Close
Mostrando resultados del 1 al 3 de 3
  1. #1
    Electrón Avatar de kavy
    Fecha de Ingreso
    18-July-2014
    Ubicación
    Las Palmas de Gran Canaria
    Mensajes
    31

    El vuelo del Lázaro.

    Hola buenas. Me llamo Carlos Pazos y dejo aquí un relato corto que espero os guste y entretenga. Este foro ha sido todo un descubrimiento para mi y las revistas me parecen una iniciativa genial. Ojalá consideréis la historia digna. Un saludo a todos.

    EL VUELO DEL LÁZARO
    Autor: Carlos David Pazos Nogales

    Frank se removió nervioso en su asiento. Llevaba horas confinado en la cabina de su LEV, un aerodinámico monoplaza decorado con colores naranja y bermellón. Desde el exterior, el vehículo de levitación electromagnética parecía una enorme punta de flecha recién pulida.
    —Enciende.
    La voz del jefe de ingenieros se oyó claramente a través del auricular. Frank suspiró, y por tercera vez ese día, reinició los sistemas secundarios de la aeronave. El visor de su casco generó tablas e indicadores virtuales que flotaron frente a él en una ilusión de realidad aumentada.
    Tras un breve vistazo a los datos, los labios de Frank se contrajeron en una mueca de disgusto y alejó la información con un simple pensamiento.
    —Bastian, no tengo acceso a la redistribución de energía.
    —Maldita sea, espera —la comunicación fue cortada bruscamente y tras una pausa volvió sin previo aviso—. ¿Qué tal ahora?
    —Mmm, mejor. Con suerte hoy consigo conducir este trasto.
    —Deja de tocarme los huevos y pon en marcha a NINA.
    Una vez más, los impulsos eléctricos de su cerebro fueron registrados y transformados en instrucciones precisas. El flujo de datos se multiplicó de manera exponencial y finalmente, después de cuatro horas de ensayos preliminares la computadora de a bordo estuvo completamente operativa.
    —NINA, conecta con la red visual y completa la secuencia de sincronización. —Bastian dio la orden empleando el audio. Frank no hubiera necesitado hablar para dar la misma instrucción.
    —Ejecutando —informó la inteligencia artificial que se valía de una voz monótona pero indudablemente femenina.
    De pronto, Frank se desorientó. La sincronización suponía una fusión cognitiva de sí mismo con los sistemas de la nave. Sin necesidad de usar los ojos, ahora veía a través de una red de nanocámaras adheridas al fuselaje del LEV que mandaban información directamente a su cerebro. Pocas personas conseguían ver como él lo hacía en aquel momento. Las adaptaciones no se limitaban al sentido de la vista y lentamente, sintió los límites físicos del vehículo como suyos propios.
    Frank observó el hangar en su totalidad, casi en trescientos sesenta grados, mientras tenía lugar el cambio. Su aeronave descansaba sobre grandes soportes metálicos que lo situaban varios metros por encima del suelo. Estaba conectada a un denso cableado proveniente de diversos puntos donde sus compañeros trabajaban frenéticamente para tenerlo todo listo a tiempo: Bastian, el ingeniero y mecánico principal, manipulaba los cuadros de diagnóstico concentrado en comprobaciones de última hora. David, el auxiliar de campo, correteaba desalojando la zona de piezas y cajas casi matándose en el proceso. Rachel y Andrew supervisaban desde la sala de control, monitorizando y registrando todo cuanto acontecía. Los cuatro usaban sus propias lentes de realidad aumentada para ver objetos que, a decir verdad, no estaban allí.
    A medida que el proceso de sincronización se completaba Frank alcanzó un estado de consciencia que se hallaba a mitad de camino entre sus propias percepciones y las recogidas por los sensores del LEV.
    —Operación completada —alguien había conectado a NINA a los altavoces y las palabras resonaron claramente por todo el hangar.
    —¿Cuánto tenemos Rachel? —Bastian habló sin apartar la atención del cuadro de diagnóstico.
    —Sesenta y cinco por ciento —contestó ella con tono neutral.
    —Franky, no te mueves hasta que rebases el setenta por ciento.
    El piloto no rechistó y comenzó los ejercicios de meditación. Sus colegas, conscientes de la dificultad que entrañaba adaptarse al estado de sincronización siguieron trabajando en silencio. Transcurrieron al menos veinte minutos hasta que volvió a dar señales de actividad consciente. Rachel miraba impresionada una de sus holopantallas. Sólo la élite conseguía sobrepasar la barrera del ochenta por ciento.
    —Acabas de superar tu record personal, cariño. ¡Ochenta y uno coma dos por ciento de sincronización!
    —Veamos si consigue mantenerse ahí. ¡Andrew! No pierdas de vista los picos electromagnéticos. ¡Franky! en cuanto despejemos enciende el generador principal. ¡David!, guarda de una puta vez esa mierda y ven aquí. ¡Vamos coño, vamos!
    Aunque Bastian trataba de ocultarlo, se sentía pletórico con los resultados de su protegido. Era la hora de la verdad. Frank respiró hondo, y en cuanto el hangar quedó vacío, arrancó el generador de fusión de la nave.

