rodriska
20-Jan-2015, 02:30
Otra vez, las críticas son bienvenidas. Saludos, amantes de la ciencia ficción.
Decantación
Por Rodrigo Baudagna
—Como verán, esta inversión les será muy satisfactoria —les decía el médico, vestido con su típico uniforme blanco, mientras les mostraba los folletos electrónicos.
—¿Estás seguro, Henry?
—Por eso estamos acá, ¿no? —le susurró Henry en respuesta.
Yûka, la mujer que al parecer lo acompañaba, tomando su respuesta por un sí, inclinó la cabeza y le sonrió al médico.
—Esto es completamente infalible, por lo que ustedes sólo nos dicen los rasgos deseados y tendrán lo que nos piden. Les mostraré ahora, si me permiten, miren ahí, nuestras imágenes estándares. Pueden optar por estas, lógicamente, lo que les será más barato por cierto. O, en caso de que lo deseen, podrán elegir algo más original que no esté contemplado en los modelos.
Al cabo de un momento, luego de un breve, demasiado breve, recorrido de la mirada, Yûka dijo:
—Me agrada este de acá,
—A mí también —agregó Henry, sin mirar al médico.
—Muy bien, si están seguros de eso. Pasen por aquí, por favor. Allí procederemos a los detalles técnicos finales.
* * *
A la noche, Henry, durmiendo plácidamente en su cama, sintiendo sin saberlo a pocos centímetros el calor de la piel de Yûka, empezó a agitarse en sueños. Bueno, agitarse es decir mucho, basta con indicar que nada más se movía un poco. Pero miremos detrás de sus ojos, para ver la razón de tal conmoción a su descanso.
Un ejército de niños y niñas rubios occidentales, todos vestidos iguales, caminaban marchando en filas delante de su rostro. Estaba cerca, tan cerca que podía sentir el roce de las ropas de los niños con su piel desnuda. Él estaba desnudo, pero no le importaba (o no se daba cuenta). Los niños, marchando fielmente tras un líder invisible, hacían el saludo nazi, reverencias a la madre tierra y saludos de paz: diferentes gestos en diferentes momentos pero todos al unísono. Y la extraña imagen despertaba recuerdos ocultos bañados de terrores.
Recordó una película antigua, muy antigua, demasiado similar a la escena que ahora se le aparecía ante sus ojos. ¿Será que la película había anticipado todo? Se sentía el agente de la maldición en el pueblo de los malditos.
Uno de los niños, deteniéndose frente a él, le saludó muy formalmente, siguiendo algún protocolo de saludo de esos de antaño. Con voz de Sheldon Cooper dijo “Hello” o quizá “Greetings”. Amaba, en sus recuerdos, al memorable genio ficticio, pero en ese momento ver miles de copias tan memorables como una lata de tomate en conserva no podía ser menos que una tortura para su existencia.
Quiso huir, pero desde el horizonte sólo venían más. Quiso mirar para otro lado, pero sólo vio más y más de la horda de rubias copias. Quiso morir, y sólo consiguió una lágrima y un vano intento, traducido este en una oscuridad que tenía más bien poco que ver con la muerte.
* * *
Último susurro antes de despertarse, de esos susurros que retumban con calma en la mente, como si, después de agitado su cerebro, quedaran flotando suaves las palabras. Un último susurro: “Decantación
… decantación
… decant…”
* * *
Henry se despertó sobresaltado, casi tanto que le pareció golpearse con el techo varios metros más arriba. Los jinetes de su pecho cabalgaban al trote de batallas medievales. El sonido fue, poco a poco, transformándose cada vez más en sonido de motor de hiperimpulso: es decir, en nada.
Estaba aterrorizado, pero, al ver a Yûka despertándose a su lado, con su largo cabello oscuro con mechones de violeta, se sintió más calmado.
La miró, reunió el valor necesario y le dijo:
—Creo que no quiero pagar por un hijo creado en un envase.
Decantación
Por Rodrigo Baudagna
—Como verán, esta inversión les será muy satisfactoria —les decía el médico, vestido con su típico uniforme blanco, mientras les mostraba los folletos electrónicos.
—¿Estás seguro, Henry?
—Por eso estamos acá, ¿no? —le susurró Henry en respuesta.
Yûka, la mujer que al parecer lo acompañaba, tomando su respuesta por un sí, inclinó la cabeza y le sonrió al médico.
—Esto es completamente infalible, por lo que ustedes sólo nos dicen los rasgos deseados y tendrán lo que nos piden. Les mostraré ahora, si me permiten, miren ahí, nuestras imágenes estándares. Pueden optar por estas, lógicamente, lo que les será más barato por cierto. O, en caso de que lo deseen, podrán elegir algo más original que no esté contemplado en los modelos.
Al cabo de un momento, luego de un breve, demasiado breve, recorrido de la mirada, Yûka dijo:
—Me agrada este de acá,
—A mí también —agregó Henry, sin mirar al médico.
—Muy bien, si están seguros de eso. Pasen por aquí, por favor. Allí procederemos a los detalles técnicos finales.
* * *
A la noche, Henry, durmiendo plácidamente en su cama, sintiendo sin saberlo a pocos centímetros el calor de la piel de Yûka, empezó a agitarse en sueños. Bueno, agitarse es decir mucho, basta con indicar que nada más se movía un poco. Pero miremos detrás de sus ojos, para ver la razón de tal conmoción a su descanso.
Un ejército de niños y niñas rubios occidentales, todos vestidos iguales, caminaban marchando en filas delante de su rostro. Estaba cerca, tan cerca que podía sentir el roce de las ropas de los niños con su piel desnuda. Él estaba desnudo, pero no le importaba (o no se daba cuenta). Los niños, marchando fielmente tras un líder invisible, hacían el saludo nazi, reverencias a la madre tierra y saludos de paz: diferentes gestos en diferentes momentos pero todos al unísono. Y la extraña imagen despertaba recuerdos ocultos bañados de terrores.
Recordó una película antigua, muy antigua, demasiado similar a la escena que ahora se le aparecía ante sus ojos. ¿Será que la película había anticipado todo? Se sentía el agente de la maldición en el pueblo de los malditos.
Uno de los niños, deteniéndose frente a él, le saludó muy formalmente, siguiendo algún protocolo de saludo de esos de antaño. Con voz de Sheldon Cooper dijo “Hello” o quizá “Greetings”. Amaba, en sus recuerdos, al memorable genio ficticio, pero en ese momento ver miles de copias tan memorables como una lata de tomate en conserva no podía ser menos que una tortura para su existencia.
Quiso huir, pero desde el horizonte sólo venían más. Quiso mirar para otro lado, pero sólo vio más y más de la horda de rubias copias. Quiso morir, y sólo consiguió una lágrima y un vano intento, traducido este en una oscuridad que tenía más bien poco que ver con la muerte.
* * *
Último susurro antes de despertarse, de esos susurros que retumban con calma en la mente, como si, después de agitado su cerebro, quedaran flotando suaves las palabras. Un último susurro: “Decantación
… decantación
… decant…”
* * *
Henry se despertó sobresaltado, casi tanto que le pareció golpearse con el techo varios metros más arriba. Los jinetes de su pecho cabalgaban al trote de batallas medievales. El sonido fue, poco a poco, transformándose cada vez más en sonido de motor de hiperimpulso: es decir, en nada.
Estaba aterrorizado, pero, al ver a Yûka despertándose a su lado, con su largo cabello oscuro con mechones de violeta, se sintió más calmado.
La miró, reunió el valor necesario y le dijo:
—Creo que no quiero pagar por un hijo creado en un envase.