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  1. #11
    Sistema Solar Avatar de lgv
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Borg se puso la gorra





  2. #12
    Electrón Avatar de elsextosol
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Por cierto lgv. Si visitas el blog, estoy sorteando varios ejemplares de la novela. La respuesta verás que es sencilla, así que con un poco de suerte te ahorras unos eurillos.

    Si te decides a participar; suerte.

    Visita el blog
    http://bloguay.com/elsextosol/

  3. #13
    Sistema Solar Avatar de lgv
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Ya me apunté :D

  4. #14
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Cita Iniciado por elsextosol Ver Mensaje
    Tratándose de vosotros, encantado de la vida. En pocos lugares uno es recibido con tanto afecto. Así que estoy a vuestra disposición.
    Por no saltarnos la jerarquía de nuestro querido Administrador Borj, esperaré las preguntas que desee o deseeis formularme antes de contestar a nuestro amigo Igv, al cual le agradezco que tome nota para Reyes de la novela. Así que la respuesta me la guardo en la recámara, pero desde luego la contestaré, aunque lella sea harto larga y llena de ricas visicitudes, desalientos y desespero.

    Mientras, voy a darme otra vueltecita por aquí.

    Un abrazo amigos.
    Bueno pues yo encantado de poder hacerte un pequeña entrevista. Pienso un poco en ello y te cuento...

  5. #15
    Electrón Avatar de elsextosol
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Estupendo, aguardo impaciente.
    Un saludo

  6. #16
    Admninistrador Avatar de Admin
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    7.409

    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Amando, tienes un mensaje privado referente a la entrevista.

    Usuarios: Si hay preguntas para Amando, me las enviáis por mensaje privado.

  7. #17
    Sistema Solar Avatar de lgv
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    La mía ya la tienes

  8. #18
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Os dejo un regalito, el primer capítulo de la novela. A ver qué os parece.


    Edificio Liberty

    Centro de Operaciones de Experimentadores

    París

    Diciembre de 2012

    59 h 55’ para el desenlace






    En el edificio Liberty, un coloso de más de 300 metros de altura que forma un conjunto arquitectónico de más de cuatrocientos mil metros cuadrados, de los cuales ciento veinte mil corresponden a oficinas, propiedad de la ESA, tiene su oficinas el Centro de Operaciones de Experimentadores de París (EOF), inaugurado hacia apenas dos años y situado en la rue de Guynemer, esquina Vangirad, frente al jardín Du Luxenbourg, apenas a tres manzanas del Sena. Goza de la más alta tecnología y es obra de distintos arquitectos europeos. Fue construido con los materiales más sofisticados y dotado de un sistema inteligente de última generación.

    Dicho sistema inteligente controla absolutamente todos los accesos. Cuenta con un circuito cerrado de televisión y monitoreo de los tanques de almacenamiento, alarmas y elevadores. Acciona y detiene equipos, enciende y apaga alumbrados y, además, modera el trabajo de la maquinaria en lo referente a su temperatura, así como los horarios e iluminación de áreas comunes. Cada uno de los espacios que se alquilan cuenta con las acometidas básicas de todas las instalaciones necesarias e imprescindibles, y pueden adaptarse a sistemas tan sofisticados como se requiera, puesto que el sistema central permite la integración de cualquier otro a los cerebros del edificio. Asimismo, el sistema goza de los más avanzados equipos en ahorro de energía, que se dispusieron en todas y cada una de la luminarias del edificio, tal como lámparas ahorradoras de vapor de sodio, focos tipo PL y lámparas dicroicas de bajo voltaje. En la fachada del edificio los arquitectos seleccionaron materiales que cumplieran con las normas internacionales de seguridad y riesgos y que, además, formaran parte de la modernidad de la arquitectura del mismo. La fachada del Liberty se copió del sistema antiseísmos del WTC, pues cada una de sus piezas se mueve por sí sola para absorber la oscilación provocada por cualquier movimiento telúrico.

    El equipo de astrofísicos, que dirige John Friedman, estaba tremendamente preocupado. Había recibido informes contradictorios de diferentes observatorios solares, concretamente desde el Geotail, y otros como el Win y el Polar. El Geotail fue lanzado hacía ya una veintena de años y se encontraba a estas alturas dotado de una tecnología obsoleta, aunque la NASA se negaba a prescindir de sus servicios pese a los enormes problemas que ocasionaba, especialmente a John Friedman.