    * * *

    Faltaba una semana para la carrera.
    El viejo Bastian se recostó en su asiento aquejado de una intensa migraña. Las arrugas surcaban su preocupado rostro y su expresión cansada se disimulaba parcialmente bajo una tupida barba gris.
    Todos habían agotado hasta el último crédito: los gastos de transporte, las piezas de recambio, los permisos, los sobornos, la inscripción; la lista era interminable. El Lázaro sufría inesperados problemas de funcionamiento que ni él, ni su equipo, conseguían arreglar todavía: el más inquietante afectaba a los amortiguadores de inercia, a lo que había que sumar el malfuncionamiento del estabilizador derecho y las disfunciones menores que se distribuían por toda la nave.
    Para colmo, el alquiler del emplazamiento que tenían asignado costaba una verdadera fortuna, pero no en vano, el recinto estaba completamente equipado y tenían capacidad para dar con una solución.
    Si quería ser eficiente y cumplir la normativa previa al campeonato, tenía que descansar, lo sabía muy bien. Dirigió sus pasos hasta su camastro y se acostó.
    A la misma hora, en la habitación contigua, Frank permanecía tumbado sin poder conciliar el sueño. Era consciente del peso que soportaban sus hombros. No podía permitir que sus miedos afectaran lo más mínimo sus capacidades. Una mente limpia lo era todo en su profesión. Se sentó en el colchón y tras calzarse las botas, fue a dar un paseo para tratar de despejar las ideas. Acabó directamente en la pequeña sala de control después de haber recorrido el lugar sin demasiado entusiasmo.
    Al llegar, casi sin querer activó una de las holopantallas con intención de observar el exterior. Como era de noche, sólo podían verse en la oscuridad las luces de posición del resto de instalaciones repartidas por el valle marciano. Todos se preparaban para la competición.

    * * *

    El LEV permanecía en el aire flotando suavemente sin ayuda de los soportes mientras NINA ajustaba los últimos parámetros. Los propulsores emitían un zumbido muy característico y la atmósfera estaba salpicada de partículas ionizadas. El despegue había ido como la seda.
    Frank balanceó el vehículo con suma precisión, giró la nave sobre su eje con ayuda de los repulsores y colocó el morro frente al acceso principal mientras se completaba la despresurización del hangar. Cuando la presión del aire se igualó con el exterior, el portón comenzó a elevarse. Satisfecho, esperó unos segundos y tras imprimir un leve impulso, salió sin problemas a espacio abierto. El polvo rojo marciano se arremolinó por debajo del LEV que avanzaba despacio hasta la zona de reconocimiento.
    —Te estaremos vigilando desde aquí chaval —Fue Bastian quien abrió las comunicaciones—. No podrás tirarte un pedo sin que lo sepamos.
    —Recibido.
    Aun faltaban varias horas antes del inicio de la carrera. El examen final de los jueces sería concluyente. Después de tanto sacrificio, tantos riesgos asumidos, por fin el último paso, la última oportunidad.

    * * *

    La capital relucía con la luz de la mañana. El tráfico terrestre serpenteaba entre los edificios y los transportes aéreos se reflejaban en los imponentes rascacielos de vidrio metálico. Mucho más arriba podían distinguirse las brillantes estelas de los vuelos suborbitales y más allá, el ascensor espacial dibujaba una línea difusa en el cielo despejado.
    Un hombre, que no alcanzaba la treintena, aguardaba sentado en la terraza de una cafetería mientras observaba el panorama; cientos de personas y algunos robots paseaban por doquier. De entre la multitud, una bonita joven se acercó hasta su mesa.
    —Hola Loren. Cuanto tiempo —Frank mostró una alegría sincera hacia la recién llegada.
    —Año y medio creo. Me alegra verte Frank —la mujer tomó asiento después de darle un beso en la mejilla.
    —Estás estupenda. Te sienta bien el matrimonio.
    —Gracias. Tú en cambio estás hecho un desastre —mentía, por supuesto, pero siempre se habían tratado con sentido del humor.
    Iniciaron una agradable conversación abordando temas triviales para romper el hielo. Una vez superadas las formalidades, Loren decidió tomar la iniciativa y plantear sus preocupaciones.
    —Has venido a la Tierra con Allan ¿verdad?
    Frank respiró hondo consciente de que había llegando el momento de pedir favores.
    —Necesito que te hagas cargo de él. Mañana regreso a Marte para correr en Valles Marineris.
    Loren miro a su ex cuñado con los ojos muy abiertos.
    —Juraste que no volverías a pilotar —ella había mencionado este hecho como algo indiscutible.
    —Sabes porque lo hago —y acompañando estas palabras Frank metió la mano en el bolsillo de su cazadora y sacó una tarjeta de dinero en efectivo.
    —Necesito que apuestes todo por mí. Lo haría yo mismo pero no me dejarían —explicó él.
    Loren entendió de inmediato.
    —Frank, no te juegues la vida por una posibilidad remota.
    —No me des el sermón Loren. Voy a romper una promesa para cumplir otra. Cuida de mi hijo, por favor.
    Ella conocía a su cuñado lo suficiente para saber que ya había tomado una decisión. No se podría razonar con él. Lo haría, claro que lo haría. Quería a ese niño como si fuera suyo. Se levantó enfadada y cogió la tarjeta.
    —¿A cuánto están las apuestas? —preguntó con intención de marcharse.
    —Dos mil a uno en mi contra.
    —Estás loco.
    —Lo sé.

