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nekoland
15-Oct-2011, 18:05
Dedos nerviosos. (parte I)

Erase una vez un estudiante de publicidad que durante una clase de “Historia de la comunicación escrita” creyó despertar de un sueño.
Con la cotidianidad característica de una profesora que lleva impartiendo la misma materia año tras año a un grupo de alumnos que por imposición del sistema educativo aspira a ser capaces de absorber ciertos datos al menos hasta el examen. Con esa mezcla que bien pudiera confundirse con aburrimiento o rutina la docente se permite aún poner algo de énfasis en algunos de los datos que les facilita. Así marca en su tono de voz, de forma casi imperceptible, que a ella le parece “relevante” o al menos se lo pareció cuando lo escuchó por primera vez que a lo largo de la historia de la comunicación escrita, y señalando a la pizarra donde ha intentado plasmar con más o menos acierto artístico algunos ejemplos de escritura cuneiforme, a lo largo de esta historia de más de cinco mil años, apenas durante setenta años no han existido guerras dignas de ser registradas.
Inmediatamente a esta afirmación busca con la mirada a su alrededor intentando encontrar alguna evidencia reflejada en los rostros de sus alumnos de que ese dato que podría parecer anecdótico no lo es tanto ni mucho menos.

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Y así le pareció a ese alumno que dejó de tomar apuntes para abstraerse en lo que restaba de clase. Comenzó a “pasar revista” a toda la información que a lo largo de su vida había asimilado. Y en ese preciso momento por alguna razón le vino a la cabeza la ya conocida frase: “Sólo sé que no sé nada”. Y su pequeño universo se tambaleó creciendo en él una necesidad por experimentar y redescubrir. Fue la razón por la que rechazó entrar en el departamento de “Estética”, dependiente de la facultad de filosofía, cuando terminara la carrera.
Ahora realizar un estudio comparativo entre el “El gran Lewosky” (1998) y “El sueño eterno” (1946) le parecía de lo más anecdótico.

Y como era aficionado a la Scifi desde que de niño le llevaran a ver el estreno de “Star Wars” entendió cómo su simpatía no estaba con los “rebeldes” sino con “el imperio”. Algo bastante más común de lo que en un principio se pueda pensar. Pero llevaba inevitablemente a un descubrimiento: “el principio de negación de la naturaleza humana”. Mundos con el de “Star Trek” en el que los humanos apadrinados por una raza superior viven en armonía, como si cuanto más avanzara la tecnología más pudiéramos ser capaces de reprimir nuestros impulsos violentos. La república de “Star Wars” la cual no puede evitar recordar a la imagen que Julio Cesar tenía de ésta, abriendo las puertas del senado a representantes de otras tribus y pueblos. Se negaba la evidencia, lo natural, sólo la exaltación del hedonismo es capaz en cierto grado de mitigar la violencia colectiva. (aconsejado- Apocalípticos e integrados. Umberto Eco.) El hedonista en definitiva, el ser que se separa de la conciencia colectiva para buscar respuestas tan sólo relativas a su propia existencia, es el motor de nuestras historias Scifi. “Darth Vader ”, el capitán “James Tiberius Kirk”, “Han Solo”, “Kara Thrace” todos ellos comparten el mismo denominador común: hedonismo. Pero algo separa a héroes y villanos: el grado de aspiración que demuestran hacia el poder. Mientras “Dark Vader” necesita todo un imperio para sentirse completo, “Kirk” sólo necesita mantenerlo en el ámbito de su nave y de forma más modesta “Kara Trhace” (Starbuck) es quizás la menos ambiciosa y se conforma con mantener esa cuota de poder para contentar su ego dentro del reducido grupo de pilotos de caza. Pero todos sin excepción defenderán con uñas y dientes ese pedazo de paraíso aunque para ello deban romper las normas que sean necesarias, algunos incluso dejando de lado la responsabilidad de ese hedonismo compartido como han hecho a lo largo de la historia algunos personajes reales: Giuseppe Garibaldi, el Ché Guevara, etc.