    Hablamos ahora de un astrofísico brillante a quien apasionaba la Cosmología. Tenía cuarenta y pocos años y practicaba deporte con asiduidad, siempre que su trabajo se lo permitiera, últimamente casi nunca, de ahí su frecuente malhumor. John era una persona respetada, más que respetada, temida; sus broncas a sus subordinados eran cotidianas, constantes. Posiblemente la falta de tiempo libre y el suceso de su casi reciente separación, lo habían convertido en ese ser que todos unánimemente odiaban.

    Hacía escasos minutos que se había puesto al habla con su amigo y colega el doctor Novikow, que estaba al mando del GSFC de la NASA, en Maryland, para que reajustaran los telescopios de Soho-V y los redirigieran unos grados hacia la corona solar. Naturalmente, Novikow no estaba por la labor; él tenía sus propios problemas, ya que llevaban horas estudiando las manchas solares. Éstas habían desaparecido casi repentinamente, y eso era objeto de preocupación para él y su grupo. Todos los estudios indicaban que la falta de manchas era el inicio de fuertes actividades solares, pero no perdería nada por escuchar, una vez más, a su amigo Friedman.

    —John, ¿qué es eso tan importante que has descubierto? Aquí son las cinco de la mañana… ¡Maldita sea! —exclamó fastidiado—. He tenido que pedir un café doble europeo para poder levantarme de la cama. —Se quejaba con voz aún sonámbula Fiódor Novikow y con su marcado acento ruso—. Podías tener en cuenta la diferencia de horario… ¡Joder! Es que siempre me haces lo mismo… ¿Sabías que eres un capullo?

    Friedman rió quedamente.

    —Hola, Novi —saludó, jovial, desde el sillón anatómico de su enorme y espacioso despacho. Estaba en la quinta planta del complejo del Centro de Operaciones de los Experimentadores, en París. Se atusó su corta y rizada barba morena antes de continuar hablando— se trata otra vez de Geotail. Ha registrado unas lecturas de una enorme actividad solar. Si vieras las eyecciones solares tan terribles que estoy contemplando en la nueva pantalla de plasma de mi ordenador, te sorprenderías de veras.

    —No será para tanto —gruñó Fiódor—. Además, tratándose de Geotail supongo que será una nueva falsa alarma ¿No me habrás despertado por unas lecturas de ese condenado observatorio? —preguntó con voz todavía adormilada, pero con manifiesto enfado.

    John sacudió la cabeza con energía.

    —La verdad es que sí, exclusivamente por eso —sonreía mordaz, sabiendo que eso molestaría a Novikow—. Las eyecciones van acompañadas por erupciones de protuberancias de grandes dimensiones y desearía que Soho lo comprobara. —Solicitó distraídamente—. Ya tengo confirmaciones de Win y estoy esperando la de Polar; pero ya conoces el aburrido protocolo… —musitó. Luego suspiró—. Son observatorios del milenio pasado —dijo con resabio—. Tengo que comunicártelo e insistirte en que modifiques los instrumentos. Es pura rutina, amigo —volvía a sonreír, sin dejar por ello de mirar su pantalla de plasma ni un solo instante.

    —Ahora no es posible. Lo tengo atareado con las condenadas manchas… Sólo hacen que desaparecer y desaparecer. Ni ciclos, ni puñetas. Las manchas actúan como les da la gana —se quejó Novikow con aspereza—. Me tienen hasta la coronilla y sabes que esa afirmación es literal, así que no me vengas con tonterías de eyecciones —espetó furioso—. No hay ninguna prevista ni por asomo.

    —¿Estás seguro de ello, amigo? —preguntó mordaz—. Porque yo, con tantos años de experiencia, dudo ya absolutamente de todo.

    —Bueno… —Meditó un instante su respuesta antes de proseguir con lentitud—: Quizás la ausencia de las manchas pudieran ser el inicio de cualquier actividad. Sin embargo, todavía es pronto para que se produzcan. —Se tocó la frente—. Así que te las tendrás que apañar con el banco de datos y los observatorios que la NASA ha puesto a tu disposición. ¿Entendido…? Soho se queda donde está. —Su voz sonaba todavía más enérgica—. Y no vuelvas a llamarme nunca más a estas horas. Te lo digo en serio, John. No me tomes el pelo —concluyó, ceñudo.