    * * *

    Mientras los robots de diagnóstico de la federación hacían su trabajo, Frank conectó con varios canales televisivos. La mayoría de los LEVs ya habían superado las regulaciones técnicas y hacían su recorrido de calentamiento para adaptar las condiciones del vehículo a la pista.
    La carrera estaba siendo retransmitida gracias a dispositivos de video diseminados por todas partes: las nanocámaras de los deslizadores, la vigilancia por satélite y en resumen, cualquier dispositivo de emisión disponible. El público podría consultar distintos planos y ángulos, la visión subjetiva de los competidores, sus constantes vitales, grado de sincronización, estadísticas, etc. Todo formaba parte del espectáculo. Incluso en las lejanas colonias lunares de los planetas exteriores donde la señal tardaría horas en llegar, el acontecimiento era muy popular. La ciencia había extendido las comunicaciones hasta los más recónditos lugares del sistema solar a través de la red interplanetaria.
    Aprovechando estas condiciones, Frank observaba a sus contrincantes. La unión mente–máquina era ideal para absorber información de forma masiva puesto que NINA procesaba la mayor parte.
    La atención del Frank quedó dividida entre cifras, detalles técnicos e imágenes en directo de sus rivales hasta que divisó un modelo Ikari color azul eléctrico decorado con varios distintivos de corporativas japonesas. Con el entrecejo fruncido centró su interés en Toshiro Sato, el piloto favorito de la carrera. Admiraba al japonés tanto como deseaba derrotarlo. En el pasado nunca lo había conseguido; esta vez tenía que ser distinto.
    De repente, un comunicado interrumpió sus pensamientos.
    —Tenemos vía libre —Bastian sonaba emocionado al otro lado de la línea. Detrás podía escucharse la algarabía de sus compañeros, celebrándolo.
    —Lo conseguimos —pensó—. ¿Quién lo hubiera imaginado?

    * * *

    La lona cayó lentamente al suelo.
    —¿Qué te parece? —preguntó Frank.
    —¿De dónde has sacado esta mierda?
    El viejo no había cambiado en absoluto. A pesar de la crítica, Frank notó complacido que los ojos de su antiguo mentor relucían interés. Frente a ellos, un maltratado LEV clase Proteo descansaba sobre el pavimento del taller. Había perdido parte de su cobertura y necesitaba una restauración completa.
    —Me lo ha cedido Sami, me debía una.
    —Pues te ha timado. No sé ni por dónde empezar.
    —No he pagado nada —replicó Frank un tanto molesto.
    Bastian se aproximó para examinar el aparato de cerca. Con cada apreciación, meneaba la cabeza y se encogía de hombros como si algo le doliera. Cuando terminó, miró a su pupilo con expresión grave.
    —La biónica está destrozada. Hace tiempo que este pájaro no vuela.
    —Pero ¡puede hacerse! —la voz de Frank emanaba pasión; era esa una de sus cualidades más carismáticas—. Si usamos piezas de segunda mano, dentro de un año podríamos estar compitiendo.
    —No lo sé Franky. Aun así es mucho trabajo, mucho dinero.
    —Es nuestra única opción —volvió a decir—. Eres demasiado viejo para que nadie te contrate y a mí, desde mi retirada, no me quiere ningún patrocinador.
    Bastian suspiró nostálgico; al chico no le faltaba razón. Por otro lado, pedía algo muy complicado. Eran demasiados obstáculos, demasiadas incertidumbres y sin embargo, supo que no quería negarse.
    —¿Qué nombre le pondremos? —dijo despacio.
    Frank abrazó intensamente a su amigo como si fuera un padre. Cuando volvieron a mirarse, su rostro revelaba una gran determinación.
    —Quiero llamarlo Lázaro.
    Bastian sonrió enigmáticamente.
    —Me gusta. Si vamos a devolverle la vida a este cacharro necesitaremos ayuda.
    —Podemos contar con Rachel y Andrew. Ya he hablado con ellos.
    —Está bien, mi nieto también se apunta. ¡David! —llamó de pronto—. ¡Ven que te quiero presentar a alguien!

