¿Existe realmente el libre albedrío?

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Muchos sostienen que ningún mecanismo cerebral ni neurológico te ordena que hagas cierta acción de tal o cual modo, de forma establecida e incuestionable. Es decir, que la inteligencia humana es capaz de modificarse a sí misma gracias al libre albedrío. Pero lo que la neurología ha demostrado, es que la libertad es una ficción cerebral. El controvertido “Libre albedrío”, parece no existir. Así lo confirman las últimas investigaciones sobre neurociencias. 

Estas investigaciones determinaron que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (hasta 10 segundos) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento. Y aunque la falta de libertad es algo contraintuitivo, los experimentos indican que estamos determinados por las leyes de la Naturaleza.
Desde el punto de vista de los fisiólogos, al ejecutar una acción (por los estímulos que recibe el cerebro), luego nos la apropiamos automatizadamente como propia (considerándola una decisión nuestra, consciente y premeditada). Humanamente hablando, pensamos que elegimos. Funcionalmente de momento, los resultados muestran lo contrario.

El libre albedrío, defendido por una serie de doctrinas filosóficas, señala que los humanos tenemos el poder de elegir y tomar nuestras propias decisiones. Sin embargo, en un artículo titulado “Free will versus the programmed brain”, el filósofo de la Universidad de Arizona, en Estados Unidos, Shaun Nichols, afirmaba que las posturas contra la existencia del libre albedrío se han acrecentado y extendido a través de libros y revistas de ciencia divulgativa. La mayoría confunde lo que en biología se llama ‘grados de libertad’ con la libertad propiamente dicha.

Todos los animales poseen diferentes grados de libertad, es decir, posibilidades de elegir entre varias opciones. El número de opciones depende del grado de encefalización del animal en cuestión y del elenco de posibilidades circunstanciales que el contexto ofrece. Nosotros tenemos muchos más grados de elección que un perro, y éste más que un lagarto, y éste, a su vez, más que una ameba. Pero la posibilidad de escoger entre varias opciones no nos dice por qué elegimos la que elegimos, o, con otras palabras, si esta elección es voluntaria, inconsciente, o determinada por la situación contextual en la que nos encontramos. En suma, poseer grados de “libertad” no significa ser libres.

El problema de la libertad es que está íntimamente ligada a la responsabilidad, la culpabilidad, la imputabilidad y el pecado. Este último es la base de las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo. El concepto de culpabilidad es también la base del derecho penal internacional.
Francis Crick, considerado uno de los científicos más importantes del siglo XX por su descubrimiento, junto a James Watson, de la estructura molecular del ADN, en su obra “La búsqueda científica del alma: una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI”, defiende la inexistencia del libro albedrío, así como la reducción de todo lo que consideramos la identidad humana a un simple paquete de neuronas y de conexiones entre éstas. Según este enfoque, ¿cómo podrían juzgarse las acciones humanas?
Esto explica por qué en Alemania, algunos especialistas en derecho penal están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Evidentemente seguiremos encarcelando a aquéllos que violen las reglas, pero lo que sí va a cambiar, será la imagen que tenemos tanto de esos criminales, como de nosotros mismos. La idea sería tomar conciencia que las personas no pueden por ellas mismas cambiar su condición (y por tanto, reacciones de odio a lo “linchamiento”, no proceden). Es decir, constatado el desequilibrio social que pueda manifestar un individuo, por mera perpetuación armónica de la especie, tiene que ser tratado mediante aislamiento (y reinserción, en caso que se pueda). Lamentablemente, hay personas que por su genética, fisiología cerebral, y experiencias vividas, no parece que puedan ser reeducadas.

Si asumiésemos, como hacen los dualistas, la existencia de un alma inmaterial que interacciona con la materia (en este caso el cerebro), achacaríamos la culpa a su “alma” (que por otro lado, y en caso de existir, ¿Quién puede elegir la suya?). Pero el dualismo no ha sabido explicar cómo es posible que un ente inmaterial no demostrable ni medible, interaccione con la materia (instalándose en el “te lo crees, o no te lo crees: es una cuestión de fe”). Muchos estudios de  “neuroteología” y “neurología mística”, plantean que ha de ser el método científico, el que ofrezca respuesta interpretativa a la actividad cerebral que permite las experiencias místicas.

Para Baruch Spinoza, “los hombres se equivocan si se creen libres; su opinión está hecha de la consciencia de sus propias acciones y de la ignorancia de las causas que las determinan”.
Y según Albert Einstein: “El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Porque… ¿Acaso podemos elegir nuestros gustos? ¿Y nuestros deseos? ¿Podemos cambiar de opinión sobre algo cuando se nos antoje?
Quizá por eso el psicólogo alemán, Wolfgang Prinz ha acuñado la frase: “No hacemos lo que queremos, sino que queremos lo que hacemos”.

