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Fidias
08-Dec-2020, 16:44
El que yerra en la noche

Había intentado abrir los ojos, pero mis párpados se encontraban sellados. Con los dedos adormecidos pude desprender apenas las costras secas de un ojo, enredadas entre las pestañas, y el propio dolor me reavivó. Mi mente se contrajo para soportar el choque de la luz, pero solamente me topé con una profunda y lejana nada.Temí ser ciego. Con menos cuidado deshice el sello del otro ojo, y me estremecí: algo distinguía. Me restregué los ojos, y poco a poco fui trazando el paisaje: no había luna, y apenas relucían unas cuantas estrellas. ¿Estaba vivo? ¿Desde cuándo? ¿Dónde?Solo podía oír mis propios latidos y el aire atravesando mi nariz. Llevé los dedos a las orejas y palpé una masa aceitosa que amortiguaba esos sonidos.En el terreno, ante mí, surgían sombras pequeñas y ágiles, y también sombras de bultos pesados: un horizonte de imprecisos cuerpos gigantescos anclados a la tierra. Algunos ojos reflejaban la luz de los astros: criaturas suspicaces que se movían o se mantenían inertes y en tensa espera. Saboreé mi propia lengua de arcilla, que concentraba la angustia del desierto. Logré levantarme, logré andar en aquella sabana yerma. Andando, oculto de las miradas de las demás criaturas, percibí un olor a humedad, y asediado por el hambre y la sed me dejé guiar hasta la orilla de un río.La noche y la turbiedad del agua no me dejaban entrever gran cosa; pero presentí que el río era caudaloso, y que algo se ocultaba en su lecho. Cuando posé la boca sobre aquella superficie, apenas pude aguantar el tacto del agua helada. Aun así no puede resistir el deseo de sumergirme hasta la cintura, de restregarme el cuello, la cara, el pecho. Quería despejar los oídos y la nariz, aliviar la irritación de mis ojos quitando los restos de las costras legañosas. Pronto el agua libró mi desnudez de la suciedad y el polvo.Saciado y totalmente despierto, me dispuse con cautela a explorar: necesitaba dar con un refugio.Pero mi corazón alteró su ritmo, y todos los vellos se me erizaron, y un frío eléctrico me cruzó la espalda y la nuca. Había algo allí, desde el principio; una presencia entre las tinieblas, acechante y caprichosa: la causa de que las otras criaturas se mantuvieran apartadas. Aquello a lo que temían los seres más grandes y violentos en las sombras, Aquello había decidido revelarse.Mi sangre bullía en una corriente sin control que se me subía a la cabeza. Aquel ser era un fulgor al que la noche envolvía, y sin embargo su resplandor no alteraba la oscuridad: él, siendo luz, era a la vez la fuente de la sombra.Paralizado, no pude escapar. La tensión estaba a punto de desgarrarme. Antes de que cualquier pregunta se urdiera en mi magín, un dolor me atravesó desde el centro de la memoria, los sueños y las pesadillas. Hasta que, en un costado, sentí la carne rasgada: algo se me estaba quebrando adentro. El estallido vibrante de mi voz fue acompañado por los gritos que surgieron en un coro de las criaturas ocultas, de la tierra y de la propia noche, formandose un sonido que entendí como un nombre:—¡Elohim...!