    * * *

    El Lázaro hendía el aire a quinientos kilómetros por hora, un registro moderado si se tenía en cuenta la potencia del reactor. La casi nula resistencia atmosférica era perfecta para estas velocidades y la longitud del recorrido lo suficientemente prolongada como para exprimir al máximo las cualidades de los vehículos.
    El circuito se extendía doscientos kilómetros por Valles Marineris, un gigantesco sistema de cañones que recorre el ecuador del planeta rojo. La pista artificial aprovechaba una suerte de accidentes geográficos: terrenos delimitados entre altísimas paredes, colosales túneles, desvíos, desniveles y toda clase de curvas y tramos.
    Frank pilotaba suavemente. Era refrescante conducir en estado de sincronización; nada que ver con su carrera clasificatoria. Debido a una estúpida desconexión, se había visto obligado a correr sin NINA el día antes, contando tan sólo con sus reflejos humanos. Como consecuencia era el último en la parrilla de salida.
    No servía de nada lamentarse. Los problemas habían sido reparados, todos los sistemas estaban respondiendo bien y él no podía permitirse perder.
    El Lázaro cruzó la línea de meta en perfectas condiciones.

    * * *

    Frank dormitaba en el asiento de una habitación de cuidados intensivos. A su lado, Allan dormía en el interior de una vaina de soporte vital. El niño permanecía estable gracias a la asistencia del instrumental autónomo del interior de la cápsula.
    Los últimos días habían sido una pesadilla de insomnio e incertidumbre desde que apareciera pidiendo ayuda con su hijo en brazos. Había atravesado la colonia marciana, conduciendo como un poseso hasta llegar al hospital. Desde entonces no se había marchado de allí.
    Se desperezó y miro a su alrededor. La estancia estaba diseñada para adaptarse a las necesidades psicológicas de sus ocupantes. El ventanal proyectaba la imagen terrestre de un inmenso lago con montañas nevadas al fondo. No era ningún consuelo.
    El especialista no tardó en llegar. Su cara era una máscara de seriedad.
    —No traigo buenas noticias Sr. Adams.
    Frank guardó silencio e indicó con la mano que continuara.
    —Hemos confirmado que su hijo tiene un tumor cerebral bastante severo. Si no es tratado, morirá en pocos meses.
    —No lo entiendo, su genoma al nacer estaba perfecto y es muy joven. ¿De dónde ha salido?
    El médico se tomó unos segundos antes de responder.
    —Vivimos en un ambiente muy agresivo y a pesar de las medidas que se toman a veces es… inevitable. Siento decirle que estas cosas pasan más a menudo de lo que nos gustaría y por desgracia, en el caso de su hijo, el único tratamiento efectivo es una reconstrucción celular completa, no podemos extirparle el tumor debido a su localización.
    Las palabras del doctor le dejaron sin aliento. Las reconstrucciones celulares consistían en procedimientos muy caros que poca gente podía costearse. A cambio, los resultados eran espectaculares: modificaciones genéticas, mayor longevidad, y en casos como este, reestructuración de ADN malintencionado. Que Frank supiera solo se realizaban en la Tierra.
    —¿No hay otras opciones? —peguntó Frank amargamente.
    —Bueno, podríamos hibernar al niño para detener la degeneración del sistema nervioso, pero sólo estaríamos retrasando lo inevitable.
    —¿Cuánto tiempo?
    —El seguro cubre un año marciano —respondió nuevamente el doctor.
    O sea, dos años terrestres aproximadamente. No era suficiente para conseguir tanto dinero. En el pasado quizá, cuando aun competía. ¿Y si volvía? Una idea germinó en su cabeza, en seguida vio clara su mejor baza.
    —Hágalo —la impulsiva orden cogió por sorpresa al doctor.
    Frank apoyó la mano derecha con afecto sobre el cristal de la cápsula. Allan dormía dentro, ajeno a la conversación.
    —Hágalo… —repitió en un susurro sin dejar de mirarlo.