    El aludido lanzó una pequeña carcajada a través del hilo telefónico. Novikow podía presumir de tener muchas cosas, salvo precisamente de cabello en la cabeza.

    —¿Es que en Maryland no habéis oído hablar del «mínimo de Maunder»? —Inquirió irónico— ¿Eh…? —Dijo interrogativamente, tras un largo silencio y al no obtener respuesta continuó—: De todas formas, no he de explicarte lo que significa la ausencia total de manchas. Tú ya lo has dicho. Esas manchas llevan apareciendo y desapareciendo cuatro mil quinientos millones de años, Novi; lo mío es diferente.

    —¡Y un cuerno, maldita sea, John! —bramó indignado—. Nada es diferente.

    —¿Estás seguro, Novi? Porque… si, posteriormente, se confirma por tu departamento del GSFC y por Soho lo que ha registrado Geotail, entonces empezaremos a sufrir las consecuencias y no quiero que nadie de ahí, desde Maryland, pida mi cabeza en una bandeja de plata por no haber dado tiempo la voz de alarma. —John Friedman se levantó del confortable sillón. Su metro ochenta y cinco de estatura proyectaba su sombra sobre el gran escritorio. Sus ojos marrones no dejaban de escrutar la pantalla del ordenador mientras paseaba nervioso alrededor de su mesa de trabajo, estirándose los pelos de su rizada barba. Era un claro síntoma de su incipiente malhumor.

    Novikow bostezó dos veces antes de contestar.

    —Sabes que no puedo hacer eso —le espetó con voz grave—. Tengo a treinta astrofísicos medio locos por la desaparición repentina de las manchas solares trabajando veinticuatro horas al día desde hace una semana… —Se interrumpió bruscamente—.No han visto a sus mujeres en todo este tiempo, ni a su familia, y están que trinan conmigo por…

    —Que pena me dan… ¡Vamos, Novi! Son hombres, no niñatos de instituto —le interrumpió mordaz. Después añadió con rabia—: Que no nos toquen los cojones.

    —Lo que tú digas, pero si ahora les digo que he de revisar los datos de Geotail por sus estúpidas lecturas, la cabeza que depositarán en un bandeja será la mía y no la tuya —empezaba a irritarse. Conocía perfectamente a John y sabía que no pararía hasta que le diera las instrucciones precisas para cambiar los telescopios de Soho. Su poder de persuasión era aplastante, igual que las artimañas que, en diversas ocasiones, utilizaba para conseguir sus propósitos.

    Friedman pasó por alto la siniestra apreciación.

    —Novi, tú mismo, amigo. Haz lo que puedas, hombre —calló un momento y luego añadió con tono un tanto desenfadado—. Siento tener que hacerte esto, pero he grabado la conversación para proteger mi valioso trasero. Podías imaginártelo.

    —¿Qué dices? No entiendo… ¿Que has hecho qué? —preguntó distraído.

    —Digo que si resultara que Geotail ofrece lecturas correctas y un viejo obstinado como tú no me deja comprobarlas, tal y como rige el protocolo, porque no tiene el carácter suficiente para enfrentarse a un par de astrofísicos imberbes a los que les pica el nabo y necesitan desahogarse con sus respectivas…

    —Para, John…. Para y no te precipites en tus apreciaciones —argumentó el ruso—. Estás diciendo tonterías.

    Friedman notó un tic nervioso en su mejilla izquierda.

    —¿Tonterías dices? —le espetó, molesto—. Como tu digas, amigo, pero si a la postre resulta que tengo razón, les serviré tu coronilla en bandeja de argento —anunció, ahora con voz inexpresiva—. No me vengas luego con cuentos chinos, ni tampoco apeles a nuestra vieja amistad para que cubra tu apestoso culo lleno de pelos —dijo con marcada acritud—. Mira, Novi… Lo digo así porque el que ahora está a la vista de todos es el mío y esa postura me incomoda mucho.

    —Buenoo… —El ruso arrastró las vocales con excesiva tolerancia—. Eres un cabrón —contestó, malhumorado—. Ya sabía yo que me guardabas alguna ¿Qué va a suceder, John? Ese observatorio es pura chatarra —confesó abiertamente—. Su tecnología, pese a que lleva veinte años en el espacio, data de cuando la NASA envió a Lance Armstrong a la Luna… ¡Joder! —exclamó, molesto.

