PDA

Ver la Versión Completa : Relato Tras la batalla



MENA
24-May-2014, 22:22
TRAS LA BATALLA

Mena

El amanecer dorado y frío encontró un amplio valle ungido de cadáveres y restos de maquinaria, algunas aún humeantes tras la batalla. Un arremolinado viento se colaba entre la muerte silenciosa, removiendo las cenizas de la ominosa noche anterior.
Cuando el sol, ahora apenas un pálido disco, terminó de encumbrarse sobre los cerros circundantes, se escuchó un penetrante silbido que deshizo el mutismo de la carnicera mortaja: desde las alturas insondables descendió una plateada y brillante esfera que, tras describir una elegante elipsis sobre el valle, se posó con suavidad en las faldas de uno de los cerros. Una tenue nube de vapor exhaló por los poros de la esfera y una compuesta se abrió. De ella surgió un hombre alto, enfundado en un traje de astronauta blanco y veteado de delgados conductos que nacían del bajo vientre y se ramificaban hasta alcanzar la escafandra, los guantes metálicos y las botas, suerte de delgadas venas y arterias por las que circulaba un líquido iridiscente y espeso.
El tripulante de la esfera se asomó al borde del otero y contempló la generosa e insensata destrucción a sus pies. Meneó la cabeza en pesaroso ademán y la opaca escafandra que la cubría brilló débilmente. Se lamentó para sus adentros, deseando no haber sido nunca testigo (y parte) del inevitable desastre... Pero ¿era realmente inevitable? Si el Comandante Galva hubiese sobrevivido habría asentido, recordándole que no podía haber parto sin sangre y que el único modo de salvar a los pueblos aborígenes de este planeta, era eliminando a los inescrupulosos viajeros de las estrellas (los mismos compañeros con los que habían recorrido medio giro galáctico para llegar aquí) que acostumbraban monitorear el desarrollo de los hombres primitivos jugando a ser dioses. Sí, habría sentenciado el Comandante Galva, aunque se perdiese la vida en la lucha —lo que, efectiva y lamentablemente, le había ocurrido a él—, los habitantes del planeta debían ser liberados de la adoración a estos astronautas investigadores confundidos (a intención) con dioses venidos de los cielos.
El tripulante regresó a su esfera. Tal vez no valía la pena lamentarse por lo ya ocurrido: sintió como si hacerlo fuera una burla para todos los muertos, tanto los de un bando como los del otro (sin olvidar a los millares de indígenas aniquilados en medio del fuego cruzado de las armas protosónicas).
Antes de cerrar la escotilla de la argéntea esfera, echó una última mirada al valle. Espero que toda esta destrucción, meditó en voz alta, todo este tributo a la muerte, tenga un sentido final, que no haya sido en vano. Ojalá tengas razón, Galva, y los pueblos de este hermoso planeta azul se liberen del yugo de los dioses falsos que fuimos para ellos y puedan florecer venerando sólo su propia razón y el empuje de su conocimiento.
Con un grave siseo, la compuerta se cerró herméticamente. La esfera se elevó en línea recta, flotó en torno al valle y, de súbito, se proyectó con inusitada velocidad hacia el cielo emitiendo un silbido más agudo y penetrante que el que señaló antes su arribo.

El viento sopló una vez más entre los despojos de la cruenta batalla, pero esta vez no encontró sólo la abrumadora quietud de la muerte: por entre los restos calcinados e informes, una mano asomó. Luego fue el brazo y, finalmente, un indígena, moreno y grueso, se levantó. Su mirada se dirigió a los cielos, siguiendo la estela de vapor dibujada por la nave plateada del astronauta. Sus labios se abrieron en una expresión muda de asombro.

Cuando el sol comenzaba a morir envuelto en púrpuras premoniciones, el indígena volvió a lo que quedaba de su aldea. Ahí reunió a los pocos sobrevivientes y les relató: Yo, ShotKjAnil, fui testigo de la gran batalla en el valle del amanecer. Yo, ShotKjAnil, fui bendecido con la vida. Yo, ShotKjAnil, pude alzarme y ser testigo de cómo el dios lunar descendió en su carro de fuego para dejar claro que, aunque cientos de hordas de dioses oscuros quieran derribar a los dioses benévolos, él y sus hermanos divinos siempre prevalecerán para señalarnos el camino, porque sin los dioses estamos perdidos. ¡Alabados sean los dioses!

incursora
10-Aug-2014, 15:13
El tema de este relato está muy bien. Y sin más comentarios a añadir porque el relato por sí mismo nos transmite una realidad. :03:

Saludos y gracias por tu relato.