    * * *

    La expectación iba en aumento, la carrera estaba a punto de comenzar: tres vueltas, veinte competidores y millones de personas que seguían el evento más importante de la temporada.
    Frank y sus camaradas estaban en boca de todos. No era común que participara un corredor sin patrocinio. El hecho de que manejaba un LEV de segunda mano reconstruido con piezas desechadas, y que su equipo contaba con sólo tres expertos y un ayudante, era una situación excepcional.
    En el pasado, Frank había pilotado para Turbine. Bastian y él hicieron migas enseguida. El viejo mecánico era considerado un genio hasta que empezó a cometer pequeños errores de cálculo y acabó siendo sustituido por alguien más joven. Frank abandonó poco tiempo después su carrera como piloto debido a un suceso de carácter personal. Había cosechado algunas victorias pero nunca demostró su verdadero talento.
    Rachel y Andrew se habían enamorado en Ignotech. Se rumoreaba que Frank había conocido a Rachel en una fiesta cuando intentó flirtear con ella. No se sabe muy bien cómo, pero todos llegaron a hacerse íntimos amigos.
    Algunas escuderías consideraban un insulto la participación del Lázaro. Bastian había declarado a los medios que el certamen estaba lleno de mamones asustados, ganándose así las simpatías de medio sistema solar. En realidad, nadie les tomaba en serio y menos desde su penosa vuelta clasificatoria.
    Los deslizadores se colocaron en sus marcas. Decenas de robots de mantenimiento se retiraron a sus bases. A cientos de metros al oeste de la parrilla de salida, la colonia de Candor Chasma se elevaba sobre una colosal pared vertical. Se ubicaba, escavada en la roca, donde grandes balconadas protegían con paneles reforzados a los asistentes para que vieran con sus propios ojos el comienzo de la carrera.
    El fuego azul de ignición de los propulsores se multiplicó en un instante. Cuando el indicador llegó a verde, los LEVs salieron disparados a toda velocidad por el desfiladero.
    El público prorrumpió en vítores.
    Frank recortó tres puestos en pocos segundos y a punto estuvo de chocar en los adelantamientos iniciales. Al final de la primera curva, había alcanzado a otros dos participantes. Resopló aliviado una vez se establecieron las nuevas posiciones. Bastian mantenía un canal abierto para cualquier aviso o recomendación.
    —Casi me matas de un infarto Franky. La sincro ha caído a setenta y seis, no te despistes.
    Era fácil decirlo. Concentró su pericia en la conducción y aceleró de nuevo.
    El Lázaro era liviano y Frank realizaba maniobras que los modelos más rezagados no podían afrontar. En su fuero interno, dio gracias mil veces por la labor de sus compañeros que habían construido una nave tan versátil y veloz.
    Cuando completó la primera vuelta, había escalado cinco puestos más. Por desgracia para él, los LEVs que tenía por delante eran más rápidos y estaban mejor preparados. Frank contaba con el sentido común de sus rivales para poner en práctica otras artimañas. Nadie olvidaba que en caso de accidente las posibilidades de supervivencia eran nulas.
    Tenía que arriesgarse.
    Era tal la celeridad con la que trazaba las curvas que a punto estuvo de estrellarse dos veces. Superó a varios participantes por pura intimidación, y para cuando llegó a la mitad de circuito era sexto en la clasificatoria. El quinto puesto lo poseía el actual corredor de Turbine, Roberto Marino.
    Frank aceleró en una pendiente rematada con un brusco desnivel. Si se elevaba demasiado alto, el empuje electromagnético de los repulsores no sería suficiente para repeler el impacto contra el suelo. Sin considerar las implicaciones, saltó por los aires trazando una inmensa parábola que pasó por encima del otro vehículo.
    Los espectadores que presenciaron la jugada contuvieron la respiración al unísono. Marino, boquiabierto, no daba crédito a lo que veía. El Lázaro cayó por delante suya absorbiendo a duras penas las fuerzas del impacto. Estuvo a dos centímetros del desastre pero pudo recuperar altura y continuó imparable.
    En la sala de control, Bastian despotricaba con cada temeridad. Andrew y Rachel se habían quedado sin habla y David impresionado no perdía detalle alguno. Todos estaban muy preocupados con la actitud de Frank. Su pilotaje estaba poniendo al límite las posibilidades del Lázaro. Era increíble que no hubiera fallado nada todavía.
    —¡Joder Frank! —bramaba Bastian visiblemente cabreado—. Yo también quiero ganar la carrera pero no a costa de tu vida.
    —Ya somos quintos.
    —Me importa una mierda. Si no te lo tomas con más calma te quitamos el control de la nave ¿me oyes?
    —Alto y claro.
    Los siguientes kilómetros fueron relativamente tranquilos. Las lecturas del LEV se normalizaron.
    —Mucho mejor —dijo Andrew en una de sus raras intervenciones—, si continuas en esta línea seguramente… —se detuvo de súbito— ¿lo has visto?
    —Sí.
    El piloto de HydroNev que ocupaba la segunda plaza se retiraba de la pista por dificultades técnicas en los relés. Eso colocaba a Frank en cuarto lugar.
    La tercera y última vuelta había comenzado.