    —No me jodas, Novi, porque resulta que es lo único con lo que me permitís trabajar, chatarra espacial —se quejó, hastiado—. Me tenéis vetado a Soho y no imaginas lo complicada que es mi labor aquí.

    —Pues no comprendo por qué nadie hace caso a los datos que sigue enviando esa mierda de observatorio. —Novikow elevaba el tono de voz, pues pese a su enorme amistad, empezaba a irritarse. Sabía que tan solo cerrar la comunicación abierta entre ellos, a hora tan intempestiva, Friedman hablaría con el director de la NASA y le enchufaría en el ano la grabación que estaban manteniendo.

    —De acuerdo, entonces, Novi, si tú consideras eso… —convino su amigo, tras lanzar un prolongado suspiro— y no sopesas la posibilidad de que Geotail esté diciendo la verdad porque tus físicos van perdidos con las manchitas solares y hace una semana que no duermen con sus mujeres, es cosa tuya.

    —Te estás pasando, amigo —le advirtió, crispado, su interlocutor.

    —Pasando, claro, pues despierta, Novi, y atiende de una jodida vez porque cuando esas eyecciones solares, de enormes proporciones, que estoy contemplando —Una sonrisa orgullosa cruzó su rostro—, y que van acompañadas por erupciones de protuberancias, empiecen su trabajo y desorganicen los cascos coronales…

    —Corta el rollo y no intentes darme lecciones a estas alturas —le interrumpió—. ¿Dónde diablos quieres ir a parar? —estalló, nervioso.

    —Sólo te informo —indicó con voz serena—. No he de decirte que las erupciones pronto influirán en la actividad geomagnética del planeta… Perdona un instante… —Sorbió su humeante taza de café colombiano—. Decía que bien pudieran afectar, o incluso interrumpir las comunicaciones con los satélites, y eso es una jodienda de las malas. ¿Sabes…?

    —Eso resulta bastante improbable —refunfuñó el otro a través de la línea.

    —Pues estoy convencido que incluso pueden destruir la electrónica de los mismos —afirmó con absoluta convicción—. Novi, son enormes y esto va en serio. Pronto se empezarán a crear grandes tormentas geomagnéticas, auroras y posibles apagones, y entonces —elevó intencionadamente su tono de su voz—, yo iré hasta Maryland para ligarme a tu preciosa mujer rusa porque tú estarás acabado y en la puñetera calle.

    El doctor Novikow resopló con desdén.

    —¿Para qué leches has dicho que has grabado la conversación? —preguntó con voz ahora despierta y nerviosa. Su acento ruso se incrementaba por instantes. Llegó incluso a maldecir algo en su idioma natal que, obviamente, John no entendió, pero sabía que el tic nervioso de su ojo izquierdo le estaba empezando a hacer estragos. Cuando este eslavo blasfemaba en ruso, ello significaba que se consideraba atrapado.

    —Te lo he dicho casi desde el instante que has descolgado tu teléfono —repuso Friedman. Su tono sonaba triunfante, con rezumado sarcasmo. Sabía que estaba a punto de ganar aquella partida verbal.

    Fiódor torció el gesto.

    —Maldito seas… Tenía ganas de decirte esto hace tiempo, John —afirmó cortante—. Desde lo de tu mujer, te has convertido en un enorme grano en el culo de cualquiera. Supéralo ya de una maldita vez y vuélvete más humano, o algún día tendrás serios problemas, amigo… Créeme —apostilló con firmeza.

    El aludido volvió a tomar asiento en su confortabilísimo sillón y con sus pies tomó impulso para voltearlo con él encima, a modo de tiovivo. Era su forma de expresar, en silencio, el triunfo que estaba a punto de alcanzar. Sabía que se había comportado como un maldito hijo de puta, pero no le importaba en absoluto si conseguía su propósito. Novikow, su amigo, seguía todavía en silencio, sopesando sus palabras.

    —¿Novi…? —Inquirió, frunciendo el entrecejo—. ¿Sigues al aparato, amigo?

