuntó a López. Él ladeó la cabeza y lo miró a los ojos.
– ¿Vas a matarme? Tal vez deberías hacerlo. Si no lo haces, te mataré yo a ti. Eso es. Si te mato me dejarán tranquilo, me dejarán volver. Lo sé. ¡Te haré daño, Rick! ¡Los árboles quieren que lo haga! ¡Lo haré, Rick, lo haré!
Le disparó a la pierna para detenerlo. Luego lo golpearía en la cabeza para dejarlo inconsciente y lo llevaría a rastras de vuelta a la aeronave.
López intentó ponerse de pie, pero la punta de una enredadera penetró en el orificio de la bala. Creció rápidamente en el interior, enrollándose en su extremidad por debajo de la carne. Él gritó, pero luego, cuando la planta alcanzó la parte superior de su muslo, se echó a reír a carcajadas. Miró a Rick.
– ¿Eres botánico, Rick? ¿Tú también eres botánico?- preguntó desde el suelo- A que no logras adivinar qué planta es ésta.
Rick se echó a correr.
Siguió el curso del arroyo hasta que sus fuerzas desfallecieron y terminó de rodillas en la hierba, llorando a todo pulmón. Alzó la cabeza por un instante y entonces lo vio enfrente de él: el pájaro de Hans.
También estaba la piedra. La piedra con la que se había abierto la rodilla, el verano en el que aprendió a montar bicicleta. Y allí estaba el árbol contra el que se había estampado de costado, rompiendo una parte del manubrio. Era el mismo bosque. O al menos una parte de él, repetida hasta el infinito. De repente, todos los sonidos le parecieron distorsionados, sintéticos.
Se tumbó de espaldas y observó las copas de los árboles.

– ¡Lester! ¡Abre la puerta, ahora!
Lester se acercó corriendo a la escotilla y presionó con fuerza el botón que la abría y que desplegaba las escalerillas metálicas. Jones subió primero, mirándolo con el ceño fruncido y una expresión reprobatoria. Lester bajó rápidamente la vista, avergonzado. Sabía que el Jefe no olvidaría aquella misión; lo recordaría como un cobarde, de aquel punto en adelante. Se maldijo a sí mismo. Había sido un idiota por permanecer en la nave.
– ¡Hey, pequeño Lester! ¿Todo bien por aquí? ¿O quieres que te consigamos una mantita?
Miró a Martínez con furia, pero apretó los labios y no respondió nada. Lo tenía bien merecido por haberse comportado como un novato. López agregó algo acerca de buscarle leche tibia, de chocolate si así lo prefería. Rick soltó una sonora carcajada y solamente Hans abogó en su favor, diciendo que lo dejaran tranquilo. Lester le agradeció con la mirada y él esbozó una sonrisa un poco extraña.
– Se cumplió tu deseo, Lester- anunció Jones desde la cabina de control, mientras ponía en funcionamiento la nave-. Nos vamos a casa.
– ¿Tan pronto, señor? – preguntó Lester.
López dejó escapar un bufido.
– ¿Que no te morías por salir de aquí, pequeño Lester?- inquirió mientras se acomodaba en su asiento y abrochaba con cuidado todos los cinturones.
Lester carraspeó, incómodo.
– Sí, solamente pensé que…
– Es hora de volver a nuestra casa, es tan simple como eso- interrumpió Jones- Ya hemos estado lejos demasiado tiempo. Es momento de volver. ¿No extrañas a tu familia acaso, Lester?
– Pues… sí, señor- respondió Lester, alzando la voz para hacerse oír por encima del rugido de los motores.
– Bueno, pues nosotros también.