    * * *

    Otro escenario, otra época.
    El pequeño Allan se acurrucaba en su asiento junto a su padre mientras picaba algo de comer y visionaban el desarrollo de una carrera. Los contendientes se disputaban el podio de Ganímedes. Desde la proyección, el paisaje parecía inhóspito, casi lunar.
    —Me hubiera gustado verte competir papá. —dijo el niño de repente como pensativo.
    Frank lo miró divertido.
    —A mi también campeón. ¿Sabías que corrí una vez ahí en Ganímedes?
    —¿De verdad? —Allan desvió su interés de la holopantalla dispuesto a escuchar una historia que prometía. Frank continuó encantado.
    —Sí. Fue de mis primeras carreras.
    —Y ¿ganaste?
    —No. Quedé octavo.
    —Que mal. Cuando sea mayor, seré mejor que tú —el niño sonrió risueño.
    Frank contuvo una carcajada.
    —Ah ¿Si? ¡Entonces tendrás que practicar mucho! —se acercó a traición para hacerle cosquillas y ambos se enzarzaron en un divertido forcejeo. Cuando terminó, Allan se incorporó más adusto.
    —¿Tú me enseñarías?
    —¿Qué quieres saber?
    —No sé. Dime cómo se hace.
    Frank reflexionó brevemente antes de responder y rememoró una lección que él mismo recibiría cuando era un novato.
    —De acuerdo, escucha —se tendió parcialmente en el sofá para imitar la posición que un cuerpo adoptaba en la cabina de un LEV y se tomó su tiempo antes de empezar.
    —Para pilotar debes dominar cuatro fases:
    La primera es el control manual. En este nivel, el LEV se maneja con la palanca de mando y botones de la cabina. Es anticuado y en alta competición es una locura conducir así, pero hay que saber desenvolverse por si falla el ordenador de a bordo.
    Allan asistió absorto. Al ver su interés, Frank continuó hablando y gesticulando para ilustrar sus descripciones.
    —La Segunda es el control verbal, que además tiene asistencia artificial. Los LEVs son vehículos muy maniobrables, pero a cambio pierden estabilidad. Para pilotarlos bien hacen falta sistemas automáticos.
    Con el tercer nivel la cosa cambia y se usa la conexión cerebral del casco. Hay que entrenar duro para que funcione bien, Allan. No es tan sencillo como las gafas y no siempre se consigue traducir una orden mental a la máquina; por eso se siguen pulsando botones y dictando instrucciones, pero el enlace neuronal siempre será más rápido y preciso.
    El último nivel es la sincronización. Se necesita el apoyo de una inteligencia artificial sináptica y es muy complicado. Sólo los mejores la alcanzan.
    A pesar de su corta edad, Allan ya estaba familiarizado con el lenguaje técnico. Aun así, su curiosidad era insaciable.
    —¿Y cómo es?
    —Es difícil describirlo. Es como si te convirtieras en algo distinto. Percibes las cosas con más claridad, más deprisa, en trescientos sesenta grados. Es increíble. Mientras más se sincronizan tus ondas, más eficiente es la unión.
    La emoción con la que Frank hablaba era contagiosa. El niño comprendió que su padre añoraba aquella experiencia.
    —¿Alguna vez te has sincronizado del todo?
    —No, no es natural. Sato ostenta el record con un 89%.
    —Que pasada. Me encantaría ser piloto.
    Frank miró a su hijo con cariño.
    —Ya sabes lo peligroso que es —puntualizó comprensivo.
    —A mamá no le gustaba ¿verdad?
    —No, Allan. No le gustaba.

    * * *

    El grupo de cabeza estaba a su alcance. El líder era Toshiro Sato, seguido de cerca por Marco Pompozzi y Hugo Alloa, que mantenían una lucha encarnizada entre sí. Sin embargo, el protagonista de la carrera era Frank. Todas las miradas estaban posadas sobre él; Los comentaristas elogiaban su exhibición de arrojo y habilidad, los espectadores disfrutaban como nunca.
    Por desgracia, no todo el mundo se divertía. Loren estaba muy asustada. Frank no sólo arriesgaba su integridad física, también se había jugado la vida de su hijo y todas sus posesiones. Su participación en Valles Marineris y la cantidad de efectivo que había en aquella tarjeta sólo podía significar que su cuñado estaba totalmente endeudado.
    Loren no respetaba del todo su resolución. A su juicio, Frank no había sido objetivo a la hora de afrontar el problema. Puede que hubiera urdido aquel plan para salvar a Allan pero en el fondo también lo hacía para satisfacer sus deseos reprimidos de competición.
    De todas formas, por mucho que buscó una alternativa, no consiguió imaginar otra manera de reunir semejante suma de dinero. Afligida, pidió al cielo un milagro.
    Y sucedió algo inesperado.
    Hugo Alloa, con una aproximación desde el exterior, intentó usurpar la segunda posición en una curva peraltada del túnel de Coohagen. Marco Pompozzi reaccionó instintivamente cerrándole el paso. Comprendieron demasiado tarde que el impacto era inevitable. Los dos bólidos se deshicieron entre alaridos y un fuego abrasador. Las consecuencias de la explosión fueron catastróficas.
    —¡Joder! —Exclamó Bastian—¡Esos dos idiotas se han matado! ¡Frank! ¡Desvíate por Quaid ya!
    Sólo tenía unos instantes para tomar la bifurcación. Con una serenidad inexplicable mantuvo su rumbo sin variación.
    —Si voy por Quaid jamás alcanzaré a Sato.
    —¡No lo hagas! ¡Es un suicidio! ¡No se puede atravesar el tunel!
    Pero Frank ya no le escuchaba y se introdujo en la boca del lobo sin dudarlo. Era pura concentración. El contador de sincronización empezó a incrementarse: …80…83…88%, nadie daba crédito a lo que estaba ocurriendo,…92…95...99%, ¡aquello no podía estar pasando! …99,2...99,5…99,9%.
    Un sentimiento de estupefacción atravesó el sistema solar. Frank había logrado un hito en la historia; su mente se había fusionado completamente con la nave. Él era la nave. Sentía el generador bullendo en sus tripas y la energía circulando a través de sus venas. Manejaba cada sección del LEV como una extremidad más.
    Delante, un infierno se desataba a cámara lenta. A una velocidad endiablada el Lázaro se desplazó a izquierda y derecha esquivando cascotes y colándose a través de ridículos espacios entre los restos ennegrecidos. Como un relámpago, se apartó en el último momento antes de que una gigantesca piedra lo sepultara. El suelo se estaba desmoronando, giró el aparato bruscamente trazando un tirabuzón perfecto antes de que la galería se hundiera detrás. Desafortunadamente, los amortiguadores de inercia no fueron capaz de mitigar los efectos de las enormes fuerzas G que su cuerpo soportaba.
    El Lázaro escapó de aquella pesadilla y Frank perdió el conocimiento.