    —No me llames «amigo», que me estás poniendo en un serio aprieto. Me estás chantajeando. —El acento ruso era más que evidente, sobre todo porque, nervioso, mezclaba el inglés con series de improperios en su lengua natal.

    —Diez minutos, sólo te pido diez minutos. Tú tienes visión veinticuatro horas al día. Los observatorios con los que yo cuento me dan apenas seis, joder. No tendrás que enviar a tus ayudantes a casa; diles que se tomen un café… —insistió con terquedad—. Será suficiente. —John, expectante, tenía el brazo en alto con su puño apretado. Era cuestión de segundos que su interlocutor del Este de Europa le diera el sí definitivo al fin y claudicara a sus exigencias. «Cinco, cuatro, tres, dos…», contaba para sus adentros el tiempo de respuesta de Fiódor, y finalmente ésta llegó tal como ansiosamente aguardaba.

    —De acuerdo… Diez minutos, ni un segundo más te doy —concedió Novikow, ensimismado—. Pero que conste que únicamente lo hago porque eres capaz de venir a ligarte a mi mujer. —Se secaba ya unas gotas de sudor de su frente y despejada coronilla con un pañuelo que había encontrado a mano.

    —¡Bien! —Un estentóreo grito de entusiasmo inundó el despacho de John y fue a incrustarse en los oídos, aún adormilados, de su resignado amigo y colega ruso.

    Éste cerró un segundo los ojos. Después se quejó al otro lado de la línea telefónica.

    —¡Joder! No es necesario que grites tan fuerte, y no se te ocurra mofarte —lo recriminó con aspereza—. Y quiero esa grabación en el cubo de la basura ya —le susurró, incómodo. Luego elevó el tono mientras esbozaba una maliciosa sonrisa—. Me debes una botella de champagne para el próximo día que nos reunamos en tu casa, y que, por cierto, creo que será pronto. Así que ya sabes, pon a enfriar un par de botellas del Moet & Chandon. —Esbozó una sonrisa radiante.

    —¿Celebramos algo que no recuerde? —inquirió pensativo.

    —Tú apunta en tu agenda, tenemos una convocatoria para dentro de una semana, en París, con todos los directores de los Centros de Operaciones de los Experimentadores.

    John Friedman soltó un suave silbido.

    —Sí, lo sé, pero dudo que pueda asistir… —murmuró con cautela, en un intento por disculparse.

    —Y una leche, ya te saltaste la del trimestre pasado —expuso Novikow, sorprendido—. Mira que tienes cara, amigo… Si se te ocurre inventar una excusa tan poco convincente como que tu perro tenía el moquillo, te despido —le amenazó—. Y te juro que hablo en serio. Mando a freír espárragos nuestra amistad y luego te buscas trabajo por las alcantarillas de París.

    —Era cierto Novi, mi terrier estaba delicado de las caderas y el veterinario le recomendó reposo absoluto. —Hablaba ahora con tono relajado y sarcástico mientras, aún nervioso, daba vueltas en su confortable sillón.

    Fiódor no pudo menos que echarse a reír al recordar tan peregrina disculpa.

    —Y un cuerno. Si te conoceré. Si el Sol tuviera dos tetas, no serían necesarios observatorios; estarías pegado a él las veinticuatro horas del día.

    —Está bien. Me lo pensaré —repuso John con franqueza—. Descuida.

    —Olvidas que estas grabando esta conversación. La utilizaré para despedirte si no asistes a la reunión.

    —Novi, en serio, todavía no tengo lecturas de Soho… —Encogió brevemente los hombros—. ¿Has dado ya las órdenes o qué? —preguntó, desoyendo las amenazas de su amigo.

    —Claro que sí —repuso el otro en tono de disgusto—. Tienes que tenerlas en tu pantalla… ¡Joder! —bramó, hastiado—. Pero todavía no me has confirmado tu asistencia —insistió impulsivamente—. Mira que los asuntos a tratar son de suma importancia. ¿Vendrás…? ¿O tendré que utilizar la grabación para enviarte a la calle? Tú eliges.

    —Novi… —musitó John.

    —¿Qué…? —contestó el ruso agriamente.

    —Las grabaciones están prohibidas, ya deberías saberlo, necesitan un permiso especial —soltó un perspicaz gruñido—. Y sí, tengo las lecturas. Gracias, Novi. ¡Qué grande eres!

    El doctor Novikow hizo una mueca burlona.

