Pocas cosas peores en la vida que enamorarse del hombre equivocado.
Eso pensaba Abril mientras desayunaba aquella mañana tostadas con manteca y mermelada y un café con leche. Amaba el desayuno y era su momento de reflexión.
Si tienes 20 años y puedes darte el lujo de experimentar y aprender bueno, tal vez no pasaría de una mala experiencia.
Pero ya a los cincuenta le parecía un error imperdonable ¿acaso no había tenido suficiente tiempo de reflexionar y experimentar ya? Pero al parecer no era asi, al parecer no era aún inmune a ese tipo de error.
Y lo peor es que sufría tanto como a los veinte.
Aquella vez al menos era capaz de admitir su error con más premura. Eso al menos le daba la oportunidad de rectificarse.
Cuando eliges una persona con la que el tiempo pone de manifiesto que nunca jamás podrás entenderte y te preguntas ¿en qué estaba yo pensando? te das cuenta cuanto te queda por aprender y al mismo tiempo eres conciente que el tiempo para eso que te va quedando se agota. Como el tiempo para casi todo.
A los cincuenta darte cuenta que has cometido un error, aunque sea importante, no te desmorona. Es ya una experiencia bastante repetida. Pero lo que seguía siendo devastador para ella era esa sensación de que por más que pudiera aprender y crecer cada día nunca sería suficiente, que siempre es más lo que hay para aprender que lo que hemos logrado.
Entonces tal vez era tiempo de poner sus objetivos en otro lado. No había tenido suerte con el amor y eso no era bueno pero disfrutaba mucho de la vida y era medianamente feliz, algo que no había conseguido a los veinte.
Bueno, pensó, si algo había sabido siempre es que no podía tener todo lo que deseaba en la vida. Y seguía comprobándolo una y otra vez.