Enviamos al futuro de la Scifi a un plantel de personajes que no aman, que tienden a ser secundarios, como si en el viaje pudiéramos deshacernos de todo lo que odiamos de nuestra raza. Centramos las historias en un puñado de personajes que por lo normal no se comportan siquiera como seres de nuestra misma especie. Cayendo más de lo aconsejado en vulgares estereotipos. Pero si alguien ha leído, o se ha interesado por la historia marítima de nuestra civilización habrá podido atisbar lo que los viajes interplanetarios podrían depararnos. Un vistazo al funcionamiento y al día a día de un galeón del siglo XVII en la marina inglesa o la vida a bordo de un U-Boot alemán durante la Segunda Guerra mundial aportan una perspectiva curiosamente más realista de la representada en muchas de las producciones Scifi. Se ha de suponer que esto no se debe a falta de información, ya que está al alcance de cualquiera, el motivo puede ser más bien que la fuerza y el dinamismo (referente a los cambios de humor) que se produce en tripulaciones encerradas y aisladas durante una larga e incierta travesía no dejaría lugar para representar esas historias en las que buscamos respuestas metafísicas. Odio, celos, envidia, apatía, tedio, hambre… las encerramos a la mayoría en una de las bodegas de carga mientras asoman por la nave tripulantes de van de un lado a otro con marcialidad y eficiencia. Y si el guión nos lo pide pues siempre podemos sacar una de ellas de la bodega para que nos dé algo que contar un capítulo más porque en realidad la naturaleza completa de nuestra historia principal se puede resumir en un párrafo.

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Buscamos el enfrentamiento con seres y fenómenos que nos hagan olvidar de dónde venimos, buscando las mismas vanas respuestas que ya teníamos en la tierra de manos de las religiones. Pero es inevitable ser lo que somos y si bien en “2001. Odisea en el espacio” buscamos como fuente del mal a una máquina como representación del camino equivocado que lleva la humanidad, en otras producciones “Distrito 9” enfocamos valientemente nuestra verdadera esencia. Generando en ella un “actor” controvertido presente en muchas más historias. Me refiero al que quizás sea el hedonista por excelencia: el traidor a su raza.
Una figura que merece la pena en cuanto a lo condescendientes que somos con ellos. En “Distrito 9” el protagonista traicionará a toda su raza al posibilitar que el alienígena consiga despegar y volver a su planeta de origen. Naturalmente ni volvería sólo ni para dar las gracias. En Galáctica tenemos otro: “Karl Agathon” (sí el novio de la chinita Sharon) que si lo analizamos con un poco de perspectiva, tras ser aniquilados (incluyendo su familia y amigos) casi todos los humanos, de ser perseguidos como ratas por el espacio, el buen personaje decide evitar la propagación de un virus que acabe con sus enemigos amparándose en motivos “vamos a llamarlos morales”. Todos lo terminan aceptando y perdonando, porque el bueno de “Karl” no es sino, como lo fue el prota de Distrito 9, la representación de los ideales más nobles de la raza humana. Recordándoles a los demás (pobre pecadores) (recomiendo revisar “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” Max Weber, para entender el principio base del concepto de moralidad del cine norteamericano). Pero lo cierto es que no somos así por una simple razón: nunca lo hemos sido. En la realidad lo fusilarían por traidor si no lo linchan antes. Enviamos a estereotipos que si enfrentamos a personajes basados precisamente en la realidad de la que los otros huyen “Turno de Guardia”, “Bajo escucha” éstas no precisan de alienígenas ni misterio incomprensibles para tener una fuerte identidad propia. Pocos ejemplos tenemos de ésta forma de entender estos relatos. Quizás “Atmósfera cero” sea uno de los mejores exponentes. Hurgar en la Scifi no es fantasear, sino imaginar. Y no podemos emprender un largo viaje hacia lo desconocido sin nuestro propio equipaje como raza.