    —¡Jódete! —espetó furioso—. No te creas que no me las pagarás… ¡Prepara las dos botellas de champagne!
    Visita el blog de la novela El Sexto Sol, la novela de 2012, las profecías mayas.

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  9. #19
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Hola amigos:

    Deseo presentaros poco a poco a los personajes de mi novela.
    Sabéis que todos ellos los podéis encontrar en mi blog.

    El primero de la lista es Alfred Taylor, el arqueólogo. Ya me contaréis qué os parece.

    Alfred Taylor
    Antropólogo. Desde joven es un apasionado de la arqueología, concretamente de las civilizaciones precolombinas. Es alto y bien parecido. Viste de forma informal y posee una sonrisa franca. Tiene un miedo espantoso a enamorarse de Susy, la secretaria del señor Wilde, o por lo menos, a declararse. Susy es algo mayor que él y teme un rechazo. Alfred es altruista y defensor de los inocentes, pese a que nunca ha movido un dedo por salvar a nadie, su miedo o su forma de vida, aventurera y despreocupada no le han dado oportunidad para demostrar su empatía con el mundo. Ahora, a pesar de que goza de fama de vividor, ha logrado localizar en Copán siete rocas con glifos maya. Es un increíble descubrimiento y debe viajar a Paris en compañía de Susy para entregar las piedras al señor Wilde para Diana Preston traduzca su contenido.
    Ya antes de iniciar el viaje, junto a su inseparable amigo Felipe García, se ve envuelto en diversas situaciones que ponen en peligro su vida. Los miembros de la Cruz Parlante no permitirán que su viaje finalice con éxito. Sin embargo, la suerte está de su lado.
    Vive situaciones arriesgadas, peligrosas, otras cómicas y otras, cargadas de fuerte erotismo, sin embargo, su fin, su meta, se encuentra junto a John Friedman, astrofísico de la ESA. Ambos personajes, tienen un reto por delante, intentar salvarse, pues el mundo, no tiene salvación. ¿O sí, la tiene?.
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  10. #20
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    13-November-2009
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    Respuesta: El Sexto Sol, de Amando Lacueva

    Os dejo el perfil de otro de los personajes de la novela. visitando el blog los podréis conocer a todos y participar en el sorteo que estamos celebrando.

    Espero vuestros comentarios.

    Saludos

    Felipe García


    Felipe García es un buen padre y amante esposo, bien, eso es lo que él cuenta de sí mismo. Lo que es bien cierto, es que es un gran amigo de Alfred; mentiroso, pendenciero, borrachín, algo ladrón y cobarde, aunque se las da de muy macho, ¿o tendría que decir, machote?. Es un hombre mas bien bajito, bueno no, es realmente bajito; se cubre la cabeza con un enorme sombrero, y sobre su labio superior descansa un gran bigote. Él, involuntariamente, pues pese a su carácter, no deja de ser un ser bonachón inocente, se mete en lios constantemente, no puede evitarlo, los líos y las trifulcas le atraen como un imán.

    Tiene el corazón de un león. Es de ese tipo de personas en las que no existe malicia alguna. Junto a él, pese a su forma de ser, se respira optimismo, simpatía y transmite buenas energías. Lo mejor que uno puede hacer con Felipe García, es ofrecerle su amistad, al igual que se la brindaron nuestros amigos.

    Alfred le ha dejado a cargo de las excavaciones, y resulta, que nuestro Felice, aparte de mentiroso, es una ser despótico, de eso tendréis ocasión de verlo con vuestros propios ojos.

    Bien, es que es muy difícil describir la personalidad de Felipe García, el amor a sus hijos, su honestidad, su optimismo, su ignorancia, su inocencia, su valentía, su arrojo, es que Felipe García, es un poco de todos nosotros.

    Felipe llega finalmente a París, para reunirse con Alfred y Susy, y es entonces, cuando empieza realmente su odisea en compañía de todos nuestros amigos. Antes, se ha visto envuelto en diferentes situaciones que han puesto en peligro su vida junto a Alfred, situaciones disparatadas y cómicas, pero él, ha sabido salir airoso, bueno, no del todo.

    Felipe García, un personaje muy peculiar, que seguro te cautivará. A él le debemos mucho en el devenir de los acontecimientos que se describen en el Sexto Sol.
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