Uno mismo, no llena su base de datos con lo que quiere (y lo que quieres no es elegible), ni conecta y desconecta sus circuitos neuronales a conveniencia (ni ha decidido heredar semejante estructura). Somos pues, como robots biológicos que se ”reprograman” mediante permanentes actualizaciones, no más libres que un androide, y que actúan según sus necesidades.
No reconocer eso, sería como decir que el funcionamiento humano es algo inescrutable, inexplicable, sobrenatural, y arbitrario (y no tendría ningún sentido avanzar en investigaciones para descubrir lo que somos y cómo funcionamos). Si el conocimiento avanza, es porque implícitamente estamos reconociendo que respondemos a causas medibles y procesos concretos causales explicables.
Ante tales acontecimientos, avances, e investigaciones, pudiera decirse que en el fondo, no somos tan distintos a los robots (y que quizá seamos como unos “bio-robots”); Programados por selección natural (mediante código genético estructural), y reprogramados socialmente mediante estímulos meméticos (software en permanente actualización).

Tengamos fe o no en un Dios creador, caemos fácilmente en la tentación de creer en una evolución calculadora y rigurosa, que diseña inteligentemente organismos aptos para la vida. El psicólogo Gary Marcus , autor del libro Kluge ("Apaño"), piensa que el cerebro tiene más de 'chapuza' que de perfecto, y que su única función es la de intentar sobrevivir (y no ser una herramienta eficaz ni verídica para conocer el universo). Y es que actualmente, ya se ha científicamente demostrado que el cerebro nos engaña; albergamos recuerdos falsos e inventados, que son vividos como si fueran verdaderamente reales. Es una nueva evidencia, la existencia de los falsos recuerdos y, lo que es más importante, la observación de los procesos cerebrales que permiten su formación. Muchas terapias psicológicas (particularmente indicadas en los casos de traumas infantiles), tienden a revivir recuerdos de esas experiencias para proceder a su curación mediante la integración consciente del trauma en la psicología del sujeto. Pero por lo visto, la recuperación de un recuerdo no significa que realmente haya ocurrido.

¿Hacemos las cosas porque libremente y sin condicionamiento alguno queremos hacerlas,  o porque nuestra condición cerebral y contexto circunstancial así lo dispone? Que cada cual  piense lo que quiera… o quizá más bien; lo que su cerebro le dicte. 

 

Tú no eliges amar. Amas a alguien quieras o no. Por tanto, podemos decir que no somos capaces de elegir libremente nuestros gustos. Son los que son y debes aceptarlos. Si pudiéramos elegir nuestros gustos, elegirías amar a la persona con la que estas (sería cómodo y consecuentemente lógico). Y no ir buscando otras relaciones hasta encontrar el amor de tu vida. No puedes elegir el amor de tu vida. Elegirías “amar” el trabajo que tienes (y no andar buscando hasta encontrar uno que te guste). Si pudieras elegir tus gustos libremente, todos seríamos felices porque veríamos satisfechas nuestras necesidades; Elegiríamos que nos guste lo que tenemos, simplemente. Pero los gustos no se eligen; se tienen los que se tienen. En el fondo, nos movemos en función de ir satisfaciendo nuestros gustos, y lo cierto es que no los elegimos. Somos biorobots (Todos somos fruto de algún tipo de programación). Díganle leyes naturales si quieren (para hacerlo más humano), pero es programación al fin y al cabo... Se es feliz cuando la configuración lo dispone, no cuando eliges serlo. La libertad es más una interpretación que le damos a lo que nos pasa, que una verdad en sí misma.

 

Víctor Vila M (alias "Borg", admin de www.portalcienciayficcion.com)

 


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He ojeado tu libro... Si te digo la verdad, principalmente la parte final -por si me sorprendían tus conclusiones-, y porque era lo que más me intrigaba. Y al decir verdad, llegas a conclusiones muy parecidas a las mías.

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buen artículo

Definitivamente, el libre albedrío no existe por más que nos ilusione tenerlo. Eso se puede demostrar por medio de la filosofía, matemáticas, física, biología, psicología o neurología. Además, la moral no necesita del libre albedrío, pues sigue siendo útil en el determinismo o el azar (indeterminismo). Así pués, la discusión se debería centrar en cómo debemos vivir sin libre albedrío, cómo podemos ser felices sin libertad. Todo eso es lo que analizo en mi libro: "Cómo vivir feliz sin libre albedrío" al que podéis acceder gratuitamente en http://librealbedrio.info

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