    * * *

    Nina lo besaba dulcemente en el banco de un parque. Un Allan más joven correteaba distraído junto a otros niños de su edad. Sus zancadas parecían irreales bajo la escasa gravedad de Marte.
    La ciudad invernadero de Tharsis era hermosa a su manera. El asentamiento se protegía de las extremas condiciones marcianas gracias a una descomunal cubierta transparente que abarcaba toda su circunferencia. Se sustentaba desplegada gracias a la presión interior del aire y las asombrosas propiedades del material que mantenía casi toda la radiación mortal a raya y procuraba el hábitat. A lo lejos, las faldas del monte Olimpo llenaban por completo el horizonte.
    Las cosas no podían ir mejor para Frank. Estaba impaciente por darle una noticia importante a su mujer pero no había surgido el tema todavía. Finalmente con mucho entusiasmo lo dijo sin más.
    —Turbine me ha ofrecido otras dos temporadas.
    La reacción de Nina no fue la esperada. Había rehuido el contacto visual y no se alegraba en absoluto.
    —¿Qué ocurre? —preguntó intranquilo.
    —Lo siento. Me ha pillado por sorpresa.
    Nina parecía distraída.
    —Cuéntame cariño.
    Ella hubiera querido demorar aquel asunto eternamente.
    —Es que no soporto verte competir Frank. Lo he intentado, de verdad, pero es duro.
    Frank recibió la declaración como una bofetada. Sabía que su esposa consideraba las carreras un peligro. Y tenía razón; todos los años fallecían pilotos en alguna carrera. Pero él había nacido para pilotar, no concebía otra forma de ganarse la vida.
    —Lo siento pero no voy a dejarlo y lo sabes.
    La réplica de su marido fue complemente previsible. La cuestión es que Nina estaba frustrada. Había depositado sus esperanzas en la finalización del contrato. Ahora que se hacía patente la renovación, se sintió perdida.
    —No pretendo cambiarte cariño, sólo temo por ti.
    Frank comprendía bien las reticencias de su pareja, pero no iba a cambiar de idea. De pronto, como si ella le hubiera leído el pensamiento decidió zanjar el asunto con una petición.
    —Está bien. Tú ganas, como siempre. Pero prométeme una cosa.
    —Dime.
    —Si me pasa algo, júrame que abandonarás la competición para cuidar de Allan. Si pierde a su madre no quiero que también te pierda a ti.
    —Que cosas dices, no te va a pasar nada.
    —Júramelo Frank —las exigencias de Nina parecían un pobre consuelo dadas las circunstancias.
    —Está bien. Te doy mi palabra —la afirmación había sido verdaderamente solemne.
    —Ven aquí —dijo ella enternecida. Y por enésima vez aquel día volvieron a besarse.
    Seis meses después, Nina compraría un billete para visitar a su familia en la Tierra. El irónico destino quiso que muriera en un lamentable accidente de su transbordador espacial.
    Frank nunca olvidó su promesa.

    * * *

    Despertó oyendo gritos incomprensibles. ¿Qué había ocurrido? De repente, lo recordó. ¿Quién conducía la nave? Su aturdimiento desapareció sustituido por una fuerte sensación de alerta. Sus compañeros de desgañitaban para traerlo de vuelta a la consciencia. Al parecer el Lázaro estaba en piloto automático.
    —¡Frank! ¡Frank! ¡Despierta!
    —¿Qué ha pasado? —masculló un poco desorientado aún.
    —¡Gracias a Dios! Escúchame atentamente; llevas casi un minuto desvanecido. NINA está conduciendo. Tienes que tomar el mando o nos descalificaran. ¿Puedes hacerlo?
    —Sí, creo que sí.
    Frank intentó gobernar el LEV. No tardó en percatarse de que la sincronización se había roto y sólo podía enviar órdenes mentales sencillas. Además, el estabilizador derecho fallaba de nuevo por lo que la trayectoria de la nave se inclinaba peligrosamente. Activó las tablas virtuales de su visor para acceder a lecturas más precisas y se adaptó como pudo a su nueva condición.
    —¿Dónde está Sato? —demandó con rabia.
    —A ochocientos metros de tu posición. Sigues segundo Frank.
    —Entendido, voy a por él.
    —No, no lo harás ¡grandísimo hijo de puta! —Bastian estaba furioso—. Lo que hiciste allí atrás fue una auténtica gilipollez.
    —Bastian, no tengo tiempo para esto. Puedo conseguirlo.
    —¡Ni hablar! Mantendrás la velocidad y acabarás de una pieza. Tienes un estabilizador hecho polvo. Si te empeñas con esto, te saco de la carrera.
    —¿Es tu última palabra?
    —Sí.
    —Entonces no me dejas alternativa.
    Frank hizo lo impensable y desconectó las funciones primarias del ordenador. Había retrocedido al nivel más básico de pilotaje para impedir que funcionara el control remoto desde la base. Rachel y Andrew exhalaron su aliento, atónitos, mientras miraban los diagramas de seguimiento.
    —Se ha vuelto loco. ¡Está pilotando en manual! —explicó Andrew desde la consola.
    El monumental cabreo de Bastian se transformó en impotencia. De golpe, emergió el miedo que subyacía debajo de su responsabilidad.
    —¿Por qué Frank? ¿Por qué? —pidió con rabia contenida.
    —Lo siento…lo entenderás después.
    Frank no lo soportó y capó las transmisiones de su equipo. Asió la palanca de mando con firmeza mientras que, con su mano libre, tecleaba frenéticamente los ajustes de navegación. Quedaban apenas unos minutos para el término de la carrera cuyo trecho final era una maldita recta de siete kilómetros de largo consolidada bajo placas de metal. Sólo tenía una opción para ganar.
    —¿Que está haciendo ahora? —la pregunta fue planteada por el joven David.
    —Está abriendo los distribuidores de las pilas de combustible y redirigiendo toda la energía al reactor — respondió Andrew interpretando los datos.
    —A este paso fundirá el núcleo —se lamentó Bastian—. Intenta ganar velocidad.
    En efecto, el plasma contenido en el generador de fusión comenzó a crecer en tamaño. Su altísima temperatura amenazaba peligrosamente la integridad de la campana de contención electromagnética. El Lázaro aceleró en pocos segundos de seiscientos noventa hasta novecientos cincuenta kilómetros por hora, muy por encima de los valores de seguridad admitidos por el diseño cualquier LEV.
    El estampido sónico resultante tronó como un dios furioso. Toda la estructura del aparato vibraba, se convulsionaba y gemía de dolor. Frank hacía un esfuerzo sobrehumano para guiar su proyectil. Se estaba acercando y buscaba desesperadamente un hueco por el que colarse, pero el piloto japonés se interponía en su trayectoria.
    —¡No voy de farol Sato, déjame pasar! —Frank transmitió sus palabras en todas las frecuencias posibles.
    Millones de seres humanos enmudecidos miraban desde sus casas el apogeo de este duelo. La distancia que separaba a los pilotos se estaba reduciendo a cero. Era evidente que Toshiro Sato no iba a rectificar.
    —Está bien… —susurró Frank por el auricular—…va por ti, Allan.
    Y entonces apagó los repulsores.
    Sintió el brutal impacto contra el suelo. La cabina se estremeció violentamente mientras el vehículo se despedazaba por debajo de su rival dejando un reguero de chispas detrás.
    Frank aún estaba vivo cuando cruzó por la línea de meta. El lázaro explotó en llamaradas y se desintegró en una estela infinita.
    Había llegado primero. Había ganado la apuesta.

    * * *

    —Enciende.
    La voz del jefe de ingenieros se escuchó claramente a través del auricular. Los sistemas secundarios de la nave se iniciaron. El visor del casco generó tablas e indicadores virtuales. La interfaz parecía estar funcionando bien. La inteligencia artificial fue activada y completó la secuencia de sincronización. El generador se puso en marcha y el LEV comenzó a flotar en el aire sin ayuda de los soportes. Salió del hangar y superó sin problemas el diagnóstico de la federación. Completó la vuelta de calentamiento con eficiencia y rapidez y poco tiempo después se colocó en la parrilla de salida.
    Habían pasado doce años desde que recibiera su primera lección de pilotaje. Doce años desde que visionó aquella carrera con su padre.
    Ahora Allan estaba a punto de competir en el gran premio de Ganímedes.
    —Va por ti, papá.
    El fuego azul de ignición de los propulsores se multiplicó en un instante. Cuando el indicador llegó a verde, los LEVs salieron disparados a toda velocidad...


    FIN
    Última edición por kavy; 07-Jan-2015 a las 16:36

  2. #2
    Cometa Avatar de incursora
    Fecha de Ingreso
    12-March-2013
    Mensajes
    287

    Respuesta: El vuelo del Lázaro.

    Me ha gustado mucho el relato. Solo una pregunta: ¿Cómo se llama la IA del LEV de Allan: Frank? Esperaba ese dato por si deseas rematar la trama.

    Saludos y gracias.

  3. #3
    Electrón Avatar de kavy
    Fecha de Ingreso
    18-July-2014
    Ubicación
    Las Palmas de Gran Canaria
    Mensajes
    31

    Respuesta: El vuelo del Lázaro.

    Cita Iniciado por incursora Ver Mensaje
    Me ha gustado mucho el relato. Solo una pregunta: ¿Cómo se llama la IA del LEV de Allan: Frank? Esperaba ese dato por si deseas rematar la trama.

    Saludos y gracias.
    Pues mira, no me lo había planteado. Buena sugerencia, gracias. :)

Thread Information

Users Browsing this Thread

There are currently 1 users browsing this thread. (0 members and 1 guests)

Normas de Publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder mensajes
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •